A veces hago una lista con mis barrios favoritos de España y el Albayzín siempre queda el primero.
*
Viví en el Albayzín un mes, cerca de la Plaza Larga.
Fue hace años.
Recuerdo las calles estrechas y curvas, oler el jazmín y las buganvillas, oír las guitarras y las motos, ver borrachos.
Una noche, en una plaza con naranjos, alguien se acercó y me dijo si quería colarme en la Alhambra, al otro lado del Darro, pagando poco. Él sabía cómo.
–Preferiría entrar sin ser visto en el Albayzín.
–Pero ya estamos aquí.
–Y ya hemos llegado.
Dije.
Otra noche, una joven de Granada se acercó y me preguntó si quería pasar la noche con ella, besarnos, tocarnos, acabar en su casa.
–¿Pero dónde vives?
–En el Realejo.
–Aunque eso no esté en el Albayzín.
–No. Queda bajando. A los pies de la Alhambra.
Por la mañana, recuerdo, de vuelta al Albayzín, sentí la necesidad de contemplar el barrio desde lo alto y abarcarlo.
Subí.
Desde arriba vi el viejo palacio y el barrio de dédalos, España a lo lejos, un perro muy cerca.
Descansé.
Y una última noche, a solas, recorriendo la calle Blanqueo Nuevo, buscando Blanqueo Viejo, descubrí un local oscuro donde un grupo de personas veía la televisión en lo alto.
Me asomé.
Estaban reunidos ante una película, Blue Collar, de Paul Schrader.
Cuando entré recordaban la escena en la que el blanco, Harvey Keitel, observa el otro lado desde Detroit.
–Quizás me vaya a Canadá, no estaré peor allí.
Me quedé con ellos hasta el final.
Al final volvimos al.
*
Debo reconocer, sin embargo, que no hay nada como pasear de noche por los interiores de la Alhambra antes de que amanezca, junto a la luz de pequeñas linternas, para no levantar sospechas.
Cuando comienza a hablar nunca sabemos adónde vamos a ir a parar. Acompaña nuestros pensamientos, nos obliga a llevar nuestra reflexión lo más lejos posible.
Nuestras riquezas, Kaouther Adimi