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África: la concertina y el látigo

 

Estos días, recorriendo cierta zona de la capital catalana, no pudimos ocultar nuestra zozobra cuando descubrimos a sendos nativos del África negra colocados en idéntica posición en calles distintas, pero contiguas, y en clara actitud mendicante. Ya conocen los sentimientos que afloran cuando se descubre a un hermano en supuesta extrema necesidad: la duda, el rubor, la necesidad de proveer ayuda, etcétera. Superados estos sentimientos, no pudimos dejar de asociarlo a un tema que por aquellos mismos días, y hasta la fecha, tenía entretenido a los medios de comunicación y a los activistas de los derechos humanos: la valla cortante de metal con que la España actual impide el asalto de inmigrantes africanos a la frontera de la ciudad española de Melilla, la concertina.

 

 

Atento a los ecos mediáticos y a otros hechos silenciados, no pudimos dejar de relacionar el hallazgo de la tropa de mendicantes con hechos dolorosamente tangibles de los que son protagonistas muchos ciudadanos del África subsahariana. Inmediatamente hicimos la primera pregunta, no antes de reiterar nuestra repulsa a la respuesta española ante los reiterados intentos por alcanzar aquel trozo de suelo africano con bandera española: ¿cómo es posible que hubiera gente africana todavía ignorante de la grave situación económica española y que estuviera dispuesta a poner en peligro su vida para entrar en el territorio español? Todavía en la calle, no tuvimos fuerzas para alumbrar una idea que se nos iluminaba a propósito de aquella situación: aunque el precio sea abrirme las venas, me las abro, a cambio de poder mendigar en las calles españolas.

 

Cierto, esta ha sido una apreciación en excesivo simplista de la realidad, pero la misma no nos libra de otorgar la categoría de hecho constatable el de los que se abren las venas en la frontera vallada y el de los mendigos apostados en esquinas estratégicas de muchas ciudades españolas. En aquel breve recorrido contamos, que conste, cuatro de ellos en idéntica posición. Reconocido este hecho, insistimos en nuestro asombro de que una situación que debería ser conocida, como la crisis en España, no sirva de freno a los africanos que luchan por alcanzar tierras europeas, con una cadena de resultados dramáticos.

 

El látigo aludido en el título de este artículo es la sucesión de hechos que deberían haber conformado la realidad del negroafricano, que, citados sin ninguna intención académica, son: la esclavitud romana, la trata negrera, la colonización europea, las dictaduras de líderes nativos y los enfrentamientos armados subvencionados por empresas multinacionales en pugna por el control de los recursos. Con intensidad variada para los diferentes países africanos, estos hechos deberían haber constituido el látigo que debió haber conformado el carácter de la mayoría de los negroafricanos y haberlos obligado a dar una respuesta a los hechos posteriores. Pero nuestra pública sorpresa es que cada generación de africanos nace sin las referencias históricas que marcaron a las precedentes. Nuestra impresión, juzgados con los hechos que causan nuestro asombro, es que cada africano nuevo es lanzado al mundo sin ningún tipo de conocimiento sobre lo que podría determinar o condicionar su porvenir.

 

El conocimiento que tenemos de la existencia de grupos de africanos asentados en países de Europa que luchan por su integración en distintas comunidades europeas nos hace creer que lo probable es que su actitud, por otra parte loable, tenga algo que ver con un intento de sacar provecho de su legado histórico, por más doloroso que hubiera sido. Es como si no quisieran o pudieran obtener un beneficio distinto del látigo, dicho en otras palabras. En todo caso, la asunción sistemática de un estado de inferioridad del africano respecto al europeo no tiene ninguna justificación. De la misma manera que no lo tiene este desvivir por cruzar las vallas para ingresar a una comunidad de mendigos. Y es que la situación africana no debería generar tanto número de mendigos para crear una desesperación que permita el sacrificio ominoso de 20 mil africanos en un espacio de 25 años. Para no dejar suelta esta aseveración, ponemos al descubierto el cotejo de datos de algunos países africanos europeos y africanos con dimensiones similares. Escojamos una terna de países africanos, como Gabón, Camerún y Guinea Ecuatorial. Los tres países, del África Central, suman 771.158 kilómetros cuadrados y en ellos habitan 21.900.888 de habitantes. Escojamos ahora otra terna de países europeos, Italia, Bélgica y Países Bajos, que juntos suman 373.392, en los cuales viven 87.263.943 de habitantes.

 

Si hacemos la comparación de habitantes, veremos que en estos países de Europa sobrarían todavía 65 millones de habitantes que colocar, entre los cuales muchos a los que llegaría la noticia de los 20 millones de muertos africanos que intentaron alcanzar Europa por medios frágiles. ¿Qué es lo que hace que los millones que sobran en Europa sigan en su sitio, o hagan movimientos migratorios menos arriesgados y que los 20 millones no hayan hecho un recorrido hacia el África Central, totalmente despoblado y en donde no escasean las condiciones de prosperidad? Ni el pensamiento más pesimista desaconsejaría esta pregunta o rehuiría esta reflexión. Es hora, al año 13º del siglo XXI, de iniciar acciones para responder a las preguntas y dar definitivamente con las razones por la que todavía África siga siendo un continente que lanza sus habitantes a la muerte, teniendo, además, esta necesidad alarmante de mano de obra. Tiene que ser descubierta la clave de esta inexplicable realidad, y debe constituir el motivo principal de todas estas asociaciones africanas que luchan por la aceptación de africanos en ciudades españolas, a las que debemos hacer saber que la legitimidad de sus reivindicaciones no les exime de la toma de una postura más crítica con la situación del continente de su procedencia. Además, ya no se oculta que una situación mejorada de sus lugares de procedencia aportaría un punto positivo a sus intentos de ser admitidos en otras comunidades. Porque ser admitido en las actuales condiciones de África sería por la única vía de la compasión. Y como ya dijimos hace años, la compasión no se siente por individuos de los que se cree que tienen la misma capacidad. No olviden, pues, que es la vía por la que reclaman su inferioridad.

 

Y es que en la mención del látigo nos referimos también al hecho de que existe la concepción generalizada de que detrás de la situación africana hay manos foráneas, muchas veces europeas, y con intenciones y resultados aviesos. Pero aunque los africanos sean capaces de demostrar este hecho, la insidiosa intromisión foránea en sus asuntos, es de su total incumbencia la reversión de la situación, porque si estas manos fueran amigas no hubieran usado el látigo con tanta insistencia contra ellos. El reconocimiento, pues, de una fuerza coercitiva no nos libra de incidir sobre nuestro propio destino.

 

Barcelona, 26 de noviembre de 2013

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