Que nadie piense, atendiendo al título de este inocente artículo, que esto es una nueva versión de la Radio de las Mil Colinas (RTLM), que, durante el genocidio de Ruanda, instigaba entre los hutus al exterminio de los tutsis: “No mates a las cucarachas con una bala. Córtalas en trocitos con un machete”, llegó a pregonar la emisora. Este no aspira a ser un espacio para el odio, y menos esta semana, que, entre Colonos y Reporteros, ya vienen algunos blogs de la revista con las tintas suficientemente cargadas.
Pocos son, sin embargo, y ya metidos en la materia que realmente nos ocupa, los que pueden mantenerse impasibles ante la presencia de las cucarachas. Y menos aún ante su veloz e inquieto deambular. Si no es un pánico visceral e ilógico, que suele desembocar en desgarradores chillidos de angustia, sí que existe una generalizada sensación de desagrado al encontrarse frente a frente con estos insectos de largas antenas, patas espinosas y cuerpo aplanado, que están, dato curioso, emparentadas con las mantis religiosas y las termitas. La literatura o el cine han sabido aprovecharse de esa inquietante evocación en cuantiosas (y a menudo sublimes) ocasiones.
Hay quien ni siquiera puede escuchar ese nombre, cucaracha, sin que le recorra la espalda un oscuro escalofrío de repulsión. Da igual el tamaño que tengan, si son marrones, amarillas o negras, o si las vemos volando o correteando por el suelo, muchos sentirán un irremediable impulso de aplastarlas bajo el zapato. Lo curioso del asunto es que en no pocos casos, si no se ha realizado con la suficiente furia, al levantar el pie con el que se ha ejercido esa violencia gratuita e irracional, que divide entre el irrefrenable deseo de dar muerte a algo y al mismo tiempo lamentarla, descubrimos (asqueados o aliviados) que la cucaracha ha sobrevivido al ataque para salir pitando fuera de nuestro alcance y perderse por cualquier rendija.
Un artículo publicado en la revista americana PNAS explica ahora por qué motivo es tan difícil matarlas. Es por la combinación de elementos rígidos y flexibles en su exoesqueleto, capaces de conferirles una resistencia sin parangón en la naturaleza (de hasta 900 veces su propio peso), que les permite abollarse pero no romperse frente a las cargas que les obligamos a soportar. Gracias a esa estructura es por lo que también pueden escurrirse por estrechas aberturas de hasta un tercio de su altura y presentarse, sin apenas un rasguño, en nuestra cocina para que las invitemos a comer.
Tanto inspira a los científicos e ingenieros esa capacidad de las cucarachas (y de otros insectos) de deformar su cuerpo, que llevan años estudiando cómo reproducir esos mismos patrones en artilugios robóticos con múltiples utilidades. El último ha sido construido por los mismos autores del artículo, que han sabido copiar el exoesqueleto plegable y las patas con espinas de las cucarachas en un robot que pueda funcionar tanto en situaciones normales como de compresión severa. “Se puede estrujar hasta la mitad de su talla y seguir moviéndose con asombrosa rapidez, unas 5 o 10 veces más rápido que los robots blandos de última generación”, explican los autores en su publicación.
El robot se llama CRAM, mide unos 75 milímetros de alto y la idea es que pueda utilizarse para localizar y rescatar a víctimas de terremotos, explosiones u otros desastres en los que las condiciones de seguridad no permitan la entrada del hombre o de otros artefactos menos versátiles. A esas estrecheces ya están sobradamente acostumbradas las cucarachas, que no olvidemos, han sobrevivido a extinciones, glaciaciones, radiaciones y fumigaciones varias, y que seguirán su camino, aunque les falten, aunque no tengan, las dos patitas de atrás.