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Antonio López Fuentes, sastre: “El toreo no solo lo veo en la plaza”

Antonio López Fuentes (Madrid, 1945) lleva un negocio artesanal taurino. Más que un trabajo y un espectáculo, la artesanía y el toreo son dos formas de entender la vida, quizás por eso es un mundo plagado de dinastías de toreros, ganaderos y sastres. Lleva un traje sobrio, la corbata con pasador, un bolígrafo asoma por el bolsillo de la chaqueta y un metro le cae desde el cuello como una parte más del atuendo. Aunque no es torero, desprende torería. En el taller suena la radio de fondo, retales de tela cuelgan por las paredes entre pinturas taurinas, papeles y partes de prendas. Sobre un banco de trabajo con solera, el patronaje de una chaquetilla que está a punto de terminar.

 

—¿Cuándo se fundó la sastrería?

—La fundó en el 60 Fermín, mi hermano. Llevamos 55 años. Venimos de familia artesana del mundo taurino; mi madre era cordonera y bordadora, casi toda la familia se ha dedicado a esto.

 

—Llegado un momento, usted se hizo cargo de todo.

—Me hice cargo, aunque no había pensado en esto. La vida a veces te coloca en sitios en los que no habías pensado, tienes mil pájaros en la cabeza pero empiezas a ayudar; porque te necesitan, otras veces por cariño, porque necesitas encontrarte y porque es lo que te gusta y al final acabas aquí. Y luego Fermín se sentía mal y yo me hice cargo de la sastrería. No sabes si vas a ser capaz, pero aquí seguimos. Cada uno tiene su propio toro.

 

—Ahora es una de las sastrerías taurinas más famosas de Madrid

—Bueno, porque llevamos muchos años y eso te hace ganar bastante. No necesitamos salir a la calle para darnos a conocer al cliente. El tiempo que tenía que dedicar a venderme fuera lo he podido dedicar a estar aquí en el taller. Ahora sigo intentando transmitir el amor a una profesión, a la labor bien hecha, a dedicar toda tu vida a eso que sueñas, que es como se hacen bien las cosas. Es la única forma que conozco, a lo mejor hay otra, pero yo no la conozco. Me encantaría haberla aprendido (ríe). Luego recoges los frutos. Todo el mundo de la sastrería conoce nuestra casa. Somos una institución. En China, en América y en toda Europa. Hay quien te da el currículum para pasar un tiempo como si fueras una academia. Y debes hacer todo lo que puedas por aceptarlos, porque una persona que tiene una inquietud es luego tu portavoz.

 

—¿Estudió corte y confección?

—Claro. Nadie se pone a escribir si no sabe leer. Todos han empezado por un lado y luego han subido por sus ingenios, por su forma de pensar o por sus inquietudes. El que hayas hecho un estudio no te hace saberlo todo, te da pie para empezar algo de lo que has estudiado. Llegar a ser un figura se hace a base de estudiar todos los días.

 

—¿Cuánto tiempo tarda en hacer un traje?

—Depende de tus necesidades. Esto te lo encargan y lo cobras después, es lo que tiene la artesanía. Mientras tienes que pagar a esta señora que hace las mangas, a la que pone las lentejuelas y cuando sale el producto intentas cobrarlo. Mucha gente dice que como trabajas en oro estás envuelto en oro, pero nada más lejos de la realidad. No verás ningún artesano que salga que los papeles de Panamá (ríe), y si sale, no es artesano. Pero vamos, lo normal es tardar un mes. Todo depende del trabajo de los bordados. Si te vas a canutillos tardas más. Si vas a lentejuelas, menos. Si te metes en uno como los que lleva Morante, Manzanares o cualquiera de las cinco o seis figuras que están ahí arriba, en menos de mes y algo más no lo sacas.

 

—¿También hacen la montera?

—Hacíamos, pero como otros viven de ella lo dejas y te dedicas a lo que verdaderamente tienes que hacer. Siempre las han hecho los banderilleros, que eran aficionados y en sus inviernos hacían monteras. Yo aprendí porque me gustaba, siempre en la tradición antigua. No como las de ahora, que dan la apariencia de monteras. Han cambiado mucho, antes se hacían con astracán, con caireles… pero como todo eso llevaba mucho tiempo se han hecho cosas más sencillas.

 

—¿Y capotes y muletas?

—Pues lo mismo. Antes hacíamos, pero hay gente que se dedica en exclusiva a ello. Yo les digo que por qué no hacen un vestido y me dejan hacer una muleta. Pero cada uno se dedica a lo que mejor se le da.

 

—Ustedes introdujeron algunas innovaciones

—Bueno, se ha cambiado poco. Esto cambió en los tiempos de Paquiro, fue cuando se produjo la gran evolución. Desde entonces se han perfilado algunas cosas. Esencialmente de armonía, a un torero lo ves desde arriba hacia abajo, así que todo lo que le hagas le hará más pequeño. Si haces una chaquetilla muy larga y la taleguilla la haces corta, lo haces bajito. Y hoy los toreros son un poco más altos, pero antes eran más bajos, sobre 1,68. Entonces se ha buscado eso, marcar más el talle, acortar la chaquetilla, alargar la taleguilla. Pero la estructura no se ha cambiado, solo la proporción.

 

—¿Y los tejidos?

—Cambian porque desde 1900 aparecen las nuevas fibras. Antes trabajabas en seda pero tenía un problema, la gente quería algo más rápido de lavar. La seda con el agua se va a hacer puñetas. Se pasa. Después de la Segunda Guerra Mundial entran muchas telas nuevas, entra el nylon y todas las fibras. Se mezclan con algodón. Pero es algo de ingenieros textiles, nosotros aplicamos las telas que nos traen los proveedores, no innova el toreo. Antes el traje no se podía lavar porque las entretelas eran de almidón, al meter en agua se encogía y arrugaba y había que deshacer y hacer. Ahora es mucho más fácil de limpiar, más rápido.

 

—¿Cuántos trajes encargan los toreros durante las ferias de Sevilla y Madrid?

—En general saben que tiene que llevar unos 4 o 5 vestidos, aunque depende de muchas cosas. Son las más importantes del orden taurino, en Sevilla todos estrenan. Que a lo mejor algunos en Madrid usan vestidos que usaron en Sevilla, eso también depende de las tardes que les hayan contratado. Esto viene de las ferias de antiguo, donde todos salían con sus trajes nuevos y los guardaban como oro en paño. Y esto es lo mismo, es una feria a la que le hemos dado otras connotaciones, pero el mundo taurino se crea en las ferias, a las que llevabas lo que producías. El ganadero llevaba sus reses y el guapo quería presumir e impresionar a las mujeres y se enfrentaba a un toro.

 

—¿Le gusta el toreo?

—El toreo no solo lo veo en la plaza, lo veo en la calle. Es esa persona a la que le gusta ser, y que enseña a ser. Que va siempre arreglada, presumiendo. Porque es lo más bonito que existe, que presumas de lo que te ha dado la naturaleza. Ponerte ese aire, esa forma de andar, ni los pasos muy largos ni muy cortos, caminar casi de puntillas. Eso es el toreo, que lo conocemos porque los toreros se visten de luces y los vemos en una plaza, pero eso es simplemente el espectáculo. Ya no se ve por la calle porque nadie intenta dar una imagen bella a los demás. Vamos sin intentar ser más ni menos, nos ponemos cosas muy cómodas sin ir de verdad estirados como hace un torero. Pero a eso también te ha llevado esta vida que se ha hecho funcional. ¿Ahora dónde ves unos zapatos de tafilete? Ves más unas deportivas, que a lo mejor son más caras, porque pagas una marca, un estatus. Y antes el estatus era ese, o sea, una persona que hacía así con los puños (se ajusta los puños de la camisa, con calma). Eso huele a torero, y no llevaban ningún perfume (sonríe).

 

—¿Seguirán las corridas?

—Pienso que seguirán siempre, en mayor o en menor cantidad. El humano necesita válvulas de escape, cuando se concentra mucha agresividad, por ejemplo, porque el jefe te aprieta mucho y tú no puedes más, en fin, siempre tienes un mal. Llega el momento en que tienes que desahogarte. En el fútbol ves que la gente chilla y a veces se genera violencia. Mientras que en los toros no pasa eso, también se chilla y se silba, pero sin violencia, uno puede ser de Joselito y otro de Belmonte pero luego salen de la plaza y se toman una copa, son taurinos. Te desfogas, pero es cuestión no de educación, sino de lo que se genera dentro del ruedo. No he visto jamás una bronca en una plaza.

 

—¿Tiene algún tipo de inspiración para hacer los trajes?

—Sí, la inspiración viene cuando la buscas, de algo que no puedes pensar. Me gusta contemplar cuadros, a lo mejor en un museo encuentras algo para hacer un dibujo, un motivo. Eso te lleva a una aventura, a no hacer lo mismo, querer variar, sentirte tú. Esto es tan particular que siempre estás tocando partes que tú necesitas, que a ti te llenan. Luego que le llenen al cliente es distinto. A todo el mundo le gusta la inspiración. Si repites el trabajo es monótono. Todo ser humano por sus edades o sus tiempos deja de ser burgués y se hace aventurero. A mí me gusta buscar, ver, no hacer lo de siempre. Estar toda una vida con lo mismo como ese borrico que da vueltas a la noria no es para mí.

 

—¿Le piden los toreros cosas diferentes?

—Hay de todo. Algunos te piden cosas que se salen de lo normal. Entonces les presentas lo que haces y sale adelante o no, y si no le gusta te quedas con ella. Pero pasa poco.

 

—¿Y colores concretos?

—A veces te piden colores más modernos. Depende de lo que esté de moda. Puede que un personaje triunfe en una feria con un color, y eso se ve en televisión, en las revistas. Es como el muchacho que empieza y se lee las historias de Manolete o de Antoñete y le queda el vestido lila de Antoñete. La vida es un sueño, otra cosa es que se convierta en realidad. Pero soñar hay que soñar. Todos tomamos una referencia de un personaje. Eso es lo que veo en todos los aspectos, y es maravilloso que de, digamos una impronta, surja un personaje distinto.

 

—¿A qué toreros han vestido?

—Pues hombre, por aquí han pasado muchos, los mexicanos, los españoles. Lo malo de dar nombres es que la memoria falla y luego te dicen que no te has acordado, así que como decía Jesús, por sus obras se les conocerá. Si tú vas a un museo tendrás que ver la cantidad de trajes que hay, y si eres curioso, verás de quién son. Y esa es la historia. El sastre nunca está en primera plana Cuando vas al teatro el protagonista es el actor. En las corridas es igual. Pero luego si haces cosas buenas los toreros preguntan, oye y esto quién te lo ha hecho, quién es este artesano. Y así funciona. No conozco a ningún sastre que se haya mosqueado por no haberle nombrado.

 

—¿El traje de luces se apaga con el uso?

—No se apaga. Los trajes van guardando historia. Cuando está usado no brilla tanto como cuando está nuevo, pero tiene otro tipo de brillo. Algunos me piden un vestido de torero para tenerlo en casa, y digo, pues oye, busca uno usado.

 

—¿Muchos le piden trajes para adornar su casa?

—Pues sí, pero es que a mí no me gusta. Un traje sin historia no tiene nada. No es por hacer el traje, es porque no está hecho para eso. Está hecho para lucirse en una plaza. Para los que amamos las prendas un traje nuevo da dentera, no tiene vida, está inexpresivo. Cuando te lo pones ya coge arrugas, y lo pones en la percha y te está hablando de cómo es el personaje que se lo ha puesto, de sus movimientos. Es que habla, pero cuando están puestos, cuando salen de un taller no dicen nada.

 

—¿Cómo es ser un artesano textil rodeado de tanta industria?

—Pues es ser lo que va a contracorriente. Tienes la ventaja de que lo industrial no se mete en esto, pero tú tampoco te metes en lo industrial. Es como cuando vas por una ciudad moderna y ves un edificio de tres siglos pasados, tiene su belleza, su encanto, no se lo ha comido la industrialización. Es lo que pasa con el artesano, como cuando ves una casa entre dos rascacielos y es porque ese señor ha pensado que esa casa era de su padre, y ese hombre para mí tiene un valor impresionante. Esto es igual, a lo mejor ganaría más en una industria, pero no sería el mismo, no sería Antonio. Y creo que así me iré, con alegría. Y tu alegría la transmites.

 

—¿Hay algún vestido que recuerde con especial cariño?

—Te puedo hablar de historias de trajes. Pero el artesano no guarda esa ilusión, se termina cuando lo entrega. Luego recuerdo el momento con el personaje que lo lleva. Recuerdo vestidos de Antoñete en sus tardes memorables, de Paco Camino, de Curro también. Los de José Tomás, que son más recientes. Pero no ves el traje, ves el conjunto. Sabes que era negro, gris o azul. Recuerdas el momento, eso que te hicieron vivir, lo que te hace ir detrás de la muleta como si fueras el toro. A cada uno le llena un momento. También ves si el vestido es torero o no, parece mentira, pero hay vestidos que no son toreros.

 

—¿Cómo puede no ser torero un traje?

—Son anodinos, vete a una corrida y mira, los que son toreros ellos mismos se realzan, y hay otros que no dicen nada. No todas las cosas son toreras, las haces con mucha ilusión, pero hasta que no los ves no lo sabes. Hay vestidos que tienen empaque, que encima si el que lo lleva lo saca no veas tú lo que es eso. Un traje de Morante cuando es ese Morante con ese barroquismo que desprende, lo ves y dices, qué traje más bonito, y lo has visto en el taller pero en la plaza es cuando se ve de verdad. Hay toros con una estampa muy bonita, pero luego te dejan frío, a lo mejor es porque no les han sacado lo que tenían dentro. Con los trajes es lo mismo, y eso también me gusta. Ver un festejo no solo me lleva a si cortan orejas. Te ves tú. Te sientes partícipe. Si luego lo sacan por la puerta grande parece que vas tú dentro. El éxito se transmite, y el fracaso. Recuerdo la última corrida de José Tomás en la Monumental de Barcelona. Quería un vestido negro. Él nunca había ido de negro, y lo llamamos tristeza y oro. Está en el museo del vestido, aquí en Madrid. Porque esos vestidos pertenecen a la humanidad, no al torero, no al sastre. Pertenecen a las generaciones que vengan y que recuerden lo que hizo. Es bonito ver las páginas del pasado. Y eso te llevará a ver cómo se llamaba el toro, a las historias. Yo creo que la sociedad hoy es muy fría porque ya no recuerdas ni lo que te contaba el abuelo. Nada se muere mientras lo recuerdes. Soy un artesano (ríe mientras recorta una taleguilla).

 

 

 

 

Álvaro Bermúdez nació en Sevilla en 1991, donde estudió Historia. Con los libros del pasado descubrió la pasión por contar historias, lo que le llevó a ampliar miras en el Máster de Periodismo ABC/UCM.

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