Parafraseando a Dickens puede decirse que junio es para Sudáfrica el mejor y el peor de los tiempos. Fue durante junio de 1976 cuando, con el apartheid, se produjeron los penosos acontecimientos de Soweto. Y fue en junio cuando, en Johanesburgo, se reunieron diversos grupos políticos para redactar la Carta de la Libertad que reconocía la igualdad de todos los sudafricanos.
En junio arranca la Copa del Mundo, un acontecimiento que llena de orgullo a los habitantes del país. Es la primera vez que el evento tiene lugar en África y gobierno y pueblo sudafricanos piensan que va a ser una ocasión única para mostrar al planeta que su nación de 48 millones de habitantes tiene un enorme potencial, «que está llena de posibilidades», como reza el slogan. Los responsables de Pretoria lo ven como una magnífica oportunidad de diplomacia pública, de vender pujantemente su variada realidad en el exterior. Hasta su candidatura a miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU puede, piensan, verse reforzada con su despliegue y buena organización.
La campaña de imagen será fundamentalmente a través de la televisión, porque los esperados visitantes se han retraído. El millón de personas presentido se va quedar en la cuarta parte. De otros países del continente se cree que llegarán sólo unos 13.000 aficionados. Enorme diferencia con las ocasiones en que el torneo se celebra en Europa, América y, últimamente, Asia. La FIFA ha querido globalizar el espectáculo (el despegue económico africano puede traer en el futuro próximo un filón de espectadores y consumidores) y ciertos aspectos de la globalización se han visto con reticencias ha en el país: los sudafricanos se irrritan con que la mascota oficial, un leopardo, haya sido fabricada en China y con que el himno de la competición sea cantado por la colombiana Shakira. El restaurante oficial, ¡oh cielos!, es MacDonald’s.
Políticamente, el país se vigorizó cuando en 1995 ganó el Mundial de rugby. El triunfo en un deporte que era mayoritariamente practicado por los blancos unió a la nación. El momento está bien descrito, con la entrada de Mandela en el césped y su sentida felicitación al capitán del equipo en la película «Invictus», de Clint Eastwood. Ensamblado ya políticamente, hay quien piensa que la Copa del Mundo puede significar ahora el arranque económico del país. Era el sueño del anterior presidente Mbeki. Esto es cuestionable. Un tercio de la población de África del Sur gana escasamente dos euros al día. Los políticos, con Zuma a la cabeza, estiman que con la Copa esto va a cambiar. La mayor parte de los economistas, sin embargo, sostienen que normalmente un país no se enriquece con una Copa del Mundo y África del Sur no va a ser una excepción. Los sudafricanos continúan siendo optimistas. Si la pelota entra en el partido inicial contra México, en el que las trompetas «vuvuzelas» ensordecerán a los asistentes extranjeros, el júbilo nacional -¿qué tendrá el fútbol?-, hará enloquecer a una nación que se olvidará momentáneamente de que el maná soñado no era tan suculento.