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ArpaA trancas y barrancas. Olvidar, extraviarse, perder las referencias

A trancas y barrancas. Olvidar, extraviarse, perder las referencias

 

Salir de la ciénaga “a como sea”, tirándose de la coleta, como hizo el barón de Münchhausen, todavía a lomos de su caballo, ya sea este ganador o perdedor, y el jinete un desternillante out-sider en manos de los directores de pista; lo que sea, pero salir, volver a montar si te han derribado, si has caído, lejana enseñanza de picadero: el sol de la tarde en la pared, arriba, “¡Aúp!”. Recuperar la montura y con ella lo que se pueda de cordura y continuar el camino, a trancas y barrancas, como mejor se pueda. Las patas de los caballos no eran buen sitio, no son un buen sitio, la pista del circo tampoco, sobre todo si te meten en ella por las bravas, entre barrotes, hecho un monstruo de feria. Salir a como sea. [1.1.14, píos deseos al terminar el año]

 

 

Hasta hace nada San Juan de Luz. El paseo mañanero de Año Nuevo era alrededor de Pamplona, la vuelta grande que la llamaban los castizos; hoy ha sido de nuevo en San Juan de Luz, primero por las calles desiertas hasta el puerto y luego por el paseo de la playa hacia Erromardie, hasta la cruz de Artxilua. Frío y muchos barcos amarrados en el puerto por el ventarrón del sudoeste que te empujaba. Mar brava revuelta a un lado y al otro la claridad de colores del Larun.

 

Me he acordado del irlandés O’Brien porque a este, por las noches, se le escapaban los personajes de las novelas y se iban de copas y de putas, disfrazados encima de lo que estaban en las páginas escritas y regresaban al amanecer, cuando el escritor se ponía al tajo, hechos una pena. A mí me ha pasado que me he encontrado con uno de ellos a la puerta de su zahúrda, junto a un camping, encantado de encontrarse con alguien a quien poder mostrar su refugio bohemio: muebles apolillados, ropa sucia por todas partes, desbarajuste general, un cazuelón de pimientos al fuego para empezar el año porque la noche fue de traca y los alcaloides de los pimientos navarros remontan el ánimo, una botella de vino al lado que se le cae y una obsesión, no pagar, no pagar, por nada, nunca, ni por lo que debe, por esto menos que por lo que es capricho, chulear a la administración, al que pase por delante de la zahúrda a quien venderle recuerdos de la patria vasca, que es su negocio, al menos eso es lo que ha dicho, al margen de las esculturas que hace con residuos de los basureros porque el material no le cuesta nada. Ahí lo he dejado, con una banderita en la mano, diciéndome adiós, adiós… Urte berri on! [m. f.]

 

 

El diario como obra, sin duda hay ejemplos ilustres –Marcel Jouhandeau, Jules Renard, los hermanos Goncourt…–, pero yo no acabo de verlo, como desahogo bien, como soliloquio apenas, por falta de verdaderas ganas, por pereza, por aburrimiento de uno mismo, por derrota… pero un cuaderno de derrota es otra cosa, este lo es de un ir a trancas y barrancas, a merced de la riada. [m. f.]

 

 

¿De qué nos reímos? No tengo la menor idea. ¿De nosotros mismos o de los que nos dominan? Nos va quedando la burla como último recurso, la carcajada feroz, un paso más allá de las leyendas que corren: “¡Sonríe…”, dicen, y les ves la intención de añadir “o te mato”… Algunos añaden “no es para tanto” y no saben de qué hablan, pero algo sospechan porque respiran el mismo aire mefítico de la ciénaga.

 

Cunde el más falaz de los optimismos como una máscara de la reacción –al pesimista se le ve como un enemigo a abatir–. Se extiende el dejar la capacidad crítica a un lado, el elogiar lo que ayer se sabía turbio o indecoroso, el encogerse de hombros, el aplaudir y esperar que te paguen por ello, el apuntarse a caballo ganador cuando se huele que esta situación va para largo, que el cambio social ya se ha producido, en dirección distinta a la deseada y puede ser irreversible, que hemos entrado en una época nueva en la que los valores éticos de ayer se han esfumado, ya son otros, también éticos para el que lleva la voz cantante; valores a los que debes acomodarte, que lo que de verdad cuenta es asegurarse el propio bienestar, que te resignes o no, eres un perdedor y un apestado que puede contagiar… a carcajadas, ya digo, a carcajadas. [2.1.14.]

 

 

Cuando la escritura no pasa de ser una disciplina, una gimnasia de mantenimiento, una forma de evitar la atrofia, la parálisis, inevitable, imprescindible, es casi tu fe de vida y estado… frente al espejo de papel. [m. f.]

 

 

Un recorte de prensa de hace años, de Le Point, que da cuenta del hallazgo de una tumba de lujo, el apartamento de Madame de Florian, en París, cocota de lujo, habría dicho el marqués del Palmar de Itzea, cerrado durante décadas, en el que flotaba un embriagador olor a pasado y a tiempo muerto, que hizo las delicias del subastador que abrió el piso y encontró ese escenario de lujos fanés (agostados). En el salón apareció un retrato de Boldini, el pintor del grand monde proustiano, que se adjudicó por más de dos millones de euros. A Boldini le dedicó una monografía Patrick Mauriés, esteta, estimable escritor, leído con atención hace treinta años. El tiempo, que va pasando, como la vida… Un escenario modianesco, perfecto para las naderías esteticistas y bobaliconas de los morandos, y para que lo hubiese pillado Ruano, falso marqués de Cajigal, al tiempo de la Ocupación y no dejado ni las raspas. “¡Uno de enero, dos febrero… a Bolivia hemos de ir!”, me canturreó hace unos años un bandarra de estos  en plan de burla sanferminera, algo que le debió de parecer el colmo de la gracia. ¿Novelesco? Poco. A no ser que metas el bisturí en el drama que con seguridad se esconde detrás de esa información decorativa: ¿por qué motivo la propietaria cerró el apartamento de manera precipitada cuando los alemanes marchaban sobre París y por qué no regresó jamás? ¿Fue así? En los años ochenta no habría dudado en escribir una crónica literaria sobre este asunto, si lo hago hoy es para regresar a quien sin duda fui, en falso y con ventaja. [m. f., leyendo papeles que debí quemar la otra noche]

 

 

¡A la mierda! Corajudo Labordeta, en otro ayer que es hoy: solo les levantan la voz los más débiles, pero les da igual porque los callan a golpes y a multazos. No cabe otra que escenificar ese mandarles a la mierda, no posar junto a ellos con la sonrisa boba de quien juega en el mismo equipo o al mismo juego. Ni juego, ni equipo ni partido: ¡A la mierda! Pero no, algo no funciona cuando ves a la izquierda parlamentaria compadreando, poteando, compartiendo cuchipanda y ventajas, palmoteándose el lomo… [m. f.]

 

 

Digo que las cosas de casa pesan y que con gusto me desprendería de muchos cachivaches que considero un lastre –¿Por qué no de todos? Buena pregunta, me alegro de poder hacérmela–, pero paso por la guarida del amigo Jon a saludar y me llevo un libro japonés de paisajes desplegables: montañas, bosques, ríos, nadie… un paisaje desierto, un panorama quieto. ¿Para qué? ¿Gusto de la cacería o aburrimiento, como hace años, cuando me sentía enjaulado y me engañaba y contentaba como podía? El vuelo de la picaraza que rellena su nido… pájaro apolillado de mal agüero. [3.1.14]

 

 

La Gran Guerra está de moda, es tendencia, es terreno nuevo a patear, una nueva vía a explorar en el negocio editorial y en el mediático, ese que enmascara la indigencia y la impotencia creativa frente al barrizal del presente: conmemorar el pasado en lugar de plantar cara, de rebelarse; celebrar funerales por el pasado porque estos no comprometen a nada.

 

A propósito de este barullo, mi amigo Josep Malivern me envía este poema de Siegfried Sassoon, Menin Gate, por él traducido:

 

¿Quién recordará, al cruzar esta puerta 

 a la muerta y olvidada carne de cañón ?

¿Quién les dispensará de lo obsceno de su destino?

 Aquellos, reclutados para la condena de la derrota.

 

Reforzado sin cuartel, el Saliente se sostiene.

Con esta pompa se paga a sus evanescentes defensores.

Pagados, los ejércitos que soportaron esta ciénaga

                 inflamada,

con un montón de piedra ahíta de paz.

 

Aquí tuvo el mundo su peor herida. Y aquí, con orgullo

“Vivirán sus nombres por siempre”. Reza la puerta.

 

¿Hubo alguna vez una inmolación tan falaz 

como la oculta en estos nombres intolerablemente

                anónimos ?

Que los muertos que lucharon en el fango

se alcen y escarnezcan este sepulcro criminal.

 

Y también de la mano de Malivern, la vieja patraña de Horacio, Dulce et decorum est, en los versos de Wilfred Owen:

 

Amigo mío, no volverías a decir con ese alto idealismo

a los jóvenes ardientes sedientos de gloria

la vieja mentira: “Dulce y honroso es morir por la patria”.

 

No recuerdo si el verso de Horacio figuraba en el fotograma final de Johnny cogió su fusil, de Dalton Trumbo. Lo que sí recuerdo es una conversación entre Johnny niño y su padre en la que este, cuando el chico le pregunta qué es la democracia, le contesta: “La verdad, nunca lo he tenido muy claro. Como todos los tipos de gobierno, tiene algo que ver con que los jóvenes se maten entre sí, creo”. [4.1.14]

 

 

“El cuerpo que goza de buena salud es un cuerpo silencioso”, anota Cristóbal Pera en su Pensar desde el cuerpo. Cierto, el cuerpo enfermo es un cuerpo ruidoso –algo que también exploró Michel Serres en Les cinq sens–; un cuerpo que, en solitario, tironea, reclama atención intempestiva, aúlla, mete miedo, es mal compañero de viaje y de cama, pero a cambio, en lo social, suministra temas de conversación inagotables: síntomas, lacras, úlceras, dolores lacerantes, información de internet con la que pocos renuncian a ser médicos de barbecho –de cuyos tratamientos decía Larra que estaban los camposantos llenos–, enfermedades tan imaginarias como eficaces máscaras del miedo a la vida en general y al presente en particular; tratamientos de precio y tratamientos milagrosos; especialistas de fama y brujos que te lo adivinan todo; medicamentos que no puedes pagar o que son por completo inútiles, y hierbas del campo que “mal no te van a hacer”… De algo hay que hablar. Parece que compartir las desdichas une mucho, sea o deje de ser una grosería hablar de los propios achaques. Eso sí, al despedirnos, cada cual por su lado, renqueando, en franca huida, a la caza del remedio, con la receta o la condena en el bolsillo, y la zarabanda encima, como buscapiés. [5.1.14]

 

 

Nuestra vida es un viaje

En el invierno y en la Noche

Buscamos nuestro camino

En un Cielo en el que nada luce

 

Este es uno de los epígrafes de Viaje al final de la noche, edición de 1933.

 

El otro habla de la utilidad del viaje porque hace trabajar la imaginación, algo que el propio Céline descarta a lo largo de su novela. Y añade que todo el resto no es más que decepción y fatigas, un sentimiento que le acompañará de por vida.

 

Esa edición me la regaló El Astrónomo, en febrero de 1979, muchos años antes de abrir su librería, Los Libros del Portal de Francia, en la rúa de los Peregrinos, en Biargieta. Fue en Barcelona, a donde fui a tratar con un pillo de la edición de mi primer libro de poemas, Pórtico de la fuga, y a llevar a la revista Camp de l’arpa un artículo sobre Patrick Modiano. Otros tiempos, otros entusiasmos, otra gente. Viaje de la muerte a la muerte este. Lo dejo y sigo. Inolvidable el Astrónomo, para siempre.

 

Si traigo los epígrafes de Céline aquí es porque también aparecen  al comienzo de La grande bellezza, sin que hasta ahora mismo haya logrado ver la relación que hay entre el viaje alucinado de Bardamu y la desganada deriva vital (social) de Jef Gambardella, en la película de Sorrentino; que la habrá, sin duda, pero no acabo de verla. [m. f.]

 

Item más: 2014, buen año para recordar que Viaje al final de la noche se abre, hace cien años, en la parisina plaza de Clichy, en pos de un desfile patriótico, cuando el autor andaba de sargento de Caballería en el 12º de Coraceros de Rambouillet, y que es un formidable alegato contra el patriotismo, sus patrañas, y la condena de los más débiles a las carnicerías bélicas. [m. f.]

 

 

El aire de la ciénaga resulta irrespirable, cierto, pero en ella estamos, nos guste o no, sometidos a un régimen severo de basura, engaños, abusos de autoridad, escándalos que se hacen públicos ante nuestras narices y que quedan impunes… Un día una cosa y otro, otra… No, en el mismo día puede haber varias comidas, porque esto es un festín de mugre de nunca acabar, una condena a morir atiborrados de basura indigerible que es lo único que de manera generosa da el Gobierno a cambio de los impuestos que pagamos. [6.1.14]

 

 

Korsakov, la memoria, su deterioro progresivo, su ausencia. Escribe el narrador de la novela homónima de Eric Fottorino:

 

“… no tengo nada en contra de Korsakov, que me otorga prematuramente la gracia de olvidar. El olvido es pena perdida. Si llega hasta el final de su obra, se comerá una a una las muñecas rusas de mi memoria dolorosa”

 

Y más adelante:

 

“… intentar descubrir el secreto de la memoria de los rostros, ese minúsculo islote del parietal en el que duermen también las aguas de la melancolía”

 

Olvidar, extraviarse, perder las referencias, los nombres y los rostros, estar a merced de un relámpago que desaparece antes de que eches siquiera a correr tras él, conformarse, no tratar de recordar, olvidar, dejar que otros recuerden por ti y olvidar hasta la personalidad ficticia que te adjudican, mejor eso que nada, mejor nada que eso. [7.1.14]

 

 

La ciudad cambia de manera tan veloz e irreparable que se hace desconocida, tú te alejas en tu mundo, memorioso a ratos, desmemoriado a otros, no siempre a tu gusto. Leo a David Mondaca, hombre de teatro, en su No le digas, su esfuerzo por llevar la obra de Jaime Sáenz a escena y el recuerdo de un amigo boliviano hundiéndose en la noche helada, negra y amarillo de mal fuego, de La Paz bajo la lluvia: “No es cuestión de beber por beber”. Me acompaña el piano de Albert Bover. No ha amanecido, el café humea… No viene a cuento, por eso lo escribo: nada más patético que un fracasado que se exhibe en esa condición de paumé y de maldito… mejor el silencio, la ocultación, el olvido… y el ser honesto con uno mismo. [8.1.14]

 

 

 

 

Este fragmento corresponde al último dietario del autor, A trancas y barrancas, que acaba de publicar la editorial Pamiela.

 

 

 

 

Miguel Sánchez-Ostiz (Pamplona, 1950) es autor de las novelas Los papeles del ilusionista (1982), El pasaje de la luna (1984), Tánger Bar (1984) La quinta del americano (1987), La gran ilusión (1989, Premio Euskadi de Literatura y Premio Herralde de novela), Las pirañas (1992), La caja chinaUn infierno en el jardín (1995), No existe tal lugar (1997, Premio Nacional de la Crítica), La flecha del miedoEl corazón de la niebla (2001), En Bayona, bajo los porches (2002), La nave de Baco (2004), El piloto de la muerte (2005), La calavera de Robinson (2006), Cornejas de Bucarest (2010), Zarabanda (2011) y El Escarmiento (2013). Entre sus muchos libros misceláneos hay que destacar la crónica de viajes La isla de Juan Fernández y Peatón de Madrid, así como una serie de diarios y dietarios, que se comenzaron a publicar en Pamiela en 1986, como La negra provincia de FlaubertMundinoviGaceta de pasos perdidos (1987), Correo de otra parte (1993) y El árbol del cuco (1994), a los que siguieron La casa del rojo y Liquidación por derribo. En el año 2000, Pamiela publicó toda su obra poética hasta esa fecha, con el título La marca del cuadrante (Poesía, 1979-1999).

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