Suena There Is a Kingdom,
de Nick Cave
No han sido pocos los cineastas que se han adentrado por los laberínticos territorios de la mente haciendo que su puesta en escena adoptará la perspectiva de esquizofrénicos –David Cronenberg en Spider (Idem, 2002)-, de paranoicos –Roman Polanski en Repulsión (Repulsion, 1965)-, de alguien cuya alteración mental le impidiera distinguir entre aquello que la realidad física construye a su alrededor y aquello que su cabeza maltrecha interpreta como “real”. Quien mayor fascinación y deleite nos ha proporcionado en este sentido seguramente sea David Lynch; no hay discusión. Ahí están saltos en el abismo como las perturbadoras Carretera perdida (Lost Highway, 1997), Mulholland Drive (ídem, 2001) y Inland Empire (ídem, 2006). Es por ello que la sensación de dejà vu, de volver a participar una vez más en el mismo juego puede resultar perjudicial, sobre todo para aquellos que nos hemos sentidos irremediablemente atraídos por estos confusos e inquietantes territorios, porque acabará aburriéndonos la propuesta que el debutante Eskil Vogt os hace en Blind (ídem, 2014). Pero eso sería cometer un error por nuestra parte.
Ingrid se ha quedado ciega y ahora vive recluida en su apartamento a pesar de la insistencia por parte de marido (¿pareja?, ¿amante?) para que salga al exterior. ¿Para qué? Si ya tiene su imaginación para evadirse, para dar rienda suelta a sus miedos, frustraciones y deseos. Ingrid vuelca sus proyecciones mentales en un texto que va escribiendo en su ordenador portátil y que se convierte en el punto de partida de la propia puesta en escena de la película. Desde el inicio, sin solución de continuidad, se nos obliga a participar, de nuevo, en ese juego en el que las barreras entre la realidad y la ficción se vuelven difusas y estas afectan a todo aquello que nosotros percibimos como espectadores, testigos sin asidero al que agarrarse. Y sin embargo, no se trata de discernir lo “real” de lo “ficticio”, sino de dejarnos llevar por la capacidad que demuestra Vogt a la hora de crear imágenes que transmiten la angustia, la soledad, la tristeza, en definitiva, en la que viven inmersos todos y cada uno de los personajes, parcialmente reales, parcialmente inventados -¿quién sabe, ¿a quién le importa?- Y de paso se nos invita a reflexionar sobre el poder liberador de la creación, y de la imaginación como espacio habitable y libre. De esa manera Vogt nos habla de sí mismo como cineasta y del poder evocador y fascinante del propio cine a través de atmósferas oníricas, no exentas de alguna dosis de humor. Blind, curiosamente, nos obliga a tener los ojos bien abiertos y a estar muy atentos a las nuevas propuestas de este cineasta noruego.