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Álvaro Cortina Urdampilleta: “He escrito un homenaje a la literatura que me ha hecho crecer”

Álvaro Cortina y la portada de su libro. Fuente: http://jekyllandjill.com

Poca gente lo sabe, pero, al igual que Batman, Álvaro Cortina (Bilbao, España, 1983) tiene una doble vida: por las mañanas es un anodino profesor de filosofía política en esos centros educativos de cristal que emborronan atardeceres. Al caer la noche, con el canto de la lechuza, se encierra en su biblioteca y allí se convierte en el gran tahúr del Urumea, subesquina Zugarramurdi. Allí convive con brujas, gorgonas, aventureros y demás “mistificaciones”. Todos ellos sobrevuelan y graznan en este valioso Abisal, trabajada recopilación de ensayos editada por Jekyll & Jill.

—¿Cómo definiría este pandemonio de textos? ¿Literatura, ensayo, piezas sin fin?

—Es sobre todo un ensayo que alterna piezas descriptivas, propias del flâneur, con los relatos de la ciudad. Se puede decir que es un ensayo y un paseo al mismo tiempo.

 

—Es de las obras más borgianas que han aparecido en España: recuerda a su libro de seres imaginarios.

—Es cierto que no tenía un modelo claro en mente. ¡Lo he descubierto al escribirlo! Pero es cierto que el precedente borgiano está ahí sin problema: son relatos, poemas, ensayos, etcétera. En el libro si te fijas aparece Borges aparece como antagonista: representa junto a Schopenhauer o Byron una tendencia mística de fusionarse con el todo. Esto aparece a inicios del siglo XIX y tendría precedentes en el mundo cristiano.

 

—Es ese “yo desesperado” que cuando se enfrenta a la libertad se pierde en ella. Savater tenía una frase divertida sobre estos escritores: “el romanticismo nace del aburrimiento”.

— (risas) Esta reivindicación de las cosas es una respuesta de ese misticismo romántico que encarna Borges muchas veces.

 

—Es un fiel creyente de la mitología romántica clásica pasada por el ‘frikismo’ de los juegos de rol de los 90. ¿Ha tenido continuadores en la actualidad?

—El romanticismo es más bien una sensibilidad que un género. En esta época vemos todavía el genio creador ensalzado, la sacralidad del arte…

 

—El arte como salvación…

—Totalmente. El museo como una especie de templo: legado romántico. El propio exotismo, su búsqueda, es un legado del romanticismo que acaba en el turismo.

 

—El turismo como romanticismo de masas.

— (risas) También el continuo perseguir la libertad, la autenticidad, del individuo. Hay mayor cinismo, más escepticismo, eso sí.

 

—¿Es de la generación ‘Joc Internacional’? Muchos tuvieron el primer contacto sobre la literatura gótica y romántica a través de esos juegos de rol…

—Sí, el libro es un homenaje a la literatura gótica, y especialmente a Poe que fue el primero que descubrí.

 

—De hecho, ¿cuándo fue la primera vez que leyó a Poe o Lovecraft?

—Desde luego en el colegio. Poe se toma más que como un narrador ingenioso que como una “divina comedia” de la modernidad. El escritor estadounidense es el referente de la mitología moderna.

 

—Me sorprende que no use el folletín en su aproximación a la literatura en este libro: ‘Deshielo y ascensión’ era tan divertida como novelesca.

—¿La Torre de los Siete Jorobados, que cito en el libro, es un folletín?

 

—Tiene elementos…

—Ese es el texto que más se puede acercar. ¿También es Los Miserables un folletín?

 

—Es menos novelesca que Charles Dickens.

—Este libro es una especie de Wunderkammer, gabinete de curiosidades, extraídas. Y no me centro en la narratología, sino más bien en un tipo de visiones sueltas. Un todo mosaico.

 

—¿Cómo es capaz de enlazar a los autores románticos con Pío Baroja? Un escritor que llamaba “mistificador” a cualquier letraherido en el novecientos…

—Baroja aparece en la primera parte, la más expresionista, donde cito a los noventayochistas. Hablo de él como un epígono del romanticismo, a través del vasquismo, y especialmente la obra El laberinto de las sirenas. Allí cuenta que intenta escribir una obra “romántica”. Baroja es un mundo muy complejo, muy plural, y creo que hay muchas vetas románticas en su obra.

 

—Ortega y Gasset afirmaba que nuestra estética, en comparación con Europa, tiene una tradición “realista”. ¿Cómo llevar su querencia por el romanticismo al ensayo hispano?

—Realmente no escrito un libro con modelos, aunque suene sobradillo (risas). Es un ensayo de las relaciones de la estética con la vida: un homenaje a la literatura que me ha hecho crecer.

 

—¿Existen filósofos hispanos románticos en el estilo de Schopenhauer o el Chateaubriand de ‘El genio del cristianismo’? ¿Quizá Donoso Cortés?

—Donoso Cortés tuvo influencia de Chateaubriand y su ensayo sobre el catolicismo tiene mucho de visionario. Fue de las primeras cosas que leyó Unamuno, por cierto. Además, que Cortés es un romántico tardío, como Schopenhauer y Bécquer.

 

—Quiero que defina para los lectores futuribles qué son “zonas” y qué son “figuras” en esta selección de textos.

—La tesis general es que no captamos el espacio en seco: lo hacemos con referencia. El libro trata de las referencias que captamos y la mejor guía para ello es el poeta.

 

—La búsqueda de lo inmanente…

—Yo me he creado un itinerario de paseos, el de las zonas, como la calleja o la ciudad vacía. O también el hogar, donde los poetas nos indican su juego de fuerzas y su simbología. Las figuras son los habitantes de las zonas: un bestiario.

 

—¿Qué nos atrae del bosque? Le dedica un bonito capítulo donde recuerda su origen del ‘volk’ alemán…

—El bosque está relacionado con el poeta Joseph von Eichendorff, pero también con el cine de David Lynch. Es un recorrido itinerario que va desde el norte, el País Vasco, al páramo castellano. Es el concepto poético de la “soledad del bosque”…

 

—Siguiendo esa ruta, el capítulo dedicado al páramo castellano es ambivalente: enlaza este con el pintor Zuloaga y el sentido espiritual de este paisaje para el 98 ¿No teme acabar en un “criptofalangismo”?

—Ya… En el libro defiendo un espacio para la estética fuera de la interpretación ideológica. Me he mantenido “ingenuo” en el campo de las ideologías (risas).

 

—¿Es posible ordenar el caos que es una ciudad? Menciona casos muy excepcionales como el del París de Balzac…

—Ese París es un orden natural y orgánico: su visión de los tipos humanos es faunística. De hecho, esa saga de libros está dedicada al biólogo Buffon. Yo lo construyo a través de sensaciones, de muchedumbres, y la búsqueda de sitios recónditos. Es una narrativa del recién llegado.

 

—¿Toda casa como “zona” debe tener un secreto?

—Es uno de los rasgos poéticos del hogar. El pasillo siempre es la parte más terrorífica: con sus puertas a lugares desconocidos o claves poéticas. La intimidad es un secreto, en cierto sentido. Hablo de Jane Eyre, pero también puede ser Rebeca de Hitchcock. Ahora ¿todo hogar tiene un cuarto escondido? No, es sólo un símbolo de la intimidad

 

—¿De verdad mandó un correo electrónico a los propietarios del castillo de Combourg para conocer la posición exacta en la ventana del adolescente Chateaubriand?

—Sí…

 

—Más allá del letraherido…

— (risas) Tengo otros correos electrónicos con otras cosas. También mandé uno al dueño del hogar de Horace Walpole. Quería fomentar la polifonía. Se dan otras voces que dan vigor al libro.

 

—¿No cree que la epidemia de COVID, los años de encierro, van a dar muchos libros de literatura reflexiva o del “yo”? Son inentendibles las partes más hondas de su ensayo sin la pandemia…

—Sí, absolutamente. El final del libro es el inicio de la pandemia: haciendo cola para ver El malvado Zaroff en la Filmoteca. La obra es casi un mutante que salió de mi casa al salir en junio de 2020.

 

—Es licenciado en filosofía, pero sus textos de ensayo en el libro tienen apenas verticalidad. ¿Es para usted el conocimiento más bien un viaje a lo desconocido?

—En el fondo este es un ensayo poético: cualquiera que lo vea es un anti-texto académico. Lo contrario a mi tesis doctoral de Aristóteles. Es un escrito hedónico, carnavalesco: tiene muchas partes bufas. Están tanto Dante como Robocop.

 

—Marx decía “los filósofos se han preocupado de entender el mundo, se trata de cambiarlo”. ¿Le apela esa frase en su torreón de cristal entre Schelling y Herder?

—No entiendo esa frase, no. El principio de la filosofía es conocer el mundo, luego posteriormente habría filosofía práctica. Eso es lo que dice Aristóteles, del cual estoy mucho más cercano que de Marx.

 

—¿Considera el mundo una inmensa representación de significados? Esa frase de ‘Penny Lane’ de los Beatles: “And though she feels as if she’s in a play. She is anyway”.

—El libro trata de cómo se constituye la subjetividad: un politeísmo de imágenes. Pero no tengo una tesis definida; el libro no tiene ese empeño.

 

—No hemos hablado del tiempo como metáfora, algo que finaliza su obra…

—Es el término “madréporas”, que robo a Unamuno. Recogen estas formas estados anímicos y se ven en Lovecraft. Pero también hay formas de la esperanza (Yeats, Baudelaire, etcétera). Son nuestros estados anímicos cotidianos: los estadios depresivos de la vida están representados en la literatura escatológica. Acabo, también, con las formas de quietud, el aldeano de sabiduría atávica, citando a Unamuno: este escritor crea una mitología a través de los tipos de campesinos vascos.

 

—¿Cómo es capaz de mezclar cosas evidentemente contemporáneas, los videojuegos, con la idea romántica de relato? ¿Veremos tesis doctorales sobre el último Zelda?

—Se mezclan de la manera sencilla como se ha hecho esta conversación: es la forma natural de hacerlo.

 

—¿Qué libros prepara? ¿Volverá a la novela? Tiene los conocimientos para ser un buen autor de ‘fantastique’…

—Ahora estoy terminando una novela de terror, se titulará Antro, y estoy acabando un ensayo sobre la estética de Schopenhauer que se llamará El espejo y el oráculo. Espero que salgan muy pronto.

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