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Igual que en cueva o castillo mágico | todo iba a cambiar en aquel sitio | todo iba a cambiar porque en el sueño | las cosas imposibles ocurren fácilmente.
José Agustín Goytisolo
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fuese un alarife sabio | que edificara al compás
Jorge Guillén
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Hubiera querido ser arquitecto, no estudiar periodismo, no tener la cartera y el cajón llenos de carnés de bibliotecas.
Llevar a cabo, construir, alzar, distribuir, aprovechar el sol y la lluvia, sostener, no cayese, no se cayese.
Que sirviera a otros, un lugar, unas paredes, calles, unas habitaciones, unas vistas, ventanas, unas puertas abiertas útiles con alféizares elegantes.
Construir y que estuviese ahí.
No esto de escribir perfiles de aire como Cernuda.
Reconquistas julianescas como J. Goytisolo.
Entonces salgo de casa, tiro algún libro por la ventana o dos, y voy a ver y vivir una obra de arquitectura interesante.
Mientras quisiera estar en la mezquita de Córdoba o el Le Corbusier de Berlín, coger el metro de Oporto de Souto de Moura.
Recorrer los trazados urbanos de Venecia, Albayzín o el Casco Vello de Vigo.
No imaginar la torre Eiffel (o las Torres Blancas de Oiza) al revés, sostenida sobre una aguja solo en palabras e imposible, cayéndose
caída.
Al fin y al cabo.
Igrexa de Navia (1969), Antón Román Conde
Cómo llegar: en autobús
Qué llevar: nada
Cómo volver: lloviendo (es decir, en nube)
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