En un acto de venganza contra su marido periodista que escribe contra los de narcotraficantes en Acapulco, una madre de clase media mexicana, dueña de una librería, es víctima de un asalto violento. Como consecuencia la madre decide escaparse de su país acompañada de su hijo a Estados Unidos, así imitando la trayectoria de tantos de sus paisanos que por una razón u otra intentan escaparse de la mísera situación en la que se encuentran en México.
¿Os suena? Es la materia prima de una reciente novela, American Dirt, de Jeanine Cummins, que ha recibido dispares reacciones tanto entre lectores como entre literatos. Las críticas contra la autora y su historia han sido severas, hecho que no obstaculiza el abrumador éxito comercial que ha gozado la novela y su creadora: el visto bueno de Oprah Winfrey, famosa locutora/actriz afroamericana cuya recomendación positiva en su Book Club de una obra novelística puede convertir a un modesto escritor en millonario. Éste es el caso de Cummins, autora de unas cuantas narraciones pre-Oprah, y post-Oprah, voz reivindicadora de los sin-número de emigrantes/refugiados que desean entrar en Estados Unidos a través de la frontera con México, sin que eso quiera decir que tenga una conexión personal o profesional con el tema de la inmigración. A partir de la publicación de su novela Cummins confiesa a los medios de comunicación que, a pesar de su lejano parentesco puertorriqueño, no sabía si era la persona apropiada para escribir este libro. No habla español, algo que se nota bastante en sus intentos de incorporar en su escritura palabras coloquiales en castellano-mexicano.
Como profesor emérito de literatura en una universidad norteamericana, en tiempos de ocio (y de coronavirus), aprovecho el abundante tiempo libre para leer sin obligaciones profesionales. Por eso emprendí la tarea de consumir American Dirt por curiosidad, y para pasar un buen rato sin muchas esperanzas de encontrarme con una novela de exquisito valor. Me quedé alucinado, aunque no demasiado sorprendido, de la pésima calidad literaria de la novela, que, si todo va bien para la autora, se convertirá según los planes hollywoodienses, en un blockbuster, comentada por gente de opiniones variopintas, perpetuando así la polémica estético-política que ha suscitado.
La controversia en torno a Tierra americana surgió –y sigue propiciando comentarios– a raíz de reseñas y las subsiguientes discusiones que se desencadenaron en las redes sociales. En un artículo de la revista Tropics of Meta, de escasa circulación, aunque de excelente calidad intelectual, con el título ‘Pendeja, You Ain’t Steinbeck: Mi Bronca With Fake-ass Social Justice Literature” (12 de diciembre de 2019), Myriam Gurba, escritora latinex y lesbiana que habla y escribe perfectamente el espanglish mexicano, lanza una serie de invectivas contra la novela de Cummins, bien merecidas, a mi modo de ver. Otra reseña en el cotizado New York Times, ‘Writing About the Border Crisis’ (17 de enero de este año), es más mesurada, no sin resaltar las protestas que ha provocado la novela entre muchos escritores y artistas latinos y algunos no-latinos. Gurba ha articulado lo que muchos escritores y comentaristas han visto en American Dirt: situaciones y circunstancias inverosímiles, escritura pedestre, caracterizaciones estereotipadas de los migrantes, exaltación ingenua de la visión norteamericana de la inherente inferioridad de la comunidad hispana y, quizás lo más grave, la falta de complejidad y ambigüedad tanto en los personajes como de la realidad histórico-social que intenta reflejar.
Según Gurba, “Cummins nos bombardea con clichés desde el principio de su narración. Las situaciones que crea podrían haber formado parte de los más odiosos discursos de Donald Trump, despertando de esa manera el odio hacia los hispanos entre sus seguidores más fieles… el heteroromanticismo tóxico es lo que destaca en el lodo narrativo de Cummins” (la traducción es mía).
Efectivamente. Lydia, la protagonista, parece haber sido construida caprichosamente de la nada; pocas personas reales se pueden ver reflejadas en ella, dueña de una pequeña empresa que conoce un cliente simpático y sexualmente atractivo que resultar ser un violento jefe narco. Todo esto, afirma Gurba, revela el fallo abismal de su declarada intención de crear una sensibilidad compasiva para con la realidad de esos desesperados viajeros del sur que van hacia el norte.
Cambiemos ahora de continente, pero no de época ni de tema. En España ocurrió algo parecido en el mundo editorial. Me refiero a la comercialmente exitosa novela de Luz Gabás Palmeras en la nieve (2012), cuya adaptación fílmica, con Adriana Ugarte (sin parentesco mío, que yo sepa) de protagonista-narradora, ha gozado de una generosa recepción y supongo, aunque no lo sé a ciencia cierta, de una remuneración substancial. La semejanza con American Dirt, aunque existen importantes diferencias tanto entre las dos novelas como en su recepción, gira al torno al intento de representar para un público no instruido una compleja situación político-histórica centrada en la opresión del otro en el mundo colonial. El tema y escenario de Gabás, como saben muchos españoles adictos a Netflix, es Guinea Ecuatorial, área y contexto en que se desarrolla una historia de amor. Los que han leído la novela o han visto la película quizás creen haber aprendido algo veraz de la triste y compleja historia de la relación entre España y Guinea, o así espera Gabás en su ‘Nota de la autora’ (721-732), incluida al final de su obra. Como académico que ha estudiado la historia y la cultura de la ex-colonia, opino que el público español se ha percatado de algunos asuntos de Guinea bastante más que los lectores de la novela de Cummins hayan podido aprender de la migración hispana a Estados Unidos. Pero lamentablemente después de brotar las Palmeras en la Península Ibérica los lectores y espectadores españoles tampoco han descubierto demasiado de la lamentable situación de Guinea. Eso sí, Gabás ha revelado la existencia de un país cuya historia está directamente vinculada con España. Así es de esperar que haya provocado cierta curiosidad (¿o indignación?) sobre tal vínculo. Pero el conocimiento histórico de la isla y su zona continental a través de esta novela, menos aún la película, por parte de los lectores y espectadores no es muy probable.
Palmeras en la nieve, tanto el libro como el filme, trata de un amor tabú entre un español colonialista y explotador del comercio del cacao guineano y una nativa, término que emplea Gabás al referirse a los guineanos negros, aunque también lo use como referencia a los nativos de Pasobolino, pueblo ficticio de donde provienen los colonos –blancos, por supuesto. Efectivamente, el contraste blanco-negro forma parte fundamental de la temática de la novela dentro de los mecanismos narrativos de una historia romántica popular: amor imposible, conflicto, violencia, separación trágica, acabando en la revelación de la patética realidad de que después de tantos años de conflicto una integración y/o reconciliación es imposible. Lo positivo, si es que hay algo esperanzador en la novela, es que tal integración sí podría ser posible a través de la nueva generación de colonos y nativos fruto de ese amor prohibido.
Gabás ha insistido en su nota final que su obra es “pura ficción”, implicando de esa forma que no pretende escribir ni mucho menos llegar a la verdad histórica de la ex-colonia, declaración algo contradictoria cuando enumera en esa misma nota las abundantes fuentes históricas de las cuales se ha servido para escribir su “novela histórica”, que es como la han definido los promotores de la editorial, Planeta-Temas de Hoy. La lista de fuentes es impresionante e igualmente curiosa en una novela. ¿Se le hubiera ocurrido a Tolstói incluir una adenda en su Guerra y paz asegurando a sus lectores que la representación ficticia de la invasión napoleónica de Rusia es verosímil?
Pero a pesar de todas esas fuentes, según un respetado historiador de Guinea Ecuatorial, Gonzalo Álvarez Chillida, hay abundantes errores históricos, confusiones, omisiones e incongruencias en la novela, más aún en la película, tantos que uno se tendrá que preguntarse si hay verdadero beneficio histórico instructivo en la escritura de Gabás. En un meticuloso artículo, ‘Palmeras en la nieve: el éxito de una visión de la colonización española en Guinea Ecuatorial’, publicado en una de esas revistas académicas que pocos leen (incluyo en esa categoría casi el cuerpo entero de lo que yo he escrito), Álvarez Chillida especifica en qué se ha equivocado Gabás, sin negar los aciertos.[1] Son muchos los errores, según el historiador, algunos de más importancia que otros. Quizás lo más problemático es el cuadro que pinta Gabás del futuro prometedor de la ex-colonia con el cambio de régimen entre Francisco Macías y Teodoro Obiang y el papel de la explotación del petróleo, el maldito recurso natural que ha asegurado la continuación de la brutal dictadura post-colonial.
Sin embargo, quizás haya un asunto más importante que todas esas discrepancias históricas que un lector medio podría perdonar al “suspender su incredulidad.” Me refiero al eje de la cuestión de las novelas de Gabás y Cummins y más aún en la película de Netlix: los mecanismos comerciales –promoción, reseñas, redes sociales, programas televisivos y en la radio– por los cuales los productos culturales hayan sido galardonados con deslumbrantes éxitos. Para decirlo en términos rudamente claros, los medios y las empresas de comunicación han visto la oportunidad de ganar dinero y dictar gustos y preferencias para un público no conocedor de los contextos históricos en que se conciben las obras de cultura. Los textos y filmes que se interrogan sobre tales situaciones y conflictos sociales, intentando ir más allá de los estereotipos, no van a tener éxito. Eso piensan los promotores, o creen que será más difícil y menos rentable que lo tenga. No hace falta que leamos a teóricos de los gustos literarios y culturales (como Pierre Bourdieu en The Structure of Literary Taste), sino señalar algo tan obvio como el hecho de que los nativos no suelen ser los preferidos entre las empresas de comunicación para describir sus propias circunstancias. Tal es el error quizás más grave, no tanto de Gabás sino de los medios: hacer caso omiso de las abundantes obras y productores culturales que hablan desde dentro. En su ‘Nota de la autora’ Gabás dice abiertamente que quiere ofrecer “la otra visión de los nativos” –admirable, pero si sus promotores realmente se interesaran por presentar esa otra visión harían el esfuerzo de contraponer las múltiples voces de ese otro. Pero si esas voces no existen ¿cómo se van a oír?
Pero sí existen. Veamos casos concretos en los dos continentes: Europa y América. La protesta pública que ha iniciado Myriam Gurba con otros escritores hispanos que viven o escriben sobre la población latina en Estados Unidos ha propiciado la creación de un grupo que ellos han denominado Dignidad Literaria. A raíz del éxito de American Dirt, este grupo ha reclamado más reconocimiento, apoyo publicitario y económico para los muchos escritores y proveedores culturales latinos que han creado obras penetrantes e inquietantes a pesar de quedarse en el habitual ninguneo tan perjudicial para la cultura democrática e igualitaria.
En Europa sí se ha notado un creciente interés desde hace décadas en la cultura del otro articulada por el otro: entre muchos ejemplos se puede hablar de figuras como Zadie Smith, Derek Walcott, Chinua Achebe o Mohammed Choukri, por no hablar de tantos escritores francófonos africanos citados en los años 60 por Jean-Paul Sartre en sus famosas observacines sobre el Orfeo Negro. En España no ha ocurrido nada semejante. Los escritores de la otredad, europeos y americanos, aparecen en traducciones y a veces son objeto de comentarios en las revistas culturales influyentes. Sin embargo, sobre la destacada producción cultural de Guinea Ecuatorial no hay nada o casi nada.
Temo que algún que otro conocido literato español lea mis palabras y reaccione con asombro, como si peguntara ¿pero es que existen guineanos que sepan expresarse en español escrito? Para contestar sólo habría que considerar algunas figuras culturales. Aunque es verdad El metro, la novela de Donato Ndongo sobre el tema de la emigración africana a Europa, ha sido positivamente acogida por la crítica ¿cuántos españoles la han leído a pesar de sus cualidades épicas y literarias? Se trata de una narración de la emigración desde dentro de la emigración por un autor que lo ha vivido y que conoce a un sin fin de personas que lo han experimentado en primera persona. Un joven autor anabonés cuya obra es más conocida en el Reino Unido que en España: Arde el monte de noche y la más reciente, The Gurugu Pledge, novela compleja, curiosa y fascinante ambientada en el monte Gurugú, a las afueras de Melilla, donde esperan y viven tantos africanos deseando salvar los alambres de espino para llegar a Europa.[2] Lamentablemente los españoles que no leen inglés no podrán hacerse cargo de esta obra, porque hasta ahora ninguna editorial española ha mostrado interés en publicarla. Las abundantes obras literarias que se han publicado de escritores guineanos (novelas, poemarios, obras de teatro, cuentos, ensayos) apenas se encuentran en editoriales de distribución masiva. Casi siempre se trata de editoriales que se podrían denominar como de gueto, cuyos comprometidos directores (como los de Casa e África) hacen un admirable esfuerzo por hacer conocer estas obras en un público lector español. ¿Cuántas españolas feministas saben de la existencia de la joven novelista Teofonia Melibea Obono y su novela La bastarda, primera obra guineana que se escribe según el punto de vista de una lesbiana africana?
Justo Bolekia –poeta, narrador, ensayista, lingüista reconocido– es, según la autora de Palmeras en la nieva, quien más le ha enseñado sobre la realidad de Guinea. Pero me temo que no ha sido una gran alumna. Y ¿quién ha leído los tres ensayos monográficos de Inongo Vi Makomé sobre la inmigración africana en España: España y los negros africanos, La emigración negroafricana y Población negra en Europa? Me atrevo a proponer (¿exageradamente?) que estas tres obras (de escasa distribución) deberían ser materia obligada en los institutos españoles de segunda enseñanza. Al fin y al cabo ¿quién no estaría de acuerdo que el asunto complicado y conflictivo de la migración debe ser analizado por migrantes y recibido y considerado por no-migrantes? En cuanto más políticos lean a Inongo mejor estaremos todos.
A ver cuando surge en España un movimiento Dignidad Literaria Africana. Que nos visite Miriam Gurba y nos cante las cuarenta.
[1] Véase Spagna Contemporanea, 2016, XXV, p. 251-63.
[2] Véase la reseña de The Gurugu Pledge en The Guardian (https://www.theguardian.com/books/2017/sep/02/the-gurugu-pledge-juan-tomas-avila-laurel-review)