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Mientras tantoAmor mundi

Amor mundi

La historia no tiene libreto    el blog de Joseba Louzao

Antes de tomarme un descanso veraniego (no
sé si merecido o no), me gustaría hablar de un libro que cité en mi primer
texto en esta publicación: Amor mundi de Dusan
Velickovic. Fue editado por Ediciones del
Bronce en 2003 y, aunque hoy duerma en el mundo de los descatalogados, sigue
siendo posible encontrarlo en alguna que otra librería de lance. Así que, si lo
encuentran, no duden en visitar sus páginas. Y es que mientras nos preguntamos
si las guerras presidirán o no el siglo XXI,
no estaría mal detener nuestra mirada en este peculiar testimonio de uno de los
intelectuales más activos de su país. Una Serbia de la que muchas veces dudamos
de su propia existencia, con númerosas heridas físicas y morales; mientras
luchan colectivamente por no perder la línea de un horizonte aún desconocido.


Amor mundi, que debe su título a Hannah Arendt y su idea de
“amor del mundo y por el mundo”, es un libro que muestra, a través de relatos,
notas personales y artículos de opinión, 
los paisajes cotidianos de una Serbia que aprendía a vivir bajo la ley
marcial de 1999 y que, además, se encontraba amenazada por los bombardeos de la
OTAN. Alguien  podría considerar
que hablar de cotidianidad bajo las bombas nocturnas es un error pero, como
explica el propio Velickovic, todo el mundo actuaba en Belgrado a sabiendas de
la amenaza, como si los bombardeos nunca fuesen a acontecer. Un libro breve y
cercano, que fue una especie de terapia personal ante la realidad. Y esto se
nota. Todas las hojas están teñidas de fina ironía, pesimismo, incertidumbre y algunas gotas de esperanza. La frase de portada es un ejemplo de ello: “un
bombardeo es el suceso ideal para poner en orden mi biblioteca”.


Por las páginas de Amor
Mundi
transitan todo tipo
de personajes y situaciones literarias, que caminan entre lo grotesco y lo
humano. Una mujer obligando a los policías, que pretendían registrar su casa, a
quitarse los zapatos antes de entrar; una pareja que debe dejar su conversación
porque las bombas caen demasiado cerca; o algún timador perdido por las calles
de la capital. Sin olvidar, por supuesto, al mayor protagonista de esta triste y
trágica humorada de la Europa de fin de siglo: Slobodan Milosevic. Una parte
importante del libro está fundada en artículos de opinión que deben leerse como
lo que son: encendidas defensas a la libertad de expresión. De la falta de ella
Dusan Velickovic sabe algo, ya que fue destituido por el gobierno como editor
jefe del semanario NIN.


Este texto aún puede ser atendido
en la actualidad, tomando conciencia y saboreando esas historias que nos hablan
de nosotros mismos más de lo que podríamos imaginar. Por ello, si lo encuentran
no desperdicien la oportunidad y para sacar algunas reveladoras conclusiones
sobre nuestro mundo y sobre el pasado
de los Balcanes. Hasta lo más
innegable para nosotros puede no serlo tanto. “Estaba convencido de que vivía
en un país que no podía, simplemente, deshacerse y desaparecer”, dice Dusan
Velickovic, recordando un viaje al lago Bled diez años antes. Y hoy decimos
que Yugoslavia es un fantasma del pasado, mientras nos preguntamos por la existencia de
Serbia.


Pese a los momentos de
pesimismo, y como práctica solución, aún nos queda la esperanza de construir un
cosmopolitismo posible. Para ello solamente se necesita amor por el mundo, pero
también ese amor del corriente, del humano, que recorre el relato de Dusan
Velickovic.

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