En el bulevar Gógol de Moscú, el palacete que en tiempos perteneció al comerciante y mecenas de teatro Zimín alberga el Club Central de Ajedrez de la URSS. Sus miembros se dividen entre maestros, grandes maestros y ajedrecistas de primera categoría, y en total suman cinco mil.
Los clubes provinciales los integran ajedrecistas que no son maestros: son cuatro millones. Los ajedrecistas no afiliados y seguidores de este juego quintuplican ese número.
En el vestíbulo del club hay una exposición. La preside una fotografía de Lenin jugando al ajedrez con Gorki.
Unas gráficas muestran cómo ha ido creciendo el interés por el ajedrez en la Unión Soviética. Antes de la Revolución había cinco mil ajedrecistas, en 1933, trescientos mil, en los años cuarenta, se produjo un salto vertiginoso. Desde entonces, las estadísticas manejan cifras millonarias.
¿Quiénes juegan al ajedrez? Al Club Central pertenecen el director de orquesta del Teatro Bolshói, un director clásico del cine soviético, un dramaturgo del Teatro Sovreménnik, el director del Instituto de Metales Raros, un escritor…
—Pero también hay gente sencilla –afirma el director del club.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo, ingenieros.
—¿Y más sencilla aún?
—Bueno…, creo que más sencillos que los ingenieros ya no los hay. Ah, perdón. Sí. Un koljosiano. Oye, ¿cómo se llama ese koljosiano nuestro? Ese que viene con botas de goma.
—Shevojin.
—Eso, Shevojin. El pastor. Le doy mi palabra, señora, de que es pastor. Tiene hechos siete cursos de primaria. Gracias al ajedrez empezó a leer libros sobre el tema, después libros sobre otros temas, y ahora le empieza a gustar la música. El ajedrez contribuye al desarrollo del ser humano de una forma increíble. ¿Y que por qué sigue viniendo al club con sus botas de goma? Por destacar.
“Bajo el influjo del ajedrez los seres humanos se desarrollan, y entonces dejan de ser obreros. Había, por ejemplo, un fogonero de barco, un herrero y un mozo de cuerda. El herrero se convirtió en gran maestro y activista sindical. El fogonero, en maestro: ahora viaja al extranjero, no trabaja y recibe una asignación del Estado. El mozo de cuerda ya estudia a distancia”.
El ajedrez es una compensación
El gran maestro Averbaj, redactor jefe de la revista Ajedrez en la URSS, señala que el ajedrez es a menudo el juego de las personas que tienen alguna carencia. Incluso entre los miembros del Club Central hay cuatro ciegos y varios tullidos. En la aldea de Perlóvskoye vive el ajedrecista Borís Pugánov, que en la guerra perdió las dos manos y los dos pies. Primero pensó en suicidarse. Al convertirse en un eminente ajedrecista su vida ha recuperado el sentido: aconseja a sus paisanos, es una autoridad entre los jóvenes, su casa está repleta de relojes de ajedrez y mesas con tableros donde analiza las partidas que juega por correspondencia. Durante días enteros va de una a otra mesa, piensa y mueve las piezas con los muñones de las manos.
El ajedrez es una fuente de prestigio
El prestigio de un destacado ajedrecista solo se puede comparar al de un científico o al de una prima ballerina del Bolshói. El ajedrez –jugado al nivel de un Spassky o un Tal– es considerado un juego intelectual. No es el brutal boxeo ni el plebeyo fútbol. Los ajedrecistas destacados dudan, en sus intervenciones públicas, entre definir el ajedrez como “ciencia” o como “arte”. Ambas definiciones son muy atractivas y confieren a ese juego un aire de nobleza.
Mientras se desarrollaba el encuentro por el título mundial (ante el teatro donde se celebraba se había congregado una multitud de varios miles de personas y ante el club del que salían los ajedrecistas rumbo al teatro se paralizaba el tráfico por completo), la prensa informaba de este modo:
¡Pisa la tierra patria vertida sobre la acera! ¡La han traído de Armenia los compatriotas de Tigrán! (Se trata de Petrosián).
Y he aquí que todo el mundo se abalanza sobre la puerta de salida. Se oyen aplausos. Por la esquina aparece su Volga, que lentamente se dirige hacia la calzada. (Se trata de Spassky).
No hay duda de que el enfrentamiento será dramático. Borís cuenta con todas mis simpatías. (Declaración de Yuri Fokin, comentarista político de la Radio Pansoviética y la Televisión Central).
No habrá tablas. (Declaración de A. Talánov, miembro de una brigada de trabajo comunista y forjador en la fábrica Mosselmash).
¿Es altivo Borís Spassky? No me atrevería a afirmar tal cosa. ¿Acaso se puede decir que la reina de Inglaterra es altiva debido a su realeza? Ella simplemente es una reina. Y Borís Spassky simplemente es Borís Spassky.
Si los destacados ajedrecistas soviéticos quisieran sacar partido de su posición, su vida sería incomparablemente más fácil que la vida de los demás soviéticos.
Mijaíl Tal, antiguo campeón mundial de ajedrez, cuenta que no existía apuro del que no pudiera sacarlo su apellido. En cierta ocasión lo detuvo la policía: era de noche y estaba con una muchacha muy joven en la sala de espera de una estación. La muchacha dormitaba porque no tenía dónde dormir: había venido desde Riga para animar a Tal, y Tal, sentado a su lado, reflexionaba sobre la partida aplazada. Cuando los llevaron a comisaría, resultó que tenían que esperar porque el camarada comandante estaba muy ocupado. El comandante estuvo ocupado durante varias horas, y cuando finalmente Tal irrumpió en su despacho, se lo encontró sentado ante un tablero con la partida inacabada de Tal del día anterior. Acto seguido, el propio comandante le hizo la cama, le preparó la cena y reprochó a la sospechosa joven que hiciese perder al gran maestro su precioso tiempo.
El ajedrez es una medicina
Desde hace poco se emplea en la psiquiatría soviética. Facilita el contacto del médico con el enfermo, así que se fomenta tanto entre médicos como entre pacientes. Tiene una aplicación singular en el caso de la esquizofrenia. Los enfermos son reacios a entablar contacto con el entorno, y el ajedrez les sirve para abrirse y mostrar sus reacciones, emociones y manera de pensar. El ajedrez es uno de los métodos de diagnóstico, y en ocasiones se convierte incluso en medicina. Mijaíl Tal cuenta una historia al respecto. (Sus amigos afirman que las historias de Tal son auténticas). Un médico psiquiatra le pidió que jugara una partida con un paciente cuyo único síntoma era considerarse el mejor ajedrecista de todos los tiempos. Decía que había ganado tanto a Alekhine como a Capablanca.
—Es necesario –dijo el médico– que alguien lo derrote.
Invitó al enfermo y a Tal a su despacho. No reveló quién era Tal. Dispuso las piezas. El enfermo retiró del tablero unas cuantas para dar ventaja a su contrincante.
—No, no –protestó Tal–, déjelas.
Tal jugó sin prestar demasiada atención, y, cuando quiso darse cuenta, ya era demasiado tarde. Perdió.
—Bueno, no se preocupe –dijo el otro–. Para ser un diletante no juega usted tan mal.
En 1961 Tal era campeón del mundo de ajedrez. De su contrincante no había oído hablar nadie, con excepción de los médicos del hospital psiquiátrico de Riga.
—Juguemos otra vez –pidió Tal nervioso.
“En mi vida –cuenta– había jugado con tanta tensión. No me había tomado tan en serio ninguna de las partidas del campeonato del mundo. Y ninguna me costó tanto ganar…”.
Al cabo de unas semanas, el paciente fue dado de alta del hospital. Con motivo de los aniversarios de la Revolución, en Riga se organizan torneos públicos de ajedrez en los que participan maestros. En uno de ellos Tal vio a su paciente. Le pidió jugar una partida. Hicieron varios movimientos.
Tal se quedó de una pieza. Su contrincante jugó de manera insulsa, mediocre y anodina. Y Tal comprendió: ese hombre ya se había curado.
El ajedrez es un método pedagógico
Jugar al ajedrez influye de manera fantástica en el desarrollo personal. Enseña lógica, precisión, capacidad de previsión y disciplina de pensamiento. Estos valores del ajedrez se intentaron aplicar a la enseñanza. En varios cursos de la escuela primaria de Moscú, Leningrado y Melitópol se empezó a dar clase de ajedrez a los niños, cosa que dio un excelente resultado. Los niños que juegan con regularidad se desarrollan mentalmente más deprisa, aprenden con más facilidad que sus compañeros y rara vez repiten curso. En Pavlysh, en el instituto dirigido por Vasili Sujomlinski, el ajedrez es obligatorio para todos los jóvenes sin excepción. “Sin ajedrez es imposible imaginar un desarrollo normal del intelecto y la memoria del niñ”», solía decir Sujomlinski, el pedagogo contemporáneo más destacado, comparable a Makárenko y Korczak.
El ajedrez sirve a veces como pretexto para analizar una obra literaria. El gran maestro Averbaj llevó a cabo un análisis del poema ‘El ajedrez’, de Jan Kochanowski. Afirmó que versaba sobre el primer Torneo de Candidatos de la historia (se trataba, como recordarán los lectores, del torneo entre los pretendientes a la mano de la princesa Anna). A continuación, basándose en el relato poético, reconstruyó el transcurso de la partida, que empezó con el movimiento de peón d2-d4, a lo que las negras respondieron con d7-d5… La partida no concluyó el primer día, así que, según Averbaj, Kochanowski, cual comentarista experimentado, analiza con detalle la partida aplazada para que los seguidores puedan valorar las posibilidades de cada bando. El mismo Averbaj describe minuciosamente esas posibilidades y presenta dos opciones de jaque mate nada desdeñables… Finalmente, defiende a Kochanowski de sí mismo, quien confiesa que ha tomado prestado unos versos del poeta italiano Vida. De forma que Averbaj analiza este segundo poema para concluir que el jaque mate con rey y torre que, según Marco Girolamo Vida, dio el dios Mercurio a Apolo, es un mate simplón, mientras que el final de Kochanowski alcanza un gran nivel ajedrecístico. Lo cual, según el gran maestro soviético Yuri Averbaj, excluye toda posibilidad de que Jan Kochanowski imitara a Vida.
El ajedrez es una oportunidad para la economía
Las tareas a las que se enfrenta un ajedrecista tienen mucho que ver con los principios de la economía: la eficiencia en los métodos, el ahorro de recursos, etcétera. Se pueden enumerar muchas más analogías como estas. Esto significa que si se construye una máquina que solucione eficazmente los problemas del juego del ajedrez dicha máquina será útil para dirigir la economía.
La dificultad radica en cómo programarla.
Hasta la fecha, han sido matemáticos quienes han trabajado en esa programación. También ellos han sido los responsables de preparar la máquina que jugó al ajedrez con la máquina norteamericana. Ese torneo se llamó el “encuentro del siglo”: dos partidas terminaron en tablas y otras dos con victoria soviética. Sin embargo, el nivel de juego fue bajo, cosa que los ajedrecistas achacan al hecho de que no fueran invitados a colaborar.
Actualmente, en el programa de la máquina matemática que juega al ajedrez, trabaja el mismísimo Botvínnik, varias veces campeón del mundo, junto con el matemático de Akademgorodok de Novosibirsk Vladímir Butenko.
La máquina programada según su método juega ya al nivel de un ajedrecista de primera categoría, así que mucho mejor que las máquinas que participaron en el encuentro del siglo. Botvínnik prevé que dentro de un año solucionará todos los problemas y la máquina será capaz de vencer al ajedrez a cualquier persona sin excepción.
Como en cualquier otro entorno que se aproxima a la total automatización, una gran consternación ha hecho mella en los ajedrecistas.
—¿Significa eso acaso que el juego entre personas perderá su razón de ser? –preguntaron a Botvínnik en una reunión del Club Central.
—Qué va –aseguró–. Todo lo contrario. El juego será aún más interesante.
La máquina será capaz de desvelar muchas soluciones nuevas e interesantes que hasta ahora escapaban al ser humano.
El ajedrez es una pasión noble
Borís Spassky sabe cosas del ajedrez que jamás sabrá la máquina mejor programada.
—En el ajedrez –me contó– se puede encontrar de todo. Si a alguien le gusta ganar y en la vida no tiene posibilidades de hacerlo, por fin podrá resultar victorioso. Si alguien tiene imaginación, podrá crear en el tablero todo un mundo. Si alguien quiere huir de la vida real, ese mundo del tablero podrá convertirse en el destino de esa huida. Me alegro de jugar al ajedrez, y creo que nunca dejaré de hacerlo.
“Cuando en agosto de 1968 estuve en Estocolmo, participé en una exhibición de simultáneas en los jardines reales. Había allí escritores, artistas, tenistas…, la élite sueca. Jugué en público con una destacada estrella de Hollywood. Un imperativo publicitario. De la estrella, por supuesto.
En aquellos jardines reales, y en general en toda Suecia, me recibieron con extraordinaria cordialidad. Extraordinaria. Fue en agosto.
Me alegro de jugar al ajedrez.
Al contrario que la cibernética, la genética o la sociología, jugar al ajedrez siempre ha estado permitido. Al contrario que en la historia, nunca hubo terrenos resbaladizos. Al contrario que en la pintura, no hay cabida para la abstracción.
Me alegro de jugar al ajedrez.
En el ajedrez existe la libertad, aunque dentro de unos límites perfectamente definidos. Esos límites no son sino el movimiento del contrincante. El ajedrez nos da libertad de elección. Es cierto que dentro de un marco perfectamente delimitado, pero ese marco lo delimitamos solo nosotros, mi contrincante y yo, nadie más.
Me alegro muchísimo de jugar al ajedrez”.
Este fragmento pertenece al libro Al este de Arbat que, con traducción de Ernesto Rubio y Agata Orzeszek, ha publicado la editorial La Caja Books.
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