Suena This magic moment,
de Lou Reed
En el último número de la edición española de la revista So-Film en el que se habla, muy especialmente, de los creadores de las series de televisión, o si lo prefieren los ahora llamados showrunners, la directora Lesli Linka Glatter, una de las mejor consideras en el ámbito televisivo, con participaciones en series como Mad Men, Policías de Nueva York o Homeland, recuerda de forma divertida una anécdota relacionada con David Lynch. En uno de los capítulos de Twin peaks dirigidos por su este, había una escena en la que dos personajes hablaban cara a cara y en medio de los dos, encima de una mesa, y sin el más mínimo motivo ni sentido, había una cabeza de alce. La por entonces aprendiz Lesli Linka Glatter, para quien la presencia de esa misteriosa cabeza de alce dotaba de una extraña simbología a toda la escena, acudió al siempre enigmático pero afable Lynch para preguntarle cómo se le había ocurrido colocar aquel objeto ahí. La respuesta escueta, pese a la sorpresa, fue: “Pero si la cabeza de alce ya estaba ahí”.
La anécdota, me hizo recordar otro momento memorable cuando José Luis Guerin visitó Palma para presentar esa maravilla que es Tren de sombras (1999) y participar en un coloquio junto al por entonces –permítanme que preserve su anonimato- profesor de Historia del cine de nuestra maltrecha U.I.B. en torno a su película. Avanzada la charla y con la audiencia entregada a la oratoria de Guerin, siempre tan diáfana y lúcida a la hora de hablar de cine y tantas otras cosas, el susodicho profesor inició una disertación, compleja, como lo suele ser todo lo concerniente a la semiótica, aunque perfectamente argumentada, sobre lo que representaba la aparición de una inocente oveja en una determinada imagen. Llegada la conclusión, que nos dejaba a todos los espectadores ensimismados como corderos, llegó el momento en que Guerin, el responsable de esa imagen, asintió sin más: “Bueno, -ligera sonrisa- la oveja estaba allí.”
En su despedida del cine, el fallecido maestro Alain Resnais incluía por dos veces en Amar, beber y cantar (Aimer, boire et chanter, 2013)la imagen de un topo –ni siquiera uno auténtico, sino uno manifiestamente artificial, como lo es toda la puesta en escena de la película- que asomaba la cabeza y observaba sin que pudiéramos saber muy bien si su mirada ciega se dirigía a los personajes, sumidos en sus conflictos emocionales y existenciales a raíz del anuncio de la inminente muerte de ese personaje ausente llamado Riley, o si se dirigía a los espectadores, como convirtiéndose, el intrusivo topo, en un espejo de ellos mismos. Sí, claro está, no han faltado las interpretaciones, las teorías, pero quién las quiere cuando estamos hablando del responsable de ese maravilloso y fascinante enigma que es El año pasado en Marienbad (L’annèe dernière à Marienbad, 1961) . Una cosa está clara, el topo no estaba allí. Sin embargo, sobran las respuestas.
Llevo algunas semanas, de forma algo esporádica, recuperando parte de la filmografía de David Lynch. Reivindico de paso una película, irregular sí, pero tan intensa, brutal y atrevida como Corazón salvaje (Wild at heart, 1991) Y de paso también me aventuro de nuevo por las mismas carreteras perdidas de siempre por las que desorientarse hasta acabar en un laberinto sin salida, como lo eran los pasillos, y el relato, de Marienbad. Sigo los pasos de Fred Madison, protagonista de Carretera perdida (Lost Highway, 1997), víctima de esa fuga psicogénica que le lleva a perderse en una cinta de Moebius. Y yo también me pierdo en ese rompecabezas al que le faltan piezas, o le sobran, pero que de nuevo intento reconstruir, intento darle sentido, aplicarle una lógica pese a ser consciente previamente que cualquier espectador está condenado a morir en el intento. Ya sabemos que el alce simplemente estaba allí. Y sí, no quiero ser un espectador borrego, pasivo, y trato de mirar, tal vez donde no hay nada. Seguro, si tuviera un espejo vería reflejado un topo.