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Ana Aslan y Claudio Mariscal: dos destinos para la humanidad

La humanidad necesita soñadores, para quienes el desarrollo de una tarea sea tan cautivadora que les resulte imposible dedicar su atención a su propio beneficio. Soy de los que piensan que la ciencia tiene una gran belleza. Un científico en su laboratorio no es sólo un técnico, es también un niño colocado ante fenómenos naturales, que le impresionan como un cuento de hadas.

Marie Curie

 

Es difícil hablar sobre la personalidad de Ana Aslan, la doctora rumana mundialmente conocida, cuya trayectoria ha sido marcada por un incesante trabajo en investigación científica y por una preocupación constante en mejorar la vida del hombre cuando alcanza la senectud. La solidaridad y la humanidad, como lección, es lo que apreciamos en su vida y en su trayectoria profesional, que nos desvelan algunos de sus valores, que representan solo una pequeña parte de la dimensión de su figura. Parece que, en Ana Aslan, lo humano y lo intelectual se enlazan en un todo inquebrantable, donde caben tanto la fe, la fuerte convicción en la investigación científica, la ética así como el amor hacia el ser humano. Una conducta representada por muestras de virtudes y méritos humanos.

 

Se sabe que en los tiempos de la dictadura comunista, la doctora Aslan habría sido contactada por los servicios de inteligencia británicos, que pedían su colaboración en un importante proyecto relacionado con los avances en el campo de la geriatría. Requerían no sólo su colaboración, sino también que ella fuera la coordinadora principal en la fundación, en el Reino Unido, de un Instituto de Gerontología y Geriatría, que hubiera traído muchas ventajas económicas al país.

 

Con motivo de la celebración de un evento científico internacional, organizado en Londres, especialmente preparado para que la doctora Ana Aslan fuera la personalidad científica presente más importante, se pusieron en práctica una serie de actos para un gran recibimiento de la doctora rumana. El apartamento de su elegante hotel fue decorado con centenares de especies de orquídeas, su flor preferida. En este ambiente imperial, la doctora recibió la visita de un importante personaje de los servicios de inteligencia británicos, que desempeñaba un papel destacado dentro del establishment del gobierno británico, siendo además un buen conocedor de los problemas relacionados con Rumania. Éste le propuso a la señora Aslan que tomara a su cargo la dirección de un Instituto Internacional de Gerontología y Geriatría, con el objetivo de desarrollar métodos y terapias con los que alcanzar la esperanza máxima de vida, estimada científicamente en los 120 años de edad. La única condición era que la doctora Aslan tenía que renunciar a la ciudadanía rumana, y establecer su residencia en el Reino Unido. Ana Aslan hizo oídos sordos a esa propuesta y empezó a expresar su alegría por la multitud de orquídeas que adornaban su habitación, dando todo tipo de detalles sobre cada especie, hasta que su interlocutor se cansó de escucharla (#).

 

La verdad era que los servicios de inteligencia británicos nunca llegaron a conocer a Ana Aslan como persona. La doctora se sintió profundamente humillada y tomó la decisión de irse antes del plazo previsto.

 

Después del primer día de celebración, la doctora renunció a los dos días siguientes de su visita a Londres, y pidió al representante de las líneas aéreas rumanas Tarom otra opción para el trayecto de vuelta a Bucarest. Sin duda alguna, la idea de fundar un instituto internacional cuyo objetivo era la prevención del envejecimiento prematuro y de encontrar vías y soluciones para alargar la esperanza de vida representaba lo que realmente deseaba. No habría rechazado la oferta si no le hubieran impuesto las citadas condiciones que consideraba humillantes y que instigaban a la traición, obligándola a abandonar su país y cambiar de nacionalidad. La doctora manifestó su desagrado hacia esa forma de actuar. Lo hicieron sin que se tuviera en cuenta el sentimiento de lealtad hacia su país, el lugar donde se formó como especialista y científica, y cuyo nombre se hizo conocido en el mundo entero mediante el brand Ana Aslan (#).

 

 

*     *     *

 

Una tarde de enero de 2013 me reuní con el doctor Claudio Mariscal, en la Clínica de Endocrinología y Nutrición de la calle Velázquez, en Madrid, para hablar sobre su gran amiga rumana, la doctora Ana Aslan. En la entrada me recibió un cuadro inmenso del siglo XVI, representando a la Virgen de la Paloma, patrona popular de la ciudad, que el doctor había heredado de su abuelo. En su despacho impresiona también la multitud de libros de su ingente biblioteca, muchos de ellos relacionados con Madrid, la ciudad a la que tanto ama, y que le acompañan cada día en los encuentros con sus pacientes. También hay libros de poesía, ya que el doctor es un entusiasta lector de este género. Él mismo empezó, hace tiempo, a escribir poesía.

 

Con su permiso, transcribo aquí unos versos, de un poema que el doctor me regaló, titulado ¿Qué es ser poeta?:

 

Ser poeta es vivir en mundo

de profundos pensamientos

de metafísicos temores

de espirituales vientos.

Es volar sobre las frentes

de sabios y de genios

convertirse en brisa

desnudarse del cuerpo

hacerse un poco dioses

y amar la inmensidad del Universo.

 

Al lado de su escritorio, donde siempre le acompaña la fotografía que la doctora Aslan le regaló, con una emocionante dedicatoria, se halla una estantería de madera donde se pueden ver, entre otras, las fotografías de los Reyes, doña Sofía y don Juan Carlos, la fotografía de Evita Perón y otra en la que aparece junto a su mujer al lado del primer presidente democrático del gobierno español, Adolfo Suárez, tras más de cuarenta años de dictadura. Una vida llena de encuentros, viajes, congresos, estudios, investigaciones científicas y libros. Una vida plena en la que siempre ha estado ayudando a sus pacientes en los momentos difíciles. Para unos, ha sido el doctor de las estrellas como Concha Velasco o Sara Montiel. Para otros, sencillamente el doctor Mariscal, de mirada clara, profunda, generosa y, sobre todo, humana.

 

El primer día que llegué allí, el doctor me dijo:

 

—Quiero mostrarte algo; creo que será una sorpresa para ti.

 

Y me mostró una fotografía grande, de la doctora Aslan, con una dedicatoria donde ponía: Para el señor doctor Claudio Mariscal, apreciado amigo, por su humanidad y sabiduría. 20.10.1981

 

El doctor Mariscal lleva muchos años trabajando en la clínica que fundó junto con su hijo, David. Desde entonces cuida de sus pacientes y se preocupa, con una dedicación ejemplar, de todos aquellos aspectos que tienen que ver con el ser humano. No piensa en retirarse. Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, con un sobresaliente Apto cum Laude en el examen de su tesis, ha participado, a lo largo de los años, en congresos nacionales e internacionales, comunicaciones en reuniones científicas, trabajos de investigación y es autor, asimismo, de numerosos libros y artículos sobre endocrinología y nutrición. Es miembro de la Sociedad Española de Endocrinología, Nutrición y Diabetes, de las Sociedades Española, Europea y Mundial de la Obesidad, así como miembro distinguido de la Sociedad Mexicana de Odontología y Estomatología. Fue el director médico del Instituto Ana Aslan de Madrid.

 

Su actividad dentro de la investigación científica y de los congresos internacionales le llevó a conocer en su día a la doctora Ana Aslan, con quien logró congeniar de inmediato. Las opiniones que tenían en común, en especial las relacionadas con el papel del investigador en la imparable búsqueda de nuevos métodos para mejorar la vida del hombre, y con la perseverancia y la esperanza en un futuro con más calidad de vida, les acercaron tanto que un día hablaron sobre la posibilidad de fundar en Madrid un instituto donde se utilizasen las terapias promovidas por el método Aslan.

 

El encuentro con Ana Aslan causó un gran impacto en el doctor Mariscal, quien guarda hasta el día de hoy una gran admiración y un profundo respeto por la doctora que se atrevió con todo, y a pesar de todo, en los tiempos de una dictadura férrea, como era la de Nicolae Ceauşescu.

 

En 1981 se abrió el Instituto Ana Aslan, un centro de investigación y aplicación de terapia en el Centro Azca, en la Plaza Pablo Ruiz Picasso de Madrid. La doctora Aslan viajó a Madrid para participar en la inauguración del instituto, alojándose en el famoso Hotel Villa Magna de la Castellana, como ya había hecho en otras ocasiones.

 

En el periódico ABC, en una entrevista fechada el 29 de septiembre de 1981, realizada por la periodista Pilar Trenas, la doctora Ana Aslan, entusiasmada, declaraba: “Es mi primera visita al instituto y, a simple vista, me parece que su organización es perfecta. Creo que será muy serio, pues está en manos del doctor Mariscal, y yo respondo de los resultados que aquí se consigan, siempre y cuando se apliquen mis sistemas”.

 

Allí estuvo también presente el doctor Mariscal, que mencionó el hecho de que la tramitación del instituto había llevado once años de negociaciones, hasta que se había creado una sociedad en la que, por supuesto, ha participado el Gobierno rumano.

 

Durante mi visita al doctor Mariscal mantuvimos un diálogo para saber cómo comenzó esa amistad con la doctora Aslan y cómo se llegó a abrir un instituto con su nombre en la ciudad de Madrid.

 

—Doctor Mariscal, nos hemos encontrado hoy para hablar de su amiga, la doctora Aslan, con la cual fundó usted el primer instituto Ana Aslan fuera de Rumania, un centro de investigación y aplicación de terapia que seguía sus métodos. Me gustaría saber cómo y en qué circunstancias conoció usted a la doctora Ana Aslan.

—Me llamaron para ser yo el director del Instituto. Tuve el privilegio de estar con la doctora Aslan, en Rumanía. Nos fuimos a Bucarest tres médicos, que estuvimos mes y medio con la doctora Aslan, viendo el instituto, la formación, y todo lo que teníamos que hacer para luego nosotros regresar y aplicar la terapia aquí, en España. La doctora Ana Aslan fue una mujer enormemente preocupada por la ciencia, una mujer científica, una mujer generosa, que desgraciadamente trabajaba en unas circunstancias verdaderamente tristes, porque no tenía un apoyo consecuente y no recibía la estimación que se merecía. Yo, trabajando con ella en Rumanía, me di cuenta del espíritu de sacrificio, del esfuerzo y de la generosidad de esa mujer, en pro de la ciencia.

 

—¿Tenía apoyo por parte del Gobierno rumano?

— De ninguna manera. Es más, yo creo que hasta era perseguida, porque cuando salía de Rumanía, iba acompañada siempre de una señora, probablemente enviada por la Securitate. La doctora era una mujer muy prudente, hablaba muy poco de todo aquello que no fuera medicina o investigación. Tenía una inquietud enorme. No daba ninguna importancia a otras cosas. Tenía un coche viejo y cuando nos íbamos a Rumanía nos llevaba en él, pero era más un vehículo tercermundista que uno de verdad. En una ocasión nos invitó a su casa y nos asombró a todos, pues no tenía tres vasos iguales, tres platos iguales, ni sillas iguales. Es decir, vivía en una situación caótica, en una situación crítica. Y precisamente de ahí, de ese ambiente, salía una investigadora ejemplar, tan importante como fue. Creo que en Rumanía no conocían su capacidad, ni como científica, ni como una doctora capaz de traer a Rumanía una gran cantidad de dinero, a través de su instituto y sus fórmulas científicas.

 

—Volviendo al Centro de investigación y aplicación de terapia, ¿por qué y con qué fin se decide fundar aquí, en Madrid, el Instituto Ana Aslan?

—Nuestro objetivo era que, en vez de que los españoles se fueran a Rumanía, encontraran la terapéutica adecuada, con sus características y sus necesidades, en España.

 

En la entrevista concedida al periódico ABC, Ana Aslan explicó cuál era el objetivo principal de su sistema: “El objetivo del método es la regeneración celular y el mejoramiento de las funciones del organismo y la base del método es un medicamento descubierto por mí, conocido con el nombre de Gerovital, que se aplica mediante inyecciones y tabletas”. Más adelante, detalla las etapas del tratamiento: “Una vez sometido el paciente a un estudio clínico que, cuanto más profundo, permite un mejor diagnóstico, se aplica el método, es decir, este producto, que es científico cien por cien. El diagnóstico clínico es imprescindible y a nadie se le aplica el tratamiento sin él”.

 

—Y, ¿acudían los pacientes al Instituto? ¿Encontraban allí lo que estaban buscando?

— No se puede ni imaginar la cantidad de gente que teníamos… En dieciocho meses, el tiempo que duró el instituto, contamos con muchísimos pacientes. Además, la inauguración, como usted ya sabe, fue en el Centro Azca. Allí, la mayoría de los médicos, todos verdaderamente importantes, estuvieron a nuestro lado, trabajando con nosotros. Lo que sucedió después fue que la buena voluntad que pusimos un grupo de médicos contrastaba con la de una serie de personas que no querían a la doctora, ni sabían en realidad quién era Ana Aslan. Lo que pasó fue que nos engañaron a los que pusimos dinero en ese proyecto, nos estafaron. Nos embaucaron y, a los dieciocho meses, nos dejaron sin instituto. La doctora Aslan lo sintió muchísimo, se sintió defraudada. Claro, ella tenía amistad conmigo, porque los dos teníamos muchos puntos en común y a ambos nos gustaba investigar y dedicar nuestro tiempo a la vida científica.

 

—Y también dedicaban tiempo para encontrar métodos y terapias para mejorar la vida del hombre.

—Claro. La idea que la doctora Aslan tenía era lo que ahora está tan presente. La idea de envejecer adecuadamente. Eso significa envejecer con salud mental, con salud física, con una preocupación constante por cuidar la piel y el corazón. Lo que se sabía sobre la doctora Ana Aslan era solamente la creación de sus cremas, pero ella estaba preocupada por encontrar soluciones para cuidar el corazón también. Nosotros en Bucarest, con un método muy rudimentario, lográbamos hacer electrocardiogramas y luego, en España, hacíamos un chequeo general a todo el mundo. Hacíamos una analítica, su análisis de la sangre, su electrocardiograma, es decir, todas las pruebas que se requerían para hacer un buen estudio, para evitar una vejez prematura, una vejez inadecuada, que era el verdadero objetivo y deseo de la doctora Ana Aslan. Y a los tres o cuatro meses, ella volvía a Madrid, para ver el desarrollo del proyecto en el que se aplicaban sus métodos.

 

—¿Qué ha supuesto el descubrimiento de la procaína, doctor?

—La procaína, como muchos de los medicamentos que se investigan, como por ejemplo para el tiroides, se realizó con muchísima ilusión. Posteriormente resultó que tenía unas aplicaciones muy limitadas. Pero esto no sólo ha ocurrido con la procaína, sino también con muchas otras cosas que en un principio se creía que podían ser la panacea.

 

— ¿Cree usted que en otras circunstancias el instituto Ana Aslan hubiera tenido un gran futuro en España?

—Ante todo, tengo que decirte que si la doctora Aslan hubiera tenido a día de hoy cuarenta años, con la línea que llevaba en su investigación científica, no sólo por el descubrimiento de la procaína, sino por muchas otras cosas, habría ganado el premio Nobel. Con tranquilidad te lo digo.

 

—¿Cómo era la doctora Aslan como persona? ¿Era supersticiosa, como se dice?

—Era una mujer amable, cariñosa, una mujer que te halagaba con los ojos. Tengo una anécdota muy bonita en su casa. Efectivamente era supersticiosa, ahora recuerdo. Cuando una vez nos sentamos a comer resultó que éramos trece en la mesa. Y, por ese motivo, ella puso un plato más. Y entonces a mí se me ocurrió decirle: “Doctora, aparte de poner un plato más, para que seamos catorce o para que sean catorce platos en la mesa, cada uno podría pensar en la persona que le gustaría que estuviera allí”. Y ella me respondió, muy sonriente: “Es que yo no tengo que pensar en otra persona, desde el momento en el que le tengo a usted a mi lado”.

 

—Usted estuvo en Rumanía ¿Qué recuerda de su estancia allí?

—Estuve un mes y medio. En aquella época me sentí triste porque no veía felices a los rumanos. Era una dictadura muy dura.

 

—Férrea.

—Sí, férrea. Y esa mujer que iba con la verdad por delante, que ayudaba a todos sin distinción, era perseguida por el régimen. Cada vez que salía de su país demostraba que era una patriota convencida, con ganas de hacer algo por mejorar la calidad de vida de la gente que vivía en Rumanía.

 

—Algunos la calificaron de egoísta porque dedicaba mucho tiempo a los estudios y a la investigación, no tenía familia, no tenía marido ni hijos.

—Exacto. Yo creo que esto no es egoísmo. Eso es querer saber.

 

—Y dedicación a su propio trabajo.

—Dedicación, amor por la gente y por la ciencia.

 

—Le preguntaría, mirando atrás, ¿cuáles son ahora sus sentimientos de ese encuentro con la doctora Ana Aslan?

—Tengo un recuerdo maravilloso, y no sólo yo, sino también mi familia. Recuerdo muchas cosas de ella. Siempre me inculcó el deseo de saber, lo importante que eran tanto la edad biológica como la edad cronológica. Sobre eso hablaba la doctora Ana Aslan. En eso influía mucho la genética, como ella bien decía, la cultura, la familia, y una serie de factores que influyen en cómo evoluciona uno en la vida, evitando el alcohol y el tabaco. De ese modo, el hombre podría envejecer mejor, logrando prevenir el envejecimiento biológico, precoz. Eso era lo que precisamente pretendía la doctora.

 

—Se habló últimamente en Rumanía sobre el hecho de que a la doctora Ana Aslan le gustaban los viajes al extranjero, que viajaba demasiado.

—Viajar siempre es cultura. Y ella era una mujer que amaba la cultura. Yo creo que han exagerado mucho con el hecho de que le gustaba viajar. Yo solamente la recuerdo en Madrid. Y también me acuerdo de cómo nosotros la ayudábamos a viajar a Viena, porque no se lo podía permitir. Nosotros le regalábamos bolígrafos, cuadernos, todo lo que precisaba, porque llegaba a Rumanía y era lo mínimo de lo que podía disponer. Viajaba para promover su método y, de ese modo, promover su país. Rumanía estaba unida a la doctora Ana Aslan y Ana Aslan unida a Rumanía. Creo que en su país no lograron o no quisieron conocer bien a la mujer Ana Aslan. Porque si la hubieran conocido y reconocido de verdad le habrían dedicado una estatua, una calle, una plaza. O sea, que viajar nos gusta a todos, pero ella era una mujer culta y, sobre todo, una mujer de una gran inteligencia.

 

—¿Piensa que no fue reconocida de verdad en su país?

—No. Seguramente, no. Hay muchos rumanos que no la conocen.

 

—¿Cree que la doctora Ana Aslan podría ser reconocida como un símbolo nacional en Rumanía?

—Claro que sí. Por todo lo que ha hecho por Rumanía. Dio su vida por Rumanía. Una mujer que no dedicó tiempo para ella, practicando deporte o tratando divertirse, consagró toda su vida a la investigación y, en consecuencia, a Rumanía. Creo que hoy en día ya representa un símbolo nacional y un ejemplo de perseverancia, lucha y generosidad. He aprendido de ella el respeto al ser humano, a la biología de ser humano, el amor a la investigación científica y al hombre. Ya representa, sin duda alguna, un símbolo nacional de Rumanía.

 

—¿Cuáles fueron sus últimas reflexiones, después de que se cerrara el Instituto?

—Pues mis pensamientos fueron de tristeza, pero, al mismo tiempo, pienso que fue una experiencia muy bonita, inolvidable. Por ejemplo, en esas consultas se hacía mucha medicina psicosomática y ella siempre evidenciaba la importancia de la psiquis y del soma, y la investigación acerca del soma. Nosotros poníamos un gran empeño en eso. Preparábamos al enfermo psicológicamente, para que luego se pudiera aplicar el método Aslan.

 

—¿Hace falta hoy en día un instituto de estas características?

—Hoy ya es diferente, totalmente diferente. Hoy en día hay tanta competencia con productos, con varios laboratorios, en fin. En aquella época no se podía imaginar la cantidad de gente que teníamos como pacientes. Tal como desapareció el instituto de Madrid, desapareció también el conocimiento de su método y se fundaron otros institutos, de otra gente y, con todo eso se disipó el conocimiento de la doctora Aslan. Pero las personas de mi edad todavía recuerdan a la doctora Aslan.

 

—Si tuviera usted que definir a Ana Aslan en unas pocas palabras, ¿cuáles serían esas palabras?

—Una mujer muy inteligente, deseosa de aprender, generosa con el médico que tenía a su lado, y, sobre todo y por encima de todo, toda una patriota, enamorada de su país.

 

—¿Hablaba de su país?

—Siempre. Y siempre bien, aunque nosotros sabíamos que la situación era mala.

 

—¿Le gustaría añadir algo más?

—Lo que me gustaría es que se sepa quien fue realmente esa mujer en su país, porque para mí fue un verdadero ejemplo, de verdad, de ética, de una gran precisión, metódica en todo. Por eso, le digo que me encantaría que usted, de alguna manera, hiciera saber lo que esa maravillosa mujer ha significado para el mundo, no solamente para España. En Francia, por ejemplo, era muy famosa, se le conocía mucho por su trabajo científico y la admiraban enormemente…

 

 

 *     *     *

 

Ana Aslan nació en la ciudad de Brăila, Rumanía, en 1896. Después de haberse licenciado, dedicó su vida al estudio científico de los problemas del envejecimiento, tanto natural como prematuro, y en los métodos para revitalizar y rejuvenecer el organismo humano. Se graduó en Medicina por la Universidad de Bucarest en 1922, especializándose en cardiología y posteriormente en geriatría.

 

En 1952 logró fundar el Instituto de Geriatría y Gerontología Ana Aslan, en Bucarest, el primer instituto de geriatría del mundo, un ejemplo a seguir para otros países desarrollados, mediante la asistencia clínica y la investigación. Ana Aslan, doctora y especialista en gerontología, llegó a ser la inventora del producto antienvejecimiento más revolucionario del mundo en aquel entonces: la procaína, el principal componente del producto llamado Gerovital.

 

“El 15 de abril de 1949 conocí a un joven estudiante de medicina que sufría artrosis aguda, en estado de crisis desde hacía mucho tiempo. Tenía una rodilla inmovilizada y cada movimiento le producía un dolor atroz. La medicación administrada no le había quitado el sufrimiento”.

 

Por esa razón, la doctora decidió, con el consentimiento del paciente, administrarle procaína y, en poco tiempo, el joven estudiante fue dado de alta del hospital y pudo caminar sin problemas y sin dolores.

 

“Mi asombro fue tan grande que decidí renunciar a la carrera universitaria y dedicarme en cuerpo y alma a la investigación científica, para profundizar en el descubrimiento de la procaína”.

 

Poco después de haber propuesto su método, el régimen comunista organizó una conferencia con el tema La patología del anciano, con un único objetivo: desacreditar a Ana Aslan en los medios de comunicación. Sostuvieron que lo que proponía la doctora era un método bastante controvertido, y, por lo tanto, que no podía ser patentado.

 

Pero ella siguió evidenciando los beneficios y la importancia de ese producto en la mejora de los trastornos distróficos, relacionados con la edad, utilizándolo en el tratamiento de sus pacientes de la clínica geriátrica, bajo el nombre de Gerovital. Con mucha dedicación, luchaba para que la vejez, a la que llamaba senectud, llegara con más calidad de vida, y que uno no sufriese tanta degradación física y psíquica. También luchaba para que la mujer tuviera su lugar en la sociedad, en un mundo donde eso era casi impensable.

 

“Estoy en contra de que el hombre debe acostumbrarse a la idea de la enfermedad y de la muerte. También he luchado contra otros prejuicios, en un tiempo en el que se pensaba que la mujer no podía ser igual al hombre, he luchado contra las inercias, contra el espíritu conservador y la burocracia”.

 

Muchas fueron las personalidades internacionales que visitaron la clínica Aslan, para seguir el tratamiento con Gerovital que fue patentado en más de treinta países, siendo considerado una medicina milagrosa capaz de equilibrar el sistema nervioso vegetativo, con efectos visibles de mejora de distintas afecciones psíquicas. Pablo  Neruda, Salvador Dalí, Nikita  Jruschov, Charles de Gaulle,  Somerset Maugham, Indira Ghandi, el general Francisco Franco,  Miguel  Ángel Asturias, Konrad Adenauer, Mao Zedong, Ho Chi Min, Leonid Brejnev, Iosip Broz Tito, Augusto Pinochet, Marlene Dietrich,  Charlie  Chaplin, Kirk Douglas, Claudia  Cardinale, Aristoteles Onassis y la condesa Swarowsky visitaron Rumanía y siguieron el tratamiento milagro que consistía en comprimidos y ampollas prescritas por Ana Aslan. Hasta John Fitzgerald Kennedy, el presidente de Estados Unidos entre 1961 y 1963 llegó a cartearse directamente con la doctora Ana Aslan y adquirió, al igual que su sucesor, Lyndon B. Johnson, el más conocido medicamento rumano. (Mónica Ramírez, revista Flacăra, 13 de diciembre de 2012).

 

Con todo eso, la vida no fue fácil para ella. Por el contrario, fue bastante dura, llena de desconfianza y falta de recursos, donde la lucha diaria era la única salida. Pero confiaba en su lucha constante, trabajaba doce horas al día y se dejaba guiar por las acertadas palabras de Marie Curie: “La vida no es fácil para ninguno; pero hay que ser animoso y tener confianza en uno mismo; hay que creer que si se está dotado para alguna cosa, hay que alcanzarla, cueste lo que cueste”.

 

Los comunistas la persiguieron e intentaron crearle todo tipo de problemas, sin aprecio ninguno por lo que hizo por su país, sin ningún agradecimiento por su ingente e importante trabajo, mediante el cual atrajo mucho dinero para las cuentas del estado. El día que falleció le negaron hasta el derecho a ser enterrada según el rito cristiano. Pero como Ana Aslan era muy religiosa, resultó que el milagro de su Dios se produjo y un desconocido logró colocar, a escondidas y por la noche, delante de su sepulcro, una cruz de madera con la inscripción de su nombre. Al día siguiente, el cura pudo oficiar así la misa cristiana, al lado de su tumba. Miles de personas abarrotaron el cementerio, queriendo rendir un último homenaje a aquella mujer de pequeña estatura y aspecto delicado, que había dedicado toda su vida a los demás, a intentar mejorar la existencia del hombre, a cuidar el cuerpo y también el alma, con la esperanza de que la vejez se pudiese afrontar de otra manera, a trabajar por que cualquier problema propio del envejecimiento no fuese un escollo y que la senectud representase sólo una fase más en la vida del ser humano.

 

Murió el 20 de mayo de 1988, en Bucarest, dejando así huérfanos a su gente, a sus amigos, a sus pacientes y, sobre todo, a su país, al que tanto quería y al que nunca traicionó a pesar de las innumerables propuestas para hacerlo. No tuvo ¡Recompensa después de un pensamiento!, pero sí tuvo, según su última voluntad, un entierro cristiano, que le permitió descansar y ¡Mirar por fin la calma de los dioses!, como rezan los versos del poemario El cementerio marino, de su poeta favorito, Paul Valéry. De la manera más digna posible, con su fe verdadera y profunda, que le acompañó hasta al final. Con los ojos abiertos, como para abrazar, por última vez, el mundo que tanto amó. Como Adriano, el emperador romano, el personaje principal del libro de Marguerite Yourcenar, seguramente la escritora a la que más apreciaba y admiraba:

 

Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver. Tratemos de entrar en la muerte, con los ojos abiertos.

Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano

 

 

 

 

(#) Del artículo Grandes personalidades rumanas en el Reino Unido, por Aurel I. Rogojan, publicado el 3 de enero de 2012 en el diario Cotidianul de Rumanía.

 

 

 

 

Diana Cofşinski es filóloga, ensayista y traductora. En FronteraD se ha encargado de la traducción de los poemas de Coman Şova, publicados en La nube habitada y ha publicado Richard Canisius. El viaje de un pintor y de un arte desaparecido: el grabado en planchas de cobre y  Ziegfried Kofszynski, un maestro del neogótico en la Rumania de Carlos I.

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