Casi todos conocemos los efectos de un gran terremoto. Hemos escuchado sobre sus devastadoras consecuencias en la radio, nos hemos quedado con la boca abierta, mudos de terror, delante de la televisión, hemos compartido la terrible experiencia de algunos de los supervivientes (de lejos, muy de lejos, cómodos en la butaca del cine o en el sofá de casa), hemos buscado, morbosos, las imágenes en youtube… Y algunos, muchos en todo el mundo, los conocen de primera mano. Ese día comienza como uno más y en un instante toda la vida se tambalea y se deshace en cascotes.
Y digo un instante, porque ese es el tiempo que la tecnología actual nos concede para que nos hagamos a la idea de lo que se nos viene encima. Un pestañeo. Solo eso, un visto y no visto.
Esto no quiere decir que no se esté haciendo nada al respecto. Al contrario. Al margen de los avances en seguridad o arquitectura, por poner dos ejemplos de lo más evidentes, incontables grupos científicos en todo el mundo trabajan incansables para encontrar las pautas que ayuden a la humanidad a anticiparse al próximo temblor de tierra.
En California, uno de los puntos más calientes del globo en lo que a sismos se refiere, trabajan algunos de esos investigadores, y acaban de publicar un artículo en la revista Bulletin of the Seismological Society of America, advirtiendo que la actividad sísmica de la zona de San Francisco parece seguir un patrón cíclico y que (aquí viene el bombazo) la región puede estar en proceso de sufrir un gran terremoto o una serie de ellos en las próximas décadas.
¿Y cómo han llegado a esta macabra conclusión? Pues estudiando el registro histórico de terremotos desde 1776 hasta 2012, así como los datos provenientes de otras pruebas con radiocarbono y evidencias de los movimientos de tierras desde 1600. A raíz de esos estudios, los autores de tan inquietante publicación destacan que entre 1690 y 1776 hubo una serie de temblores en esa zona, a los que les siguió un periodo de baja actividad sísmica que duró hasta el descomunal terremoto de San Francisco de 1906, considerado aún hoy como el mayor desastre natural de la historia de los EE UU.
Lo que se puede extraer en claro de todo esto lo explica el geólogo David Schwartz, del servicio estadounidense de vigilancia geológica en Menlo Park (California), que es quien ha dirigido este escrutinio del subsuelo californiano: “La idea es que el estrés [entre placas tectónicas] se acumula, se libera violentamente y después se vuelve a acumular de nuevo”. Es decir, que lo que Schwartz y sus colegas han observado es que cuando se produjo el destructivo terremoto de 1906, esa energía acumulada hasta entonces se liberó y la posterior frecuencia de sacudidas en la región disminuyó de manera radical.
El periodo de relativa tranquilidad ha durado más de un siglo, pero ellos sospechan que, al igual que en el periodo entre 1776 y 1906, algo se cuece debajo de la superficie. Hay que tener en cuenta que consideran que el terremoto de Loma Prieta de 1989 (el primero en emitirse en directo por la televisión en Estados Unidos), a pesar de que provocó un gran daño en el área de San Francisco (63 muertos y casi cuatro mil heridos), se produjo en una falla diferente y “ni siquiera desgarró la superficie terrestre”, por lo que suponen que el estrés no se ha liberado todavía.
En última instancia lo que los científicos intentan es identificar algo que pueda parecerse a un patrón o un modelo de comportamiento en el pasado que les permita hacer predicciones a futuro. Pero cuidado, otros investigadores enseguida han levantado la voz en los círculos sismológicos (imagino que su congreso anual debe ser un gran desastre tras otro), para advertir que este estudio no prueba de manera definitiva que los periodos de gran actividad sísmica sean cíclicos, y defienden que las estimaciones podrían no ser exactas por estar basadas en interpretaciones, y que los datos históricos no se extienden a lo largo de un periodo de tiempo lo suficientemente largo como para demostrar una tendencia. Sin embargo, también reconocen que se trata probablemente del conjunto de datos más completo y del mejor análisis de las secuencias históricas de terremotos que se puede hacer hoy en día.
Las diferentes simulaciones que otros geólogos han hecho por ordenador de la secuencia de terremotos sugieren que se necesitan al menos 10 ciclos sismológicos para establecer un patrón de ocurrencia fiable, y los escasos 400 años de registros en los que se basa este trabajo solo cubren uno o dos de estos periodos de actividad. Pero Schwartz insiste: “Se ha acumulado el suficiente estrés en la corteza terrestre de la zona como para que empiecen a producirse terremotos cada vez más grandes, y eso puede ser en cualquier momento”.
Llegados a este punto, resulta inquietante constatar que la misma semana que se ha publicado este trabajo alertando de crecientes indicios de actividad sísmica en el suroeste de los Estados Unidos, también se ha sabido que la Fundación Nacional para la Ciencia estadounidense (la NSF) está pensando en cerrar el observatorio sismológico de la falla de San Andrés (SAFOD), desde donde se vigila la fuente de la que provienen los terremotos que amenazan toda la región entre San Francisco y Los Angeles.
Los californianos se van a quedar sin unos ojos que miren a las amenazantes profundidades justo cuando más los necesitan. Así, en un visto y no visto.