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Escribir es una putada. Lo que mola es leer y pasear o leer y hablar. Sin embargo, llega el momento en que las ficciones ajenas se agotan. Es el momento en que escribir se vuelve un problema que se resuelve en frustración o conflicto. Y se necesita ambición para seguir adelante. Mucha ambición. ¿Se necesitan conflictos para escribir? Yo, la verdad, no tengo ni idea, porque no escribo y mi vida va viento en popa.
P. Brito
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Hay unos versos de Antonio Machado:
Mas cada cual el rumbo siguió de su locura;
agilitó su brazo, acreditó su brío;
dejó como un espejo bruñida su armadura
y dijo: El hoy es malo, pero el mañana… es mío
Los leo y me llevan a la amistad rota, a la amistad de un grupo de amigos: a la amistad que Machado ve que se deteriora y no es suficiente para que sigan unidos y continúen viéndose, encontrándose, contándose.
Intentando arreglar, cambiar, crear para mañana, lo que sea y como sea.
Donde cada uno sigue su locura, camino propio, fuera, alejándose cada día a solas, feliz de uno mismo.
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Pero hace años nos encontramos por primera vez un grupo de amigos en un curso de la universidad sobre literatura y estudios literarios.
Desde entonces hemos seguido, continuado, encontrado, contado, sin alejarnos.
Cambiado, creado algo.
Hemos tenido la suerte (una suerte construida y perseguida, lograda, mes a mes y libro a libro) de seguir juntos.
Somos ocho. De Andorra, de Astorga, de Barlovento, de Cáceres, tres de Orihuela y de aquí.
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Y el otro sábado, sin ir más lejos, uno de ellos, el Dimas, presentó su primera novela publicada en la ciudad de Madrid.
Yo, muy lejos, me acerqué a la frontera de Vigo a ver si me dejaban ir, pero como puedo ser asintomático, me denegaron la salida.
—Circule, caballero.
—Pero es importante.
—No hay excusas que valgan.
—Es verdad. Lo siento. Disculpen.
—Circule, caballero.
—¿Caballo elegante o torcido?
Llamé a mis amigos desde la línea y límite y les dije que me enviaran la crónica y contaran los hechos.
—Os echo de menos.
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Y así, dejo el espacio a Javier D. Martín, encargado de hacer la presentación allí, en vivo y en directo, para los dos que estamos lejos, en las esquinas septentrionales de la península ibérica; y el público en general:
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Buenos días a todos.
Es para mí un placer enorme estar aquí presentando a Dimas Pardo, cantante y poeta, originario de casi-Murcia, pateador de instagramers en concursos de poesía, cofundador del efímero movimiento literario del fetenismo, amigo íntimo de todos los lateros del centro de Sol.
Dimas Pardo, el ladrón bueno.
Y ello es así porque Dimas es un amigo y una persona a la que yo admiro, alguien con un discurso brillante, que es capaz de decir que nos lo hemos pasado pipa leyendo poesía al recoger un premio delante de Chus Visor y Marwan y que es capaz de escribir un libro como este por el que todos estamos aquí.
Superground, novela o libro de cuentos o autoficción fragmentada, es la filosofía superground, definida en el cuento central del libro, pero que recorre todo el conjunto.
Lo superground es, en primer lugar, una reformulación posmoderna del tan clásico como manoseado carpe diem. De este, de hecho, se dice explícitamente: «Es el tópico literario que más personas ha llevado al alcoholismo y la banca rota desde que un Horacio adolescente se lo inventara para convencer a su madre de cuán importante era ir aquella noche de fiesta».
Es un canto a una vida sin trascendencia, pues todo lo demás es impostura y justificación estética de lo que somos todos: gente a ras de suelo.
El superground resulta en una suerte de superhombre sin ambición, que es consciente de que «eso ha sido todo, el sueño de un niño»; de héroe clásico en el Callejón del Gato (o, como alguien ha definido el esperpento de Valle-Inclán: de tragedia calzada en zapatillas).
Esta novela, en sus múltiples dimensiones, es la broma pesada de Dimas Pardo; un libro que nos sitúa ante todas las miserias y ridiculeces de la vida contemporánea, pero que supone, desde luego, una buena oportunidad de echarse a reír al menos por una vez en esta vida.
Muchas gracias.
Os dejo.
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Ahora la crónica de Pablo Mogica O., enviada por correo a los que no pudimos asistir y a quien pudiera interesarle:
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Llegamos todos con las caras tapadas, desconocidos a la vista, nos encontramos allí dentro, un espacio que olía a asociación canábica, en medio de un edificio para alquilar trasteros. Dos puertas de hierro, una cerrada y otra abierta. Unos interiores con la ventilación desnuda, descubierta, los cables asomando y con un mantel en una bolsa negra.
Nos dice Laura que entremos a ver qué ocurre, que veamos dónde nos vamos a sentar, que todo está muy bonito, que se puede beber, que se puede estar aquí, un rato con los amigos, esperando a que todo salga como tendría que salir, y que si queríamos, podíamos pedir kalimotxo, que lo hicimos, en la barra.
Conociéndolo a él, al que escribe y presenta el libro, todo tenía sentido.
Acostumbrado a estar con él, el que escribe, uno no podía esperar otro sitio. El paisaje nos acompaña, la gente llega y se encuentra alrededor de él, sale y sube al altar, para dar comienzo a la liturgia.
Nuestro obispo Javier nos presenta al mesías de su propia religión, el mesías nos llama hijos de puta y da comienzo la eucaristía.
Un libro envuelto en paños representando una nueva vida, la de él, el que publica, que por fin lo ha conseguido y nos llama para que seamos testigos: sed testigos del comienzo de una vida nueva, que será presentada ante nosotros, todos.
Allí, aquí, con la ilusión de ver a uno de los nuestros subido en uno de esos pilares que se necesitan para sostener el tímpano social de presentarse como escritor. Aunque nosotros ya sabíamos que eso existía antes de que le aceptaran el nombre.
Porque escribir es algo que nos llama a juntarnos, que nos contamina y contagia, de una razón que nos insufla aire cuando el trabajo es una mierda, la vida una cerda y la suerte no acompaña. Escribir, leer, contarnos, es algo que nos salva, y Dimas, como sobreviviente de su propia vorágine interna, nos devuelve la mirada, nos da las gracias por estar y nos comulga diciendo: que continúe la fiesta.
Y así fue.
(Espero que os haya gustado, amigos, hermanos.
Un saludo desde el centro también cerrado de la península.)
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Dimas y Javier allí
Los otros cuatro delante, viendo
Cuando todo esto acabe y, por presión popular, el presidente del Gobierno establezca, en todas las comunidades, el puto Estado de Armarla.
D. Pardo