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Alí, Frazier y el periodista borracho

 

Joe Frazier y Muhammad Alí

 

Joe Frazier era un joven campeón olímpico. ‘Smokin’ Joe, como se le conocía por la forma en que sacaba ‘humo’ a los sacos de boxeo, regresaba entonces de Tokio, donde había ganado la medalla de oro. Aún no le había llegado esa fama que él creía inevitable. Y en esas se acercó a pedir consejo a Muhammad Alí, o “el más grande de todos los tiempos”:

 

-¿Tienes algún consejo que darme?

-Sí, pierde peso y pásate a los semipesados.

 

Poco después, en 1971, Frazier hacía a Alí besar la lona. “Alí on the floor! Great Alí on the floor”, escribía Norman Mailer para la revista ‘Life’ en una crónica acompañada por fotografías de Frank Sinatra. “Could America wait for something so great as the Second Alí-Frazier?”, se preguntaba al final del texto. No sabía Mailer, máximo exponente del llamado periodismo literario, que ambos boxeadores pelearían hasta en tres ocasiones. Tres combates de leyenda.

 

 

Dice David Remnick, director de la revista ‘The New Yorker’ y autor de una celebrada biografía de Alí, que difícilmente podría aprobar un deporte que nunca permitiría practicar a sus hijos. Un deporte del que yo sabía poco o nada hasta que un tuit -ahora todas los urgentes se lanzan en 140 caracteres- anunciaba la muerte de Joe Frazier. Apenas le presté atención, ni cuando la noticia saltó a los diarios digitales. Solo cuando me topé con un gran perfil de este boxeador pasé a devorar su historia.

 

Del duelo entre los dos boxeadores en Manila, “lo más parecido a la muerte” que ha vivido Alí, señala Remnick que lo ha visto más veces de las que podría contar. El tercer y último desafío entre ellos. Y “la mayor pelea del campeonato del mundo de los pesos pesados”.

 

Solo Alí sobrevive a aquel combate del 1 de octubre de 1975, tras la reciente muerte del que fue su entrenador, Angelo Dundee.

 

Con 70 años y enfermo de Parkinson, son raras las apariciones públicas de Alí. Antes de celebrar su cumpleaños en enero, asistió en noviembre de 2011 al funeral de Frazier, a quien lo derribó un cáncer de hígado: “El mundo ha perdido a un gran campeón. Siempre recordaré a Joe con respeto y gran admiración”.

 

Al fin, Alí tiraba la toalla.

 

Solo en una entrevista en ‘The New York Times’ le había pedido disculpas por sus excesos. De algún modo, ya lo reconoció tras Manila, a los minutos de recibir oxígeno ya que le faltaba el aire: “Joe Frazier es un grandísimo campeón, un gran boxeador”.

 

 

El de Manila fue un combate a vida o muerte. El médico Ferdie Pachecho dijo: “Si Ali y Frazier hubieran disputado el decimoquinto asalto, habríamos tenido un campeón y una fatalidad”. Alí estuvo a punto de abandonar, pero fue Eddie Futch, preparador de Frazier, quien impidió que ninguno de ellos hiciera cruzar la línea roja a sus cuerpos.

 

Y es que ‘Smokin’ Joe no veía. Ciego de un ojo, con el otro solo distinguía sombras. Él hubiera vuelto a saltar al ring. “No has podido ver nada en los últimos dos asaltos. ¿Qué te hace pensar que lo harás en el decimoquinto? -terció Futch-. Siéntante hijo, nadie olvidará jamás lo que habéis hecho hoy aquí”. Alí ganaba su segundo combate de los tres que mantuvieron.

 

Durante años, Frazier no le dirigió la palabra a Futch.

 

Más tarde, en 1996, ambos vieron cómo América vibraba en el encendido de la antorcha de los Juegos Olímpicos de Atlanta. No se emocionó Frazier, que lo hubiera empujado “a las llamas”, según ha revelado su hijo Marvis.

 

El rencor de ‘Smokin’ Joe tiene su origen en los continuos ataques de Alí, que hizo de una sangrante verborrea su seña de identidad. Poco después de perder el primer ‘combate del siglo’, reclamó la revancha a gritos: “Que me traigan a Joe Frazier. Nadie me ha derrotado dos veces ¿lo oyes Joe? Si me derrotas otra vez, serás verdaderamente grande”.

 

Un tono moderado, teniendo en cuenta que lo llegó a llamar gorila e incluso lo acusó de ser un ‘Tío Tom’ al servicio de los blancos. Y Frazier había comenzado a trabajar con seis años para sacar adelante a una familia sin apenas recursos.

 

Veneno para el “evento deportivo más glamuroso visto nunca” (Remnick): el combate por el título mundial en 1971 tras el regreso de Alí al cuadrilátero, luego de desafiar al sistema. El primero de los tres combates que hicieron de Alí y Frazier dos boxeadores forzosamente unidos en sus biografías.

 

El combate que Norman Mailer contó para la revista ‘Life’. El histórico periodista que se puso del lado del ‘establishment’ en la irrupción de un provocador Alí, dispuesto a acabar con Sonny Liston: “Supongamos que Clay gana el campeonato del mundo. Como primera consecuencia, nos veríamos obligados a dar crédito al primer bocazas de esquina callejera que se pusiera a fanfarronear».

 

El mismo “hijoputa” que sacó de foco a Sonny Liston en la rueda de prensa posterior a su conquista del título mundial en 1962. Así lo llamó siempre Liston. O “el borracho ese”. Mailer llegó con la conferencia empezada; había pasado la noche en la Mansión Playboy y se empeñó en organizar una revancha millonaria para Floyd Patterson, que había sido noqueado por Liston. La seguridad lo sacó de la sala con el escritor sentado en su silla, pero consiguió regresar y hablar con el púgil. Mailer pensó, erróneamente, que había conseguido ganarse el favor de Liston. Entendió mal estas palabras:

 

“Ya veo que esa última copa te ha pegado fuerte. ¿Por qué no vas y me traes una a mí, desgraciado?»

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