El día ya empezaba mal. Situémonos. Ayer por la noche vi El sur, una película de Víctor Erice que tenía pendiente desde hace años, desde que leí el relato que lleva el mismo título escrito por la recientemente desaparecida Adelaida García Morales. Para quien no lo haya visto, no hay tiempo que perder. Es una de las mejores películas que he visto últimamente. Eso sí: no es la alegría de la huerta. Me fui a la cama pensando mucho, con esa tristeza y nostalgia que deja el relato de esa niña y de ese padre que nunca llegan a encontrarse del todo. Pero sí, repito: maravillosa película.
Pero a lo que íbamos. El día empezaba mal. Llovía, y en Barcelona ya se sabe: la lluvia lo colapsa todo. He tomado mis chocapics para desayunar y me he puesto a trabajar. Hoy tocaba la revisión de un manuscrito erótico. Ay. Y sigo diciendo que llovía, claro, y una no está para según que escenitas a las 9 de la mañana después de haber visto El sur, con un ataque de nostalgia, etc.
Josefa, la portera del edificio, ha interrumpido esa atmósfera, mezcla entre erotismo y tristeza, llamándome por el interfono.
—Nena, que aquí abajo hay un señor que te trae un paquete de Estados Unidos.
—¿De Estados Unidos?
Oigo una voz masculina de fondo.
—Sí, de Amazon.
Vuelve Josefa:
—Que me dice que tienes que pagar 41 euros. ¿Le digo que suba?
Le he contestado que claro, que no se iba a quedar el pobre señor con el paquete ahí en la portería. Intrigada –ya había descartado la opción de que alguien me hubiera hecho algún regalo romántico y que hubiera tenido la desfachatez de hacerme pagar a mi 41 euros– le he abierto la puerta a un hombre que me ha mirado con cara de circunstancias.
—Es un paquete –dice-.
—Sí. Ya, ya… pero ¿los 41 euros?
Entonces he caído: eran mis zapatillas para correr: las que había pedido la semana pasada en Amazon porque eran tan exclusivas que solo has había encontrado en una tienda de Ohio. El tipo me ha explicado que en internet no decían nada de estos “extras” y que la gente solía sorprenderse. Le he pagado, he despedido al hombre y me he metido en casa nerviosa por ver mis ansiadas zapatillas con las que iba a arreglar un poco mi vida.
El viernes se iba arreglando.
A los segundos… ¡tachán! He abierto la caja. Lo peor no ha sido ver que había marcado la opción cara de envío, esa de shipping-international-for cool hipsters, no. Lo peor ha sido ver que con las prisas por hacer el pedido me había equivocado de talla y había pedido una talla y medio menos que la mía. Gracias, Laura, por enterarte tan bien siempre de las tallas de zapatos de UK y USA.
Le he quitado la plantilla a las bambas -para agrandarlas-, he conseguido poner un pie dentro y el autoengaño me ha hecho creer que las podría llevar. La parte cuerda que queda en mí me ha dicho que aunque me vendará los pies, como les solían hacer a las pobres niñas chinas hace años, aunque la cámara de aire fuera inmensa y super cómoda, mi pie nunca iba a caber ahí. Total, ya lo he dicho: el día empezaba mal. Eso sí, son muy bonitas. Las pondré en la estantería.
Después ha vuelto a llamar por el interfono Josefa.
—¿Todo bien nena?
—Sí, sí, eran unos zapatos… pero un poco caros…
Y he escuchado que me decía con voz cantarina: Tú déjate, que la vida son dos días. Póntelos hoy y a lucirlos. Me he dicho: sí, claro, si pudiera ponérmelos… Así que he vuelto a mi despacho, mirando las bambas de reojo y me he puesto a reír a carcajadas por lo ridículo de la situación. Porque o reía o lloraba. He pensado que aquí y hoy acaba mi vida de pseudohipster: no valgo para esto. Ni para la Brompton, ni para los brunch y los tazones de Latte, ni para las nike que andan solas. A mí me sigue gustando más lo de toda la vida: las bicis normales, el cruasán con café con leche para desayunar y correr con lo primero que tenga a mano. Si es que es lo que dice mi abuela siempre: Laura, sois demasiado modernos. Pues eso. Buen fin de semana a todos.