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AcordeónAntonio Brack Egg, un ministro de Medio Ambiente en la selva peruana

Antonio Brack Egg, un ministro de Medio Ambiente en la selva peruana

 

El tiempo de estío ha dejado al descubierto una playa de arena, fango y cascajo. Un lagarto que había estado tomando el sol se menea y repta por ella antes de sumergirse en las aguas marrones del Manu, para ocultarse y luego vigilar el paso de la ligera embarcación. Del agua saca las fosas nasales y un par de ojos amarillos. Una mariposa, también amarilla, se posa sobre uno de los párpados del reptil. Cae la tarde. Bandadas de paujiles cruzan el cielo y chillan, al igual que loros y guacamayos, que rumian y tragan arcilla en una collpa cercana. Es un paisaje bárbaro, casi podría decirse que prehistórico, de una belleza violenta, estremecedora. Y en algún lugar de esta estampa amazónica va un ministro de Estado. Su nombre es Antonio Brack.

 

Es la primera vez que un ministro del Ambiente recorre las selvas más alejadas del poder central, en Lima. Es la primera vez en la historia del Perú que hay un ministerio y un ministro del Ambiente.

 

De tez y barba blancas, alto y flaco; si en vez de pantalones y botas de montaña Brack vistiera una túnica y calzara unas sandalias parecería antes un dios que un hombre.

 

Rodillos de cedro, caoba e ishipingo aparecen a ambas orillas del Manu. Se apilan por montoncitos a la espera que una chata –una barcaza plana, adaptada a los ríos de la Amazonía– venga por ellos y los remolque hacia algún aserradero ilegal en las cercanías de Puerto Maldonado, una semana, tal vez incluso más, río abajo. Columnas de humo se alzan hacia el cielo, mientras la corriente del Manu da un empujoncito a una zodiac del ejército.

 

Al ministro lo escoltan dos guardaespaldas armados.

 

Nadie entra ni sale de los campamentos sin la autorización de los patrones madereros. Allí no se mueve nada sin su autorización. Y todos van armados. Todos, menos los peones. Enganchados por deudas, su situación suele rozar la esclavitud. Es, en todo caso, la historia de uno de ellos, Samuel, que entre 1982 y 1987 trabajó para un patrón de la madera sin recibir a cambio pago alguno. Samuel contó para un informe etnográfico que su patrón le había agarrado camote (se había encariñado con) a su mujer, a la que violó en repetidas ocasiones. En 1987 la pareja logró huir del campamento hacia la comunidad de Tamiromashi. Tres días después, el patrón se presentaba en el lugar acompañado de dos policías, y les ordenaba regresar con él al monte, que al cabo de un mes podrían irse a casa. Pasado un año, en Tamorimashi nadie sabía nada de la pareja.

 

Vidas como la de Samuel, su mujer, y el patrón de ambos, han tejido la historia de este lugar.

 

—Ahora, ¿dónde vamos a comer? –pregunta Bote, uno de los escoltas.

 

“Yo en mi mochila llevaba siempre unas galletas nutracéuticas –relata el ahora ex-ministro– pero no eran suficientes para todos”.

 

A unos cientos de metros se divisa una columna de humo; y tras sortear uno de los recodos del río, aparece una aldea.

 

“Detengámonos allí, ordené”.

 

La zodiac culatea sobre la superficie del río cuando el motorista vira el timón y enfila hacia el caserío. Desacelerando, deja que el último impulso del motor los deslice sobre la arena de la ribera.

 

Desde el interior de la choza más cercana a la playa unos niños han observado la maniobra y ven al motorista amarrando un cabo al ancla que las familias han plantado en la orilla del río. Los niños salen a curiosear. Tras ellos va el padre; y tras él, más niños. Unos van desnudos, los más pequeños. Los mayores visten pantalones cortos, al igual que el padre, que además lleva puesta la camiseta de un club de fútbol de algún aserradero del Ucayali. Todos están descalzos; y en la piel morena de sus tobillos brillan coloradas centenares de picaduras de zancudos y mosquitos.

 

Cabe imaginar –es lo que estoy imaginando, sentado en una terracita, mientras Antonio Brack relata frente a una grabadora sus aventuras como ministro del Ambiente– la conversación que entablan ambos hombres.

 

—Buenas tardes –saludaría en esta escena mental que transcurre paralela a la historia que cuenta Antonio–, soy el ministro Brack, y éstos mi motorista y mi escolta. Necesitamos un lugar donde levantar las carpas, y algo de comida, si pudieran vendérnosla.

—¿Dijo usted que es ministro? –preguntaría el padre de familia–. Puede usted quedarse, pero le advierto que en este hogar todos somos católicos. Creemos en los santos y las vírgenes.

 

Y Bote, el escoltas, apostillarían:

 

—Y en el Chuachaki y el Tunche –los duendes más clásicos del bosque amazónico– No te jode.

 

Entonces Brack explicaría que es un ministro de Estado y no un ministro evangélico.

 

Vuelvo a la Tierra.

 

“No lo entendían”, rió Brack. “¿Está usted loco? ¿Un ministro aquí, en el Manu? No puede ser”.

 

 

Campos dorados

 

Las prístinas aguas del Manu fluyen cuesta abajo y se funden con las del Madre de Dios, que provienen de Pilcopata, al este del Cusco, y crean el que posiblemente sea el valle más biodiverso del planeta. No lejos de allí, hace quinientos años, Juan Álvarez Maldonado y el capitán Escobar emprendieron una de las más fabulosas exploraciones del antiguo Perú de las que se tenga registro, y tal vez ambos conquistadores verían la misma confluencia de aguas que ahora aparece ante los ojos del ministro.

 

Unos metros más allá un colono lavando oro en las orillas del río rompe la ilusión escénica. Más abajo aparece otro, y rodeando un codo del Madre de Dios, otros dos más. La población de mineros aumenta su número y su densidad río abajo, hasta la desembocadura del Inambari. (Antiguamente a las cabeceras del Inambari se las conocía como el río Azul. Yo recuerdo haberlas visto, efectivamente azules como un zafiro, desde la tolva del camión en que viajé por primera vez de Urcos a Puerto Maldonado. El Inambari era un río encañonado y sinuoso, rodeado de vegetación. La carretera aun no se había convertido en la Interoceánica y la fiebre del oro no había comenzado todavía en la región. Hoy, las aguas que el ministro del Ambiente ve desembocar en el Madre de Dios no son azules sino amarillas. No puede ser un simple problema de percepción.

 

Brack, a favor de la construcción de una hidroeléctrica en aquel valle, despotrica contra algunos ambientalistas durante la entrevista:

 

—Hubo gente –la hay todavía– que se opone a la construcción de la represa en el Inambari porque se impediría la migración de los peces. ¡Pero de qué peces hablan! ¡Qué pez migra en el río Inambari, pedazo de…anda a mirar!

 

Lo que en todo caso ve él, en aquel instante, son unas aguas fétidas y saturadas de limo, aceite y gasolina, producto de las partículas en suspensión generadas por la remoción de enormes cantidades de tierra y bosque y el vertido de desagües y combustibles directamente al río.

 

—No hay nada mas que salir del río que viene del Parque Nacional del Manu, hermoso, y llegar a la desembocadura del Inambari, y ya se siente el olor del agua, con mercurio, con restos de aceite.

 

Brack sube por aquel valle hasta llegar a Huepetuhe. Allí lo reconocen. Esta vez la recepción no es amistosa. Hay gente armada a ambas bandas de un río absolutamente contaminado, centenares de mineros.

 

—¿Y qué dijeron? ¿Llegó el ministro del Ambiente?

—No. Dijeron, allí está el ministro del Ambiente, Brack. ¡Hay que matarlo!

 

Los guardias de seguridad que acompañan al ministro se ponen nerviosos. Uno de ellos desenfunda una metralleta.

 

—¿Qué pasa? –reta el guardaespaldas.

—Calma, guarda eso –ordené–. Ya, Bote, cruza al otro lado del río.

 

Un dato elocuente basta para caracterizar a esta región: en los últimos años cinco empresas comercializadoras de armas de fuego comenzaron sus actividades en el Perú. Tres de ellas lo han hecho en el departamento de Madre de Dios, no lejos de la encrucijada donde se encuentra atrapado nuestro ex–ministro. Y recientemente –marzo de 2013–, en un operativo policial la fiscalía abrió una investigación y confiscó un arma automática de guerra a uno de los patrones del oro en Puerto Maldonado, el dueño de la empresa Oro Fino.

 

Cruzando el río los espera una camioneta. Enfilan hacia Puerto Maldonado. No se hacen mayores comentarios sobre la situación de peligro que acaban de sortear. Unas horas después se hallan internados por la zona de Huacamayo. Brack va en la tolva de la camioneta tomando fotos a todos los campamentos mineros que hay alrededor. Allí también lo reconocen, lo insultan un poco, pero esta vez no amenazan con agredirlo. Esa misma tarde llegan a Puerto Maldonado.

 

Poco después toman nuevamente un bote y suben por el río Tambopata. Son dos días de navegación hasta la desembocadura del río Malinowski. Se detienen a descansar en un puesto de vigilancia del Parque Nacional Bahuaja Sonene.

 

En los días siguientes, Brack recorre dragas y pequeños campamentos asentados ilegalmente en el Parque Nacional. Semanas atrás lo habían visitado en Lima, y querían formalizarse. A la entrada de uno de esos campamentos reza: “Queremos conservar la ecología”, y tienen y usan retortas para la recuperación del mercurio.

 

—Y allí estaban esos mineros, gente buena abandonada a su suerte.

 

La siguiente y última parada es la Comunidad Nativa de Kotsimba.

 

—A mí no me vienen con el cuento de que los indígenas son los conservadores de los bosques –vuelve a regañar Brack. Recientemente, el propio presidente de la Federación Nativa de los Ríos Madre de Dios y Afluentes (FENAMAD), Antonio Iviche, había sido descubierto extrayendo oro ilegalmente de un área natural protegida–, que son protectores de la biodiversidad y que viven en armonía con el bosque. A mí ese cuento no me lo cuentan. La plata es plata en este mundo.

 

Han pasado días enteros sin lluvia, y el río está demasiado bajo como para surcarlo. Por otra parte, la única manera de ingresar a Kotsimba es usando un helicóptero. Un grupo de ciudadanos chinos está en tratos con la comunidad y el acceso a la misma está bloqueado con un portón. Por allí no pasa nadie. Es su territorio. Y dentro de él los empresarios chinos remueven tierra y bosque con cargadores frontales.

 

Brack no puede entrar a ver.

 

La presión de mineros informales sobre tierras indígenas es tan fuerte que las mismas comunidades nativas se han visto obligadas a elegir entre proteger sus tierras o explotarlas ellos mismos. Muchas han optado por lo segundo.

 

—¿Por qué se están superponiendo derechos mineros sobre terrenos de comunidades nativas? –pregunto al ex-ministro.

—Porque no está prohibido.

 

Brack tiene razón: el subsuelo es del Estado, y como tal tiene derecho a cederlo. El problema de gran parte del Perú es que los concesionarios mineros y los propietarios de la tierra no suelen ser los mismos. El INGEMMET (Instituto Geológico, Minero y Metalúrgico) otorga derechos mineros sobre tierras que están ocupadas como si nadie viviera allí. Eso genera conflicto de entrada. Sin embargo, hay gente, o entidades, que tienen concesiones forestales y están pagando derechos mineros sin extraer minerales sólo para impedir que mineros ilegales invadan sus concesiones.

 

—Por eso yo les decía a los nativos, ¿por qué ustedes mismos no sacan derechos mineros sobre el subsuelo de sus tierras, para protegerse?

 

O para que ellos mismos las exploten.

 

 

Una declaración de guerra

 

El 18 de febrero de 2010, después de evaluar durante meses la problemática de la minería ilegal en Madre de Dios, de mapear los derechos mineros y reunirse con las ONG, el consejo de ministros y el presidente, Brack impulsa el Decreto de Urgencia Nº 012-2010 con el que se intentó comenzar a ordenar la actividad minera en el Perú.

 

Fue una declaración de guerra.

 

En los meses previos se había venido reuniendo con la Federación de Mineros de Madre de Dios, dirigida en aquel entonces por el actual congresista de la república, Eulogio Amado Romero, el popular Come-Oro, llamado así porque con el advenimiento del nuevo gobierno de Ollanta Humala (Brack fue ministro del anterior gobierno de Alan García) se rumoreó que mineros informales pagaban en oro para que Romero los defendiera ante el Congreso.

 

Brack explica en qué consiste este Decreto de Urgencia:

 

—Les dije (a los mineros informales): el Estado no va a ceder en tres puntos. Primero: habrá una zona de exclusión minera. Las tierras de áreas naturales protegidas están fuera del negocio. Segundo: las dragas salen de los ríos. No se van a permitir dragas en los ríos de Madre de Dios. Tercero: tienen que iniciar su proceso de formalización, porque en este momento ustedes se encuentran en la ilegalidad. Levantaron el grito al cielo. Como era fin de noviembre dijeron: nos van a dejar sin panetón para nuestros hijos en Navidad, y toda esa cháchara de siempre.

 

De la reunión que Brack menciona los mineros se retiran airadamente. Amenazan con convocar huelgas generales, con impulsar paros regionales; advierten al entonces ministro que no acatarían las medidas.

 

Y cumplen.

 

Dos meses después, en abril de 2010, se convoca una de las más violentas manifestaciones que la ciudad de Puerto Maldonado recuerde y, a partir de allí, las protestas se han venido sucediendo una a una, hasta la de marzo de 2012, cuando el Estado central envía al ejército a la región y los desmanes se saldan con tres muertos, 36 heridos y 62 personas detenidas.

 

 

Encuentro con el alcalde

 

En la sala VIP del aeropuerto de Puerto Maldonado Brack espera su avión de vuelta a Lima. En la sala aguarda también el alcalde de Puerto Maldonado, Luis Bocángel Ramírez, que observa fijamente a Brack antes de ponerse de pie, acercarse y enfrentarlo.

 

—Usted, ministro, ¿va a volar las dragas de Madre de Dios?

 

Brack tarda unos segundos en encajar el reto, en silencio.

 

—¡Me río en su cara! –prosigue el alcalde–. Eso yo lo tengo arreglado ya al más alto nivel.

—Ministro y todo, así, en mi cara me lo dijo –continúa Brack.

 

El problema ha pasado a ser una cuestión personal.

 

—Desde la médula de mis huesos, me dije: antes de que termine mi mandato con el gobierno de Alan García las dragas salen. Y así fue, a todo dar. Fue terrible, oiga. Yo tenía solamente dos alternativas: cerrar las ojos y hacerme el imbécil como todos los demás, o irme a mi casa. Todo el mundo tenía miedo. Preferí jugármela.

 

Brack ha venido insistiendo con el tema ante el consejo de ministros y el presidente Alan García. Según cuenta, fueron las ministras quienes más simpatizan con su causa. Le dicen: “Antonio, nos das pena, insistes e insistes, y no te hacen caso”. Hasta que durante una de aquellas reuniones, el propio García es quién reta al ministro de Defensa. Según recuerda Brack, fue un día miércoles.

 

—Si hasta el sábado –dijo Alan– no me han volado todas esas grandes dragas en Madre de Dios dígale al comandante general de la Marina que queda destituido. ¿Ha entendido?

—¡Se movieron como cucarachas a las que les muestran el Baygon, oiga! –ríe Brack.

 

Al día siguiente se redactan los decretos supremos y se transportan las lanchas militares desde Iquitos y Pucallpa hacia Puerto Maldonado. El viernes, a las cuatro de la tarde, el ministro del Ambiente recibe una llamada telefónica.

 

—Mañana, a las seis de la mañana, tiene que estar usted en el Grupo Aéreo Nº 8 y hacer un viaje a la selva.

 

Los militares no explican el motivo del viaje. El sábado, a las siete de la mañana, Brack llega en helicóptero al aeropuerto de Puerto Maldonado, y una hora después comienza el operativo.

 

Bum, bum, bum.

 

—Porque eran ilegales, porque no tenían licencia, porque no tenían autorización para operar allí.

 

En algo, sin embargo, ha tenido razón el alcalde de Puerto Maldonado.

 

Las dragas y el astillero que Luis Bocángel Ramírez tenía operando en el Madre de Dios se salvan de ser dinamitadas. Aparentemente es un soplo, y el alcalde logra jalar sus dragas a tierra, fuera de la jurisdicción de la capitanía de puerto. Si esto es verdad, lo suyo tiene que estar efectivamente amarrado al más alto nivel.

 

Pero, ¿quién puede estar a más alto nivel que un ministro de Estado? ¿Cómo se filtró esa información desde el consejo de ministros hasta el alcalde de la región más alejada del poder central limeño?

 

No hay respuestas a estas preguntas.

 

Según la Federación de Mineros de Madre de Dios, el encono de Alan García a los mineros informales tiene larga data. De allí que poco después de los operativos el ex-presidente califique a la actividad en la región como “minería salvaje”. En un comunicado del 19 de febrero de 2011, la Federación de Mineros de Madre de Dios acusa al ex-presidente García de haber sido socio de la Compañía Aurífera Río Inambari (CARISA) junto con el ex-presidente boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada. Se trata de una empresa que, según un artículo del antropólogo Víctor Hugo Pacchas, operaba en las cuencas del Caychive, el Colorado y el Pukiri en los 80 y que, precisamente durante el primer mandado de García (1985-2000), se enfrascó en varios enfrentamientos con mineros de la zona. Cabe suponer que la Federación de Mineros sospechase que el origen del Decreto de Urgencia Nº 012-2010 era el rencor que Alan García había guardado a los mineros informales desde aquella época.

 

Sea como sea, está claro que la corrupción de funcionarios está intrínsecamente vinculada al sistema de patronazgo mediante el cual se organiza la actividad aurífera en la región.

 

 

Los tres monos

 

—Hay tres grandes mafias en la Amazonía –continúa Brack–: una, la del oro, que está en Madre de Dios, que está en el río Pachitea, en el río Negro, en el río Yuyapichis, que comenzó a aparecer en el río Putumayo, en el Napo, en el Marañón, con dragas y todo lo demás. Ésa es una de las grandes mafias que hay en el país. Pero detrás de esos mineros informales y de las sub-mafias que los dominan hay en Lima una mafia de terno y corbata que compra el oro, lo blanquea, y lo exporta. Y la mayor parte de ese oro va a Suiza. Es toda una cadena. Los más miserables de esa cadena son los que están lavando el oro, manejando las dragas, sumergiéndose para poner las mangas succionadoras en los lechos de los ríos, las niñas que son prostituidas y los niños que son explotados en los campamentos. La segunda mafia que hay en la Amazonía es la mafia del narcotráfico, de la coca, que está en el VRAE (los valles de los ríos Apurímac y Ene), en Satipo, que está fuerte en el Huallaga, en el Monzón, y algunos otros sitios. Me contaban amigos madereros de Iñapari que los narcos pasan por sus concesiones a pie, llevando coca hacia el Brasil. Y la tercera mafia es la de la madera ilegal. Las tres están íntimamente conectadas, al menos en Madre de Dios, donde no hay cultivo de coca pero en los últimos siete u ocho años se ha transformado en una de las rutas de la cocaína hacia el Brasil. Las tres mafias son como los tres monos del Asia, que se tapan uno el oído, el otro la boca y el otro los ojos. Estamos frente a un fenómeno como los diamantes de sangre, en el África. Detrás de eso hay una corrupción espantosa.

 

Según Brack, mientras fue ministro del Ambiente una gran parte de los funcionarios de la dirección general de Energía y Minas del gobierno regional, el poder judicial y la policía en el departamento de Madre de Dios tenían de uno u otro modo algún vínculo con la extracción ilegal de oro. Cómo si no explicar que:

 

—Madre de dios, siendo el departamento menos poblado del país, con no más de ciento cincuenta mil habitantes, tenga el consumo de combustibles más alto del Perú.

—Pueda trasladarse e ingresarse maquinaria pesada hacia áreas naturales protegidas.

—Que hayan dragas operando en los ríos, a dos horas por carretera de Puerto Maldonado.

 

Durante su gestión, afirma, tienen que cambiarse a funcionarios del Ministerio de Energía y Minas, del propio gobierno regional, a los fiscales del poder judicial, de la policía y la capitanía de puertos en el departamento para poder intervenir a los mineros informales.

 

—Todos estaban metidos en el negocio del oro. Tenían sus derechos mineros, sus cuadrículas, sus empresas. Nadie veía nada, nadie escuchaba nada, el tema no se trataba. Y todos ganaban plata. Tuvimos que enjuiciar al presidente de la Federación Nativa de Madre de Dios (FENAMAD, la institución que agrupa a las diversas etnias indígenas de la región) por extraer oro de áreas naturales protegidas. Había un funcionario que era director general del Ministerio de Energía y Minas, que exportaba anualmente 902 millones de dólares en oro, casi todo de Madre de Dios, a Suiza. ¡Y era director general del Ministerio de Energía y Minas!

 

O sea que encima cobraba un sueldo mensual de 12.500 soles (más de 3.200 euros).

 

Brack se refiere al ingeniero Luis Vicente Zavaleta, efectivamente, director general de Hidrocarburos del Ministerio de Energía y Minas desde los años 70, y dueño de la empresa Universal Metal Trading SAC, que en el año 2011 exportó a Suiza 19,2 toneladas métricas de oro valoradas en más de 900 millones de dólares.

 

Es elocuente comparar esa voluminosa suma con los montos que se ingresan al gobierno regional de Madre de Dios por concepto de canon. El canon minero es un impuesto que supone que el 50% de la renta minera de las empresas debe quedarse en las regiones cuyos recursos explotan. Aquel mismo año de 2011, Madre de Dios ingresó por concepto de canon la suma de cuarenta mil soles (un poco más de quince mil dólares)

 

—Yo mandé un oficio al ministro de Economía y Finanzas de aquel tiempo, pidiéndole que la Superintendencia Nacional Tributaria (SUNAT) intervenga para controlar la enorme evasión de impuestos que hay en Madre de Dios. La respuesta que recibió el ministro del Ambiente fue: no es prioridad. Pedí que la oficina de la SUNAT en Puerto Maldonado sea elevada a oficina departamental y deje de ser una suboficina dependiente de Cusco: no es prioridad.

—¿Por qué esa permisividad?

—Es difícil de entender. Es frustrante. Doloroso.

 

Esta es la del estribo. En aquel mismo comunicado en que los mineros acusaron a Alan García de ser socio de la empresa CARISA, la Federación de Mineros llamó “centurión” al ex-ministro de Defensa, y se refirieron al ex-ministro Brack en los siguientes términos:

 

“Es miserable, es canalla, es abusiva y humillante la manera como se está tratando a miles de mineros, con el absoluto desprecio de Antonio Brack Egg. (Hay) una respuesta social que el propio Antonio Brack Egg tendrá que afrontar. Y (esperamos) que esta vez tenga la hombría de no esconderse tras las faldas del Premier (el primer ministro)”.

 

Según Brack, previa a la intervención, los mineros han intentado razonar con él un acuerdo.

 

—Un gran dirigente de los mineros de Madre de Dios averiguó donde amigos míos si el ministro del Ambiente aceptaría algunos kilos de oro para no intervenir la región.

—¿Quisieron sobornarlo?

—Y mi amigo les dijo: olvídate, con Brack ni te metas, ese no entra en vainas. Te saca a patadas por la ventana.

 

 

Más información:

 

El trabajo forzoso en la extracción de madera en la Amazonía peruana. Bedoya Garland, Eduardo, y Bedoya-Silva-Santisteban, Álvaro. OIT. Lima, 2005.

 

El gran ausente: conflicto en la minería artesanal del oro en Madre de Dios. Pachas, Víctor Hugo. En: SEPIA XII. IEP. Lima,&2007.

 

 

 

 

Gabriel Arriarán es escritor. Administra el blog El útero de hierro. En FronteraD ha publicado El culto al libro. Arguedas en ZamoraJosé María Arguedas, un escritor de culto y Las anteojeras de la democracia

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