Se le ha dado tanto a las autonomías que todo lo que queda por darles es lo último. Es como cuando un cazador acierta a una pieza y los perros se abalanzan enloquecidos sobre ella haciéndola desaparecer de la vista. La democracia española ha sido una gran cacería que culmina. Cada nueva concesión es un paso por la pasarela de este piratismo político. Los primeros acuerdos con el nacionalismo se anunciaban como la manifestación gloriosa de la mismísima democracia. Pero eran pequeños pedacitos de país mordidos por ese nacionalismo ratonizado, moderado y colaborador en apariencia. Era dejar que se comieran trocitos del cuerpo hasta que, a los ratones, bien alimentados por el Estado durante décadas, ya no les servía el disfraz por el tamaño. Eran lobos hambrientos y se lo han comido todo de tal forma que no nos queda más remedio que verlos. El salvajismo cerca nuestras casas. Estaban lejos, pero ya han llegado. Lo estamos viendo y no lo pueden ocultar. Antes los nacionalistas mordían, con el permiso de los sucesivos gobiernos, sin que nos diéramos cuenta y ahora ya sólo nos podemos dar cuenta al ir a mirar y ver que ya casi sólo queda por entregar la identidad. Nos están compartimentando. Ni siquiera es guerracivilismo. No hay dos bandos sino uno y luego centenares. No es polarización sino miniaturización donde se es tan pequeño que no se cuenta para nada. El bando es nuevo, grande y organizado, y el otro está hecho pedazos. Disuelto como los mosqueteros. Sólo nos faltaba un Richelieu (o dos) para terminar, y también lo tenemos. Nos quieren felices miniaturizados, reducidos a la menor expresión sin expresión, negadores de evidencias, de hechos objetivos. Mundos felices y mil novecientos ochenta y cuatros a cuatrocientos cincuenta y un grados Fahrenheit. El otro día se me cayó un vaso en la cocina y los trozos se esparcieron por todo el suelo. Era como España fragmentada, vendida por aldeas, esas piezas. Imaginé que todo ese proceso de la caída del vaso en cámara lenta era España en democracia. Un país del que beber y que sin cuidado y por error se escurre de las manos y va cayendo, va cayendo, hasta hacerse añicos.