La canciller alemana Angela Merkel asistió en días pasados al encuentro en que la selección de su país doblegó inapelablemente a la de Argentina. Visitó antes del encuentro al presidente sudafricano Zuma. De la reunión sólo salió la escueta noticia de que ambos países se apoyan para convertirse en miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, algo que no habrá gustado en Egipto o Nigeria, tampoco en Argelia, aspirantes todos a ese codiciado asiento y, caso de no conseguirlo, preocupados de que otro paíss de su talla lo logre.
Que Alemania se case descaradamente con Sudáfrica muestra la importancia creciente de este país en el continente y en la escena mundial. Sudáfrica, con una extensión superior a la conjunta de Francia y España, no está excesivamente poblada, tienen unos 45 millones de habitantes, pero la preparacion de sus cuadros, especialmente los blancos, sus riquezas diversas, minerales, etc., y su posición geográfica la convierten en un actor privilegiado en el tablero mundial. Su competente organización de los Mundiales de fútbol, con algún lunar, prueba que en muchos aspectos el país no responde a los patrones africanos. Es, con todo, una nación de paradojas. La primera es que es uno de los países con mayor desigualdad económica de África. El fin del execrable apartheid ha traído el nacimiento de una clase media negra, reducida aún, pero que crece. Sin embargo, las diferencias de renta entre una parte importante de la población, que subsiste con dos dólares al día per cápita, y las clases poseedoras es abismal. Alguien ha escrito que África del Sur es una sociedad de talante fluctuante, del pesimismo dominante se pasa a una contenida euforia. El cambio de gobierno del pasado año, salida de Mbeki y entrada del controvertido y extrovertido Zuma, se produjo en un momento delicado, los problemas energéticos se unían a la violencia y a la incógnita que representaba Zuma. El apoyo que obtenía de las fuerzas de izquierda, sindicatos, partido comunista… presagiaba que el capital podría dejar el país y los inversores extranjeros se retraerían. No ha sido así y momentáneamente volvieron las caras alegres.
El nuevo presidente se esforzó en tranquilizar. El primero en calmarse fue él mismo. Los cargos que se le imputaban de haber participado pocos años antes en una vidriosa operación de tráfico de armas y de haber violado a una joven amiga de la familia fueron desestimados. (El presidente no negó haberse acostado con ella, pero afirma que ella consintió). Ello estabilizó un tanto la situación política. Más tarde, mantuvo en el gobierno, como hombre importante, en el cargo de presidente de la Comisión de Planificación a Trevor Manuel, ministro de Finanzas de Mbeki y persona apreciada por la banca internacional. Zuma ha prometido que la lucha contra la pobreza será el objetivo principal de su gobierno. Sudáfrica lo necesita desesperadamente. No parece, sin embargo, que el presidente se vaya a embarcar en políticas demagógicas o insensatas.
El principal problema del gobierno es quizás haber levantado demasidas expectativas. Ganó las elecciones con un cómodo 66% de los votos y la masa negra espera resultados que no pueden llegar de la noche a la mañana. Los ingresos de los negros se han multiplcado por tres en los últimos 13 años, pero los blancos siguen ganando entre seis y siete veces más. El 98% de la población tiene teléfono móvil, pero el acceso al agua corriente, 89%, a la electricidad, 83%, o a cuartos de aseo que funcionen con normalidad, 60%, tienen aún cotas inferiores.
Las preocupaciones recurrentes en la conversación de los sudafricanos con los que hemos venido al Mundial son tres :
a) El sida. 11% de los sudafricanos mayores de dos años tienen la enfermedad. El porcentaje es pavoroso. El tiempo perdido por el gobierno de Mebki, que durante años se empeñó en tratarlo con hierbas medicinales, ha sido precioso. Ha habido un descenso esperanzador en el el número de afectados infantiles y jóvenes, pero un aumento entre las mujeres entre 20 y 30 años. La introducción de los medicamentos adecuados y el progreso económico podrían reducir la plaga.
b) La corrupción. Generalizada en el país y en todas las escalas. El periódico Sunday Times publicaba hoy dos llamativos reportajes, el primero sobre como pueden las compañías evadir clamorosamente los impuestos y el segundo sobre la alegría con que ministerios y empresas estatales han comprado entradas para el Mundial para repartir entre empeados y amiguetes. Varias de ellas se han gastado cinco o siete millones de euros en tickets, en época de austeridad.
c) La violencia. Exagerada tal vez por la prensa internacional, el despliegue de efectivos policiacos y de cámaras de televisión en zonas conflictivas ha sido espectacular para el Mundial. Las cifras, sin embargo, antes del campeonato eran alarmantes. El World Competitivenes Survey clasifica a Sudáfrica como la peor de 133 naciones a la hora de calcular la frecuencia de la comisión de delitos y dos tercios de los sudafricanos, negros o blancos, confesaban en una reciente encuesta (The Economist) que no se sentirían seguros volviendo a su barrio solos por la noche.
Los problemas están ahí. La impresión del visitante en estas fechas, si no departiera con los sudafricanos y no leyera la prensa, es otra. Arropado en la calle por numerosos policías muy obsequiosos, una población amable, que se interesa por tu país, que se esfuerza en ayudarte en la duda y te sonríe espontáneamente en tiendas y oficinas y, por último, que está entusiasmada con la selección española y con Torres, Villa, Iniesta y Casillas, la percepción es buena.