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Mientras tantoAferrada a un cuenco de barro

Aferrada a un cuenco de barro


Hace algún tiempo, en uno de sus comentarios anodinos y aparentemente faltos de contexto, uno de mis superiores me recordó a través de un dicho popular chino que la estabilidad laboral de una extranjera como yo en una empresa estatal era relativa. Algunos pueden ganar mucho pero comen en un cuenco de barro, otros ganan menos pero comen en cuenco de metal. Podía ganar mucho más que mis compañeros chinos, pero no tenía el puesto de trabajo asegurado, en cualquier momento sería remplazable por cualquier otro hispanohablante nativo.

 

Eso ya lo sabía, y tampoco pretendía perpetuarme en un puesto tan desesperadamente alienante como aquél. Sin embargo, habían sido tantas las penurias sufridas en las capitales europeas, que cuidaba del cuenco de barro como si fuese un tesoro, a sabiendas de que esa decisión me estaba aniquilando espiritualmente. Pero cuán difícil es renunciar a esa estabilidad relativa, sobre todo en lo económico, para cambiar de rumbo. Cuán difícil es arriesgarse cuando no se dispone de una red que amortigüe la caída.

 

Para los jóvenes que viven independientes y no pueden o no quieren recurrir a la familia para financiar sus sueños, abandonar ese cuenco de barro es harto difícil. En China, en Tailandia, en Vietnam y en otros países de la zona se vive con poco dinero, y cumplir sueños como emprender una carrera de escritor o periodista freelance es viable. Muchos lo han hecho y aspiran a hacerlo. A menudo coincido en las cafeterías de la ciudad con otros occidentales que están preparando un libro, un reportaje fotográfico o cualquier otro proyecto creativo.

 

Entre los cientos de expertos extranjeros que han trabajado en China también se encuentran literatos y periodistas de calibre, que aprovecharon esta experiencia para consolidar su carrera profesional. A veces pienso que quizás eran otros tiempos, que la convivencia en el Hotel de la Amistad nutría su espíritu emprendedor, pero no son más que falacias. Lo sé. Hay que arrinconar ese cuenco de barro ilusorio que nubla la vista y secuestra los sueños, en China y en cualquier lugar donde los haya. Y para conseguirlo hay que ser osado, empedernido. No cabe otra.

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