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Mientras tantoA voces oigo a veces. San Sebastián II

A voces oigo a veces. San Sebastián II

Cinesporas en el blogo aerostático   el blog de Federico Volpini

Festival de San Sebastián, septuagésima edición.

Guerra de las pantallas. Acabará ganando la del móvil

Espectador y quien escribe están, estaban, en San Sebastián. El Festival. Que cumple, esta edición, setenta años. Ya mayor.

A quien escribe le ocurre que detesta hoy a los viejos, como en su día detestó a los niños. De los que él era uno, un niño: los odiaba. Por el mismo motivo: dos tramos de la vida en donde la persona se cree dispensada de los usos sociales. De la educación. De sonreír. De pedir las cosas por favor. De ser amable. Exenta de tener en cuenta a los demás.

Sin culpa, a veces.

En un avión un niño va llorando. Todo el tiempo. Es un vuelo de Madrid a Nueva York. Seis horas. El niño, tan contento, ejerciendo su oficio. Sufrir y hacer sufrir. Padres los hay de varios tipos. Los favoritos de espectador son los que tratan de disimular, hacen como que el niño se lo han sentado al lado sin que tenga que ver nada con ellos. Más allá: niegan al niño, ¿qué niño? ¿Es que hay un niño?

Espectador y quien escribe toman nota.

PADRES DE NIÑOS QUE, EN UN ESPACIO PÚBLICO, UN AVIÓN, LLORAN O CHILLAN SIN DESCANSO.

Los hay que piensan que el niño no molesta. Los hay a quienes parece bien que su niño moleste. Los hay que miran, indignados, furiosos, a los demás pasajeros. Los hay que te discuten que el niño esté llorando. Los hay que se deshacen en excusas, gritando por encima de los llantos del niño. Los hay que intentan infructuosamente que el niño deje de llorar y el viaje se les hace interminable, padres respetuosos a los que abochorna el trance y se prometen no reincidir jamás. Claro que para el vuelo en donde el llanto ocurre eso no vale. Los hay que intentan marcharse del avión. Los hay que se suicidan. Los favoritos de quien escribe son los padres que emborrachan al niño. Porque el problema existe: “¿y si dejara usted al niño en casa?” “¡Claro!: ¡y cuando vuelva a casa, ya no hay niño!” Hay veces en las que los niños tienen que viajar con los padres. Irremediablemente.

¿Qué hacemos? ¿Derribamos el avión?

Judy in Disguise. John Fred and His Playboy Band. 1967

A veces, los problemas no sirve de nada disfrazarlos.

EL GENIO CREADOR

House of Wax. Los crímenes del museo de cera. André de Toth. 1953

El arte de reventar una película en el trailer.

La belleza, esa máscara, es un bien. El talento es un bien. La inteligencia es un bien. El conocimiento es un bien. Pero belleza, talento, inteligencia, conocimiento, pueden usarse para el mal. Basta ponerse a ello. El mal, es más, les es mucho más fácil a personas hermosas, con talento, inteligentes, sabias. “¿Por qué me has hecho esto?” “Porque sé cómo hacerlo, que tú no”. “¿Cómo te has dejado engañar por ese miserable?” “¿Tú le has visto la cara?” De ahí a deducir que la hermosura es manifestación del mal hay un paso que dan con alegría las feas y los feos; que el mal es el ingenio, la razón, la erudición, lo han defendido siempre las personas aburridas, cerradas, ignorantes y las instituciones. El público que aúpa a los políticos, a las estrellas mediáticas, a las colaboradoras de televisión, con el bien se lleva mal. Aunque el bien haga el mal. Al mal gusta el mal, que es el que da los votos y los picos de audiencia y que el mal haga el mal. Lo de toda la vida. Tal como debe ser. Ramplón. El mal banal. La seducción del mal es otra cosa.

El tercer hombre. Carol Reed. 1949

Los puntitos en el suelo. “Nadie piensa en los seres humanos. Los gobiernos no lo hacen”. ¿Dios? “Los muertos, muertos están mejor”. En treinta años de los Borgia en Italia, de guerra, crimen, terror, asesinato, de un baño de sangre, salieron Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci y el Renacimiento. El resultado de quinientos años de paz y amor en Suiza fue el reloj de cuco.

Quien escribe cree haberle leído a Richard Burton, referido de otro aventurero, explorador, erudito, que consideraba su más preciada posesión la bolsa de mano hecha con la piel del pecho de una negra. Y esto, cree recordar quien escribe, dicho con la misma frialdad, distanciamiento, con el que aborda sus relatos Paul Bowles. Lo que en Bowles es estilo y un estilo terrible, suena a exotismo en Burton. Una bolsa de piel de negra, ¡quién pudiera! Igual a quien escribe lo traiciona la memoria. Y los libros, que ese no lo encuentra. De Richard Burton, creador, deslumbrante, admirable, de Richard Burton, despiadado, antisemita, antidemócrata, recoge Jorge Luis Borges su proyecto (“grandioso”, dice Borges) de “encastar monos cinocéfalos con mujeres y derivar así una subraza de buenos proletarios”.

“Así que lo de Burton resulta verosímil”, concluye quien escribe.

“Tú lo que eres es un enreda sin rigor ninguno”, señala espectador.

“Sí, también eso”.

Los crímenes del museo de cera, André De Toth (pese al mal, duele ver romperse esas figuras), estuvo en la primera edición, la inaugural, del Festival de Cine de San Sebastián. 1953. Hace setenta años. De entonces a 2022 ha pasado el tiempo.

El sostre groc. Isabel Coixet. 2022

Duele El sostre groc, de Isabel Coixet. Personalmente. Le duele a espectador y le duele a quien escribe y debe de dolerle a cuantos conocieron el trabajo deslumbrante de quien saben ahora que causó esa clase de daño, daño del que no importa si fue o no fue consciente. Claro que duele más a cuantas, el daño, lo sufrieron. “No tendríamos que habernos metido en esto para nada”, suspira espectador. “Pero estaba”, responde quien escribe. “Sí, estaba”. “Pues, entonces, no había más remedio”. En 2022. San Sebastián. El Festival de Cine.

Quien escribe no ha leído todavía a Gisèle Sapiro: ¿Se puede separar la obra del autor? Censura, cancelación y derecho al error. Ni va a poder leerla de momento.

Yellow Sky. William A. Wellman. 1949

Otro techo amarillo que, entonces, limitaba con el cielo. El mal, entonces, lo tenía más fácil. El personaje de Gregory Peck, que ha robado, ha engañado, ha transgredido, de cara a sus compañeros de aventura, las reglas impuestas por él mismo, acude al comodín de los Libros Sagrados. La Biblia. Nunca falla. Te confiesas a Dios antes los hombres y el mal te es perdonado. La redención depende de que uno se arrepienta. Y de que le dé tiempo.

Espectador recuerda, de sus tiempos de niño, el cuento edificante sobre el rojo en la Guerra Civil, el rojo ateo, criminal, desecho humano: rojo, vaya, que llevaba, por amor a la madre, su escapulario al cuello. Herido de muerte, tumbado en la camilla que el nacional, piadoso, otorga incluso al enemigo, al rojo ese escapulario, mientras no se lo quite, lo salva del infierno. Por accidente, a una enfermera el escapulario se le engancha en la ropa y se lo arranca. El rojo muere. El arrepentimiento es para el que se lo trabaja. Los demás, condenados sin remedio.

San Sebastián 2023.

PARA DARLES CON LA MANO ABIERTA

El personaje de Le lycéen.

Con una voz magnífica, un chico insoportable que lee el mundo a partir de su ombligo. Las aventuras eróticorretributivas de Le lycéen, justo al revés, muy disfrutables. Y el desasosiego de su hermano mayor. Parece que el jugar con muñecas no te saca de nada, cuando sí que te saca. No hay, todavía, clip de la película.

Le lycéen / Winter Boy. Christophe Honoré. 2022

(photocall, en el que aparece también Juliette Binoche)

Con la mano abierta, igual que a casi cualquier hombre, el personaje de Juliette Binoche en Fuego. “Me recuerda a mi padre”, dice quien escribe. “Y, a mí, al mío”, coincide espectador. Aunque no deja de ser justo, no se sabe muy bien en qué se gana cuando -y si- los padres son las madres.

Avec amour et acharnement. Claire Denise

Las criaturas fosforescentes de La montagne. Tampoco hay extracto, para ver, de la película. De Thomas Salvador, como en su día, de Cornell Wilde, sorprende la buena forma física. Para quien desconozca quién era Cornell Wilde, sus películas quedan. Que La Montagne quede o no, lo dirá el tiempo. En La montagne, el tiempo, más bien frío. El tiempo invertido en La montagne se pasa, pese a todo, con agrado.

La montagne. Thomas Salvador.

El tiempo detenido en Runner. El tiempo, que no pasa. Gusta a quienes no les importa, del tiempo, que no pase.

Runner. Marian Mathias

Marlowe en Marlowe. Humphrey Bogart. Eliot Gould. Sobre todo, Robert Mitchum. Garner, Powell, Montgomery y Montgomery. No es por ellos. Y no es por Liam Neeson, que siempre enternece, convence, Liam Neeson. Es la historia que, como el tiempo en Runner, pasa, pero no pasa.

Photocall en San Sebastián

Gregory Peck en Cielo amarillo.

Yellow Sky. William A. Wellman. 1949

“Perdónalos, Señor, no saben lo que hacen”. Sí lo saben. Y lo saben aún más aquellos que dan vida al muñeco. Contrito. Su Creador no se arrepiente. Es el padre del niño. Anne Baxter vive como un hombre, pelea como una tigresa, pero responde a un beso como una mujer. Hay clases, todavía. Dos mensajes: el penoso de la redención y, abominable, el del sexo rendido a la caricia que otorgan quienes mandan, quienes están encima. Al fin y al cabo, lo que se le hace a una mujer, ella sabrá por qué. En ocasiones hace el mal alguien sin saberlo. Generalmente el mal se hace sin saberlo los otros, aquellos a los que el mal va destinado. Cuando del mal resulta una obra de arte, Los crímenes del museo de cera, André de Toth,1953; todavía, tal vez, más inquietante, A Bucket of Blood, Roger Corman, 1959; cuando el arte es el fruto del mal, el mal parece como que, a ver, ¿qué pasa?

Pasa que igual te toca metido en el muñeco.

Y ya no hay diferencia con el mal que ni siquiera es arte.

A Bucket of Blood, Roger Corman, 1959

Hay gente dentro.

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