Suárez le acaba de meter un diente a un colega y ya el mundial 2014 se ha convertido en una leyenda ¿o no?
Tal vez exagero. Al fin y al cabo, si bien Irán casi le gana a los argentinos, con Messi y la ineficacia iraní frente a Bosnia, todo ha regresado a la normalidad. España se fue a casa derrotando a Australia y, casi dos semanas después de la goleada holandesa, ya casi nadie (que no sea español) se acuerda. También se fueron Inglaterra, Italia, Japón y Costa de Marfil, y pronto empezarán a irse más, en la ronda de los 16. Brasil pasa goleando a la siguiente ronda, Alemania y México también golean. Estados Unidos tal vez clasifica. La única sorpresa de verdad ha sido Costa Rica.
Un compañero profesor de la facultad me dijo en diciembre de 2013 que había planificado el 2014 alrededor del Mundial: todos sus compromisos profesionales estaban metidos en bolsas que iban desde principios de enero hasta principios de junio y desde mediados de julio hasta diciembre. Un mes de mundial sin compromisos. «Mi esposa, mis hijos, mis amigos ya lo saben: cada cuatro años durante el mundial yo no hago otra cosa que mirar el fùtbol. Me invitaron a una conferencia pagada en Lima para comienzos de julio: dije que ni cagando».
Los mundiales de fútbol se miden en escalas de teleaudiencia y en ingresos publicitarios. Mi experiencia (una sola vez y en la niñez: porque mi equipo no va a un Mundial desde 1982) se parece a la que me describió esta semana una amiga costarricense: los salones de clase en los colegios tienen una pantalla de televisión. Todo se paraliza para ver los partidos de la selección. Y si ella gana (o empata y clasifica) todos se van a su casa o a las calles a celebrar. En Nueva York, donde nadie sabe por qué país hace fuerza su vecino, ver un mundial de fútbol pierde su capacidad para el delirio de una colectividad y se transforma en un ritual medido, cinrcunscrito al bar y a espacios chicos.
Acá no existe la paranoia de las buenas y las malas vibras, la selección cuidadosa de cómo se viste y se sienta uno para despistar a la mala fortuna. Resulta inconcebible lo que Mariano Grondona hizo en la televisión: culpar del mal desempeño del equipo argentino a la presencia de Maradona y de su hija en el estadio: «Se fue del estadio e hicimos gol», dijo Grondona a los micrófonos, y muchos asintieron, porque creen en los malos agüeros, olvidando de inmediato que ese hombre que se fue del estadio fue responsable del único campeonato del mundo incuestionable (porque el del 78 fue una estafa) para la tan mentada y poco efectiva camiseta albiceleste.
Esta semana ganó Uruguay, que fue de menos a más, y el mordisco de Suárez resucitó la mala sangre que le tenemos a sus malas maneras (y a una larga lista de futbolistas malsalvajes) en la cancha. No faltan las voces que gritan para asumir la defensa de Luis Suárez y eso de que en la guerra y en el fútbol «todovale». Ellos afirman que Uruguay está dentro, que el resto es silencio.
En mi situación de permanente excomulgado de la fiesta (porque soy peruano, porque tenemos a un impresentable de jefe de la federación peruana de fútbol y porque ningún grupo de jugadores desde los 1980s se ha figurado la clave para poner a la camiseta blanquirroja de regreso en un mundial) trato de observar el evento con una mirada imparcial: la pésima calidad del fútbol argentino, las carencias del equipo anfitrión, la impresionante habilidad de los 11 de Holanda, la tenacidad de los mexicanos para plantarse y reclamar la atención de quienes hemos visto su fútbol, durante mucho tiempo, desde un espacio ubicado entre la envidia y el menosprecio, las condiciones excepcionales que siguen demostrando en la cancha los colombianos y (en menor medida) los chilenos.
La imparcialidad es uno de los enemigos más gordos de esta tradición llamada «Copa del mundo»: una fiesta observada desde la vereda, se disfruta a medias ¿qué clase de reventón es aquel en el que no te toca bailar, no gritas, no sudas y no lloras? La magia de un Mundial no está hecha de los equipos, sino de las emociones que genera en los súbditos de este deporte.
Es por eso que proclamamos, hoy miércoles de mundial, desde Newyópolis, que mientras vivamos en esta ciudad irreal, nuestras pasiones alentarán al equipo de todos. Mañana le vamos a sacar la reputa a Alemania. Vamos USA.