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África tiene nombre de mujer

Desde que vine a África, antes no
había tenido esa necesidad, intento leer todo lo que pueda tener relación sobre
este continente. Por supuesto los ‘clásicos’ (Kapuscinsky, etc) y mucha
literatura africana. A veces me cuesta leer entre esas líneas escritas por qué
tanta gente no africana acaba volviendo cuando la mayor parte de las veces lo
que están narrando es no ya el corazón de las tinieblas, sino del horror mismo.

Quiero pensar que les pasa lo que a
mí, que es por la gente que quieren volver. En mi caso no tengo dudas. Por el
paisaje, bellezas naturales, etc, es imposible. Burkina Faso es feo, pero feo
feo… Bueno tampoco quiero exagerar que como se enteren en el Mº de Cultura,
Turismo y Comunicación (¿qué cómo puede haber un Ministerio con lo que hay?
¿ah?) me expulsan del pais. Pero os puedo decir que he recorrido la mayor parte
de los atractivos turísticos que promocionan y en la provincia que penséis más
fea de España hay cosas mucho más interesantes. Por eso cuando leo las crónicas
de periodistas que han viajado por África (no he encontrado a nadie que haya
escrito sobre Burkina Faso) me da mucha envidia cuando hablan de montañas,
lagos, ríos, el mar… y tantas y tantas descripciones que me ponen los dientes
largos porque miro a mi alrededor y no veo nada de eso (Hay una novela bastante
aceptable, ‘El Caso Sankara’, de Antonio Lozano, muy
bien documentada aunque da la sensación de que el autor no conoce Burkina y
otra, ‘La Mujer en Burkina’, de Manuel Villar Raso, que no me gustó tanto).

Cuando se ponen a escribir sobre la
gente ya es otra cosa. En parte, quizás, porque suelen narrar acontecimientos
extremos en los que lo mismo puedes toparte con héroes que con monstruos y, las
más de las veces, con miríadas de mártires, víctimas inocentes de la codicia, que de esas sombras también estamos hechos los seres humanos. El caso
es que he tenido la suerte de dar con mis huesos (y con mis grasas, que en mi
caso es más apropiado) en un País de los Hombres Íntegros, y el nombre le hace
algo de justicia. Quizás no sea el país que pretendía Thomas Sankara cuando le
cambió el nombre convencido que podría implantar una revolución de hombres
honrados para hombres honrados. Y para mujeres.

 

Mi hijo, con mujeres, vestidos con pagnes del 8 de Marzo


Como él decía, cómo un pueblo puede
ser libre si más del 50% de la población no lo es. Y se puso a cambiar las
cosas y a devolverle a la mujer su dignidad, entre otras cosas, aunque sea
simbólica, declaró el 8 de Marzo (Día Internacional de la Mujer Trabajadora),
Fiesta Nacional de Burkina Faso (creo que es el único país del mundo). Así que
el lunes pasado festejamos a la mujer trabajadora (también las hay de las
otras) que es quien soporta la mayor parte del peso de este mundo.

 

Como siempre hubo sketchs teatrales,
música, bailes y desfile. Y discursos. Aquí es como el pan nuestro de cada día.
Allí, a la Plaza de la Nación de Ouahigouya, mi pueblo, nos fuimos mi hijo y yo
a compartir con las mujeres su día, como lo compartimos el resto de los días
del año, que todos son suyos. Y nuestros.

Las chicas de una escuela de costura, desfilando

 

Porque yo no creo que seamos
distintos o, mejor dicho, que no lo debiéramos ser y que todos somos iguales
sin distinción, ni siquiera de sexo. Por eso no estoy de acuerdo con las
discriminaciones positivas, porque, por principios, no estoy de acuerdo con
ningún tipo de discriminación. A veces, amigas españolas, cuando cuento la losa
que llevan sobre sus espaldas las mujeres en Burkina Faso y cargadas, las más
de las veces por todo tipo de grilletes ideológicos, me dicen que en España es
igual, que la mujer es la que todo lo trabaja, todo lo sufre… pero no saben de
qué hablan. Si como decía John Lennon la mujer es el negro del mundo, una mujer
en Burkina Faso es como ser negro del mundo al cubo.

Y, por supuesto, el baile, encabezado por una Ministra

 

Y son esas mujeres las que me
impresionaron tanto nada más llegar aquí. Con su hijo en la espalda o su hijo
en el vientre (o las dos cosas, para equilibrar pesos, y algunos más alrededor)
haciendo todas las tareas del hogar, ocupándose de los hijos, buscando leña
para cocinar, recogiendo agua, cultivando el campo, tejiendo algodón… todo cae
sobre sus espaldas, como verdaderos superhéroes. ¿Los hombres? Algunos trabajan
algo, pero no tiene nada que ver y la mayoría descansa a la sombra conversando
con otros hombres, bebiendo té, jugando a las cartas o al waré…

Son mujeres distintas, difícilmente
clasificables o me cuesta reducir su tipología de manera simple, pero cuando
llegas te quedas impresionado con ese tipo de mujer africana grande, enorme en
todos los sentidos, con una anatomía descomunal, altas, fuertes (mi tía María
del Mar hace años que me conmuta lo de gordo por fuerte), con un carácter tan
vivo y abierto y hablando tan alto y tan alegre que, de entrada, recién
llegado, acojona, pero que conforme las vas conociendo no paras de pensar que
sería la mujer ideal para sobrevivir a su lado en un holocausto nuclear. Son
mujeres de cierta edad que vivieron y creyeron las palabras y los hechos de
Sankara y se han hecho con un lugar en un país tan inhóspito como éste.

También hay otro tipo de mujeres,
más de ciudad, con ciertos modos más occidentales, por así decirlo, más jóvenes
y empapadas de la cultura que les llega por la televisión, seriales televisivos
sudamericanos (las pocas palabras de castellano que saben son por eso) y vídeo
clips musicales, sobre todo. Deslumbra la mayoría por su belleza y por lo
‘maqueadas’ que van un día y otro. A mis ojos estallaba el exotismo de la raza,
unido a esos cuerpos increíbles que saben exhibir con cuatro mimbres. Aquí la
escala de valores para una mujer es muy distinta de lo que estamos acostumbrados
en el otro mundo, pero los vestidos, peinados y adornos están por delante de la
alimentación y la salud. Quizás no son mujeres para sobrevivir a un holocausto
nuclear pero son unas maravillosas mujeres para compartir un buen pedazo de la
vida.

Y hay otro tipo de mujeres, las
aldeanas, que reúnen un poco de todo. No son gruesas ni esclavas de la belleza
(tampoco pueden). Capaces de hacer todo tipo de trabajos y de sacar adelante
una familia de 5-10 hijos, con ese encanto especial que encuentras en unos ojos
en los que ves el secreto de la vida y de la supervivencia. También de la
alegría de vivir, de las pequeñas cosas. De la capacidad de ser feliz con nada,
con las cosas más nimias. Analfabetas, la mayoría, de libros y letras, aunque
con ganas de aprender, pero sabias en tantas cosas… Mujeres ideales para
sobrevivir a un holocausto nuclear en una isla desierta. Al menos, si pudiera
elegir, sería con las que me gustaría irme.

Otra cosa es que aceptaran a un
inútil como yo, que ya no valgo ni para reproducir la especie.

 

GALERÍA DE RETRATOS DE JAVIER NAVAS

 

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