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Amistad (a la corta)

 

1.

 

Hay relaciones que están más acá del amor y más allá de la amistad. Que contienen trazas de las dos cosas, pero que ni son lo uno ni lo otro; y lo saben, y así actúan. Digamos que se sostienen no en el deseo, sino en el ideal. Su propia consunción sería su derrota. Así, no les queda más que sostenerse en una ambigua, tensa y quebradiza espera.


Es el que caso de Josep Pla, “l´únic gentleman de l´Empordà” y Lilian Hirsch, una joven suiza que el escritor catalán conoció en el verano de 1932, y con la que pasó unos pocos días ese estío. Ocho.

 

Se cuenta en Un amor de Josep Pla al Canadell (Destino, 1985).

 

Un amor platónico, sin duda. Y, por ello, tan bello.

 

Zurich arriba y abajo. Un viaje prometido –y programado– que diríase que por las obligaciones laborales del escritor, nunca se consuma. Pero, ¿es solo eso? No, por ni asomo.

 

Casi se podría decir que ese planificar del amor es la propia bandera de su definición.

 

Es como decir, quedemos a las diez de la mañana en un hotel de la diagonal para follar.

 

Eso ya no es amor: es una vulgaridad.

 

El amor se construye, no se programa. Se siembra, se siente; no se calendariza.

 

Que puede ser injusto… sí, claro. Me refiero a los amores de verano. Dice Pla: “les amistads d´estiu cauen amb les fulles”. Y así es. Si es que la vida conspira contra esos amores.

 

El destiempo; también. Repite mucho Pla: “M´has conegut massa tard”.

 

Pero es que el amor es siempre puro tiempo, oportunidad y espacio.

 

Sin espacio compartido el amor no es; puede ser, sí, pero no es. Se sueña, se proyecta, pero nada más.

 

 

2.

 

Me acuerdo de aquel vuelo Londres-Barcelona.

Me acuerdo de tus labios y tu cabello rubio.

Me acuerdo…

 

 

3.

 

Hay unos versos de Joan Salvat Papasseit (de “Mester D´amor”, [1922]) que dicen:

 

“¿Què hauries fet si mories abans / sense altre fruit que l´oreig en ta galta? / Deixa´ t besar, i en el pit, a les mans, amant o amada –la copa ben alta.”

 

 

4.

 

No conozco amores de verano que perduren. Bueno, sí, conozco amores pegados con tiritas, andrajos, vendas, celofán, desidia, parsimonia, obstinación, comodidad… derrota.

 

 

5.

 

Esos amores veraniegos son como El acoso, de Alejo Carpentier. En el sentido de la asfixia, la falta de tiempo. La hiperestesia, el delirio; la sinrazón. El agarrarse a ese éxtasis de la nada. De lo inevitable, excitarse con una hipotética demolición de la rutina. Un alargarse sin sentido. 

 

Como esa canción de Andrés Calamaro, “Señal que te he perdido”.

 

Ya solo se actúa con máscaras.

 

Todo puro teatro.

 

 

6.

 

Así son los amores de verano. Amistades (a la corta).

 

Pero qué bellos.

 

La hermosura de los amores imposibles es su propia –evidente– negación.

 

El saber que solo son (o pueden ser) hipotéticamente.

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