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Algunas palabras en defensa de Pre-Textos

 

Siempre he pensado que la poesía no servía para nada, pero ahora resulta que la poesía da dinero, y eso es lo peor que le podía pasar, porque eso la pone en las fauces de las fieras.

Siempre he pensado que la poesía era muy peligrosa, que tenía mucha razón el sensato padre de Gerald Brenan, cuando le prohibe leer poesía, ya que la considera uno de los principales culpables del extraño comportamiento de un hijo que ahora definiríamos como “jipi”. Porque la lectura de unos poemas habían incitado a su hijo a eludir sus responsabilidades de adulto y de echarse a andar por los caminos de Europa, buscando aventuras y buscando conocerse a sí mismo. Y si unos poemas podían hacer eso en un joven educado de clase alta, en un “señorito”, qué locas ideas podían meter en las cabezas de otras personas más indefensas. De manera que sí, la poesía es peligrosa, y la manera de que deje de ser peligrosa es que deje de ser poesía. ¿Pero y si matamos a dos pájaros de un tiro? Por un lado la descafeinamos todo lo que podemos, para que no altere a la juventud inconsciente, y por otro lado la ponemos de moda, y de paso nos sacamos un dinerillo que no viene nada mal…

Las grandes novelas ya no venden lo que vendían. Y con grandes novelas no me refiero a novelas de calidad, sino a novelas largas y largas y largas, y que cuentan su valor por el número de páginas, no por lo que está escrito en estas páginas. Las grandes novelas daban mucho dinero a las grandes editoriales, esas que también miden su valor por la cantidad de libros impresos, y no por la calidad de los mismos. Vale, eso es el negocio, y no tiene porqué ser malo. Pero tampoco es bueno, no es bueno si sus manos llegan a todas partes. Y todo tiene que ser como ellos dicen, porque si no es como ellos dicen entonces simplemente no existe. Malas hierbas que hay que arrancar, eso he llegado a pensar que son los libros que se escapan de sus manos. Como son las películas que se escapan de sus manos, como son los discos que se escapan de sus manos.

Hace años leí en una entrevista a Bruce Springsteen esta frase: “Hoy en día no podría haber hecho mis primeros discos. Porque mis primeros discos al principio no vendieron casi nada. No fueron un gran éxito en dos semanas”. Y ahí está la cosa, la clave terrible del asunto: el rápido beneficio económico por encima de todo. Tú puedes llegar a una montaña, talar los árboles, comerte la montaña a grandes mordiscos, contaminar los ríos y matar a los animales que rondan por ahí, pero luego te vas, cuando sacas el poco o mucho oro que hay bajo la tierra, te vas y buscas otro sitio para hacer lo mismo. ¿Y qué dejas detrás? Solo un gran solar, solo un gran desastre. Si hay suerte la naturaleza irá recuperándose con el tiempo. Pero para eso tiene que quedar algo en pie. El negocio es el negocio, pero no digas que vas a salvar a la poesía si estás arrasando la poesía. Ni digas que vas a salvar el cine si estás arrasando el cine. Sí, claro, esto es pedir demasiado… Ser hipócrita es parte de su trabajo. Pues bien, algunas cosas destapan la hipocresía. Te quitan la máscara. Y todo queda muy claro. La pasta es la pasta y lo demás no importa. Y si no importa no existe, o acabará por no existir.

Hace años, cuando ya tenía el contrato de una novela en mis manos, vi que la editora había cambiado el título por su cuenta. Y el titulo nuevo era un asco, una basura. Se lo dije y su respuesta fue: “Es un titulo muy comercial, está muy bien pensado, conectará con…”. No le respondí lo que pensaba. Simplemente le dije que el título no se cambiaba. Naturalmente su respuesta fue romper el contrato. Y me pareció muy bien, porque yo no quería saber nada de una persona que de entrada ya empieza por cambiarte el título de tu novela. ¿Qué iba a venir después? Sí, claro, así conectábamos con el público. ¿Con qué público? Con el que ella, la editora en toda su sabiduría, había decidido que debía dirigir mi novela. Pues bien, ahora los señores y señoras que están al volante, han decidido a quién tiene que ir dirigida la poesía, y han visto que ahí tienen un mercado por explotar. Y van a explotarlo. Y luego, cuando ya no dé más dinero, pues buscaran otra cosa y se irán… Y de paso, mientras, se habrán cargado unas cuantas pequeñas editoriales y habrán cerrado la puerta, tal vez definitivamente, a una serie de poetas que no se ajustaban a los que ellos querían vender. Daños colaterales. Pequeños muertos sin importancia. Y lo peor es que seguirán diciendo que lo suyo es lo bueno, que lo suyo es la literatura del futuro, que lo suyo es lo que hay que tener obligatoriamente en las estanterías.

Hace muchos muchos años, cuando yo tenía 20 añitos, Manuel Borrás me llamó por teléfono. Yo no conocía de nada a ese señor. Ni siquiera sabía quién era. En mi temeridad post-adolescente, había mandado un manuscrito a Pre-Textos, simplemente porque había comprado un libro suyo que me había gustado mucho. No esperaba esa llamada, desde luego. Manuel Borrás se presentó y fue muy directo: “He leído tu libro. No te voy a publicar porque estás muy verde. Pero me ha gustado. Sigue escribiendo y sigue mandándome cosas”. Eso fue más o menos lo que me dijo. ¿Cuántos editores hacen eso? Pocos, muy pocos. Luego nos llegamos a ver. Nos cruzamos muchas cartas. Después las cartas fueron emails. Cada vez que editaba un libro, en otras editoriales, yo se lo llevaba a la oficina y él se lo leía, por el puro placer de leer un libro, porque nadie le obligaba, y luego me comentaba lo que le parecía. Y si tenía que decir algo malo, pues lo decía. Y uno aprecia mejor los halagos cuando sabe que son tan sinceros como las críticas. Muchos años después de esa llamada, edité un libro de poesía con Pre-Textos. Para los que no estamos en los círculos oficiales, para los que andamos por los márgenes, es fundamental que existan editoriales como Pre-Textos, y editores como Manuel Borrás, que cuando reciben un manuscrito lo leen, y que lo valoran primero que nada por su calidad literaria (son humanos, por supuesto, se pueden equivocar, pero son sinceros y decentes, y eso ya es mucho), y luego ya ven si pueden editarlo o no, porque editar un libro es una apuesta de riesgo, y unas cuantas malas apuestas te pueden hundir. Lo que uno no espera es que luego, cuando te sale bien la apuesta, van a venir las carroñas a quitarle el pan de la boca. O no debería esperarlo…

Y encima, como uno tiene muy buena memoria (por desgracia), recuerda bien lo que le dijo el editor cuando, hablando de Elias Canetti en una entrevista para la revista Jot Down, reconoció la importancia que había tenido el hecho de estar publicando a un autor al que le acaban de conceder el premio Nobel. Y es una pena, es una pena y es un asco, porque demuestra que las cosas van a peor, a mucho peor, comprobar cómo este nuevo premio Nobel que publica, que ha publicado durante más de una década Pre-Textos (y con unas ventas muy escasas de sus libros, más que escasas, casi ridículas…), no trae ninguna buena noticia, sino todo lo contrario, porque muy poco ha tardado su agente en quitarle los derechos a sus antiguos editores; y no contento con semejante bajeza, encima pretender que se destruyan los libros que la editorial ha ido publicando con tanto esmero y con tan poco beneficio. Tirar por tierra el trabajo de muchos años, y sin dar la cara, por la espalda y con alevosía. ¡Qué buenos tiempos nos tocan vivir…!

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