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Mientras tantoAntitauropedia

Antitauropedia


Hace seis años, el periodista y doctor en Historia Contemporánea Juan Ignacio Codina publicó un libro fundamental y necesario, de esos que al leerlos cuesta creer que no hayan sido escritos antes. Se titulaba Pan y toros. Breve historia del pensamiento antitaurino español (Plaza y Valdés, 2018). El libro daba a conocer, con el rigor de la tesis doctoral de la que procedía, y la amenidad de un buen libro de divulgación, la gran tradición histórica española de antitaurinos eminentes, figuras egregias de la política, la religión, la filosofía, la literatura, el arte y la cultura, que consideraban que la tauromaquia era un espectáculo envilecedor que debía ser prohibido, no solo a causa del sufrimiento animal, sino también por alimentar en la sociedad el gusto festivo por la sangre, la violencia y la crueldad, y ser un lastre para la educación del pueblo y el progreso moral. El libro, que iluminaba una zona tan oscura como silenciada del pensamiento ilustre de nuestro país, tuvo lógicamente un éxito inmediato y hubo de ser reeditado.

Resumir una tesis de 1200 páginas en poco más de 200 supuso dejarse muchas cosas fuera. Por eso Codina ha seguido, afortunadamente, dando a conocer más aspectos de aquella proteica investigación y acaba de publicar Antitauropedia (Plaza y Valdés, 2024), una obra igualmente importante que, siguiendo la estructura de un diccionario enciclopédico onomástico, permite el acceso claro, riguroso y ordenado a las opiniones de 105 personalidades históricas españolas contrarias a la tauromaquia. Entre ellas, Clarín, Balmes, Pío Baroja, Blasco Ibáñez, Pau Casals, Emilio Castelar, Luis Cernuda, el padre Feijoo, Ramón Gómez de la Serna, Francisco de Goya (sí, Goya), Miguel Hernández, Blas Infante, Isabel I de Castilla, Juan Ramón Jiménez, Jovellanos, Larra, Antonio Machado, Ramiro de Maeztu, la Pardo Bazán, Quevedo, Ramón y Cajal, Santiago Rusiñol, Francisco Umbral, Unamuno… Así, hasta más de un centenar.

El sector más cultivado de la afición taurina, además de apelar continuamente a la tradición —el único argumento que queda cuando no se tienen otros—, ha gustado siempre de sacar en procesión a unos cuantos defensores ilustres, más bien escasos, los de siempre. Que si Picasso, que si Lorca, que si Orson Welles, que si Goya (que no era taurino, solo quería contar las miserias de España) … y poco más. Habría que preguntarse por qué la otra parte, la contraria, la mayoritaria, la culta, la ilustrada, la que luchaba por el progreso y el desarrollo ético de la sociedad española, ha permanecido tan silenciada. Dice Espido Freire en el prólogo a Antitauropedia que quizá haya sido «por inercia y falta de curiosidad, por habernos acostumbrado a una versión única», que incluso hemos vendido fraudulentamente como seña de identidad nacional. Por eso la investigación de Codina está sorprendiendo a tanta gente, incluidos algunos taurinos de mente abierta —que los hay— capaces de revisar sus gustos y sus ideas a la luz del conocimiento y de aquello que Hegel llamó el espíritu de los tiempos. Sin duda, es una postura mucho más inteligente y digna que la de seguir pataleando cerrilmente y reivindicando el derecho de las minorías a divertirse como quieran, algo que dicho por ellos parece una broma.

La estadística demuestra que la sociedad española hoy está mayoritariamente en contra del maltrato animal, en general, y de las corridas de toros, en particular. Si la lidia se mantiene viva —moribunda más bien—, es por la respiración artificial que le suministra una ley de 2013 que nació ya decrépita, y por la inyección de dinero y chulería de un lobby gritón con buenos contactos, enfadado ahora por tener que pelear la subsistencia de un vicio que antes le servían gratis y en bandeja. Algún día acabarán también esos cuidados paliativos, y la tauromaquia —junto a las demás fiestas con toros y otros animales— terminará sus días como las peleas de perros o de gallos, oculta, clandestina, a precio de oro, asequible solo para quienes tengan el bolsillo tan hinchado como su morbo.

Mientras esto ocurre, disfruten del conocimiento que nos regalan los libros de Codina, del placer de descubrir que España no ha sido como nos han vendido, que, desde Isabel la Católica hasta nuestros días, la mayoría de las figuras relevantes de nuestra cultura, las que han querido que nuestro país evolucionara y fuera más culto y civilizado, han rechazado la tauromaquia. Conozcan la riqueza de argumentos que utilizaban para combatir esa lacra y pedir su abolición, argumentos en los que no cabían pasiones ni romanticismos crueles, tan solo la razón y el progreso. Háganlo y no solo disfrutarán y se sorprenderán, también se sentirán más acompañados.

 

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