Hay una ley no escrita en el cine y en el fútbol que
establece los derechos del actor de reparto a su momento de gloria. Un domingo
plomizo en Chamartín, a la espera de galas mayores, sirvió para que Manolo
Preciado pueda contar algún día en Torrelavega cómo truncó una racha de 150
partidos imbatidos de Mourinho jugando en casa, o lo que es lo mismo cómo el
Sporting de Gijón ganó por la mínima tras aguantar un asedio más que grande que
el de Bengasi.
La literatura (y el cine) le deben a Preciado el factor
sorpresa y, dado que fue él quien se las tuvo tiesas con Mourinho en la primera
vuelta y quien le robó también la cartera a Guardiola en El Molinón, bien
pudiera ser el enterrador de Shakespeare que se prodiga por esta Liga en la que
las dos superpotencias miran a Europa y lo demás es un rebaño de seguidores más
o menos disciplinados con el velorio.
Ya hemos dicho muchas veces aquí que faltaba competición,
que sobraban domingos y partidos, pero en el arrechucho final el aficionado se entretiene
con esta hazañas de la clase media baja, o lo que es lo mismo vuelve con el
transistor pegado a la oreja al eterno cine de barrio: alegría en Gijón y
penurias en Almería, desconcierto en Getafe y meigas en A Coruña, o lo que es
lo mismo un carrusel melancólico de quinielas más o menos fallidas.
Mientras el Barca de Piqué (y Shakira) encarrilan la Liga,
Mourinho llama a ensayo general para los dos funciones que le quedan: la Copa
del 20 de abril y la Champions a partir del martes. Desde aquí pensamos que con
su carácter ganador algo va a rascar para contento de Florentino. Del otro
lado, Guardiola se pone estupendo en la recta final: anuncia que sus días
tienen fin, pero mientras va caminando como Cristo sobre las aguas. Ayer en El
Madrigal tuvo fe en Thiago y el chaval le replicó con desparpajo, mezclando en
sus botas a Laudrup y Djalminha, aunque fueron las manoplas de Valdés las que
sentenciaron el torneo (francamente no ví las de Piqué).
Otra vez el Villareal (que no es ningún actor secundario)
dejó sensaciones buenas en un gran duelo. Del Bosque debe seguir llamando a
Borja Valero, otro centrocampista más de muchos quilates para la Roja.