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Alicia en Pandora

 

En lo esencial, Avatar y la Alicia de Tim Burton –las dos películas más taquilleras de lo que va de año– comparten la misma historia: la necesidad de huir de la mezquindad de lo real en busca de universos alternativos donde disfrutar de una identidad y una vida más gozosas.

 

El marine Jake Sully vive postrado en una silla de ruedas y la casi veinteañera Alicia se enfrenta a una boda no deseada. Ambos deciden escapar a mundos en los que poder liberarse de estas ataduras, donde acabarán convertidos en héroes. Avatar significa dios encarnado. Alicia es esperada en el ultramundo como la redentora que, en su segundo advenimiento, lo librará del monstruoso Galimatazo y la opresión de la reina Roja, tan cruel y obstinada como el proteico coronel Quaritch de Avatar, destinado también a sucumbir ante el protagonista.

 

La crítica cinematográfica más distinguida, la que babea hablando de la retrospectiva de Burton en el MOMA, no soporta esta Alicia. Alega alta traición al espíritu de Carroll y simplificación excesiva de la historia. ¿Y qué? El talento de este cineasta no reside sólo en la maravillosa puesta en escena de sus propios fantasmas, sino en resolver con inteligencia los encargos ajenos. Burton sabe perfectamente para quién trabaja, es consciente de que una adaptación literal del críptico y onírico mundo de Carroll –dejémosla para David Lynch–, hoy no podría enganchar a los cientos de millones de espectadores que Disney le exige. Por eso la historia tiene que ser exactamente esta y no otra, siempre la misma historia, trillada y simple, pero tremendamente eficaz. No sólo es la historia de Pandora y el país de las maravillas, sino también la de Nuncajamás, de Narnia, de Lyra, de la Jerusalén Celestial, del Valhalla, de la República de Platón, de las Moradas de Santa Teresa, de Liliput, de Utopía y las utopías, de los videojuegos y los mundos virtuales, de Farmville y Second Life.  

 

¿Cuántas historias distintas pueden interesar hoy a una inmensa mayoría? ¿Por qué todo tiende a converger hacia un único relato? Quizás ya no sea posible contar algo diferente sin aburrir. Todo el mundo parece buscar lo mismo: escapar. El ruido de la estampida es ensordecedor.

 

 

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