Cuando en el Renacimiento —siempre tan sobrevalorado— se establecieron las reglas de la perspectiva, la vista se convirtió en el sentido hegemónico del planeamiento y construcción de ciudades. Al parecer, solo el ojo era lo suficientemente noble —y estúpido— como para bendecir esa cohabitación sospechosa entre estética y poder que siglos más tarde acabaría llamándose urbanismo.
En general, las teorías arquitectónicas occidentales siempre han tendido a ignorar al resto de los sentidos, colocándolos fuera del ámbito de la profesión o, en todo caso, vinculándolos más con problemas a solucionar —malos olores, exceso de ruido— que con mundos a crear
Habría que esperar hasta 2005 para que un arquitecto, Juhani Pallasmaa, publicara Los ojos de la piel, un libro que reivindicaba por fin, y de forma tajante, el carácter multi-sensorial de la experiencia arquitectónica, e instaba al diseñador a prestar atención a todos los sentidos por igual. Tarea nada fácil: es proverbial la adicción del arquitecto a lo visual, siempre lo encontraremos recubierto de imágenes. Sin embargo, los dibujos y las fotografías de arquitectura, ¡cuánto nos hablan de dibujo y de fotografía y qué poco nos hablan de arquitectura!
Los espacios resuenan, huelen, se saborean, nos aplastan, nos abrazan, se tocan, nos tocan. Para Pallasmaa, todos los sentidos, incluida la vista, son prolongaciones del sentido del tacto; todas las experiencias sensoriales son modos de tocar. Como no podía ser de otra manera, el libro, breve e intenso, crece sobre los hombros de Berkeley, Proust, Rilke, Bachelard, Tanizaki, Heidegger o Merleau-Ponty, filósofos, poetas, escritores, que supieron entender y describir la intensidad emocional de los espacios mucho mejor que aquellos encargados de idearlos. Ellos sabían que todo es un problema de pararse y atender. Eso es lo que nos propone Pallasmaa: recuperar nuestra capacidad de prestar atención con todos los sentidos a los lugares que construimos y habitamos, una atención anestesiada en nuestros días por la facilona inmediatez de la vista.
Y ese es también el empeño de la artista, diseñadora y académica Kate McLean con sus smellmaps. McLean lleva tres años cartografiando los paisajes olfativos o smellscapes urbanos, es decir, el olor de las ciudades. Consciente de la dificultad de capturar, analizar, cuantificar y escalar aromas, utiliza una metodología colaborativa en dos fases: smelwalks —grupos de voluntarios recorren las ciudades durante varios días prestando atención a los aromas que van encontrando, tomando notas e intentando describirlos lo más exactamente posible— que permiten ir elaborando un diccionario de aromas urbanos (de momento con 285 términos); y smellfies —fotografías de lugares geolocalizadas y etiquetadas según el diccionario de olores, recibidas a través de redes sociales.
McLean, que ha realizado ya mapas de olores de 8 ciudades, entre las que se incluyen Londres, Amsterdam o Barcelona, forma parte de un equipo al que también pertenecen Daniele Quercia, Luca María Aiello y Rossario Schifanella. En esta web, llena de referencias, pueden ampliar información sobre el grupo y seguir sus aventuras.