—De todas formas, estos meteorólogos no tienen ni pajolera idea —dijo Otis—. Trabajé en la academia más de medio siglo. Los meteorólogos eran de los científicos menos respetados en el campus. Al final de la jornada, echaban un vistazo a sus radares fardones, metían los datos en un ordenador, sacudían unos cuantos huesos de pollo antes de tirarlos sobre la mesa, encendían una vela negra y rezaban cien avemarías. Luego, alguien estornudaba en Seattle y les estropeaba la previsión. Puede que al final todo quede en nada. Vete a casa y cruza los dedos para que el tiempo mejore.
Tienen poco prestigio los meteorólogos. El texto prácticamente intenta desprenderle cualquier fundamento científico a esta rama del saber. A veces, como los árbitros, los meteorólogos han sido insultados, ellos y sus madres. No todo el mundo vale para meteorólogo, aguantar esa presión. No sólo los agricultores están pendientes del tiempo, también los Hermanos Mayores de las cofradías de Semana Santa, los deportistas aficionados… Ahora con el móvil queremos información en tiempo real, como dice la gente (¿existe acaso un tiempo virtual?). La gente también dice ‘tres minutos de reloj’ para diferenciarlos, me imagino, de los tres minutos de termómetro.
Yo he comprobado que siempre llueve menos de lo que dice mi móvil, probablemente será una estrategia para mantenernos contentos. También mi móvil, a través de Google Maps, me miente sobre el tiempo que se tarda en ir en bici de un sitio a otro, siempre tardo más del indicado.
Mi hombre del tiempo favorito siempre fue José Antonio Maldonado, que se sentaba muy cerca de mí en el Ramón Sánchez Pizjuán.