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AcordeónAdoptados en China: españoles de ojos rasgados

Adoptados en China: españoles de ojos rasgados

 

Un abrazo largo y tendido bajo la terminal de un aeropuerto. Uno de los cientos de abrazos que dibujan estos escenarios, uno de los cientos de aeropuertos que atan cada país y sus gentes al paisaje nacional. La adopción internacional resumida en el instante del abrazo y del aeropuerto también podría describirse con la mirada cómplice de padres e hijos, cada uno nacido en una punta mundo, cada uno con diferentes rasgos físicos, pero conectados en el aquí y el ahora sin importar las circunstancias.

       José Lan nació en Fuling, un distrito enclavado en el corazón de la provincia china de Chongquing; y su mamá Inma lo hizo a miles de kilómetros, en una pequeña capital al norte de España llamada Burgos. Isabel Yinghua nació en la provincia de Xi’an; y tiene una hermana también de origen chino y dos hermanos extremeños. Pau Liu Nan es de Shijiazhuang (Hebei), y sus padres, Enric y Asun, son catalanes. Estrella Fen es de la provincia de Guangdong, y sus progenitores, Manuel y Estrella, nacieron en Extremadura. Mónica Li vivió sus primeros días en la región autónoma de Guangxi, al sureste de China, y sus papás, Nina y Jordi, son de Barcelona. Cinco historias, cinco mundos, cinco diversidades, cinco familias multirraciales unidas hoy en España.

       De pronto uno se da cuenta de que el mundo a su alrededor está cambiando. Cambia la sociedad y cambia la familia. No hay más que recorrer las calles, pasear junto a cualquier plaza o encender el televisor para caer en la cuenta de que la adopción internacional es un fenómeno visible y relevante en la sociedad occidental.

       La adopción existe desde tiempos remotos. Las mitologías griega y romana ya muestran ejemplos de acogimiento y abandono en las deidades del Olimpo. Y hasta el propio emperador adoptaba para elegir a su mejor sucesor. Hasta el siglo XIX su finalidad era asegurar la sucesión patrimonial y la continuación de linajes sin descendencia biológica. Es a partir de la Segunda Guerra Mundial cuando se extiende como respuesta humanitaria ante los menores que habían quedado huérfanos durante el conflicto bélico.

       En enero de 1997, Pau Liu Nan se convertía en el primer varón que llegaba a España procedente de China bajo el programa de la adopción internacional. José Lan aterrizaba diez años más tarde en el aeropuerto madrileño de Barajas. Lo hacía con los ojos muy abiertos, como queriendo absorber en una primera impresión todo lo que le rodeaba. La última década ha disparado el número de familias interraciales y cada ejercicio se cierran entre 120.00 y 150.000 adopciones con Occidente como destino. Cientos de miles de parejas que ven satisfecho su deseo de ser padres y cientos de miles de menores que ven cubierto su derecho de protección y cuidados.

       En la lectura opuesta, que en realidad es la misma, porque el negativo de una fotografía no deja de ser la misma fotografía, la globalización ha trasladado a la adopción internacional un discurso que adapta los esquemas más básicos de la oferta y la demanda (irregularidades incluidas) entre los países enriquecidos y los empobrecidos. “El encargo de niños desde las naciones de renta alta ha podido satisfacerse gracias a los niños disponibles en las de renta baja. Los modelos de mercado, los intereses geopolíticos y los modelos culturales están entrelazados con la adopción”, explica la antropóloga estadounidense Linda Seligmann.

 

 

La excepción española

 

Isabel Yinghua forma parte del Plan ADOP (Apoyo al Deporte Objetivo Paralímpico), un grupo que saldrá la base de los deportistas españoles que competirán en los Juegos Paralímpicos de Londres 2012. De mirada alegre, sonrisa fácil y acento marcadamente extremeño, presenta una ectrodactilia de nacimiento, una falta de desarrollo fetal de cuatro dedos de la mano izquierda. Con sólo catorce años y desde las cristalinas aguas de la piscina ha saboreado ya el aroma del oro, la plata y el bronce en distintas pruebas de los Campeonatos de natación de España y de Extremadura, compitiendo con niñas de su categoría sin discapacidad.

       Pau Liu Nan también disfruta de los deportes con sus amigos, sobre todo, jugando al fútbol, practicando skate y montando en bicicleta. “Todavía no me he planteado regresar a China aunque sí que me gustaría ir más adelante”, dice sonriente este catalán-chino. “Yo no quiero volver, aquí estoy muy a gusto. Además, no quiero estar tantas horas metida en un avión”, explica por su parte Estrella Fen.

      Son más de 13.300 los que han completado ya el trayecto China-España desde que lo hiciera la primera familia española, en abril de 1995. Su discurso es muy variado. Los adoptados quieren saber de sus familias biológicas (o no), quieren regresar a China (o no), quieren mantener el contacto con su cultura de origen (o no), tienen amistad con otros chinos adoptados (o no), sienten que no son de aquí ni de allí (o no)… cada uno es un microcosmos único, imposible de categorizar.

       La República Popular China es el destino preferido por las familias españolas a la hora de prohijar. Rigor, transparencia y seguridad son los tres sustantivos que colorean el porqué de su elección, si bien es cierto que la emisión por television del documental Las habitaciones de la muerte, realizado por un equipo de periodistas del canal británico Channel 4 con cámara oculta para denunciar la situación de los orfanatos chinos, sirvió en muchos casos de acicate para una decisión que ya estaba sobre la mesa.

        “… que ya estaba sobre la mesa”. José Lan es un niño muy inquieto de cuatro años que se divierte repitiendo todo lo que escucha. Simula que pone multas a los coches mal estacionados y para a la gente por la calle para preguntarles cómo se llaman. Todo con sus característicos ojos rasgados muy abiertos, como para no perderse nada de lo que le sugiere su nueva ciudad.

        España es por número de habitantes, junto a Suecia, uno de los países que más adopta en el extranjero: 6,8 adopciones por cada 100.000 ciudadanos. Una de cada diez adopciontes que acuerdan en el mundo tiene por destino España, según los datos de Peter Selman, investigador de la Universidad de Newcastle. España es también el segundo país que más adopciones lleva a cabo fuera de sus fronteras en términos absolutos, sólo superado por Estados Unidos, de forma que son ya más de 40.000 los menores prohijados en los últimos doce años. Paradójicamente, España es al mismo tiempo una de las naciones con la tasa de natalidad más bajas.

       El aumento de la infertilidad de las parejas que desean tener hijos, la cada vez más consolidada variedad de tipos de familias, la creciente aceptación social de la adopción internacional y el desarrollo del Estado de bienestar y sus medidas de protección social son los argumentos que esgrimen expertos como la antropóloga Diana Marre y el catedrático en Psicología Jesús Palacios para justificar esta situación.

        El exponencial incremento en el número de adopciones internacionales se detiene empero en 2005, ejercicio a partir del cual comienza un paulatino descenso que, en 2008, se convirtió en una caída en picado que afectó a casi todos los países. Los cambios en las políticas de protección de los países de origen, la mejora de la situación infantil y el descenso de los niños adoptables explican este fenómeno.

        La adopción internacional se queda a menudo en los porcentajes, que pueden tener razón (o no) pero raramente se detiene en los detalles, en la pesonalidad por ejemplo de José Lan, que no para de moverse ni un momento con su sonrisa pícara. Los números hablan de tendencias, pero poco de sentimientos y sensaciones. Se sabe que algunos adoptados tienen problemas escolares, pero ignoran que otros muchos tienen recursos de sobra para hacerles frente. “Una vez llegó Mónica del colegio y nos dijo que Rubén no quería ser su novio porque era china. Le preguntamos cuál había sido su respuesta y nos contó lo que le dijo: ‘Mira, Rubén, yo nací en China, tengo los ojos chinos, pero en China la gente habla chino. ¿Hablo chino yo? ¿Verdad que no, que hablo catalán? Pues soy de aquí’”, recuerdan Nina Queral y Jordi Ortiz, los padres de Mónica Li, de cuatro años.

       Los guarismos tienen una habilidad diabólica para organizarse en grupos inanes y subrayan a partir de comparaciones con hijos biológicos que cerca del 20 por ciento de las adopciones son problemáticas y algunas terminan incluso en ruptura. Las cifras tampoco entienden que las adopciones no duran lo mismo en cualquier parte del mundo y situación. Y si no que se lo pregunten a mamá Inma, como llama José Lan a su madre adoptive. Esperó: “Más de un año y medio muy largo, larguísimo, hasta encontrarme con mi hijo”.

 

 

La espera

 

¿Años largos y años cortos? Desde que la pareja toma la decisión de adoptar y hasta que empiezan los trámites se producen períodos de espera, pero nada comparado con la etapa que transcurre desde que el expediente queda registrado en el Centro Chino de Adopciones (CCAA) y hasta que llega la carta de asignación del menor. Una situación que ha sufrido una dilatación gradual y progresiva en el tiempo: del medio año de demora que había a finales de 2004 a los 44 meses actuales, independientemente del país receptor.

       La espera es una montaña rusa emocional, con momentos de euforia mezclados con otros más amargos. Cada semana sin noticias es una eternidad en la que nada pueden hacer las familias por acortar los plazos. “Es el momento más duro”, coinciden los padres, que buscan mayoritariamente el apoyo de las asociaciones de familias, un movimiento civil organizado para cubrir las funciones de información y formación que, entienden, no ofrece el Estado.

       Horas, días, semanas, meses y años que dan lugar a un sinfín de miedos, incertidumbres, desesperanzas y frustraciones, hastío y descontrol. “Durante 17 meses me sentí madre de alguien que estaba en China, pero que no sabía si tenía frío, hambre, si estaba bien, si alguien le arropaba por las noches o si le daba un beso. Fue un desgaste emocional muy grande. Hubo momentos en que pensé que ya no llegaba a China. Fue brutal”, recuerda Nina Queral.

        El tiempo discurre pausado, como sin prisas, hasta el punto de ebullición. Semanas antes del viaje, los padres reciben la foto y el informe. “Todo se acelera, pero sigue igual de interminable. Sabes que ya no queda nada pero todavía falta algo. Cuesta mucho”, dice Inma Pérez frente a la atenta mirada de José Lan que, una vez más, repite las últimas palabras: “Cuesta mucho”.

       Abril de 2007. Mamá Inma hace las maletas para pasar 15 días en China, el tiempo que exige la ley de adopción del gigante asiático. El encuentro es algo muy emotivo para todas las familias, que viajan en grupo para encontrarse con sus hijos y siguen emocionándose cuando recuerdan esa forma de dar a luz todos al mismo tiempo. Inma todavía recuerda la primera vez que vio a José Lan, el primer abrazo, la primera caricia, el primer lloro, la primera regañina, el primer beso.

       Esta nada que es el todo de un beso queda grabado para siempre en el corazón de las familias. Por encima de los días de angustiosa espera, de las cifras y la desesperación, la sensación de la primera mirada. Los tonos grises del camino quedan ahogados por la intensidad del momento.

        Aunque la línea recta sigue siendo la distancia más corta entre dos puntos, ese principio no se cumple en todas las geometrías y tampoco en la adoptiva, alejada de la teoría de Euclides. El beso iguala tanto como une pero no siempre es suficiente y, al principio, es frecuente que el niño sólo acepte los brazos y las caricias de la madre, mientras el marido sufre en un segundo plano los primeros días con su hija. “Mónica estuvo seis meses pegada a mí. Tanto, que iba con ella cogida del cuello a la ducha y al servicio. Intentar dejarla en el suelo y alejarme un poco eran unos gritos brutales. Al principio no quería saber nada de su padre”, recuerda Nina Queral.

 

 

China, la excepción emisora

 

En el ámbito internacional, la adopción da lugar a una variedad de relaciones bilaterales entre países, secundaria por el flujo, pero no por ello menos relevante, bajo las directrices del esquema norte-sur, receptor-emisor, enriquecido-empobrecido. La enérgica irrupción de la República Popular China en el panorama económico mundial zarandea sin embargo estos pilares, poniendo en cuestión el futuro de su programa de adopciones, así como sus políticas internas para el control de la población, entre ellas la política del hijo único.

       Más de 115.000 menores chinos han cruzado la frontera con destino a Estados Unidos, Canadá y Europa desde que en 1992 el regimen de Pekín abrió las puertas de su programa de adopción internacional. La gran mayoría son niñas, aunque el equilibrio con respecto a los varones sea cada vez mayor. Esto responde a que, en la China tradicional, las mujeres son iguales que los hombres en teoría, pero necesitan de ellos en la práctica: están supeditadas al marido, a cuya familia se incorporan con el matrimonio, quedando de este modo los padres de ellas sin descendencia y sin nadie que les cuide, un país que venera a sus mayores y en el que sólo los varones pueden transmitir el linaje.

       “Tenemos que dejar de demonizar los abandonos de niñas y enmarcarlos en un entorno de pobreza, incultura, presión y represión. Para la madre era un acto racional, lo mejor que podía hacer en sus circunstancias. Los niños en la zona rural eran la pensión de los padres. Y como sucede en muchas sociedades asiáticas, la niña era el equivalente a una carga y con frecuencia suponía la ruina a la hora de desembolsar la dote o compensación para la familia del futuro esposo”, explica la ex-corresponsal de Televisión Española en Asia, Rosa María Molló, que apunta cambios incipientes en la sociedad china.

       La opacidad que ha mostrado desde 1992 el Centro Chino de Adopciones no oculta sin embargo que, a partir de 2006, el número de asignaciones inició su marcha atrás, un drástico descenso que ha llegado al 59,6 por ciento sólo en tres años. La caída obedece a múltiples causas, entre las que sin duda figuran los cambios socio-económicos que ha experimentado y experimenta la superpotencia asiática. Sería sin embargo ingenuo basar sólo en los avances de la economía y la sociedad chinas un cambio de tendencia que supone dejar fuera a casi seis de cada diez niños adoptables.

        En septiembre de 2005 se destapó una red de traficantes de menores que implicaba a los propios directores de algunos orfanatos “y su posterior persecución obligó a muchos otros directivos a cerrar o suspender sus prácticas ilegales de compra-venta de bebés. Se trata de programas extendidos por todo el país y es el principal motivo del drástico ocaso de la adopción internacional desde China”, explica Brian Stuy, fundador de Research-China.org, una empresa estadounidense que investiga los orígenes de los adoptados en China.

        Por primera vez en la historia, un país que aspira a liderar las finanzas mundiales encabeza la lista de naciones en cuanto al origen de la adopción internacional. Por primera vez en la historia, un país que posee la segunda mayor riqueza del mundo es al mismo tiempo una de las naciones con mayores índices de pobreza. (El Fondo Monetario Internacional situaba a la República Popular China en el puesto 101 en su clasificación de abril de 2009 sobre la renta per cápita de cada Estado). Por primera vez en la historia, un país con al menos 1.350 millones de habitantes juega a ser potencia, pero a parecer otra cosa. “China no es una superpotencia ni nunca lo será… sino el portavoz más poderoso del Tercer Mundo”, explicó en un discurso pronunciado en 1976 el entonces dirigente comunista Deng Xiaoping. Sus palabras tardaron algún tiempo en ser comprendidas, pero es la misma línea que sigue el Partido Comunista Chino hoy día. “El calificativo de superpotencia incomoda a los líderes chinos, en parte por las exigencias que les pueda acarrear y, en parte, porque intentan diluir el temor que pueden despertar con su ascenso. Pero aunque no utilice el término ‘potencia’, lo cierto es que actúa ya con la confianza de serlo”, indica el director de Casa Asia en Madrid, Fernando Delage.

       El horizonte se desplaza al paso de quien se mueve y la República Popular China posee muchas llaves, entre ellas la que controla el mundo, financiero. Pero también el de las adopciones. ¿Hasta cuándo? El debate llega cargado de ingredientes socials, pero también políticos, económicos y estratégicos.

 

 

Los primeros adolescentes

 

Se trata de otro debate muy distinto, pero tiene su importancia. Isabel Yinghua y Pau Liu Nan, que forman parte de la primera generación de menores adoptados en España con origen chino, están dando ahora los primeros pasos en el mundo de la adolescencia. Viven hoy las rampas de la pubertad y lo hacen pensando en sus primeras escapadas de varios días fuera de casa, en sus primeros escarceos amorosos y en labrarse un futuro personal y profesional. “Quiero estudiar Pediatría, que por lo menos así me aseguro no tener paro. Antes quería hacer Arquitectura, pero me he dado cuenta de que la tecnología no se me da muy bien”, explica Estrella Fen, que en diciembre de 2009 cumplió 14 años y fue la primera niña de origen chino adoptada por una familia extremeña (febrero de 1997). Su forma de expresarse en nada difiere de la que podría haber utilizado cualquier otro adolescente.

       A otros como a José Lan todavía les quedan unos años para llegar a etapa, pero todos recorrerán ese camino que les llevará a replantearse su identidad. En el plano psicológico, los adolescentes pasan por una auténtica batidora emocional en la que se plantean preguntas como “¿quién soy yo?”, “¿dónde nací?”, “¿qué día?”, “¿qué lugar ocupo en mi familia?”… “Los adoptados tienen una particularidad, pues se encuentran con demasiadas preguntas sin respuesta. Son huecos que tratarán de llenar durante la adolescencia”, explica la psicóloga Montserrat Lapastora.

       Esta mañana se ha levantado tarde. Es sábado y José Lan no tiene ninguna prisa. Sigue en pijama. Por mucho que le digas que la profesora le está esperando sabe que “hoy no hay cole, ¿a que no, mamá?”, pregunta para asegurarse, antes de sacar la lengua. Hoy le toca ir de compras, así que prepara su libreta y su bolígrafo para poner unas cuantas multas de camino.

       De país de emigrantes a país de inmigrantes. De país emisor a país receptor. De país blanco a país multicolor. Cambia la sociedad y cambia la familia. Cambia España. Con la llegada a la adolescencia, los adoptados en China salen a la calle, pero no ya en compañía de sus padres, como hace todavía José Lan. Empiezan entonces a ser catalogados como inmigrantes por la sociedad nacional y como no-iguales por los propios inmigrantes, que no encontrarán con ellos más elementos de identificación que la apariencia física. Las calles y plazas les recuerdan a cada paso su color de piel, sus ojos rasgados, la textura de su pelo y sus rasgas faciales. “A simple vista no se va a notar que son españoles y este país, aunque digamos lo contrario, todavía tiende a la discriminación, con estereotipos y clichés hacia los diferentes”, dice la psicóloga Marga Muñiz.

       “Muchas veces me han llamado china, unas veces en plan cariñoso, pero otras no. Ahora me da igual, pero de pequeña contestaba. Hubo un momento en el que no me sentaba bien, pero mi madre me explicó que era como si yo les gritara español”, explica Isabel Yinghua.

       La escuela y la familia, pero también la sociedad en su conjunto, adquieren toda su importancia para hacer frente a situaciones no muy cómodas. Los cinco protagonistas de este reportaje han escuchado ya cómo sus padres encajaban preguntas que cuestionaban su proyecto de vida: “¿Te sientes capaz de ser madre de un extraño?”, “¿y los quieres igual que a tus otros hijos?”, “¿cuánto os ha costado?”. El menor adoptado tiene que enfrentarse en muchas ocasiones a esta especie de tercer grado, que llega cargado de comentarios desafortunados, de tratamientos especiales, de discriminación (negativa o positiva) e incluso del racismo explícito de algunos.

       El adoptivo es sobre todo un movimiento civil con muchas voces. Todas las historias de adopción esconden un componente de azar y de casualidad, de elección y de paciencia. Familias como las de José Lan e Isabel Yinghua, Pau Liu Nan y Estrella Fen, Mónica Li y Enzo han llegado a ser lo que son gracias a las anécdotas y a las sonrisas, pero también a los sinsabores y los tropiezos. Los adoptantes se sienten muy cómplices unos de otros, como participando en la realidad de la familia que vive al otro extremo del país. El origen de sus hijos les ha trazado un puente de diálogo que han convertido en un concurrido lugar de tránsito. “En un concurrido lugar de tránsito”, concluye José Lan.

 

 

J. Marcos / Ediciones Noufront (Rasgados)

 


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