Confesiones sanadas
el blog de Amador Palacios
No oigo sirenas en la noche, luego existo. La noche es un soneto vivo; sus cuartetos se encierran en una ponderada penumbra que penetrar no logra el muelle filamento que pervive en el insomnio calmo de lo oscuro que se alumbra rácanamente por el resuelto sarpullido de las estrellas en el firmamento. Duermo. Duermo al cabo del agitado transcurso que ha consumido el cigarrillo alígero y sorbo tras sorbo el enervante vino. La cascada repite su canto insulso durante la noche. Esos tercetos del soneto vivo que es la noche se pierden en los frunces de la noche mientras duermo. Al alba se revelan los caminos, surgen los árboles, las piedras, gamos humanizados, surgen las criaturas de las cuevas nocturnas, la montaña inhumana abrigada por Véspero y espabilada por las abluciones de este lucero matutino al que todo agradece reviviendo. El afecto, el aprecio, el cariño, la aceptación, los mordiscos acompasados con que masticas la manzana se suman al amor en toda la curvatura de la tierra girando desde el centro de tu pecho; en la curvatura de la tierra y también en la música de las esferas, la música que amamos todos los demoníacos. Entre un árbol y una escultura me quedo con el árbol. Y entre el arte y la Naturaleza, con la Naturaleza. Pues el arte es un vago sustituto de la infancia perdida, nuestra infancia perdida configurada en lo natural. Siempre lo natural divino ámbito.
Este poema es una imitatio de varias expresiones contenidas en el Diario de Carlos Edmundo de Ory, tomo I, y fue publicado en el último número de la revista albacetense Barcarola.