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Ante el horror… de los campos de concentración. Españoles en el norte de África

 

El segundo atentado terrorista de masa de corte islamista que se ha producido en la ciudad de París el 13 de noviembre de 2015 ha coincidido trágica y simbólicamente con la conclusión de la lectura libro que Bernard Sicot acaba de publicar sobre el campo de Djelfa: Djelfa 41-43: un camp d’internement en Algérie (París: Éditions Riveneuve, 2015. 443 pp). Djelfa fue uno de esos campos del desprecio de los que ha hablado el primer ministro francés Manuel Valls el pasado día 17 de octubre en la inauguración del Memorial del Campo de Rivesaltes. En éste se hacinaron españoles, gitanos y judíos, entre otros, en el período 1940-42, antes de ser enviados los últimos a la deportación y el exterminio de Auschwitz. En aquél fueron deportados entre 1941 y 1942 más de un millar y medio  de  antifascistas desde los campos de concentración metropolitanos y otros lugares del África colonial francesa. En Djelfa fueron sometidos a un brutal régimen de concentración y trabajos forzados. Allí permanecieron unos ochocientos más allá del desembarco aliado en noviembre de 1942 hasta que o partieron a unirse a unidades de combate aliadas o fueron transferidos menos de trescientos en junio de 1943 al campo de concentración de  Berrouaghia.

 

En esta publicación, el autor ha fabricado toda una supuesta tesis objetiva, por ejemplo: “en lo que concierne a las condiciones de vida y trabajo [de los campos], todo intento de reducir el grado de dificultad sería ciertamente malvenida, pero a la inversa, querer generalizar la extrema dureza, inhumana, según algunos, es sin duda abusivo”[1] [“en ce qui concerne les conditions de vie et de travail, toute tentative d’en réduire le degré de difficulté serait certainement mal venue, mais à l’inverse, vouloir en généraliser l’extrême pénibilité, inhumaine selon certains, est sans doute abusif “] (28). Por lo tanto, Sicot se refiere a través de su trabajo de investigación muy exhaustivo en archivos, publicaciones y testimonios a una amalgama errónea por parte de historiadores, “los cuales le daban esencialmente la mejor parte a los testimonios mayoritarios de los prisioneros españoles” [lesquels faisaient des témoignages des prisionniers espagnols “la part belle” (67)]. Notablemente este es el caso del que esto subscribe (sostenella i no  enmendalla), al calificar de inhumana por concentracionaria la realidad de los campos franceses, que Sicot recusa. A veces, se muestra hasta magnánimo: “Se puede comprender que ciertos autores se sientan tentados por la amalgama” [“On peut comprendre que certains auteurs soient tentés par l’amalgame”] (32). A este repecto, Sicot está “a la búsqueda de la objetividad [que] debe primar y es difícil comprender [por ejemplo] que Hadjerat M’Guil sea asimilado a un campo de exterminio, como ocurre a veces” (32). Todo esto a pesar de que Sicot añada que las realidades de Hadjerat M’Guil como “los fallecimientos no se deben principalmente, contrariamente a lo que ocurría en los campos [sic], a cuestiones de higiene, de enfermedades mal curadas o de alimentación insuficiente sino a los golpes y a los malos tratos” [“les décés ne sont pas dus principalement, contrairement à ce qui se passait dans les camps [sic], à des questions d’hygiène, de maladies mal soignées ou d’alimentation insuffisante mais aux coups et aux mauvais traitements”] (33).

 

Para finalmente remachar el clavo de su revisionismo deshacedor de entuertos concentracionarios, Sicot ha terminado por manipular notable y ampliamente dos de mis citas para declarar que “he banalizado el genocidio de los judíos” [j’ai “banalis[é] le génocide des juifs”] (275) y que me he “dejado llevar por una amalgama imposible entre campos franceses de internamiento, campos nazis de concentración y campos de exterminio” [“je me suis laissé aller à un amalgame impossible entre camps français d’internement, camps nazis de concentration et camps d’extermination”] (274) .

 

Estas aseveraciones han sido retomadas por el autor del prólogo, Christian Phéline (9), que destaca “así en el lado opuesto de toda generalización apresurada, gracias a un escrupuloso ejercicio de microhistoria [Sicot] contribuye a la política de relegación ‘a la francesa’ de estos campos sin osarios ni fosas comunes” [sic]. [“donc à l’opposé de toute généralisation hâtive, par un scrupuleux exercice de microhistoire [Sicot] contribue à la politique de relégation ‘à la française’ –de ces camps sans charniers ni fosses communes [sic]” (9)].

 

Al contrario, el que esto subscribe y lo mantiene aquí, siempre ha trabajado en una larga serie de publicaciones que sientan un precedente sustentado  por más de veinte años de investigaciones, en las que he afirmado que los campos franceses y otros (españoles, etcétera) eran vasos comunicantes con otros campos como los nazis, los soviéticos, etcétera.[2]

 

Para defender esta proposición me he basado en las reflexiones teóricas de Hannah Arendt sobre la eliminación de los derechos de los refugiados (Los orígenes del totalitarismo) y las aseveraciones de Primo Levi, por las cuales afirma que la desaparición de los derechos nos arroja por la pendiente sin fin de lo concentracionario: “Los Lager nazis fueron el apogeo, la cima del fascismo europeo, su manifestación más monstruosa; pero el fascismo ya existía antes de Hitler y Mussolini y sobrevivió abiertamente o bajo formas disimuladas a la derrota de la Segunda Guerra Mundial. Dondequiera en el mundo se empiezan a burlar las libertades fundamentales del hombre y su derecho a la legalidad, se produce un rápido deslizamiento hacia el sistema concentracionario, y se trata de una pendiente sobre la que es difícil detenerse”.[3]

 

Como bien se sabe, más allá de la deportación de los judíos, los españoles y  otros acabaron en el campo nazi de Mauthausen y similares. A causa de la reclusión de 1939, para salir de los campos franceses de las playas de Argelès, Le Barcarès, St. Cyprien, etcétera, muchos españoles tuvieron que incorporarse a las Compañías de Trabajadores Extranjeros (CTE) o a los Batallones de Marcha. Una vez detenidos por los nazis durante La Debacle de mayo-junio de 1940, fueron sacados de los Stalags y deportados a Mauthausen, como apátridas sin  ninguna protección jurídica de la Francia de Vichy ni de la España de Franco y con la complicidad de la denuncia de oficiales franceses. En Mauthausen, los españoles portaron el triángulo azul  de los apátridas. Además, gracias al celo colaborador del director del campo de los refugiados de Les Alliers (Charentes), Aristide Soulier, quien denunció un improbable escondrijo de armas de los españoles sobrevivientes de la Debacle, el primer convoy de deportados gracias a la colaboración francesa partió el 20 de agosto de 1941 hacia el campo de Mauthausen (Montse Armengou y Ricard Belis, El convoy de los 927. Barcelona: Plaza y Janés, 2003, 100 y ss.).

 

Bernard Sicot en Djelfa 41-43 afirma que no tengo en cuenta las “diferencias objetivas establecidas por los historiadores entre los diversos sistemas concentracionarios (274)” (affirme que je ne tiens compte des “différences objectives établies para les historiens entre les divers systèmes concentrationnaires)” (274). Como veremos, también ha suprimido la frase clave en la que proporcionaba los detalles de mi comparación. ¿Pero quiénes son estos historiadores? ¿Los de la historia con baremos de ciencia no sujeta a revisión? ¿La de Bernard Sicot que se refiere “sobre todo” (14) a Denis Peschanski como autoridad  que ha mantenido la nomenclatura del internamiento y que apartó la mayor parte de la evidencia de los campos de África del Norte en su obra de referencia: La France des camps: l’internement (1938-1946). París: Gallimard, 2002?  

 

Curiosamente, Sicot no cita un artículo clarificador de nuestra colega Geneviève Dreyfus-Armand, en un volumen editado por él.[4] La historiadora que no se refiere en particular ni al Vernet ni a los campos de África del Norte, los más represivos, señala la importancia memoriosa de la terminología “concentración” entre los republicanos españoles: “Más allá del verdadero contenido de la palabra ‘campo de concentración’, lo que está en juego en su empleo recurrente, es el peso memorioso de una vivencia largamente obliterada por no decir ocultada”. [“Au-delà du contenu véritable du mot ‘camp de concentration’, ce qui est en jeu, dans son emploi récurrent, c’est le poids mémoriel d’un vécu longtemps oblitéré voire occulté “]. Aunque tras su análisis “no es apenas posible concluir sobre un empleo adecuado o no de tal término más bien que de otro para los campos” [“il n’est guère possible de conclure sur un emploi adéquat ou non de tel terme plutôt que de tel autre pour ces camps”], añade significativamente apoyándose luego sobre Robert Antelme en L’espèce humaine, que “la expresión campo de concentración ha sido empleada a lo largo del siglo XX para designar realidades diversas pero todas ellas sinónimas de privación de libertad y de falta de derecho”. [“l’expression camp de concentration a été employée tout au long du XXe siècle pour désigner des réalités diverses mais toutes synonymes de privation de liberté et de non-droit”].

 

En 2008 afirmé: Es obvio que se podrían realizar abundantes analogías entre las fronteras del Vernet y Djelfa y el universo concentracionario nazi. Sin cámaras de gas, los campos franceses que visitó Aub contenían algunos de los ingredientes de la muerte por maltrato y muerte pasiva: temperaturas extremas, falta de alimentación, inexistencia de cuidados sanitarios, epidemias de tifus, piojos y otras plagas, malos tratos y torturas, jerarquía represiva de guardianes externos e internos procedentes de las filas de los propios internados a modo de la estructura SS/Kapos, trabajos forzados para los beneficios de la jerarquía oficial de la represión, etcétera. De alguna forma Djelfa poseía su escalera de la cantera a lo Mauthausen en las celdas de castigo de Caffarelli. En todo caso, el cadáver de El Málaga “horrendo de delgado, con los ojos abiertos, brillantes y salidos como birlas” bien podría estar amontonado entre aquellos millones de cadáveres del terror nazi”. (José María Naharro, Max Aub y los universos concentracionarios. Max Aub (1903-1972): enracinements et déracinements’. Eds. Marie Claude Chaput et Bernard Sicot. París: Université de Nanterre, 2004. 116).[5]

 

Mi aseveración de que los campos franceses como Vernet o Djelfa compartían similitudes (ingredientes) con los campos nazis evidentemente no quiere decir que se exterminara a los prisioneros al tedesco modo, sino que no se hacía gran cosa para impedir su muerte con un trato similar y   los ingredientes que Bernard Sicot describe en su libro. Mas para un defensor de los derechos universales, la muerte de un ser humano debido a una reclusión forzada es un crimen sea cual sea su lugar. Por otro lado, ¡en los campos de concentración nazis del tipo de Dachau o Buchenwald o Mauthausen, había también enfermerías!

 

Mi cita proseguía así: Pero sobre todo, lo ominoso de Djelfa se refleja en las instrucciones que el propio Almirante Darlan, hombre fuerte del gabinete de Vichy, le enviaba al Gobernador General de Argelia, el 12 de marzo de 1941, abriendo la puerta para los abusos sistemáticos dentro de un simulacro de legalidad: Les individus astreints à résider dans un centre de séjour surveillé sont, non pas des condamnés, mais de simples internés administratifs, mis aussi dans l’impossibilité de poursuivre leur action néfaste, mais qu’on ne saurait, sans illégalité soumettre à un régime de travail forcé. [Los individuos obligados a residir en un centro de estancia vigilada no son condenados sino simples internos administrativos, sometidos también a la imposibilidad de proseguir su acción nefasta, pero a los que no se sabría, sin cometer alguna ilegalidad, someterlos a un régimen de trabajos forzados]. Para evitar el escollo legal que Vichy se guardaba siempre de burlar directamente, refractando la ambigüedad entre derechos y abusos, entre universalismo y privilegio, Darlan sugería que el beneficio personal de los internados favorecería qu’ils ne demeurent point inactifs, [que no permanecieran inactivos] dándole al Gobernador la latitude sur ce qui concerne l’utilisation de main d’œuvre [la libertad en lo que concierne la utilización de mano de obra] y recomendarle la creación de ateliers pour objets (talleres para objetos) cuya venta sería au profit des internés (en provecho de los internados) [Archives Nationales D’Outre-Mer, 9H120].

 

Esta especie de “solución final” ma non troppo por la que se arreglaba tanto el apartado presupuestario como el represivo, trasciende la responsabilidad de lo que, en las crónicas aubianas, se podría interpretar como abusos personales de algún torturador particularmente excesivo: los siniestros Teniente Combs del Vernet o el ayudante Gravelle  de Djelfa… (José María Naharro Los universos concentracionarios de Max Aub. ‘Max Aub (1903-1972): enracinements et déracinements’. Eds. Marie Claude Chaput et Bernard Sicot. París: Université de Nanterre, 2004, 116-117).[6] 

 

Para afirmar que yo he declarado que Djelfa era una “solución final” [en itálica], que he banalizado la Shoah, Sicot ha manipulado/amputado/escondido otra vez casi toda la cita y la traducción (traduttore-traditore). En mi texto, mostraba claramente cómo el almirante Darlan, jefe del gobierno de Vichy, uno de los primeros colaboradores, nombrado sucesor de Pétain, se lavó las manos al ofrecer la posibilidad de una solución final ma non troppo burocrática para el tratamiento de los internados en los campos de Argelia [y utilicé las itálicas como precisión]. Esta referencia estaba insertada y modificada en mi texto para otra cosa muy diferente que la Shoah: aclaraba la manipulación  burocrática en favor del gobernador de Argelia, con la finalidad de dejarle las manos libres para explotar y reprimir al mismo tiempo a los deportados de los campos de ese territorio colonial. Darlan utilizaba así un lenguaje newspeak tipo nazi para descartar el escollo legal del estatus de internados, una estrategia de simulacro seguida por los nazis que siempre buscaron, como lo intentó probar Eichmann en Jesusalén, un proceso de legalidad  para sus peores aberraciones.

 

Pero el señor Sicot, al alterar mis aseveraciones, ha trucado y fabricado, él, una inaceptable amalgama de manipulación: “Forjando [entonces un extraño e inaceptable oxímoron que banaliza el genocidio de los judíos, se refiere siempre, a propósito de Djelfa (en cursiva) a una especie de solución final ‘ma non troppo’” [“Forgeant ensuite un étrange et inacceptable oxymore qui banalise le génocide des juifs, il se réfère, toujours à propos de Djelfa, à une ‘sorte de solution finale ma non troppo’”] [sic]  (Sicot 275). Y Sicot lo asevera hasta después de haber citado él mismo los pasajes de Darlan (yo mismo le referí a los Archivos de Ultramar en Aix-en-Provence) en su texto (139) y de anticiparlos con una anotación “sobre la perversión de un sistema de ‘trabajos forzados’ que puede recordar el de las penitenciarías” [“sur la perversité d’un système de ‘travaux forcés’ qui peut rappeler celui des bagnes”] (138).

 

Está claro que Sicot ha deformado sistemáticamente mis aseveraciones para amalgamarlas fuera de su contexto totalitario y trasladarlas a lógicas de represión ordinarias regladas por el poder justiciero del antiguo régimen o del postrevolucionario frente a la arbitrariedad de los retos ideológicos  de la represión de los campos. ¿Estamos ante un planteamiento académico próximo al de la razón de estado denunciado por Hannah Arendt en The Origins of Totalitarianism para la memoria de los campos? Este parece ser el programa de un investigador que siempre he respetado, con el cual he mantenido una relación de plena cordialidad académica y personal y con el que mis diferencias en relación a este tema han estado basadas sobre mis análisis, los más exhaustivos posibles, establecidos, presentados y contrastados ante numerosos investigadores internacionales, mucho antes de que Bernard Sicot se interesara por la historia de los campos franceses.[7]

 

A pesar de todo, Sicot  afirma: “La norma en Djelfa y allende –hambre, higiene más que precaria, vejaciones, sanciones, castigos corporales  y  muerte– está relacionado con lo que Sylvie Thénault llama ‘la violencia ordinaria’ en la Argelia colonial y que se repetirá en los centros y en los campos de reagrupamiento de la guerra de la independencia. Esta violencia ordinaria –odiosa pero pálida réplica de la de los campos nazis– se ejerció particularmente en los tres campos cuyos responsables fueron inculpados y juzgados”.[8]

 

¿Será, para redimir esta red concentracionaria francesa, que Sicot afirma que los malos tratos de los campos de África del Norte no provienen más que de una lógica colonial mientras que no advierte que fascismo y colonialismo se respaldan? Así era la lógica de las prácticas extrajurídicas   descritas por Thénault en las colonias norteafricanas. ¿Recuerda Sicot la paradójica masacre de Sétif del 8 de mayo de 1945, el día de la capitulación  de la Alemania nazi? ¿Conoce  las aseveraciones de Aimé Césaire o de Franz Fanon y sus analogías referidas en mi cita (nota 1) entre fascismo y colonialismo, pensadores que abrieron el campo de los estudios postcoloniales, en general descartados en el territorio intelectual francés? ¿No debería consultar los estudios de Zeef Sternhell (entre otros, Changer le monde par la raison. Entretiens avec Nicolas Weill. París: Albin Michel, 2014)? Este muestra los orígenes del fascismo en Francia y su instauración inmediata, rápida y expeditiva gracias a decretos fascistas bajo Vichy, aun sin presión nazi, sin  partido y sin proyecto abiertamente de expansión colonialista. La ausencia de estos dos últimos elementos son los detalles que suelen destacar  los últimos bastiones de la resistencia francesa para salvar el honor de la Francia de Vichy de ser un régimen fascista, desvelado por Robert Paxton (La France de Vichy. Paris: Seuil, 1973), el cual barrió el mito de una  Francia toda ella resistente. 

 

Pero Bernard Sicot prosigue su ruta desmistificadora a su manera: “Además de la necesidad de clarificación y de reacción en relación a las ideas recibidas, a los imposible intentos de algunos, hay que tener en cuenta otra exigencia, la que impone el deber de memoria”. [“Outre la nécessité de clarification et de réaction par rapport aux idées reçues, aux  impossibles tentés par certains, il convient de tenir compte d’une autre exigence, celle qu’impose le devoir de mémoire”.] Precisamente tomo como apoyo esta afirmación deformada por Sicot hacia mi trabajo (276) para, al contrario, reivindicar el deber de memoria hacia los concentrados de Djelfa, Le Vernet y otros campos franceses de la época.

 

Concluyo que finalmente los meandros lingüísticos de Sicot sólo sirven para reideologizar la novela nacional sobre los campos de no concentración franceses, en forma que evoca el discurso subyacente en los informes del inspector general de los Campos de Vichy, André Jean-Faure, al que Sicot se refiere por su inocencia (71). De nuevo, internan la excepción francesa (otra más) como paradójicamente ha visto bien Christian Phéline, el autor del prólogo de Djelfa 41-43. A pesar de todo, mis   aseveraciones se apoyaban en otras (Arendt, Levi, etcétera) y prueban la colusión, la relación, la analogía, la similitud, el cordón umbilical con el mundo totalitario de lo inhumano en los campos nazis. Me opongo a una lógica de lo excepcional por la que  simplemente, algunas veces, algunos torturadores a distancia del laissez faire, laissez passer del Estado sobrepasaron ciertos límites (40);[9] contra la manipulación de la voz del testigo, que no tiene, en ningún caso, autoridad final y que bien puede declarar como Lubelski (¿había estado en un campo nazi?) que Djelfa “no fue asimismo un campo alemán” (“ce n’était quand même pas un camp allemand” (Sicot 274). ¿Y de qué tipo se pregunta uno? ¿El primer Dachau, el Buchenwald de la deportación europea, Auchwitch-Birkenau? ¿Qué prueban las fotos de los prisioneros reproducidas por Sicot en el que aparecen como grupos de amigos y que no están fechadas y posiblemente tomadas después del desembarco aliado de noviembre de 1942 (58)? ¿Propaganda,   momentos de relajo, la norma, un lugar de placer? ¡Bien sabemos que los testimonios están  sometidos a numerosas coacciones y aporías!

 

Son estas aporías las que Sicot quiere aprovechar para disminuir  la realidad de los campos franceses: “[La violencia] varió, en otros centros de internamiento, en función de las circunstancias, de la evolución de la situación política y militar en el contexto del conflicto mundial, pero sobre todo en función de los hombres encargados de la dirección. Algunos, en Orléansville, Boghari y Bossuet, citados en los testimonios, aparecen como hombres de buen comportamiento. En cuanto a los internados, su capacidad de organización su aptitud para resistir, jugaron un papel insignificante para su sobrevivencia pero los mejores testimonios están lejos de mantener  a su respecto   comportamientos heroicos constantes y generalizados. El de Paul Zolberg contribuye ampliamente a reducir los estereotipos más difundidos. Otros señalan varias veces la colusión de los anarquistas españoles con el sistema impuesto por Caboche” (276).[10]

 

Entonces, se sigue minimizando la evidencia (consultar la Circular del Ministro del Interior, Marcel Peyrouton del 10 de enero de 1941, el cual designó Le Vernet y   Rieucros como campos de concentración http://www.campduvernet.eu/). Y si el Vernet concentraba, cuando se deportaba a Djelfa, lo que  era altamente recelado por los prisioneros de Le Vernet, ¡sabían bien que no era un centro de vacaciones! Incluso si el asesinato y el homicidio son dos cosas diferentes, los investigadores pueden reconocer bien la frontera demasiado confusa trazada entre voluntad y negligencia. Hubo mucha más voluntad que negligencia por parte de las élites de la Tercera República y luego Vichy para tener, para mantener a distancia dentro de los campos de concentración, a individuos extranjeros o nacionales considerados peligrosos,  apátridas o por sus posiciones de izquierda (comunistas, anarquistas, socialistas, trotskistas, etcétera). 

 

Paradójicamente, la evidencia que aporta el libro de Bernad Sicot refuerza en todo caso lo anterior, desafortunadamente, para todos los que admiramos la gran tradición francesa de los derechos humanos: ingredientes de represión, malos tratos, trabajos forzados, muertes, presentes en el exterminio nazi; una solución final hipócrita ma non troppo en los apartados financiero-represivos del complejo concentracionario francés en una gran mayoría de los campos de África del Norte, transmitida y ejecutada desde las altas directrices del Estado hasta sus ejecutores in situ (p. ej. 136-151). Lo importante del libro de Sicot es que la evidencia exhaustiva del archivo en ningún momento contradice lo que ya apunté en 2008 y antes. Al contrario lo magnifica al proporcionar datos precisos del complejo industrial forzoso de Djelfa al que el comandante militar de los Territorios del Sur, Lupy, calificaba con cierto orgullo de “fábrica” (145), algo ratificado por correligionarios (Jean-Faure) o víctimas (Roubakine). En efecto: un mini Buchenwald o Mauthausen ma non troppo.

 

El libro de Sicot también se publica en el momento que el primer ministro Manuel Valls, de origen catalano-español, se ha dirigido por segunda vez a los emplazamientos  de los antiguos campos del sur (febrero de 2015 en Argelès y octubre de 2015 en Rivesaltes). Esta vez para inaugurar el Memorial de este último campo con un discurso más valiente desde el punto de vista histórico que el de historiadores que han hablado siempre de internamiento y que nunca se han atrevido a describir sus relaciones deshumanizadoras con los campos totalitarios (Peschanski, Denis. La France des camps: l’internement (1938-1946). París: Gallimard, 2002).

 

“La dignidad: he aquí lo que se quiso arrebatar a las personas encerradas aquí. Pero sin dignidad no se es nada. Nosotros queremos, hoy, devolverles esta dignidad en este homenaje.

 

“Imaginemos por un instante a estas familias que sobrevivieron como pudieron: el hambre, la enfermedad, la miseria, los parásitos, la privación total. Estaban amontonadas las unas encima de las otras. Imaginemos a estas mujeres, estos hombres, lúcidos sobre  su destino y, por lo tanto, corroídos por las peores angustias. Imaginemos a estos niños, llorando de fatiga, aterrorizados por lo que veían en la mirada de los adultos.

 

“Aquí, el día a día fue terrible. Casi tanto como esos eufemismos que querían esconder la verdad tras un velo púdico: campo de retención, campo de internamiento, campo de reagrupamiento… Sin embargo, detrás de estas diferentes expresiones, hubo una misma realidad: un campo de exclusión hecho de aparte y de menosprecio total a la humanidad. Lo que caracterizaba este lugar, no era solamente el reagrupamiento, era el orden del menosprecio lo que reinaba”.[11]

 

Estas aseveraciones del señor Valls han situado Rivesaltes en el mismo surco de las de Primo Levi (pérdida de la dignidad humana, etcétera). Evidentemente, se ha escondido que este campo también sirvió de lugar de selección para la expulsión de extranjeros en situación irregular entre 1986 y 2007, que Calais es un no-lugar digno del recuerdo de Rivesaltes y que en Europa se hace demagogia a todos los niveles con los refugiados de Oriente Medio, para los cuales la Agencia Europea de Fronteras acaba de recomendar el 25 de octubre de 2015 centros cerrados para refugiados: estos resucitados de los años 1930, sometidos a la pérdida de sus derechos. ¿Qué tipo de  evidencia hay que presentar para llamar al pan, pan y al vino, vino?

 

Como hemos visto, el señor Sicot, califica con un tono magistral “la violencia [de Djelfa como] ordinaria –odiosa pero pálida réplica de la de los campos nazis” [la violence ordinaire […] odieuse mais pâle réplique de celle des camps nazis” (276)], mediante  una paleta impresionista de colores para evaluar el sufrimiento y la tortura, y concede magnánimamente que quizás, habría que hablar de campos de concentración como respeto a la nomenclatura utilizada por la administración de la época, pero no por la calidad del encierro y de su trauma. Insinúa que tras esta utilización concentracionaria en las publicaciones de investigadores españoles habría una puja de deber de memoria nacionalista:

 

“Eventualmente, se puede aceptar, para los campos franceses, la denominación ‘campos de concentración’, ya que es así  en el sentido literal del término como en 1939 los designó la administración que los creó, aunque éste ya no fue el caso en 1941 [sic]. Se puede comprender igualmente que un número de exinternados, españoles, en particular, marcados por los sufrimientos padecidos, hayan mantenido el uso, hasta después de la liberación de los campos nazis y que sus descendientes lo continúen usando por fidelidad a sus antecesores. A su vez, dos razones mayores contribuyen a explicar esta constancia terminológica: el hecho que, durante el largo paréntesis del franquismo y asimismo después, la opinión pública española no se vio afectada con la misma intensidad que la de la mayor parte de los países de Europa, como en el caso de la francesa, por la verdad del traumatismo procedente de los campos nazis; la fuerte propensión de ciertos historiadores a magnificar (aún a riesgo de mitificar) el papel de los republicanos españoles –real pero en suma  todo modesto– en el combate de las democracias, al igual que su actitud seguramente ejemplar en los “campos de concentración” franceses o alemanes, en Mauthausen principalmente, que por su valiente participación en la  Resistencia y  las acciones “heroicas” de la 9ª compañía de la División Leclerc” (273).[12]

 

Por ello, libros como el de Bernard Sicot circulan manteniendo párrafos manipulados y engañosos sobre un trabajo académico matizado de un investigador pionero sobre la realidad de los campos del desprecio en Francia, pero sobre todo hirientes para la memoria de los concentrados de Le Vernet o Djelfa: campos de concentración comparables a Dachau, creados como veremos con el mismo lenguaje administrativo que utilizó Himmler, el jefe de la policía nazi, contra la oposición de la izquierda perseguida y encerrada en Alemania a partir de 1933.

 

Que la calidad de la ignominia no fuera la misma en Le Vernet o Djelfa o en otros campos franceses en relación a Dachau no cambia nada en cuanto al nivel de la represión que se hunde hacia el grado cero de la infamia nazi o soviética. ¿Pero quiénes somos nosotros, pequeños pensadores de la rueda de repuesto histórica, bien situados en nuestras universidades del primer mundo exclusivo para establecer una isotopía coloreada del dolor totalitario o de la muerte que niegan unilateralmente sus derechos fundamentales a millones de seres in-humanos? Es precisamente por esta razón que debemos desconstruir y denunciar el vocabulario embustero utilizado por la administración de la Tercera República o la Francia libre de Vichy, perpetuado por una historiografía neoestructuralista que fragmenta las evidencias y las repega, tal prestidigitador, sin aristas totalitarias engorrosas bajo los meandros palabreros que despellejan aún más la memoria de su humanidad, de su espacio de realidad, que la revisten de un alquitrán vacío del contenido del dolor que debemos intentar verbalizar. Recuerda las estrategias denunciadas por Eric Hazan (LQR: La propagande du quotidien. París: Raisons d’Agir, 2006).

 

Sicot contradice así los propósitos que él mismo ha citado en su texto de Annette Wieviorka en L’ère du témoin, en el que señala la importancia de la voz humana para la historia: “el encuentro con la voz humana que ha a atravesado la historia y, de forma oblicua, la verdad no de los hechos, pero la más sutil, mas también indispensable de una época y de una experiencia” [“la rencontre avec une voix humaine qui a traversé l’histoire, et, de façon oblique, la vérité non des faits, mais celle plus subtile mais aussi indispensable d’une époque et d’une expérience” (cit. por Sicot 67)] .

 

Es lo que nos recuerda una cita de Arthur Koestler, quién gracias al testimonio de antiguos alemanes rescatados, sitúa a Le Vernet, hasta por debajo de Dachau, en cuanto a la alimentación, barracones e higiene (esta parte de la cita normalmente se ignora y en este caso está glosada por Sicot al eliminar el apoyo de los testigos alemanes internados y las similitudes entre los horrores del Vernet y Dachau) (Sicot  274) [citada aquí en negrita]. Sicot parece borrar, apartar, glosar todo texto que molesta a su edulcorado revisionismo.

 

Koestler utiliza claramente para su analogía dos registros de temperaturas equivalentes, ya que el cero centígrado se traduce en 32 Farenheit, y  por ello afirma la equivalencia de la infamia, que evidentemente podía hacer descender a Dachau bajo cero: “El estándar de comparación en el tratamiento de los seres humanos habiendo descendido a profundidades desconocidas, cada queja sonaba frívola y fuera de lugar. La escala de sufrimientos y humillaciones estaba distorsionada, la medida de lo que un hombre puede soportar se perdió. En Centígrados Liberales, Vernet era el punto cero de la infamia: medido en Dachau-Farenheit aún estaba a 32 grados sobre cero. En el Vernet las palizas eran la orden del día; en Dachau se prolongaban hasta llegar a la muerte. En el Vernet la gente moría por falta de atención médica; en Dachau los mataban a propósito. En el Vernet la mitad de los prisioneros tenía que dormir sin mantas a bajo cero por la helada; en Dachau les ponían  grilletes y los exponían  a la helada […] Pero también hay que mencionar que si consideramos la comida, alojamiento e higiene, el Vernet estaba incluso a un nivel más bajo que los campos de concentración nazis. Teníamos al menos treinta hombres en la Sección C, los cuales habían estado antes internados en varios campos alemanes, incluidos los de peor reputación, Dachau, Oranienburh y Wolfsbûtetel y tenían un experto conocimiento de estas cuestiones”. (Arthur Koestler Scum of the Earth 1941. Londres: Eland, 1991, 95-97).[13]

 

Por lo tanto, Le Vernet y otros (Djelfa a continuación, etcétera) fueron campos de concentración análogos a Dachau donde se encerraba administrativamente en la excepción sine die, entre otros, la disidencia ideológica (primero, el Ministro del Interior y después todos los prefectos) sin recurso al derecho de justicia y con consecuencias relativamente ilimitadas de persecución, de encierro, de trabajos forzados y de muerte (por ejemplo, para 35 de ellos en Djelfa), etcétera. Unos campos basados en las lógicas y en los comportamientos represivos presentes también y adoptados en Dachau, en Buchenwald, en Mauthausen: campos de concentración.

 

Los decretos del primer ministro Édouard Daladier del 12 de noviembre de 1938, los cuales permitieron el internamiento de los “extranjeros indeseables” y del 18 de noviembre de 1939 para “el internamiento de todos los individuos franceses o extranjeros considerados como peligrosos para la defensa nacional o la seguridad pública”, las citas supra de Darlan (pero también en la imposibilidad de proseguir su acción nefasta [mis aussi dans l’impossibilité de poursuivre leur action néfaste]) no están lejos de las intenciones y del lenguaje de Himmler en cuanto a la apertura de Dachau.

 

“Himmler, el Jefe de Policía de Munich ha emitido la siguiente nota de prensa: El miércoles, cerca de Dachau se va abrir el primer campo de concentración para alojar hasta 5.000 personas. Todos los funcionarios comunistas y donde necesario ‘compañeros de viaje en el Reich’ y socialdemócratas que pongan en peligro la seguridad del estado tienen que ser concentrados aquí, aunque a largo plazo no sea  posible mantener a  los funcionarios individuales en las prisiones estatales sin sobrecargarlas, y por otro lado esta gente no puede ser puesta en libertad porque algunos intentos han mostrado que persisten en su esfuerzo de agitar y organizarse tan pronto como son puestos en libertad. Hemos tomado estas medidas sin contemplar ninguna consideración baladí y convencidos de que tendrán un efecto tranquilizador sobre la nación en cuyo interés actuamos. Además el Jefe de Policía, Himmler, ha asegurado que esta custodia protectora será sólo aplicada el tiempo que sea necesario”.[14]

 

Pero hasta en el horror de los comienzos de Dachau, las primeras muertes fueron objeto de pesquisas por parte de la justicia alemana. El fiscal jefe de Múnich, Wintersberger, inició una instrucción el 1 de  junio de 1933, finalmente retirada por el Ministro del Interior bávaro y su homónimo de justicia en Munich, Dr. Frank, y  por la fiscalía en Múnich el  27 septiembre de 1934 (Concentration Camp Dachau 185-193). Como   sabemos, ningún fallecimiento del internamiento francés fue sometido durante el período represivo a mirada judicial alguna, como prueba del rigor de exclusión de la concentración francesa que dependió exclusivamente de las competencias arbitrarias de la policía, los prefectos y del Ministerio del Interior: la aleatoriedad más total de la concentración.    

 

El trabajo de los historiadores debe, entonces, esforzarse en retener y hacer valer los elementos discordantes de cara a los discursos establecidos, entre otros, originalmente por la razón francesa con la ley de los Archivos que ha negado o restringido durante mucho tiempo la consulta de los dossiers del Ministerio del Interior a los investigadores ajenos a una omertà de carrera (derogación, impedimento de citar nombres, no hacer fotocopias o reproducciones de los documentos, etcétera). Pero en la historia de los campos franceses de la época se encuentra una isotopía y una analogía de desmoronamientos de los derechos humanos que nos llevan sobre los pasos de una concentración universal: de Siberia a África, de Asia a América, pasando por Europa y Oceanía. Son estas zonas grises las que debemos destacar en nuestro trabajo de cuestionamiento actualizado donde la palabra del testigo es aún más válida en el contexto del archivo y del análisis teórico de todos los elementos discordantes. Si los perseguidos de los campos franceses han repetido ad nauseam que fueron encerrados en  campos de concentración, es ante nada, a causa de una lógica de excepción y de supresión de derechos que ya se habían dado en la Alemania nazi, la Italia fascista, la España de Franco o en la Unión Soviética de Stalin, etcétera. Es en este deslizamiento denunciado por Primo Levi, analizado por Hanna Arendt, ratificado por Alain Chouraqui, Etienne Tassin, Enzo Traveso, etcétera, que se abren las insondables puertas de la concentración. Es en el contexto ético de las experiencias de los ausentes demasiadas veces intraducibles ya que  jamás han podido contar sus historias, que  debemos hacer un esfuerzo de verbalización de este indecible, de subjetivación del sobreviviente,[15] del rescatado de cara a la no-subjetivación del desaparecido: “los hombres son hombres cuando testimonian sobre los no-hombres” (Giorgio Agamben Lo que queda de Auschwitz: El archivo y el testigo Homo Sacer III. Valencia, Pre-textos, 127). Es en el espíritu denunciado por Albert Camus en La peste contra el conformismo ideológico, entre otros, en el que debemos siempre trabajar.

 

He adaptado para clarificar una terminología sobre los campos de concentración (Jan Stanislaw Ciechanowski, “Los campos de concentración en Europa. Algunas consideraciones sobre su definición, tipología y estudios comparados”. ‘Los campos de concentración franquistas en el contexto europeo’. Ayer 57 Revista de Historia Contemporánea, Madrid, 2005, 51-79).

 

Por sus monstruosidades (campos de concentración de exterminio o de la muerte nazis), por sus perversidades extremas (campo de concentración de exterminio relativo – Buchenwald, Dachau, Mauthausen–, o soviéticos del Gulag, etcétera), por su represión arbitraria (campos de concentración de mortalidad relativa como el Vernet, Djelfa, Albatera, etcétera), o por su deshumanización relativa (campos de refugiados franceses para los españoles de 1939 o extranjeros  [Rolland-Garros, Les Milles]), todos  se enraízan a través de los troncos comunes de la negación de los derechos universales (los no-hombres). Nombrarlos con una nomenclatura del archivo (refugiados, internamiento, centro de estancia vigilada) sólo sirve para mantener, en este caso, la manipulación lingüística de los regímenes democráticos (Tercera República) y fascista (Vichy) que los utilizaron para mantener apartados y/o invisibles a un gran colectivo de seres humanos.

 

En definitiva, el libro de Bernard Sicot, lleno de la evidencia de lo que representó el alcance de la represión concentracionaria en los campos franceses de África del norte, nos aporta y ratifica lo que anteriormente otros habíamos manifestado: los ingredientes de lo concentracionario que afectaron en diferentes grados y cantidades a un vasto colectivo de antifascistas allí deportados o encerrados. 

 

Por desgracia hoy recuperamos la actualidad de la frase de Antonio Gramsci en sus Notas desde la prisión: “la historia enseña pero no tiene alumnos”. En febrero de 1939, cerca de medio millón de refugiados españoles fueron amalgamados negativamente por una importante corriente de opinión pública: el peligro rojo de los indeseables concentrados en campos. De nuevo emergen estos imaginarios bajo los ecos inmediatos  de la violencia en las calles de París, en un barrio popular de Beirut (¿y cuántos más …?). Planean sus posibles repercusiones debido a una política del miedo y ante las presiones de los migrantes (nuevo eufemismo para nuestra falsa conciencia occidental), entre otros, los de Oriente Medio con amalgamas de terrorismos sobre nuestras fronteras. En Francia ya se escuchan llamamientos por parte del partido de Les Républicains para reiniciar estas experiencias de los campos… Vivimos con su repetición en el no lugar de Guantánamo…

 

La historia de estos campos del menosprecio no es sólo    una cuestión de nomenclatura. Se trata sobre todo  de cómo    las alambradas   de las contradicciones de nuestros universalismos bien  pueden esconder muchos otros campos. Así lo  afirmaba Benjamin Franklin : « Aquellos que entreguen la Libertad esencial, para adquirir un poco de Seguridad temporal, no merecerán ni la Libertad ni la Seguridad”.[16]

 

 

 

 

 

 

 

José María Naharro-Calderón, especialista en estudios del exilio, es profesor titular en la Universidad de Maryland (Estados Unidos). Entre sus últimas publicaciones destacan ediciones de El rapto de Europa Campo francés, de Max Aub; La almohada en la arena El paraíso incendiadoLa almohada de arena, Versos del Maquis de Celso Amieva, y en curso de publicación: Entre alambradas y exilios: Sangrías españolas y terapias de Vichy (Biblioteca Nueva).

 

 

 

 

Originale en français

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas


 

[1]    Todas las traducciones del o al francés y del  inglés son mías.

 

[2]   Cito algunas ideas similares en una de mis primeras publicaciones sobre el tema, presentada en la Universitat Autònoma de Barcelona en diciembre de 1995 y publicada en 1998. El señor Sicot la debe conocer a través de su editor, el profesor Manuel Aznar de la Universitat Autònoma de Barcelona, invitado a la Universidad de Nanterre. “No hay efectivamente nada de radicalidad en las expectativas monstruosas de totalitarismos exterminatorios como los franquistas, hitlerianos o estalinianos u otros compañeros de viaje. Ese mal es banal en sus objetivos, en sus estrategias, en sus manifestaciones. Es precisamente esa banalidad demoníaca la que dictadores y acólitos esgrimen hoy para justificar el olvido de sus crímenes ya que según ellos todos llevamos dentro al monstruo posible. Pero nunca puede haber banalidad en nuestra percepción como lo señalaba Primo Levi porque sus orígenes y su jurisprudencia no son banales (cit. por Revault d’Allonnes 39). No hay en el antisemitismo hitleriano ninguna manifestación nueva que no repita, salvo en su simultaneidad masiva, los progroms medievales o las estructuras coloniales del imperialismo europeo. Al fin y al cabo es al ejército español de Weyler al que le incumbe el bochornoso precedente de los campos de concentración en la campaña de Cuba de 1896, basándose históricamente en el ejemplo de las encomiendas coloniales de servicio. Así el humanismo occidental ha adolecido de su típica ceguera estratégica al no poder reducir el fascismo y el Holocausto, no como una aberración única sino como una manifestación intrínseca y repetitiva de la violencia colonial. Fueron Aimé Césaire (Discours sur le colonialisme 10-11) y Franz Fanon (The Wretched of the Earth 101) los que mostraron que el fascismo simplemente era el colonialismo traído a Europa. Césaire desenmascara al Hitler que habita en el humanismo del siglo XX, el cual no condena al nazismo por la naturaleza de su crimen sino por la de sus víctimas: “ce qu’il ne pardonne pas à Hitler, ce n’est pas le crime en soi, le crime contre l’homme, ce n’est pas l’humiliation de l’homme en soi c’est le crime contre l’homme blanc, c’est l’humiliation de l’homme blanc” (11). Y Sartre apuntó en laCritique de la raison dialectique que el racionalismo sólo sirvió para enmascarar las luchas que apuntaban las contradicciones  del universalismo burgués (17) y en el prefacio al texto de Fanon mencionó que el occidente sólo se había humanizado gracias a la creación de esclavos y monstruos (26). 

 

Por ello, la experiencia concentracionaria de los republicanos españoles en Francia participa de esa banalidad totalitaria que se conjuga con la violencia nazi pero que ante todo es producto de un mal aún más perverso. Su radicalismo ejemplifica los vasos comunicantes que  hermanan totalitarismos a liberalismos. Nos recuerda Josep Fontana que “cuando nos horrorizamos por ello, como si fuese algo excepcional, olvidamos que los nazis actuaban con la misma lógica que sirvió en otros momentos para ‘defender’ al ciudadano europeo de los ‘otros’ –herejes, brujas, campesinos rebeldes o revolucionarios” (144). Los atrapados entre alambradas no eran los supuestos ‘otros’ chivos expiatorios del nazismo sino los ‘mismos’ europeos de principios universales que los atrapadores, al menos retóricamente, conmemoraban en 1939 durante el 150 aniversario de la Revolución. Además, el radicalismo del mal universal se acentúa cuando observamos que Francia es un país de una muy fuerte tradición migratoria desde el siglo XIX ya que fue la nación europea con la mayor caída en su tasa de natalidad (Tiberghien 24). Francia sacralizó el derecho de asilo en su representación ideológica y política como lo muestra en 1793, el artículo 120 de la Constitución en el que se da refugio a los extranjeros desterrados de su patria por causa de la libertad (Tiberghien 25). Por ello, la intramemoria concentracionaria republicana en Francia aparece como clave para actualizar las contradicciones del liberalismo universal europeo del que la sociedad española hoy cree participar con plenitud de derechos, pero con mínimos deberes”. José María Naharro-Calderón, ‘¿Y para qué la literatura del exilio en tiempo destituido?’ (El exilio literario español de 1939: Actas del Primer Congreso Internacional. Vol. 1. San Cugat del Vallès: Gexel-Cop d’Idees,  1998, 63-83).

 

[3]   [“Les Lager nazis ont été l’apogée, le couronnement du fascisme européen, sa manifestation la plus monstrueuse; mais le fascisme existait déjà avant Hitler et Mussolini, et il a survécu, ouvertement ou sous des formes dissimulées, à la défaite de la Seconde Guerre mondiale. Partout où, dans le monde, on commence par bafouer les libertés fondamentales de l’homme et son droit à l’égalité, on glisse rapidement vers le système concentrationnaire, et c’est une pente sur laquelle il est difficile de s’arrêter”]. (Primo Levi, Si c’est un homme (1947): Appendice 1976. Œuvres. Trad. Martine Schruoffeneger. París, Robert Laffont, 2005, 146). [Paradójicamente, parte de esta cita ha sido utilizada por Bernard Sicot en su edición de Max Aub, Journal de Djelfa, Perpignan, Mare Nostrum 2009, 27. En mi texto cito en negrita las seccionesamputadas por Sicot y de esta práctica sacaremos más lejos conclusiones sobre su isotopía].

 

[4]    “De quelques termes employés (camps d’internement, de concentration, d’extermination): de leur signification historique à leur poids mémoriel”. De l’exil et des camps. Écrire et peindre, de Max Aub à Ramón Gaya. Ed. Bernard Sicot. Regards 12, 2008. 19-31.

 

[5]    He aquí, la primera cita manipulada por Sicot de mi texto con mi traducción en francés, con los fragmentos citados por Sicot en cursiva y mis secciones amputadas en negrita. “Il est clair  que l’on peut faire réaliser des abondantes analogies entre les frontières du Vernet et Djelfa et l’univers concentrationnaire nazi. Sans chambres à gaz, les camps français visités par Aub contenaient tous les ingrédients de l’extermination: températures extrêmes, manque de nourriture, inexistence de soins sanitaires, épidémies de typhus, poux et d’autres plaies, mauvais traitements et tortures, hiérarchie répressive des gardiens externes et internes provenant des rangs des internés mêmes à la façon de la structure SS/Kapos, travaux forcés pour le bénéfice de la hiérarchie officielle de la répression, etc …D’une certaine façon Djelfa possédait, dans les cellules de Caffarelli, les marches de la carrière de Mauthausen. En tout cas, le cadavre de El Málaga ‘horrible tellement il était maigre, les yeux ouverts, brillants et exorbités comme des boules’ pourrait bien se trouver entassé au milieu des millions de cadavres de la terreur nazie”.

 

[6]   He aquí la otra cita mía  manipulada y amputada y mi traducción en francés, con los fragmentos  citados por Sicot en cursiva y los que han sido amputados en negrita. [Mais surtout, ce qui était abominable à Djelfa se reflète dans les instructions que l’Amiral Darlan même, homme fort du cabinet de Vichy, envoyait au Gouverneur Général d’Algérie, le 12 mars 1941, ouvrant la porte aux abus systématiques dans un simulacre de légalité: Les individus astreints à résider dans un centre de séjour surveillé sont, non pas des condamnés, mais de simples internés administratifs, mis aussi dans l’impossibilité de poursuivre leur action néfaste, mais qu’on ne saurait, sans illégalité soumettre à un régime de travail forcé. Pour éviter l’entrave légale que Vichy se gardait toujours d’évader directement en reflétant l’ambigüité entre droits et abus, entre universalisme et privilège, Darlan suggérait que le bénéfice personnel des internés favorisait qu’ils ne demeurent point inactifs, en donnant au Gouverneur la latitude sur ce qui concerne l’utilisation de main d’oeuvre et en lui recommandant la création d’ateliers pour objets dont la vente serait  au profit des internés [Archives Nationales D’Outre-Mer NOM, 9H120].

 

Cette espèce de “solution finale” ma non troppo par laquelle on arrangeait tant le côté budgétaire comme le répressif, transcende la responsabilité de ceux que les chroniques de Aub on pourrait interpréter comme abus personnels d’un tortionnaire quelconque particulièrement excessif: los sinistres Lieutenant Combs du Vernet ou l’Adjudant Gravelle de Djelfa …].

 

[7]   El profesor Javier Lluch ha destacado recientemente lo pertinente de mis aseveraciones concentracionarias citando a su vez las de Bernard Sicot en cuanto a la falta de clarificación en ciertas aseveraciones sobre los centros de acogida (hébergement).Evidentemente, estoy de acuerdo en cuanto a  la clarificación de la terminología, pero en desacuerdo con los objetivos eufemísticos escondidos bajo la nomenclatura de los campos de refugiados, internamiento, etcétera: “Abierto sigue el debate [nota 18] en torno a la denominación de los campos franceses: ¿de internamiento, de refugiados, de concentración…? Comparto esta última opción porque objetivamente responde al tratamiento que entonces recibieron y porque,concentracionario, se presenta además en textos escritos por quienes los habitaron: por ejemplo, en 1941 Manuel García Gerpe publicó Alambradas con el subtítulo Mis nueve meses por los campos de concentración de Francia; Manuel Andújar (1990) tituló su obra testimonial Saint Cyprien. Campo de concentración, y el poeta Celso Amieva, quien estuvo en Argelès, Barcarès y Bram, utilizó tanto ‘concentración’ como ‘internamiento’.

 

Con razón señaló Naharro-Calderón que otra denominación no es sino un eufemismo administrativo, pues una normativa legal del 12 de noviembre de 1938 permitía internar a los indeseables en recintos concentracionarios. En esta línea se inscriben voces como la de Tristan Castanier, quien abre su obra sobre la maternidad suiza de Elna señalando que utiliza ‘concentración’ por ser la ‘mention majoritairement employée dans les archives dépouillées’.

 

Con ‘internamiento’ la historiografía francesa traza distancias y se distingue de los campos nazis, a los cuales en tantos casos se arribaba desde los franceses: a Mauthausen y Dachau, pongamos por caso, fueron deportados muchos españoles, como les sucedió a Agapito Martín y Víctor Cariño tras su paso por Francia.

 

En aquel contexto, al pervertidor lenguaje del poder se añadía la apropiación de la memoria de la ciudadanía y la instauración de un discurso oficial, como también sucedió en Alemania o en la España franquista”.

 

[Nota 18]: “Incluso problemático es el propio concepto de ‘campo’. Por ejemplo Bernard Sicot (Sicot, B.: ‘Literatura española y campos franceses de internamiento. Corpus razonado (e inconcluso)’, Cahiers de civilisation espagnole contemporaine, 3, 2008. Httpp://ccec.revues. org/2473?lang=en), afirmó: “Resulta abusivo hablar de ‘campos’ a propósito de la mayoría de loscentres d’hébergement en los que los refugiados (mujeres, niños y hombres mayores de 50 años) vivían a menudo en pésimas condiciones pero generalmente en un régimen de libertad que, por si sólo contradice el concepto de campo. Eran campos de refugiados (en las primeras semanas) y luego se transformaron en campos de internamiento, con sus distintos sectores (para militares, civiles, mujeres y niños como en Argelès), campos disciplinarios (Le Vernet, Djelfa) o de castigo (Collioure, Hadjerat M’Guil) y agrupamientos de trabajadores extranjeros Groupements de travailleurs étrangers (GTE), que antes de Vichy se llamaban Compagnies de travailleurs étrangers (CTE). Habría que tener en cuenta la evolución del ambiente y la naturaleza de ciertos campos según la personalidad de los sucesivos mandos, los cambios políticos y bélicos, la evolución del conflicto mundial, favorable o desfavorable a los aliados”.

 

(Javier Lluch-Prats, “Donde habita la memoria: Testimonios históricos de la diáspora republicana en torno a los campos de concentración franceses”. Tiempos de exilio y solidaridad: la Maternidad Suiza de Elna (1939-1944). Eds. Alicia Alted Vigil & Dolores Fernández Martínez. Madrid: UNED, 2014, 142-143)

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[8]    [“La norme à Djelfa et ailleurs –faim, hygiène plus que précaire, brimades, punitions, châtiments corporels et décès– relève de ce que Sylvie Thénault appelle ‘la violence ordinaire’ dans l’Algérie coloniale et qui se répétera dans les centres et les camps de regroupement de la guerre d’indépendance. Cette violence ordinaire –odieuse mais pâle réplique de celle des camps nazis– s’exerça particulièrement dans les trois camps dont les responsables furent inculpés et jugés” (276)].

 

[9]   “Si los ‘métodos’ utilizados por algunos bárbaros suboficiales filonazis, a los cuales la indiferencia de sus mandos, la inutilidad de las inspecciones y la situación política y geográfica les daban plena libertad de movimiento, no son suficientes para transformar los dos campos incriminados en campos alemanes, no se puede minusvalorar que, como lo precisa, durante el juicio de Argel en nombre del ministerio público, el comandante Jammes, comisario del gobierno, ‘Hadjerat M’Guil, Djenien Bou Rezg [son] dos nombres  que quedarán en la memoria humana como los de infiernos abominables. Evocarán también un régimen odioso que pisoteó todas las libertades’” (Sicot 40). [“Si les ‘methodes’ employées par quelques sous-officiers nazillons barbares que l’indifférence de leur hiérarchie directe, l’inutilité des inspections et la situation politique et géographique rendaient quasiment libres de leurs mouvements, ne suffisent pas à transformer les deux camps incriminés en camps allemands, il n’en reste pas moins que, comme le précise, durant le procès d’Alger au nom du Ministère public, le commandant Jammes, commissaire du gouvernement, ‘Hadjerat M’Guil, Djenien Bou Rezg [sont] deux noms qui resteront dans la mémoire des hommes comme ceux d’enfers abominables. Ils évoqueront aussi un régime odieux, qui a foulé aux pieds toutes les libertés” (Sicot 40)].

 

[10]   [“La violence] varia, dans d’autres centres d’internement, en fonction des circonstances, de l’évolution de la situation politique et militaire dans le contexte du conflit mondial mais, surtout, en fonction des hommes chargés de l’encadrement. Certains, à Orléansville, Boghari et Bossuet, cités dans les témoignages, apparaissent comme des hommes au comportement apprécié. Quant aux internés, leur capacité d’organisation, leur aptitude à résister, jouèrent un rôle négligeable pour leur survie mais les meilleurs des témoignages sont loin de retenir à leur sujet des comportements héroïques constants et généralisés. Celui de Paul Zolberg contribue largement à réduire les stéréotypes les plus répandus. D’autres signalent à plusieurs reprises la collusion des anarchistes espagnols avec le système imposé par Caboche” (276)].

 

[11]   [“La dignité : voilà ce qu’on voulait arracher aux personnes enfermées ici. Or, sans dignité, on n’est rien. Cette dignité, nous voulons la leur rendre, aujourd’hui, par cet hommage.

 

Imaginons un instant ces familles qui survivaient tant bien que mal: la faim, la maladie, la vermine, le dénuement le plus total. Elles étaient entassées les unes sur les autres. Imaginons ces femmes, ces hommes, lucides sur leur sort, et donc rongés par les pires angoisses. Imaginons ces enfants, pleurant de fatigue, terrorisés par ce qu’ils voyaient dans le regard des adultes.

 

Le quotidien, ici, fut terrible. Presque autant que ces euphémismes qui voulaient recouvrir la vérité d’un voile pudique : camp de rétention, camp d’internement, camp de regroupement… Pourtant, derrière ces différentes expressions, il y eut une même réalité : un camp d’exclusion fait de mise à l’écart et de mépris total de l’humanité. Ce qui caractérisait ce lieu, ce n’est pas seulement le regroupement, c’est l’ordre du mépris qui y régnait”.]

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[12]   [“À la rigueur, on peut accepter, pour les camps français, la dénomination ‘camps de concentration’ puisque c’est ainsi qu’au sens littéral les désignait en 1939 l’administration qui les créa, bien que ce ne fût plus le cas en 1941. On peut comprendre également, qu’un nombre d’ex-internés, espagnols en particulier, marqués par les épreuves subies, en aient maintenu l’usage y compris après la libération des camps nazis et que leurs descendants continuent à le faire par fidélité à leurs anciens. D’autant que, deux raisons majeures contribuent à expliquer cette constance terminologique: le fait que, durant la longue parenthèse franquiste et même après, l’opinion publique espagnole n’ait pas été affectée avec la même intensité que celle de la plupart des pays d’Europe, en l’occurrence la française, par la vérité du traumatisme en provenance des camps nazis; la forte propension de certains historiens à magnifier (au risque de la mythification) le rôle des républicains espagnols –réel mais en somme toute modeste– dans le combat des démocraties, autant pour leur attitude forcément exemplaire dans les ‘camps de concentration’ français ou allemands, à Mauthausen notamment, que pour leur participation courageuse à la Résistance et aux actions héroïques‘ de la 9e compagnie de la Division Leclerc” (273)].

 

[13]   [“The standard of comparison in the treatment of human beings having crashed of unheard-of depths, every complaint sounded frivolous and out of place. The scale of sufferings and humiliations was distorded, the measure of what a man can bear was lost. In Liberal-Centigrade, Vernet was the zéro-point of infamy ; measured in Dachau-Farenheit it was still 32 degrees above zero. In Vernet beating-up was a daily occurrence; in Dachau it was prolonged until death ensued. In Vernet people were killed for lack of medical attention; in Dachau they were killed on purpose. In Vernet half of the prisoners had to sleep without blankets in 20 degrees of Frost ; in Dachau they were put in irons and exposed to the Frost […] [But it must also be mentioned that as regards to food, accommodation and hygiène, Vernet was even below the level  of Nazi concentration camps. We had some thirty men in Section C who had previously been interned in various German camps, including the worst reputed, Dachau, Oranienburg, and Wolfsbûtetel, and they had expert knowledge of these questions”].

 

[14]   [“The Munich Chief of Police, Himmler, has issued the following press announcement: On Wednesday the first concentration is to be opened near Dachau with accommodation for 5000 persons. All communist and-where necessary –‘Reichsbanner’ and Social Democrat functionaries who endanger state security are to be concentrated here, as in the long term it is not possible to keep individual functionaries in the state prisons without overburdening these prisons, and on the other hand these people cannot be released because attempts have shown that they persist in their efforts to agitate and organize as soon as they are released. We have taken these measures without regard to any petty considerations and are convinced they will have a calming effect upon the nation in whose interest we have acted. Police Chief Himmler further assured that protective custody is only to be enforced as long as necessary” (Concentration Camp Dachau, 1933-1945. Comité International de Dachau, Bruselas, 1978 46)].

 

[15]   Sobreviviente engloba a los que vivieron la situación extrema de un campo de concentración en sus diferentes grados y no solamente los de la “muerte en masa” como lo quiere restringir Sicot (66), apoyándose erróneamente sobre Wieviorka (L’ère du témoin. París: Plon, 1998. 120).

 

[16]   “Those who would give up essential Liberty, to purchase a little temporary Safety, deserve neither Liberty nor Safety” (‘An Historical Review of the Constitution and Government of Pennsylvania’.  Memoirs of Benjamin Franklin. Vol II. Filadelfia: Mcarty & Davis, 1840, 99). Sin embargo, hay que contextualizar históricamente esta cita en el entorno de un debate parlamentario sobre presupuestos para la protección armada de los colonos de la frontera de Pensilvania.

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