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AMM


Creo que he leído casi toda la obra literaria de Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956). Es un poco más joven que yo, pero siempre me identifico con sus vivencias, sus emociones y su recorrido fuera del país. Forma parte de mi generación. De AMM me gustan muchas cosas, entre otras, su elegancia con la pluma, su sinceridad cuando habla de sus humildes raíces familiares y su posterior cosmopolitismo neoyorquino. Sin embargo, me gusta menos cuando en los últimos tiempos se ha sumado a manifiestos groseramente partidistas. Un escritor, un intelectual, pienso que debe ser crítico, denunciar lo que haya que denunciar, pero no enfundarse con la bandera de un partido político.

Acabo de terminar su último libro, Volver a dónde (Seix Barral, 2021), por cierto me parece que faltan los signos de interrogación, un compendio de reflexiones íntimas sobre el horrible año 2020 y la maldita pandemia. Lo que más me ha atraído es la introspección que hace de su niñez, de su abuela Leonor, de sus padres y de su primera nieta, que lleva el nombre de la abuela. Ahora no me acuerdo si es la paterna o la materna, y no voy a repasar las más de 340 páginas.

Como deja entrever el novelista vivimos un mundo raro, bastante oscuro, cuyo final todavía no está escrito. No, está nueva normalidad que acuñó el poder político para persuadirnos de que ya habíamos superado la curva, como así nos lo anunció el jefe de gobierno una vez terminado el confinamiento en junio del año pasado, ni era nueva ni podía ser la anterior con algún retoque. Él conducía un autobús sin saber dónde nos llevaba aunque destacando casi hasta el final más sus éxitos que sus traspiés, que fueron muchos.

AMM me resulta lúcido, inteligente y sobre todo sincero cuando confiesa que no sabe bien hacia dónde vamos, que habrá que esperar y que lo que más necesitamos ahora es solidaridad, fraternidad. Suenan a palabras obvias, rotundas, huecas, pero no lo son. Los humanos tendemos a olvidar pronto las tragedias y no extraemos bien las consecuencias.

Yo no tengo ni las luces ni el vasto conocimiento cultural del intelectual andaluz. Sin embargo, comparto con él el juicio tan pobre que le merecen nuestros políticos. Claro que él es más partidista que yo cuando pone todo el mal en la ultraderecha. Pero habla con rabia en su libro, y en eso estoy plenamente de acuerdo, de esa “gangrena política” que padece España más que ningún otro país de nuestro entorno. Y la pandemia no la ha atenuado por desgracia. Como apunta AMM, “el cainismo político prevalece sobre el sentido común”. ¿Por qué tanto odio?, me pregunto yo cuando me levanto cada día. Menos mal que a falta de otra cosa tengo ante mí el mar de mi ciudad accidental y eso calma a la fiera que llevo dentro.

Parafraseando a Javier Marías, el mundo político está lleno de fameux imbéciles. No son imbéciles por su condición de famosos, sino porque lo son completamente, en la traducción correcta del francés, y tal vez ni siquiera son conscientes de que lo sean. Son individuos que se arrojan a cada instante epítetos a cual más sangrante, que consideran que el coeficiente intelectual del ciudadano medio es mínimo, tipos a los que tenemos que escuchar y soportar en la tele o en la radio lo de “preveer” o “proveyendo” dando una patada al diccionario, a la gramática y al respeto a la buena educación. O que salgan fuera de su comunidad y que manifiesten públicamente en el extranjero que “Madrid está llena de madrileños” casi emulando a aquella miss de no sé qué país que cuando el presentador del concurso le pregunto qué sabía de China declaró con una bella sonrisa que era un país muy grande y que estaba lleno de chinos.

Al leer esta especie de dietario de AMM comprendo más esa espiral que hemos experimentado muchos, al menos yo, durante el confinamiento repleta de sueños, de inquietantes pesadillas, muchos de ellas retrotrayéndonos a la infancia y adolescencia, a nuestros mayores y a recuerdos muy vividos. Yo los viví con serenidad, aunque parezca un contrasentido. Estaba solo pero me sentía bien. No tenía el auxilio, la comprensión de una persona que viviera en esos momentos en mi mismo techo a diferencia de otros como el escritor jiennense. En mi caso fueron episodios que me sirvieron para plasmarlos en un libro donde di rienda suelta a la sátira y la fantasía.

AMM me resulta más dramático, más emocional e intimista en sus reflexiones de ahora. Apuesto que su fuerte no está en el sentido del humor ni en la ironía. Lo conocí sólo en una ocasión en un almuerzo con otro compañero cuando yo trabajaba en El País y él acababa de firmar un contrato para colaborar en las páginas del suplemento cultural. Me cayó bastante bien, porque lo consideré una persona modesta, falto de arrogancia y eso que para entonces había obtenido el Planeta con El jinete polaco y ya era académico de la Lengua, sin duda con mayores merecimientos que otros como Juan Luis Cebrián, al que a fecha de hoy no se le conoce obra literaria de valor que merezca un sillón en la RAE. Posteriormente confieso que me decepcionó mucho cuando se puso de perfil en un incidente laboral que yo sufrí y sobre todo cuando no se pronunció ni en el despido de un centenar y medio de redactores en 2014 y años después en el de entonces director y todo su equipo. Sí, en cambio, firmó ese manifiesto de intelectuales progresistas en las pasadas elecciones regionales madrileñas “para frenar al fascismo”. Sinceramente, me pareció excesivo.

El libro de AMM está formado por un centenar y pico de entradas, no escritas en orden cronológico que concluyen con unas reflexiones durante un trayecto en taxi en Madrid con su nieta durante las pasadas navidades. Él parece insinuar que forma ya parte de esa vejez que lentamente se retira hacia el final mientras que ella, agarrada a su oso de peluche, es el futuro, ese futuro de curiosidad antes que de sombras.

Hay un párrafo, al final de la página cien, escrito no por casualidad el 14 de abril, que suscribo y que me permito transcribir aquí:

En esta contemplación estética que ni un parado, ni un enfermo, ni un sanitario puede permitirse, hay también una raíz política, una confirmación de que el mundo no puede seguir basando su prosperidad, poca o mucha, en un sistema económico que destruye la naturaleza y envenena el aire. Yo quiero que pare esto, que acaben los muertos, que los enfermos se curen y la gente pueda volver a ganarse la vida, pero también quiero que haya silencio y sosiego en las ciudades, y que la vida conserve algo de esta fraternidad que nos exalta a todos cuando salimos al balcón cada tarde a las ocho”.

Confieso que ni un sólo día salí al balcón a las ocho y menos aún cuando en mi vecindario vociferaban una hora más tarde con cacerolas, ondeando banderas y haciendo sonar el himno nacional contra el gobierno. Era en esos momentos cuando escribía con rabia, con indignación al ver que médicos y personal sanitario luchaban desesperadamente por salvar la vida de tantas personas careciendo de recursos de protección adecuados. Tal vez no fui un buen ciudadano a diferencia de AMM y tantos como él.

 

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