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Antonio Lucas: «Más allá de ser mi oficio, el periodismo es mi pasión y mi veneno»


                                                                            Antonio Lucas, en Atenas

Periodista. Antonio Lucas dirige el suplemento La Esfera de Papel de EL MUNDO, donde escribe artículos de opinión. Poeta. Además de sus labores informativas ha publicado cinco libros de poemas además de la recopilación Fuera de sitio (Poesía, 1995-2015). Su última colección inédita, Los desengaños, recibió el Premio Loewe de 2014. Autor de dos libros de arte y de una recopilación de perfiles literarios Vidas de santos, en la editorial Círculo de Tiza, una selección de los perfiles publicados en EL MUNDO. En los primeros meses de 2020 publicará Los desnudos, en la editorial Visor, recientemente galardonado con el Premio internacional de Poesía Generación del 27 que organiza la Diputación de Málaga. El título Los desnudos «no apela a una condición textil, sino a una intemperie vital, ciudadana, moral. Los desnudos somos nosotros. Aquellos que sentimos una fe que ya no abriga, los desconvocados, los sin templo, los ajenos. Los que luchamos contra la desgana y estamos a favor de no aceptarlo todo». Antonio Lucas, del que Raúl Del Pozo destaca que «es un español bien terminado», explica Los desnudos sin quitar la mirada a Los desengaños, su obra de 2014, «un conjunto de poemas que nace de una contemplación más serena sobre nuestro presente. Y de un afán de construcción después de tanto que se ha destruido. Quizá sea la edad. Quizá sea el rechazo a una realidad repleta de urgencia. Quizá sean las lecciones del periodismo. Pero estos poemas nacen de una voluntad más serena de mirar el mundo. No falta el desencanto, pero no vence el hastío», contaba en rueda de prensa tras recibir el premio.

Precisamente, Raúl del Pozo describía su anterior libro, Vidas de santos, como «un libro de semblanzas y perfiles, biografías urgentes, un fresco goyesco de ángeles y demonios que apuesta por la escritura, por el periodismo literario, por el periodismo sin más. Un compendio -añadía- de vidas y hechos de santos de la bohemia, damas echadas a perder, mártires, locos, putas, poetas malditos, cineastas, músicos, cantaores. El libro es como un santo rosario con introitos y antífonas, una recopilación de heterodoxos, locos de atar, genios prematuros, cadáveres jóvenes…, desde una mirada de la posmodernidad».

Antonio Lucas se ha criado entre la biblioteca de su padre, el pintor José Lucas, y la redacción del periódico, me explica. Raúl del Pozo, -sí, de nuevo-, lo recordaba llegando al Café Gijón, «un gran lector de poesía, muy constante. Su infancia ya se desarrolló en ese ambiente. José Lucas llevaba de la mano a su hijo a la mesa de la Juventud Creadora, donde había garcilasistas y también rojos». Y añadía, «en el café no dejaban entrar ni a los niños ni a los perros, pero Antonio era una excepción». Además de conocer poetas que eran amigos de la familia, su padre les leía -tanto a él como a su hermana- poesía de Rafael Alberti, Miguel Hernández… Antonio ha publicado cinco libros de poemas, entre ellos Las Máscaras; Antes del mundo, accésit del Premio Adonáis; Los mundos contrarios, premio Internacional Ciudad de Melilla y Los desengaños, premio Loewe. Viajar es una constante, «y, a veces, también me quedo quieto en Madrid, que es mi pueblo grande. Paso días leyendo un poema. Y noches pensando en ese poema». En Vidas de santos reunió algunos de los perfiles de escritores, escritoras, artistas locos y locas, suicidas, drogadictas, hombres y mujeres abisales, santos en definitiva, «una selección de tanto de lo que he publicado en EL MUNDO», me contaba. Destaco dos por cercanía: de Isidoro Valcárcel Medina escribe, «gasta una anatomía de elfo, de hombre diminuto recién salido del fondo de los bosque». Y de la actriz Margarita Lozano, musa de los directores Luis Buñuel, Pier Paolo Pasolini y de los hermanos Taviani, entre otros, que «es una de las grandes damas de la interpretación en Europa. Una mujer de belleza incombustible, dueña de una libertad y de una soledad que preserva con pasión. Una mujer para la que la vida es mejor en el silencio». Además, me confiesa, «amo Calblanque –sus playas vírgenes en Murcia- como amo Marrakech».

Propongo a Antonio Lucas un juego con el lenguaje para así hacer un recorrido a través de su personalidad, inquietudes, aficiones y realidades varias. Agitamos como una coctelera el diccionario y de las letras que surgieron el escritor escogió las siguientes palabras dejando sobre ellas su particular definición.

Cernuda: Pocos poetas españoles han llegado más lejos en la querella de la vida, en la integridad y en el desamor. Pocos tan complejos y tan cercanos. Pocos convencidos de sí mismos de un modo tan dañado como para no claudicar ante la inmundicia ambiental. Cernuda es una lectura perfecta de verano. Sobre todo de estos últimos veranos, ilumina sin deslumbrar.

Flamenco: Asómense a Manuel Torre, a Caracol, a Mairena, a Terremoto, a Fosforito, a Bernarda y Fernanda de Utrera, a la Niña de los Peines, a Tía Anica la Piriñaca, a María La Bolola, a Agujetas, a Camarón, a Morente, a José Menese, a Rojo el Alpargatero, al abuelo de los Piñana, a Poveda. A La Unión. Y sabrán por qué el flamenco vive.

José Alfredo: Por semanas es mi casa. Por meses es mi ausencia. Pero nunca fallo en algún momento del mes en la visita a este local de copas mítico de Madrid, mi ciudad. Digamos que es uno de esos sitios donde uno entra solo y con reloj y sale con amigos y sin hora.

Lara: Ella sabe la razón. Es mi pareja. Mi compañera en el viaje. Mi brújula. Mi lumbre. Mi sentido común. El buen rayo que no cesa.

Mazarrón: Allí he sido feliz y aún tengo, cuando voy, enormes rachas de entusiasmo. Allí he hecho el gamberro y me baño desnudo. Allí subo a El Faro (donde ofician Salva y Pedro) y el tiempo se detiene. No existe un espacio mejor que este en todo Levante. El servicio es impecable. Las bebidas, cuidadas. Los helados. La piscina. El paisaje. Las gaviotas. Es mi cobijo contra la tormenta.

Mercedes: Nuestra vieja máquina de escribir. De 1929. Alemana. Negra. Impecable. Sofisticada. En ella no escribimos por respeto a que si no nos sale bien nos lance el folio a la cara. La compré en La Rioja. La traje casi a pulso a Madrid apuntalando aún más el récord de mi escoliosis.

Periodismo: Más allá de ser mi oficio es pasión, desvelo y veneno. La redacción de EL MUNDO tiene algo de brasa de hogar y de océano. De lugar cercano y de territorio comanche. Algunos nos hicimos en este lugar cuando el periódico tenía una escudería de jóvenes con hambre de balón que teníamos una sola misión: escribir como lo hacen aquellos a los que admiramos. Aunque mejor que ellos, si se puede. Mucho de lo que sé se lo debo al periodismo: de la frase oportuna a los bares que no cierran en toda la noche. No existe democracia solvente que no tenga en los periódicos un alcance de su legitimidad. No sé si me explico.

Pirineos: Exactamente el oscense. Y si es posible en el espectáculo saliente del Valle de Ordesa. Algunas de las ideas que me acompañan desde hace años han alcanzado la madurez subiendo por la Ruta de las Flores, por la Senda de los Cazadores, por el Circo del Soaso. Si volviese a nacer querría ser cumbre pirenaica.

Portishead: Vaya a escuchar a esta banda británica. Olviden esta página. Apaguen la luz. Mañana me cuentan.

Rimbaud: El poeta que más ha marcado mi itinerario. Quizá el que más admiro por su misterio indescifrable, por esa forma suya de estar en el mundo a dentelladas secas y calientes. Escribió toda su obra de los 15 a los 21 años. Luego abandonó en seco. Pero así revocó la trayectoria de una parte de la poesía europea del siglo XX. Tiene algo de muchacho en llamas. De psicofonía. De verdad que sale dando gritos. De aquella conmoción que dejó en mí, a los 16 años, la primera lectura de sus poemas no me he recuperado. De Rimbaud es difícil salir ileso. Es ángel jodido.

Visor: Esta librería madrileña, que tiene por cómitre a Chus Visor, es casi la extensión de mi salón. Más que una librería es una estafeta de afectos. La frecuento desde los 15 años. Ahí aprendí a leer a los mejores. Digamos que es parte de mi educación sentimental. Tengo la fortuna de tener un editor del que terminé siendo amigo.

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