Lo que vamos a decir lo hemos dicho muchas veces, de formas tan parecidas que ya cansa. Y acudimos a la reiteración porque los que leen todos los días, estando donde están, no lo quieren entender. Escribimos desde Guinea, para que no salte ninguno a decir que quien invita a la fiesta espera cuatro calles abajo. Los hechos de los tiempos nuevos causan mucha confusión y es necesario que los nuevos, o los que se acaban de incorporar, sepan lo que tenemos entre manos.
Lo primero que hay que saber es que, para los que mandan, todo está decidido, y bien decidido. Lo segundo que hay que saber es que los pocos que andan en su compañía, incluso en su comitiva, también sienten que nada se puede hacer para arrancar al país de la situación en la que está. Hablamos de lo que en términos equivocados llamamos democratización de Guinea Ecuatorial. Y también de la llamada oposición. Para democratizar un sistema político, primero se tiene que lograr que sus hombres sean libres. Y la gente no es libre en la no-república de Guinea. Obligado por la contingencia internacional, y por los grandes cambios que han sufrido muchos países similares al nuestro, Obiang se ha abonado al maquillaje y los cuatro o cinco personas que todavía creen en su capacidad democratizadora se han asentado en este seguidismo que nos llevará al segundo desastre histórico. Entonces es hora de actuar. Tenemos que hacer algo, y no confiar en que nuestras lastimeras quejas nos darán una solución.
La vana creencia en las dotes democratizadoras del general-presidente nos ha llevado un vergonzoso estado en que somos el único país con más instituciones per cápita, y cuando todavía no hay ningún sitio en que se atiende una queja menor sobre malos tratos. La sinrazón es tanta que traspasa nuestras fronteras.
Señores guineanos: Este asunto no es de un partido político, y uno solo de ellos, con las limitaciones que tienen de por sí los políticos para entender las cosas, no basta para abordar todos los problemas pendientes. Y la razón es que la tentación de ir del brazo del dictador no es poca. Señores guineanos, debe estar cerca el día en que muchos lloraremos, y desde lejos, por depositar la confianza en unos pocos, o durmiendo en la esperanza de que todo se salvará si algunos se equivocan. Además, echar la culpa del cumplimiento de los vaticinios a los que sobreviven al amparado de los deseos del dictador no es una solución. No es lo que necesitamos.
Estemos donde estemos, busquemos soluciones conjuntas para luchar por nuestra dignidad, para alcanzar un derecho humano básico, la libertad. Y que conste, y que quede bien registrado en la memoria de todos, no es por el regreso de un líder victorioso por el que claman los guineanos que gimen bajo las botas de la sinrazón del clan de Obiang. En Guinea, que conste otra vez, todavía no se puede elegir, todavía hay muchas etapas que quemar para que cada ciudadano elija al líder de su preferencia. O sea, no se sufre en Guinea porque tal o cual partido no es el que está en el poder, o porque tal o cual líder querido sigue en el exilio. Se sufre porque no hay libertad, y debería de haberla aunque no hubiera ningún líder político que sobresalga sobre el resto.
Que no podamos hacer nada, pero que trascienda al campo de las opiniones nuestro deseo de ser aupado a no sabemos qué poltrona, es un síntoma de que pocas cosas mejorarían si lo conseguimos. En todo caso, es una obligación para todo guineano arrimar el hombro para alcanzar la dignidad en Guinea Ecuatorial. Y sí, no hacerlo es prueba suficiente de que se alaba lo que se hace ahora desde la cúpula del poder que coarta nuestras vidas.
Malabo, 16 de julio de 2013