1.
“Baste preguntarse por la felicidad para que ésta resulte sospechosa, como si en realidad fuese una compañera voluble y caprichosa en la que nunca hubiésemos confiado del todo”.
Javier Moreno, Acontecimiento (Salto de Página, 2015)
2.
“Haz de ti un nuevo tú por amor hacia mí,
y que en ti o en lo tuyo perdure esa belleza”.
Shakespeare, Soneto X (traducción de Gustavo Falaquera)
3.
Se diría que una de las premisas que late atrás de Acontecimiento (Salto de página, 2015), de Javier Moreno, es la idea de que un acontecimiento es el resultado final de una serie de microacontecimientos. Un poco siguiendo la estela de Badiou; el acontecimiento pensado como reconstitución retroactiva de huellas y hechos, pero que, al mismo tiempo (si seguimos la idea de Edgar Morin) se constituye en pre-elemento inscrito en el tiempo y, por lo tanto, se trata de un hecho relativo de naturaleza ambivalente y no singular y local, como insiste Badiou.
Aquí el acontecimiento se cifra, por ello, tal como señalaba Abraham Moles, en un “mensaje recibido”, que se opone a la acción (en tanto que acto emitido). Dicho de otra manera, el acontecimiento se referiría a las “variaciones perceptibles de un entorno que no han sido previstos por el ocupante del centro de ese entorno”.
Lo cual no invalida que esas variaciones sean fruto de toda una serie de microvariaciones precedentes. Y esto es lo que me interesa aquí: el acontecimiento como mensaje y como suma final de rastros o estelas.
4.
Porque de lo que quería hablar en realidad es de la clausura de la felicidad que se produce en el momento en el que la belleza se desvanece. A ese tipo de acontecimientos me refiero.
Y entiendo la belleza como la verdad pura de un significado. En el sentido que le daba Eugenio Trías: en tanto que producción de relaciones, de relaciones pasionales.
Y no me refiero al arte sino a la pura vida, al hecho de que hay un momento del decir en el que aparece acontecimiento y de ahí se deriva –paradójicamente- no una acción, sino más bien el letargo de un período reflexivo que, al retrotraerse en el tiempo, toma el método de la sospecha.
Es difícil identificar el punto exacto en el que se produce la deriva última que impele el acontecimiento. Porque, además, no estoy tan seguro de que sea solo decisivo –y determinante- ese vuelco de las relaciones entre las cosas; ya que en esto, y ello se ve también perfectamente en la novela de Moreno, hay una fuerte influencia del azar y la casualidad.
En el caso del protagonistas de la novela de Moreno la respuesta a ello (la acción acaso) es el mero nihilismo y un indagar superficial –en el sentido de que es carente de emotividad- sobre los rastros del pasado.
Sin embargo, me interesa pensar aquí el acontecimiento como forma indirecta para el auto(conocimiento). Como enigma, casi como milagro.
5.
El acontecimiento pensado como hecho azaroso que conculca una idea que teníamos afianzada sobre nosotros mismos, sobre nuestro carácter y personalidad, pero que, sin embargo, resulta ser falsa. Lo cual nos obliga necesariamente a pensar dos cosas –que no por ser harto evidentes resultan de menor importancia: a) que la felicidad es una ilusión de verdad y b) que las verdades son coyunturales, precarias y flexibles. Dicho de otra manera: que nuestro tiempo contemporáneo, como bien señala Javier Moreno, muta demasiado rápido y somos incapaces de adaptarnos a él.
De ahí la necesidad de la pausa, la cesura: el rompimiento.
Nuestro tiempo está lleno de sucesos que, encadenados, producen un acontecimiento.
Y me gustaría pensar ese acontecimiento como un aparecer súbito y decisivo, al modo de la revelación, de la racionalidad. Algo que, momentáneamente, nos separa de nuestros contemporáneos y nos hace a un lado.
El acontecimiento mismo pensado como instancia de contra-verdad, por decirlo de alguna manera, y que nos enfrenta con nosotros mismos: nos obliga a tomar la decisión de desoírlo (o re-adaptarlo para que siga casando con ese yo íntimo que creemos veraz) y continuar embalados en la hipervelocidad de nuestro mundo contemporáneo o, por el contrario, nos permite detenernos un minuto (o el tiempo que sea necesario) para pensar tranquilamente.
Caso de optar por la segunda opción nos sorprenderemos de que ese espacio (auto)creado gracias al beneplácito del acontecimiento es algo que, paradójicamente, nos produce un instante de satisfacción que se parece bastante a la felicidad, pues nos produce un estado gozoso que sí, puede que sea ilusión, pero es muy placentero.
Así este post que ahora mismo tú estás leyendo.