Este post empieza con un gran WTF.
WTF (What the fuck): vulgarismo inglés, frecuentemente usado en chats y foros para mostrar estupefacción o asombro (o, en ocasiones, desacuerdo), y cuya traducción al castellano podría ser: «Pero qué coño», «Qué jodidos» y latinoamericano como: «qué carajos» o «qué rayos». [Wikipedia]
Estaba yo en en el salón de actos de la Facultad de Ciencias de la Información, en la Universidad Complutense, y el chico que estaba sentado a mi derecha lo dijo: «Te buscaré en Facebook». Tenía a apenas quince metros a Zeineb Toumi, que se decía una tunecina feminista. Desde el salón de su casa, se entiende. Desde su perfil de Facebok, donde trata de informar sobre la realidad del país. Activismo 2.0.
Y el chico en cuestión, que pronto iba a viajar a algún lugar de África, quería informar desde allí. Así que pedía consejo. Zeineb se ofrecía a darle contactos, a ayudarle. Y él: «Sí, sí, te buscaré luego en Facebook». ¿Es eso el periodismo 2.0?
El acto lo había convocado Casa África, que abandonó por un día su sede en Canarias para presentar en Madrid el cuarto de sus ‘Cuadernos Africanos’: ‘Comunicación. Si hablas de nosotros…’, un librito con once artículos escritos por once periodistas africanos que tratan destripar la realidad del continente frente a los estereotipos de la prensa.
Los periódicos, siempre los malos de la película. Ya se sabe que Twitter es más sexy. Y eso que la sala estaba repleta de periodistas. Varios responsables de la comunicación de oenegés; Alberto Rojas, de ‘El Mundo’; Nico Castellanos, de la SER; Lola Huete Machado, de ‘El País’; Cristina Saavedra, de La Sexta… y Felipe Sahagún. En tu propia graduación, incluso en tu redacción, en cualquier tertulia, en las páginas de ‘El Mundo’ o algún periódico extranjero, en la Casa Árabe si te da por acercarte… Felipe Sahagún, a veces, me da miedo.
La charla no ganó interés hasta que estos tomaron la palabra. Aunque suele haber un inconveniente cuando se juntan muchos periodistas: la conversación siempre termina en lo mal que se encuentra la profesión. Es inevitable. Sobre todo, si se trata de la información relacionada con África.
Las oenegés comentaban que solo pagando los viajes conseguían llevarse a periodistas consigo. Y no siempre. Nico Castellanos se lamentaba de la falta de medios y de interés de las empresas editoras: «No es por llorar, es solo situar la realidad». Lola Huete Machado celebraba la entrada de internet, un medio sin limitación de espacio, que tantas veces le ha frustrado. Pero de nada sirve tener espacio sin historias que contar. Eso lo digo yo.
Y Alberto Rojas: «Hemos pasado de históricos como Alfonso Armada contando el genocidio de Ruanda y ‘Gerva’ Sánchez a esto. No ha habido término medio».
Alfonso Armada, autor de un libro precisamente titulado ‘Cuadernos Africanos’, como la razón que nos había juntado allí a todos. Este periodista, ahora entregado a la formación de jóvenes ‘plumillas’, cuenta que conoció a Gervasio Sánchez en el cerco de Sarajevo, donde se hicieron inseparables: «En noches de furia artillera muchos colegas bajaban a la antigua discoteca, que hacía las veces de búnker. Si [nosotros] no lo hacíamos no era por ir sobrados de coraje, sino por enfriar el termómetro del miedo».
Entre esta primera experiencia con la muerte y la guerra, de las que nada sabía, y su corresponsalía en Nueva York para ‘ABC’, estuvo cinco años viajando por África para ‘El País’. Ya entonces, por 1994, él, un «histórico», no podia entender cómo «el periódico más influyente de España apenas prestaba atención a África».
Entonces Ruanda golpeó los escritorios de los redactores jefes, que decidían si el sufrimiento de miles de personas merecía ser contemplado.
Allí que lo mandaron. Y durante cinco años recorrió el África Subsahariana hasta que Nueva York lo llamó. Su director había decidido que ‘El País’ no era «‘Le Monde’ o ‘The New York Times’ para tener ‘una persona dedicada a África'». Cinco años en los que, dice, aprendió a equivocarse menos. Escribió cosas como estas:
Los bombardeos comienzan temprano. Es la mejor manera de recordar al contrario que el enemigo sigue ahí, agazapado, dispuesto a seguir el combate. Pero los cuervos parecen acostumbrados. Sobrevuelan los montones de basura que custodian en el aeropuerto de Kigali. [La paz de los cuervos reina sobre Ruanda]
La frontera entre Zaire y Ruanda, en la aduana de Goma, es una alfombra de balas, zapatos huérfanos, libros desventrados y granadas que no alcanzaron su objetivo, cuidadosamente apiladas por los guardas de fronteras zaireños. [Retorno a Kigali]
En las salas y pasillos del hospital Josina Machel, el mayor de Angola, las víctimas de la guerra, y entre ellas los mutilados, yacen por decenas en pasillos mal iluminados. Sombras silenciosas de un país hermoso y martirizado. [Herencias de una guerra africana]
Y:
«Igual que los dinosaurios no supieron adaptarse al cambio climático, los africanos no nos hemos adaptado a la nueva era tecnológica, y por eso estamos condenados a extinguimos». [Dinosaurios en Ruanda]
El discurso que ahora repiten con angustia los periodistas ya lo mantenía Antoine Nyetera, un pintor, escritor y alfarero pesimista. «África está habitada por una raza condenada a desaparecer», repetía. Hoy, el llamado continente olvidado es el continente de la esperanza.
Un puñado de periodistas se esfuerza por no perderse este renacer. Pese al terremoto en los medios de comunicación –o precisamente por él–, Eduardo S. Molano se marchó a Nairobi para escribir en las páginas de ‘ABC’. Xavier Aldekoa se recorre el continente en autobuses destartalados para firmar en ‘La Vanguardia’. Por la zona andan también José Miguel Calatayud, Júlia Badenes, Javier Triana…
Nadie habló de ellos en el acto organizado por Casa África. Quién sabe: quizá dentro de unos años, mientras sigamos llorando, ellos serán los históricos.