1. Sobre perder
Un día escribiré sobre todas las cosas que he perdido y me forraré. Eso sí que será la novela del año, un auténtico page-turner, que dicen las fajas en inglés. Porque a lo largo de treinta y dos años he tenido oportunidad de perder varias cosas: bolis, cepillos de dientes, paraguas, novios, la tarjeta de crédito, el ordenador –en un avión, gracias–, libros, roscas de pendientes, amigas, trabajos, una moto. De momento los hijos no, que aún no los he tenido. La vergüenza, tampoco. Pero todo se andará.
Todo esto lo pensaba ayer mientras leía, con retraso, la columna de Rosa Montero del pasado domingo, Aprendiendo a perder. Decía: «Pero cuando digo que no nos han enseñado a perder me refiero a que el fracaso, al igual que la muerte (ese gran, inevitable fracaso de la vida), es una realidad esencial que el mundo se empeña en ocultar».
Dónde colocar la decepción: ésa es una buena pregunta.
He asistido a muchas conferencias de grandes mujeres y grandes hombres. A veces, más que por lo que han hecho, me hubiera gustado preguntarles por lo otro. Por lo que dejaron de hacer. Por lo que no les salió. Por los días que se fueron a casa pensando en tirar la toalla.
2. Sobre escoger
Subrayé este párrafo en Tan poca vida.
“Las relaciones nunca te dan lo que quieres. Piensa en todas las cosas que buscas en una persona –química sexual, buena conversación, seguridad económica, compatibilidad intelectual, gentileza o lealtad– y escoge tres. Tres, eso es todo. Tal vez cuatro, si tienes suerte. El resto tendrás que buscarlo en otra parte. Solo en las películas uno encuentra a alguien que te da todo lo que necesita. Pero esto no es el cine.”
Llevo días pensando en eso; en las tres cosas. Hago números, cábalas. Pero no termina de convencerme. Será culpa de Hollywood o de haber leído aquel párrafo melodramático –que muy a mi pesar me sé de memoria– de El amor dura tres años, de Frédéric Beigbeder. Termina así: “Un gesto tuyo y fundamos una cría de avestruces”.
3. Sobre las avestruces de Göteborg
Göteborg. Un bar y una vieja amiga. Copas de vino que valen doce euros. Y frío.
—¿No crees que la vida se vive mejor sin intensidad? –me pregunta.
Al principio asiento con la cabeza, sí, claro. De repente vuelvo a Tan poca vida, a las tres cualidades. Lo traslado a todos los ámbitos, al profesional, al personal. Cuento las cualidades y las renuncias que hay en toda elección.
Me quedo con Frédéric Beigbeder. Prefiero pensar que un día montaré una granja de avestruces, aunque cueste, aunque no sea la opción fácil.
—Yo creo que hay que ir a por todas, en todo.
Mi amiga me mira sonriente:
—Esto es cosa del carácter latino.
Miro sus pecas, esa piel traslúcida, los ojos azules casi transparentes.
—Será eso.
Misteriosamente, vuelvo al principio, a Rosa Montero, a esa pregunta: dónde colocar la decepción.
Entonces nos pedimos otra copa. Ya no hay luz fuera. Solo la de los neones del bar de enfrente. Más allá, hacia el final de la calle, se extiende un parque. Con el tercer vino seré capaz de ver avestruces, estoy segura.