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Sociedad del espectáculoCabaret de las ideasA propósito de ‘La metamorfosis’ de Franz Kafka. Dibujos de Marcos Bontempo

A propósito de ‘La metamorfosis’ de Franz Kafka. Dibujos de Marcos Bontempo

Las imágenes que ofrezco a continuación no son ilustraciones al relato de Kafka, sino evocaciones derivadas de su lectura y de conversaciones con un admirador suyo, mi añorado amigo Hugo Abbati, quien falleció el año pasado. Autor de varias novelas –la editorial EDA acaba de publicar la que quizá sea su obra más lograda, Paisajes desde el asilo, siempre sintió una predilección especial por el escritor de Praga. Mis dibujos son un homenaje a ambos.

*    *    *

“Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto. Se hallaba echado sobre el duro caparazón de su espalda, y, al alzar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades, cuya prominencia apenas si podía aguantar la concha, que estaba visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia.

—¿Qué me ha sucedido?”.

 

 

“Pero todo en torno estaba silencioso, y eso que, con toda seguridad, la casa no estaba vacía. ¡Qué vida más tranquila parece llevar mi familia! –pensó Gregorio. Y, mientras sus miradas se clavaban en la sombra, sintióse orgulloso de haber podido proporcionar a sus padres y hermana tan sosegada existencia, en marco tan lindo. Con pavor pensó al punto que aquella tranquilidad, aquel bienestar y aquella alegría tocaban a su término… Para no dejarse extraviar por estos pensamientos, prefirió agitarse físicamente y comenzó a arrastrarse por el cuarto”.

 

 

“La madre, cierto es, quiso visitar a Gregorio en seguida, y entonces el padre y la hermana la detuvieron con razones que Gregorio escuchó con la mayor atención, y aprobó por entero. Pero más adelante fue menester impedírselo por la fuerza, y cuando exclamaba: ¡Dejadme entrar a ver a Gregorio! iPobre hijo mío! ¿No comprendéis que necesito entrar a verle?, Gregorio pensaba que tal vez conviniera que su madre entrase, claro que no todos los días, pero, por ejemplo, una vez a la semana: ella era mucho más comprensiva que la hermana, quien, a pesar de todo su valor, no dejaba de ser, al fin y al cabo, solo una niña, que quizá solo por ligereza infantil se había echado sobre los hombros tan penosa carga”.

 

 

“A Gregorio le fue completamente imposible averiguar con qué disculpas habían despedido aquella mañana al médico y al cerrajero. Como no se hacía comprender de nadie, nadie pensó, ni siquiera la hermana, que él pudiese comprender a los demás. No le quedó, pues, otro remedio que contentarse, cuando la hermana entraba en su cuarto, con oírla gemir e invocar a todos los santos. Más adelante, cuando ella se hubo acostumbrado un poco a este nuevo estado de cosas (no puede, naturalmente, suponerse que se acostumbrase por completo), pudo Gregorio advertir en ella alguna intención amable, o, por lo menos, algo que se podía considerar como tal”.

 

 

“Gregorio, por su parte, aun cuando a causa de su herida había perdido, acaso para siempre, el libre juego de sus movimientos; aun cuando precisaba ahora, cual un anciano impedido, varios e interminables minutos para cruzar su habitación –trepar hacia lo alto, ya ni pensarlo–, Gregorio tuvo, en aquella agravación de su estado, una compensación que le pareció harto suficiente: por la tarde, la puerta del comedor, en la cual tenía ya fija la mirada desde una o dos horas antes, la puerta del comedor se abría, y él, echado en su cuarto, en tinieblas, invisible para los demás, podía contemplar a toda la familia en torno a la mesa iluminada, y oír sus conversaciones, como quien dice con aquiescencia general, o sea ya de un modo muy distinto. Claro está que las tales conversaciones no eran, ni con mucho, aquellas charlas animadas de otros tiempos, que Gregorio añoraba en los reducidos aposentos de las fondas, y en las que pensaba con ardiente afán al arrojarse fatigado sobre la húmeda ropa de la cama extraña. Ahora, la mayor parte de las veces, la velada transcurría monótona y triste”.

 

 

“Y mientras así departían, se percataron casi simultáneamente el señor y la señora Samsa de que su hija, que pese a todos los cuidados perdiera el color en los últimos tiempos, se había desarrollado y convertido en una linda muchacha llena de vida. Sin cruzar ya palabra, entendiéndose casi instintivamente con las miradas, se dijeron uno a otro que ya era hora de encontrarle un buen marido.
Y cuando, al llegar al término del viaje, la hija se levantó la primera y estiró sus formas juveniles, pareció cual si confirmase con ello los nuevos sueños y sanas intenciones de los padres”.

 

 

“Al oír estas palabras de la madre, comprendió Gregorio que la falta de toda relación humana directa, unida a la monotonía de la existencia que llevaba entre los suyos, había debido trastornar su inteligencia en aquellos dos meses, pues, de otro modo, no podía explicarse que él hubiese deseado ver vaciar su habitación”.

 

 

“El señor y la señora Samsa se incorporaron en el lecho matrimonial. Les costó gran trabajo sobreponerse al susto, y tardaron bastante en comprender lo que de tal guisa les anunciaba la asistenta. Mas una vez comprendido esto, bajaron al punto de la cama, cada uno por su lado y con la mayor rapidez posible. El señor Samsa se echó la colcha por los hombros; la señora Samsa iba solo cubierta con su camisón de dormir, y en este aspecto penetraron en la habitación de Gregorio”.

 

 

“Aunque Gregorio se repetía de continuo que seguramente no había de acontecer nada de extraordinario, y que solo unos muebles serían cambiados de sitio, no pudo por menos de impresionarle, cuando él mismo reconoció muy pronto, aquel ir y venir de las mujeres, las llamadas que una y otra se dirigían, el rayar de los muebles en el suelo; en una palabra, aquella confusión que reinaba en torno suyo, y, encogiendo cuanto pudo la cabeza y las piernas, aplastando el vientre contra el suelo, hubo de confesarse, ya sin miramientos de ninguna clase, que no le sería posible soportarlo mucho tiempo”.

 

 

“Gregorio –pasase lo que pasase– se apretujó en el marco de la puerta. Se irguió de medio lado; ahora yacía atravesado en el umbral, con su costado completamente deshecho. En la nitidez de la puerta, se imprimieron unas manchas repulsivas. Gregorio quedó allí atascado, imposibilitado en absoluto de hacer por sí solo el menor movimiento”.

 

 

“Gregorio hubiera querido ayudarla –para salvar la estampa había todavía tiempo–, pero se hallaba pegado al cristal, y hubo de desprenderse de él violentamente. Después de lo cual, se precipitó también en la habitación contigua, cual si le fuese posible, como antaño, dar algún consejo a la hermana. Mas hubo de contentarse con permanecer quieto detrás de ella”.

 

 

“—Bueno, tal vez pueda ya moverme –pensó Gregorio, comenzando de nuevo su penoso esfuerzo. No podía contener sus resoplidos, y de cuando en cuando tenía que pararse a descansar. Mas nadie le apresuraba; se le dejaba en entera libertad. Cuando hubo dado la vuelta, inició en seguida la marcha atrás en línea recta. Le asombró la gran distancia que le separaba de su habitación; no acertaba a comprender cómo, en su actual estado de debilidad, había podido, momentos antes, hacer ese mismo camino casi sin notarIo. Con la única preocupación de arrastrarse lo más rápidamente posible, apenas si reparó en que ningún miembro de la familia le azuzaba con palabras o gritos”.

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Las citas de La metamorfosis de Franz Kafka, traducida por Miguel Salmerón, proceden de la edición de 2019 de Alianza Editorial.

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