Home Acordeón La estrella vespertina. Memoria contra el coronavirus Antonia M. G., la tía Toni no murió sola

Antonia M. G., la tía Toni no murió sola

Foto: Gervasio Sánchez. Ceremonia de entierro de las cenizas de la tía Toni.

(Alcañiz, Teruel. Tintorera, murió a los 97 años el 1 de abril). Una lágrima y exhaló su último suspiro. Se la dedicó a Elena, su cuidadora de hace muchos años como si quisiera “decirte las cosas que por ti he sentido o los momentos que contigo he vivido”, tal como escribe Rubén Darío en su gran poema ‘Si en una lágrima pudiera’. A su lado también estaba “su hermanica”, la tía Maruja que no paró de darle besos hasta que se apagó. La tía Toni no murió sola. “La acariciamos y le nombramos a todos sus sobrinos, se estremecía por cada nombre hasta que su respiración silbante se detuvo y se quedó muerta”, cuenta la tía Maruja una hora después de que sus cenizas hayan sido enterradas. “Siempre la traté como si fuera mi madre”, dice emocionada Elena mientras friega el pasillo de la casa. Su entierro fue extraño e injusto para una mujer de 97 años que era muy conocida en el pueblo donde vivió una gran parte de su vida. Dos trabajadores de la funeraria llegaron puntuales con sus cenizas. El sepulturero ya había abierto un hueco en el nicho de su madre Luisa, tan longeva como ella, muerta hace un cuarto de siglo con 100 años. Josemari, uno de sus sobrinos carnales, cubierto por una mascarilla y unos guantes, recogió la urna y se dirigió cabizbajo por varios corredores entre filas de nichos. Todo fue demasiado rápido. Una despedida silenciosa. Antes de tapar el hueco y poner la lápida temporal, el sepulturero introdujo unos papeles doblados con las reflexiones que varios de sus sobrinos habían escrito tras conocerse la muerte de la Tía Toni. En estos escritos está la compensación por la ausencia forzosa. Su sobrina política Esperanza la conoció en el verano de 1975. “Me pareció una persona anodina que pasaba desapercibida en la marabunta de los encuentros familiares. Con el tiempo fui conociendo a una tía Toni distinta: tenía genio, carácter, no se doblegaba tan fácil, era generosa y no adulaba a los necios o a los posicionados socialmente si no se lo merecían. Poco a poco me fue gustando cada vez más”, recuerda. Otro sobrino político, Luis, que la conoció diez años después, afirma: “Formaba parte del eje matriarcal de la familia de mi mujer en la que me integré, dedicaba su vida cotidiana al cuidado de su madre y, durante el último cuarto de siglo hasta su muerte, ocupó la silla preferencial que dejó vacía su madre en su casa”. Jesús, uno de sus sobrinos carnales, nunca olvidará una promesa que su tía Toni le hizo cuando era un niño: “Si me toca la lotería, os llevaré a todos a un internado a Zaragoza”. “Los hijos de los ricos del pueblo”, recuerda Jesús, “estudiaban todos fuera y tú soñabas con que tus sobrinos accediesen a la cultura que los liberara y proporcionara las carencias que habías padecido al crecer con cinco hermanos y una joven madre viuda”. La tía Toni perdió a su padre cuando era muy joven y sus hermanas eran niñas. Siempre fue una mujer soltera y trabajadora que tuvo que vivir en casa de su madre porque “en aquellos tiempos no estaba bien vista la independencia de la mujer”. Su sobrino nieto Asier, que la conoció cuando ya se había jubilado, rebusca en sus recuerdos y siempre la ve presente en las celebraciones familiares. “Es un sentimiento extraño el que tenía hacia ella. Muchas veces estaba físicamente, pero parecía que vivía en su mundo”, confiesa. Reconoce que lo que más le martillea desde que supo que había fallecido era la forma que tenía de mirar a su hijo. “Parecía que al verlo fuese a recobrar sus fuerzas, saltar de la cama, donde pasaba postrada muchas horas al día, y comerse a mi hijo a besos”. Su sobrina carnal Pilar explica: “Todos los días cuando se publican los datos de fallecimientos por coronavirus trato de ponerme en el lugar de los familiares sin poder despedirse de sus seres queridos y no me resulta fácil porque siento que estamos viviendo algo irreal”. Y hoy, después de no poder despedirse de su tía, se pregunta: “¿Estará sentada en su sillón con su habitual sonrisa el día que salgamos de esta película?”. Todos, sin excepción, recuerdan su sonrisa cuando la visitaban. “Conmigo siempre fue muy cariñosa”, dice Asier. “Siempre me mostró una cariñosa sonrisa y un afectuoso recibimiento”, explica Luis. “Incluso cuando te fuiste apagando y borraste las palabras de tu lenguaje, siempre nos recibías con alegría”, recuerda Jesús. Aunque era diabética a la tía Toni “le pirraba el dulce”. Su sobrino nieto Asier siempre recuerda encontrársela por la calle comiendo dulces: “Me daba vergüenza pillarla in fraganti en actos delictivos para una diabética”. Recuerda que “la virguería máxima” fue el día que la vio “apoyada en su bastón con un cucurucho de papel con una docena de churros sin que se le cayera ninguno en una mano y en la otra el que se llevaba a la boca”. Su sobrina carnal Carmen prefiere recordar el 15 de febrero: “El día de su último cumpleaños, cuando sopló las velas, le cantamos el cumpleaños feliz e intentó abrir sus regalos”. La tía Maruja, que siempre le reñía por su obsesión por los dulces y que apenas se atrevía a salir de casa, caminó aquel día con su botella de oxígeno a su pastelería favorita y le compró la mejor tarta. “Cuando Elena te levantó de la siesta fuiste sonriendo uno a uno a todos tus sobrinos y pronunciaste un, casi inaudible, te quiero2, cuenta Jesús. Josemari había pensado muchas veces que su tía Toni moriría en plena pandemia. Se sentía mal porque “se iba a ir sola, sin nadie alrededor que pudiera llorarla y acompañarla y, además, su hermana Maruja de 87 años, se iba a quedar sin la compañera con la que había compartido casa y trabajo toda su vida”. Le angustiaba no poder abrazarla ni ofrecerle el más mínimo consuelo: “Si la soledad no deseada es dura, la muerte en aislamiento resulta extraña y amarga”. Carmen pudo hablar con su tía Maruja y su cuidadora Elena: “Cuando la tía Toni estaba exhalando, lloré con ellas y les agradecí que le ayudarán a marcharse”. “Cualquier muerte es más que un recuento estadístico. Nos obliga a un ejercicio de memoria para lograr que perviva en que cada uno de nosotros. El llanto colectivo nos hace humanos”, reflexiona Jesús. La tía Toni no murió sola, ni mucho menos y, como dice Asier, la mejor despedida podría ser: “Muchos dulces, tía”. Gervasio Sánchez. Gracias a Heraldo de Aragón.

Salir de la versión móvil