1. El torero se planta frente al toro. Baja el capote, sube el estoque, mira a los ojos del toro. El torero se ha plantado frente al toro de esta misma manera miles de veces antes. Ha interiorizado el ritual como el que se persigna. Ya no necesita pensar en ello y sin embargo piensa en ello cada vez. Junta los pies, agita el capote para que el toro baje la cabeza. El toro cabecea pero no termina de agacharla bien. El torero aguanta la respiración un segundo, un segundo en el que recuerda a todos los toros, todos y cada uno de los que ha lidiado. La posición del brazo, su embestida y la del animal, el tacto del acero entrando en la carne, su peso que lo adentra en sus entrañas. Agita el capote de nuevo, el toro escarba en la arena, el olor de la sangre del toro anterior sube por el aire, el toro no mansea, se lo piensa, sube la mirada hasta el torero. Y entonces el torero ve aquello que no ha visto en las miles de veces anteriores. El torero ve los ojos del toro, ojos negros, acuosos, inocentes. Se adentra en esos ojos, quedan conectados durante un lapso de tiempo que parece una eternidad, luego el torero deja caer el capote, el estoque también cae. Se gira y arrastra los pies hasta la barrera. Ha comprendido, ha roto un muro, saltado a un punto mayor de conciencia, un más allá, ha entendido. Se derrumba y rompe en llanto. Él, que ha dedicado su vida al toreo, ha visto en los ojos del animal el sufrimiento de todos los toros que ha matado. Es la última vez que torea y el primer toro que no matará.
2. No me digan que no tiene su cosita la historia. Que en un instante, en medio de una plaza de toros, rodeado de público, con el toro delante, te dé un ramalazo y te des cuenta del dolor que provocas y decidas dejar de creer en todo aquello que has creído para dar un cambio a tu vida de 180 grados. La mía es una versión literaturizada (pero muy poco) de otra que recorre la web desde hace unos años de forma viral como relato antitaurino, sobre todo en el ámbito anglosajón. Es la historia de Álvaro Munera, va con una foto y el testimonio del extorero. A partir de ese momento Munera se convirtió en furibundo defensor de los derechos de los animales y antitaurino de pro.
Y de repente, miré el toro. Tenía la inocencia que todos los animales tienen en sus ojos, y él me miró, sintiendo dentro de mí un por qué. Era como un grito por la justicia en el fondo de mí. Yo lo describiría cómo una oración, porque si uno confiesa, uno espera que sea perdonado. Me sentí como la peor mierda en la tierra.
3. En su Poética, Aristóteles habla de la anagnórisis como uno de los recursos fundamentales de la tragedia clásica. Anagnórisis es el reconocimiento del héroe. Es decir, el descubrimiento por parte del héroe de algo fundamental en su existencia, de una verdad que ya existía, pero que él ignoraba y que tiene efectos demoledores sobre él, cambia radicalmente de rumbo su vida. Para verlo clarito tenemos a Edipo al descubrir que él es el asesino de su padre y que su amada, Yocasta, es su madre. Te cambia la vida un poco ¿no? Edipo se arrancó los ojos. No está mal.
4. Álvaro Munera sufre una anagnórisis de acción en toda regla y como en una buena tragedia lo hace en el momento culmen, en la peripecia, al entrar a matar. Reconoce, en ese instante, que ha estado viviendo equivocado. Que toda su vida ha sido un fraude, que sus valores han sido los erróneos, pasa de una oscuridad a una luz y como buen héroe trágico acepta su destino, acepta su fracaso y continúa su vida de acuerdo con esta nueva iluminación, o pese a ella, desde luego cargando con su dolor. Ese segundo de reconocimiento de Munera frente al toro es su momento “Luke, soy tu padre”. Es lo mismo. Funcionan exactamente igual. La información recibida –ya sea por palabra o por acción o por alumbramiento divino– es una verdad no conocida que llega y revoluciona todo lo que hasta hace unos segundos se erigía como estandarte, todas las columnas que sostenían la vida del héroe. Tras ese instante queda uno perdido, en dudas. Por eso ese derrumbe frente al toro. Debe reconstruir(se) de nuevo un código de valores, unas columnas que lo sostengan. Munera es pues el gran héroe de lo antitaurino. Pero he aquí la clave, por mucho que luche contra el maltrato no podrá remediar lo ya hecho, no podrá revivir a todos los toros que mató, que vivirán con él el resto de su vida. Ese es el verdadero destino trágico: no el de rebelarse contra él, héroe romántico, sino el de acatarlo y vivir en consecuencia, con la tortura que conlleva, la aceptación de la inevitabilidad y el acto en consecuencia. Arrancarse los ojos y saber que eso no cambiará nada, pero arrancárselos de todos modos. Convertirse en antitaurino al descubrir una vida en el error y continuar viviendo con la conciencia de ese horror.
5. Me van a perdonar, pero resulta que la historia de Munera es falsa. No es falso que la historia recorra de forma viral las redes. Lo que es falso es la historia en sí. Lo explica todo muy bien (pero en inglés) el escritor y actor Fiske-Harrison en su blog. Como tantos otros guiris artistas (Hemingway, por ejemplo), se interesó por los toros de una forma un tanto enfermiza. Publicó un libro sobre el toreo, Into the Arena, en 2011, e incluso aprendió a torear. El de la foto no es Munera, es Sánchez Vara, y lo que está haciendo sentado en la barrera no es llorar sino un desplante, que viene a ser una chulería del torero al colocarse en una posición de riesgo (de espaldas al toro o sentado) para demostrar que no le tiene miedo. El texto tampoco es de Munera. Es un extracto (o una versión) de un artículo de Antonio Gala que publicó en el dominical de El País el 30 de julio de 1995 al sufrir él la anagnórisis en una plaza de toros. Mucho menos dramática la suya, estando sentado en el tendido.
6. Álvaro Munera sí que existió y sí que fue un torero y también es cierto que luego se hizo antitaurino, pero su historia es muy diferente. Munera era un torero colombiano cuando en septiembre de 1984 fue corneado por el toro Terciopelo en la plaza de Albacete. Quedó parapléjico y fue trasladado a un hospital de Miami donde estuvo cuatro años recuperándose. Allí fue donde se convirtió en antitaurino para desarrollar, hasta el día de hoy, una larga carrera (incluso política) como activista contra el maltrato a los animales.
7. Esta no es una historia sobre el toreo. No entramos aquí a dilucidar si toros sí o toros no. Ni siquiera es una historia sobre los hoax de internet. Esta es una historia sobre una sociedad que sigue necesitando héroes y la construcción de relatos que cuenten hitos para agarrarse a ellos. Funcionamos igual que hace dos mil y pico años y una historia falsa, construida de varias pequeñas verdades colocadas para cuadrar con el viaje del héroe en la tragedia griega, sigue llegando más, volviéndose híper-viral, que esas pequeñas verdades por separado (el Munera real corneado por el toro y parapléjico, el Gala escribiendo artículos de su cambio de parecer sobre la tauromaquia, el Sánchez Vara del desplante). Las claves para una buena historia ya las cifraron los griegos. Los espectáculos con toros, busquen taurocatapsia si no me creen, también.
Ángel Talián (1985) es escritor. Recientemente ha publicado el poemario La vida, panorámica (Rialp, 2013). Su blog es La vida panorámica. En FronteraD ha publicado Viaje y nada (encuentro y desencuentro con el poeta Ángel Campos Pámpano). En Twitter: @RojoTalian