Hace ya bastantes años, cuando estudiaba en la universidad, hubo una docente, de nombre Raquel, que siempre nos recomendaba con mucho entusiasmo que leyéramos mucho para redactar bien pero, sobre todo, que prestáramos atención a los grandes escritores de crónicas. En concreto, nos recomendó un libro, Larga distancia, de Martín Caparrós, un libro de crónicas de viajes que el autor había realizado por distintos puntos del continente gracias a su profesión periodística.
Ese fue mi primer contacto con el escritor argentino. Luego, la vida y las lecturas me hicieron conocer más obras de Caparrós, pero este especialmente no solo fue para mí el evento fundacional para comenzar a tomarle el gusto a los libros de viajes, sino que también fue para el mismo Caparrós un libro que marcó su vida, como bien cuenta en en Antes que nada, sus memorias recientemente editadas.
Ahora, desde Madrid, donde vive hace más de una década, cuenta algunos episodios de su vida. Pese a su resistencia inicial a emprender el proyecto. Y la empresa narrativa no tiene otro objetivo que recuperar retazos de su existencia frente a la realidad de la muerte. La muerte que a todos nos llegará, pero en el caso de Caparrós con una fecha algo más precisa, como el mismo cuenta:
“Me dijeron que me voy a morir. Es tonto: no debería necesitar que me lo digan. Pero una cosa es saber que te vas a morir alguna vez –empeñarte en olvidar que te vas a morir alguna vez– y otra muy otra que te digan que hay un plazo y ni siquiera es largo”.
La explicación es simple, la elaboración mental compleja. Caparrós fue diagnosticado con ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica), una enfermedad que no tiene cura y que va minando y debilitando todo el cuerpo poco a poco, hasta hacer imposible la supervivencia. Pero, lejos del papel de víctima, en Antes que nada logra la maestría de sostener el relato de las dificultades que la enfermedad le provoca pero a su vez sostiene el testimonio de la maravillosa vida que tuvo, pese a todo.
“Entonces pensé que, justamente, seguir con mi vida en todo lo posible era hacer otra vida, adaptarla a lo que si podía: no enfrentarme todo el tiempo a los límites, evitarlos todo lo posible. Sentadito estoy muy bien, sería la nueva orden. Y un corolario: que persistir, a veces, es idiota; que, tantas veces, no queda más remedio que adaptarse”.
Amor a España. Amor a Argentina. Amores en general. La profesión. Los viajes. Emigrar. Emigrar otra vez. Emigrar una vez más y emprender el último viaje, el definitivo. El hijo. La familia. El periodismo y la militancia política. Y sentimientos: cierto aire de síntoma del impostor, de creer que no pero sí. De ser feliz, de lograr ser lo que quiso ser. Todo eso. Todo y más.
“No puedo imaginar –realmente no puedo imaginar– mayor privilegio: dediqué mi vida a lo que quise. Puedo haberlo hecho mal, equivocado, defectuoso, pero fueron mis errores, mis defectos y fue, todo el tiempo, una elección. Debería ser la norma; no lo es”.
Si acaso no es un logro dedicarse a la vocación y vivir de ello, que paren el mundo que yo me bajo. Por ello es por lo que Antes que nada, lejos de ser un velorio continuo, es esa mezcla agridulce que, en realidad, tiene casi cualquier vida. Esos momentos de gloria que parecen eternos, aunque sepamos que tienen un fin; esos momentos de angustia que pueden ensombrecer la actitud vital de cualquiera si no practicamos la receta del equilibro. Que no todo es tan malo ni todo tan bueno. O que todo puede tener el título de fantástico si miramos a través del prisma de una actitud mental positiva.
Caparrós, pese a todo y según lo que cuenta en sus memorias, sigue activo. Sigue activo como puede. Con proyectos adaptados. Con títulos y novelas escritas, pero sin publicar, con la incertidumbre lógica de no saber si esos escritos verán la luz en vida o si serán póstumos. No lo sabe, pero sigue. Pese a todo.
Hace ya muchos años que Caparrós dejó de lado esa escritura algo estrafalaria, con demasiados ornamentos. Demasiado “ripipí”, como el mismo confiesa. Ya en la madurez –nos cuenta– quiere una escritura más directa y llana, con la simple pretensión de contar sencillo y narrar con defectos incluidos, sin preocuparse por ellos. Los últimos libros de él así son. Sobre todo, Antes que nada.
Bueno Martín, que vamos terminando. Te dejo el final.
“Me gusta haber querido, haber sido querido, haber hecho la mitad de un hijo, haber viajado, haber escrito. Me gusta haber tratado de mirar el mundo, no haberme encerrado en cualquiera de las innumerables celdas suaves, acolchadas que estos tiempos ofrecen. Me gusta haber tratado de entender cosas que no entendí, e incluso dos o tres que sí –o que creí que sí. Me gusta esta sensación de haber hecho bastante con mi vida, aunque sé que podría haber hecho tanto más”.