Fronterad irá publicando un poema clásico del siglo XX que de alguna forma ilumine los acontecimientos del presente
El polaco Zbigniew Herbert (Lvov, 1924-Varsovia, 1998) es uno de los grandes poetas del siglo XX. “La literatura debería enseñarnos a ser sobrios, es decir, a estar despiertos”, decía Herbert. Sobrio, lo que se dice sobrio, Herbert no solía estarlo nunca (fue un gran bebedor con problemas de alcoholismo), pero despierto no dejó de estarlo ni un solo día, ni siquiera –me atrevo a decir- cuando estaba dormido. De familia de militares, muchos de sus tíos y primos fueron asesinados por los soviéticos en 1941, en la matanza de las fosas de Katyn. Durante la ocupación nazi, Herbert se enroló en las fuerzas de la resistencia del Ejército Nacional (AK), que obedecía al gobierno legítimo polaco exiliado en Londres. En esos mismos años estudió Filosofía y Bellas Artes, dos de sus grandes pasiones intelectuales. A partir de 1945, con la ocupación soviética y la instauración del régimen comunista, Herbert tuvo que ganarse la vida como contable, cronometrador en una cooperativa e incluso como donante profesional de sangre. Hasta 1956, tras la muerte de Stalin, no pudo publicar su primer libro de poemas, Cuerda de luz. Uno de sus libros más conocidos es Don Cógito (1974), en el que Herbert se inventó un personaje ficticio, Don Cógito -una especie de Monsieur Teste de Paul Valéry-, para explorar los límites de ese enigma que conocemos como realidad.
Herbert fue un hombre raro. Cuando era joven se batió en duelo, a “tercera sangre”, por una mujer a la que ni siquiera conocía pero a la que su oponente había insultado en público. La historia suena a invento de viejo gruñón que se inventa un pasado romántico, pero puede que fuera cierta. Injusto, arbitrario, irascible, malhumorado, tras la desaparición del régimen comunista insultó a sus antiguos amigos que le habían ayudado y pidió un juicio político para el poeta Czeslaw Milosz, a pesar de que éste le había conseguido trabajo en América y su primera traducción al inglés, y que incluso había dicho de él: “En rigor Herbert es el poeta número uno de Polonia, no Milosz”. Pero ya sabemos que Herbert fue una persona muy difícil. Otro poeta que le admiró, Adam Zagajewski, citó “La silenciosa amargura de los malos meses” en el poema que escribió tras su muerte, “Adiós a Zbigniew Herbert”. Por lo que parece, esa silenciosa amargura se extendió mucho más allá de los malos meses.
Herbert es autor de dos grandes libros en prosa: Un bárbaro en el jardín (1962) -recién traducido por El Acantilado-, que reúne sus impresiones de un viaje por Francia, Italia y Grecia, y “Naturaleza muerta con brida” (El Acantilado, 2008), que es una reflexión sobre la pintura holandesa del siglo XVII, aunque también es el mejor manual que conozco para entender el arte contemporáneo, y quizá también la sociedad contemporánea, tan obsesionados por la fealdad y el lujo (o lo que es lo mismo, por el delirio de la opulencia y la desmesura y el exceso).
El poema “Informe desde la ciudad sitiada”, publicado por vez primera en 1984, fue inspirado por los sucesos de diciembre de 1981, cuando el general Jaruzelski decretó el estado de guerra en Polonia para impedir las protestas del sindicato Solidaridad. Cualquier lector actual podrá comprobar el alcance universal de este poema: Tíbet, Gaza, el Sáhara ocupado, todos esos lugares reverberan de alguna forma en el poema.
INFORME DESDE LA CIUDAD SITIADA
Zbigniew Herbert
Traducción de Xaverio Ballester
© Ediciones Hiperión, 1993
Demasiado viejo para llevar las armas y luchar como los otros-
fui designado como un favor para el mediocre papel de cronista registro -sin saber para quién-los acontecimientos del asedio
debo ser exacto mas no sé cuándo comenzó la invasión hace doscientos años en diciembre septiembre quizá ayer al
amanecer
todos padecen aquí del deterioro de la noción del tiempo
nos quedó sólo el lugar el apego al lugar aun poseemos las ruinas de los templos los espectros de jardines y casas
si perdemos nuestras ruinas nada nos quedará
escribo tal como sé en el ritmo de semanas inconclusas lunes: almacenes vacíos la rata ha devenido moneda corriente martes: alcalde asesinado por agentes desconocidos miércoles: conversaciones sobre el armisticio el enemigo confinó a los legados
ignoramos dónde se encuentran esto es el lugar de su suplicio
jueves: tras una turbulenta asamblea se rechaza por mayoría de votos la propuesta de los comerciantes de especias de rendición incondicional
viernes: comienza la peste sábado: se ha suicidado un desconocido inflexible defensor domingo: no hay agua rechazamos
un ataque en la puerta este llamada Puerta de la Alianza
lo sé todo esto es monótono a nadie puede conmover
evito comentarios las emociones mantengo a raya escribo sobre hechos aparentemente sólo ellos son valorados en los mercados foráneos pero con cierto orgullo deseo informar al mundo que gracias a la guerra hemos criado una nueva variedad de niños a nuestros niños no les gustan los cuentos juegan a matar despiertos y dormidos sueñan con la sopa el pan los huesos exactamente como los perros y los gatos
al atardecer me gusta deambular por los confines de la Ciudad a lo largo de las fronteras de nuestra libertad incierta miro desde lo alto el hormigueo de los ejércitos sus luces escucho el tronar de los tambores los alaridos bárbaros en verdad es inconcebible que la Ciudad todavía se defienda
el asedio continúa los enemigos deben ser reemplazados nada les une excepto el anhelo de nuestra destrucción godos tártaros suecos huestes del César regimientos de la Transfiguración del Señor
quién los enumerará
los colores de los estandartes cambian como el bosque en el horizonte
desde el delicado amarillo de aves en primavera a través del verde del rojo hasta el negro invernal
así al atardecer liberado de los hechos puedo pensar en asuntos antiguos lejanos por ejemplo en nuestros aliados de ultramar lo sé su compasión es sincera envían harinas sacos de ánimo grasa y buenos consejos ignoran incluso que nos traicionaron sus padres nuestros ex-aliados desde los tiempos de la segunda Apocalipsis
sus hijos no tienen culpa merecen gratitud así que les estamos agradecidos
no sufrieron un asedio largo como una eternidad a quienes alcanzó la desdicha están siempre solos los defensores del Dalai-Lama kurdos montañeses afganos
ahora cuando escribo estas palabras los partidarios del pacto conquistaron cierta ventaja sobre la fracción de los intransigentes habituales las oscilaciones de ánimo los destinos aún se sopesan
los cementerios crecen disminuye el número de los defensores pero la defensa perdura y perdurará hasta el final y si cae la Ciudad y uno solo sobrevive él portará consigo la Ciudad por los caminos del exilio él será la Ciudad
miramos en el rostro del hambre el rostro del fuego el rostro de la muerte
y el peor de todos -el rostro de la traición
y sólo nuestro sueños no fueron humillados
(1984)