2 de mayo: En el avión, en vuelo a Málaga, Diny empieza a leer el libro que se ha traído para el viaje, Pepita Jiménez, publicada por la benemérita colección Manese. Es una lástima que no incluya el perspicaz prólogo que le antepuso Azaña a la edición española de 1927, ni el jugoso que el propio Valera le enjaretó a la primera estadounidense de 1886.
[Inserto en casa, al regresar, unas líneas subrayadas por mí en él: «Hay reyes o emperadores inmortales que reinan e imperan en América por verdadero derecho divino y contra quienes no hay Washington ni Bolívar que prevalezca. No hay Franklin que consiga arrebatarles el cetro. Estos tiranos se llaman Miguel de Cervantes, Guillermo Shakespeare y Luis de Camoens»].
Sofía & Co. (sus padres, Pilar y José; su hermana menor, Casilda) nos reciben en el aeropuerto como si fuéramos miembros de la familia. Y al cabo de un rato, se desvanece el “si fuéramos”, con ellos nos sentimos en casa; en familia, pues. Sofía, en especial, nos causa una impresión muy fuerte. Tan niña, tan sencilla, tan natural. Un auténtico prodigio. La escucho, y repaso en paralelo, mentalmente, sus textos tan grávidos, tan preñados, como diría Unamuno. Inevitable el recuerdo de una de las bienaventuranzas, mal que me pese y a sabiendas de que no son sino promesas sin respaldo: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios».
Salimos a pasear por Alhaurín. En la heladería del pueblo, al aire libre, pido un granizado de limón. De repente, consumido medio vaso, siento como un bloque de hielo en el esófago, que casi me corta la respiración, temo que me pueda desmayar en cualquier momento. Menos mal que todos están muy entretenidos charlando y consigo que pase desapercibido este mal trago.
3 de mayo: Haciendo tiempo para el desayuno, Sofía se sienta al piano y toca. Conozco el tema pero no lo reconozco en este momento. Cuando deja de tocar, Sofía gira la cabeza y me mira, segura de que voy a decir el título, sólo que se encuentra con mis ojos preguntando desamparados y mudos. «Era la Patética», dice, con un rescoldo de incredulidad ante mi lapsus mnemotécnico. Y acto seguido, para que no tenga que volver a avergonzarme, se vuelve hacia el teclado y toca Let it be! Dios la bendiga.
Pilar es homeópata. Tras el desayuno quiere que conozcamos su consulta, en el piso alto de la casa. Pilar estudió Medicina, y luego Pintura, y después estuvo un tiempo en el Casiquiare, en la Amazonía venezolana. De su formación pictórica dan fe las paredes de esta casa, y algunos cuadros (hay un hermoso retrato de su hija mayor, aún más niña, en el arranque de la escalera).
De su formación médica tenemos constancia por el diagnóstico que nos hace a partir de los presupuestos del Aura-Soma, que tanto Diny como yo desconocíamos. Y de sus tiempos en la selva virgen le queda un vivo rescoldo del impulso solidario que la condujo allá.
Antes de seguir viaje, fotos en el patio de la casa. Sobre todo la que documenta el encuentro de la benjamina y el patriarca de los blogueros de fronterad. Cuando Sofía cumpla 17 años el 8 de octubre, nuestras edades configurarán un capicúa mágico: 71 17. A ver si la lotería o la ONCE nos dispensan un premio ad hoc. En todo caso, ese día jugaré a ese número.
Nos llevan a La Chucha, sólo Casilda se queda en Alhaurín. Y al pasar Vélez-Málaga, José constata que el sistema electrónico del auto entró en barrena. No es un problema llegar hasta La Chucha (atravesando tras Torrenueva el tunel [sic] del cabo Sacratif), pero no se quedan a recorrer el paraíso porque les urge encontrar un taller abierto para que les reparen la avería. Lo bueno de la precipitada despedida es la bienvenida ocasión de poder camuflar los sentimientos.
La Chucha. Más de veinte años de no venir acá. Hilde nos presenta a sus cuatro nuevos perros: Mara, Luna, Quica y Nena (ya de trece años, y nunca repuesta de una cornada que le asestó un jabalí), y a la gata, Luci, por “luciferina”. «¡No me digas!», se asombra Hilde cuando comento que los fósforos en neerlandés se llaman lucifers: así de lírico puede ser un idioma.
Damos un paseo por la finca. Hay mucha maleza. Hay bancales que Hilde ya no cultiva, porque no vale la pena el trabajo. Ahora, La Chucha posee un aura selvática que desconocíamos, pero sigue siendo un paraíso, quizás incluso más que antes, que La Chucha del recuerdo. Cuando volvemos a la casa cruzando el patio, Hilde nos muestra en él un nido de golondrinas dáuricas, las que tienen una banda clara en el obispillo, la base de la cola. Lo que no sepa Hilde…
Antes de acostarme anoto que al pasar por Málaga descubrí el edificio de la Fundación Manuel Alcántara. Creo que son de él dos versos que aprendí siendo muy muchacho, leyéndolos en una revista de poesía: «A tus ojos hay que hacerles / un chalet en los luceros». Posiblemente fue la misma revista donde descubrí (muchos años antes de leer a Borges) un impecable endecasílabo borgiano de Eladio Cabañero: «Siempre al atardecer parece otoño».
4 de mayo: Después del desayuno, Diny sale de paseo camino de la playa, y regresa al poco, con un higo chumbo verde, incomestible. La devuelven a casa el viento molestísimo y la inseguridad del camino, una carretera pelada, desde la autovía al mar, y por la que desfilan continuamente camiones y camiones que añaden malestar al viento. Mientras estuvo fuera, he comenzado mi relectura de la poesía de Miguel Hernández, de cara a mi doble conferencia de fines de octubre en Hamburgo y Bremen.
Pasamos todo el día en La Chucha, recuperando tanto pasado como podemos. Hilde trae unos folletos y libros de la región donde nació, a orillas del Oste, afluente del Elba ya muy cerca de su desembocadura. Recuerdos de la vaquería de los abuelos, en Hasenfleet. Recuerdos de la balsa que debía tomar a diario para cruzar desde Bentwisch a la otra orilla del Oste, Oberndorf, y de allí el tren para ir a la escuela. Lo curioso del apellido de soltera de Hilde, Burfeindt (esto es, literalmente: enemigo del campesino) en un medio por completo rural. Desde siempre me ha interesado y atraído enormemente esa esquina del mapa alemán, que un día fue danesa en su mayor parte. Ojeando los libros de Hilde rebobino en la memoria mis impresiones de las pocas veces que he tenido la suerte de recorrer estos lugares, aunque casi siempre por la orilla derecha del Elba: Hilde –¿cómo no?– es de la rive gauche.
A primera hora de la tarde pasa por La Chucha una amiga de Hilde, una inglesa que vive cerca y viaja hoy a Londres, dejando su auto a buen recaudo en este refugio. Conversamos con ella un rato y descubro que en realidad es galesa, lo que me da pie para hablar de mis ascendientes galeses (Meredith), de mi tan admirado Aneurin Bevan –creador del sistema de salud pública en Gran Bretaña–, y de la poesía de Dylan Thomas. Tengo la inconfundible virtud de confundir a las personas que me conocen de sopetón, sin saber nada acerca de mí. Esta amiga de Hilde no es una excepción. Pero ni siquiera sé cómo disculparme por ello.
5 de mayo: Desayuno en la segunda terraza, entre la cocina y el patio: nísperos y dátiles, y una taza de té. La luna menguante parece colgada en el cielo de Poniente. Hablamos de mil cosas, y una de ellas desemboca en que termino cantándole a Hilde la milonga Amablemente, y parte de otra, Biaba, aquella donde el cafisho [=chulo] cuenta de alguna vez en que, según él, tuvo que darle un par de hostias [bifes, en crioyyyo] a su pupila, con esta imagen tan brutal y tan machista pero al mismo tiempo tan expresiva, y de una suprema gracia rea: «Los bifes, los vecinos me decían, / parecían aplausos, parecían, / de una noche de gala en el Colón».
Vamos a Motril, de compras alimentarias. En una de las tiendas donde entramos leo este cartel: «Este establecimiento tiene un libro de quejas/reclamaciones a disposición del consumidor que las solicite». ¿Que las solicite? Me imagino pidiéndole del dueño de la tienda: «Por favor, un cuarto de kilo de quejas». O mejor: «Media cuarta de reclamaciones, en lonchas muy finitas».
A la vista del letrero de la Avenida de Nuestra Señora de la Cabeza siempre me he preguntado por qué no existe una advocación mariana que sea Nuestra Señora de los Pies. De ese modo, la mera idea de Nuestra Señora tendría pies y cabeza.
Compramos en la pescadería sardinas para asar, y en una tienda ecológica vino de pitarra, que Hilde no conoce. Luego, durante el almuerzo en La Chucha, un aperitivo de almejas al vapor,
y Hilde fríe para Diny (que es alérgica al pescado azul) una pescadilla king size, mientras ella y yo nos regalamos con dos docenas de sardinas fresquísimas asadas, de esas que se comen con los dedos y como tocando la armónica, uno de esos placeres de los dioses helénicos y que hoy le están vetados al infeliz bípedo implume en las fortalezas ciudadanas alérgicas a la peste de las sardinas. Cretinos de mierda, llamar peste a uno de los perfumes más afrodisíacos de la cocina ictiofágica…
En la charla de sobremesa salió a relucir el pueblo de mis padres, Fregenal de la Sierra, y por ende el nombre de su hijo más ilustre, don Benito Arias Montano, que a Hilde no le sonaba para nada. Por la tarde, tras la siesta, Hilde me comenta que ha consultado en la Enciclopedia de El País, y que a don Benito le dedican la mitad del espacio que a Arias Navarro, el último paladín del franquismo, el que comunicó al mundo con lágrimas en los ojos la noticia de la muerte del inferiocre. Y bueno, me digo, ya es mucho que le dediquen a don Benito la mitad del espacio que al tal Arias Navarro, porque después de todo estamos en España, es decir en Esperpentia.
Hilde no ve en la TV sino el telediario. Lo [tele]vemos con ella. Anoto : «Esperanza Aguirre: la cara es el estropajo del alma» «Interpelado acerca del caso de pederastia denunciado por los carmelitas descalzos en el seno de su propia comunidad, el obispo de Ciudad Real contesta en una conferencia de prensa “Bueno, ustedes saben de las cifras de subida del paro, eso significa que llegará más gente a las iglesias”» (a lo que apostillo: «Cinismo a la enésima potencia»).
6 de mayo: Día neblinoso y pesado. Desayunamos nísperos, dátiles, higos, naranjas y nueces. Hilde nos habla de un chileno que tiene una tienda en Torrenueva y llama ostén a los mangos, una palabra que luego se resistirá a todas mis búsquedas en cualesquiera diccionarios. Y es también Hilde quien me comenta de sus lecturas de Murakami y Muñoz Molina, dos autores de quienes sólo conozco el nombre. Me revancho recomendándole leer a Mo Yan y Kenzaburo Oé.
Vamos a Motril porque Hilde tiene que encargar un repuesto para su Renault y nos detenemos delante de una fontanería que entre su variada oferta incluye la de unas “arquetas sifónicas para invornales”, que saben los dioses qué artefactos serán. Se siente uno analfabeto leyendo en su propio idioma. Pero sea. Después de reservar nuestros billetes de tren para el viaje de mañana, nos damos una vuelta por el puerto para tomar el aperitivo en una taberna que le gusta a Hilde, El Chato, donde nos sirven una tapa prodigiosa: migas con merluza rebozada.
Al acabar la cena nos vamos despidiendo de los perros, dándole a cada uno, por turno riguroso, su ración de las sobras. Y nos retiramos temprano a dormir. Mañana habrá que madrugar, para tomar el autobús a Granada, donde abordaremos el tren a Sevilla, en donde transbordaremos al de Huelva. Y en la pausa del transbordo, reencontrarnos con Marina, al cabo de los años mil.
7 de mayo: Crisis durante la noche, comienza alrededor de las 4 a.m., un urgente vendaval de gases queriéndoseme escapar atropelladamente por la boca. Subo al WC a vomitar, sin resultado; la segunda vez me alivio con unos sorbos de agua y logro volver a dormir.
Hilde nos lleva a la estación de autobuses de Motril. Despedida hasta saben los dioses cuándo. El autobús rueda sin problemas hasta Granada, y el taxi nos lleva en un santiamén a la estación de Renfe. Dos horas de espera. Y cuando se acerca la hora y entramos a los andenes, el mismo enigma de siempre: el andén primero es el n° 3, le sigue el 2 y luego el 6. Es seguro que debe de existir una explicación, pero casi prefiero ignorarla. Lo que no ignoro es que la Renfe sigue siendo uno de los reductos del franquismo y no se nos presentan disculpas por el retraso de media hora en la salida del tren.
Loja, Antequera, Pedrera, Osuna, Marchena, Dos Hermanas, Sevilla San Bernardo, Sevilla Santa Justa, todo el tiempo enfrente de una señora que lee a Isabel Allende en italiano, y yo aguantándome las ganas de decirle que lea mejor a Jane Austen. Y al llegar a Sevilla nos está esperando Marina, a quien no veíamos tampoco, como a Hilde, desde hace unos veinte años.
Pasamos las dos horas del transbordo en el restaurante autoservicio de la misma Santa Justa, contándonos las milyuna noches, versión Huelva de los cincuenta/sesenta, qué tiempos aquellos (mejor corto el rollo).
En Huelva la Nena nos recibe en casa como si regresáramos de dar un paseo. Pero no venimos aquí desde febrero 2008, cuando acudimos a la boda de Macarena y Alejandro, que entretanto ya son padres. Así corre el tiempo, y nos atropella. (Me doy cuenta, mientras transcribo estas notas, de la cantidad de tiempo invertido en hablar del tiempo: ¿será también tiempo perdido?)
8 de mayo: Es sábado, conque el bar de Joselito (nuestro primer rito diario en Huelva) está cerrado. Vamos pues derechos al segundo, el mercado de abastos, ahora ya el nuevo, frente al antiguo edificio de correos, donde han sellado con cemento las bocas de los leones que oficiaban como buzones, es un espectáculo feo como pegarle a una madre. Hemos llegado allí bajando por la calle Bocas hasta Duque de la Victoria, y desde esa esquina donde estaba el hotel del padre de Pepe Luis ya podemos ver el montón de escombros de lo que fue el mercado viejo, y lo que más impresiona es constatar lo muy pequeño que era. Creo que nunca me hubiera dado cuenta de ello si hubiese seguido en pie.
Nos reunimos con Bernardo en Casa Miguel, que tiene terraza afuera del mercado, y él y yo comemos unos pavías riquísimos, y Diny una ración de gurumelos que, si lo juzgo por la cuenta, debían incluir en su composición química algún metal aurífero. Y de allí pasamos al tercer rito, el bar El Alba, también aquí a la salida del nuevo mercado, y en él como siempre nuestra canónica media ración de choco frito.
Regresamos a casa de la Nena en taxi para alcanzar a ir con ella a la de Elena, que es donde vamos a almorzar. Antes de salir, por si acaso nos retrasábamos y tuviéramos que ir allá directamente, la Nena me dio la dirección: «Detrás de las casas de [la barriada] José Antonio, la calle Antonio Machado 3, ático B, la parte nueva de la calle, hay un salón de juegos en la esquina». Memorizándola, por un momento me sentí en Managua, o en San José de Costa Rica.
Pero lo cierto es que no nos retrasamos y nos lleva mi sobrino Ricardo en su coche, aunque él no se queda a almorzar. Están Elena y Mónica con las familias al completo, y llegan enseguida José Luis y a renglón seguido Macarena y Alejandro con el recién nacido. Más tarde se nos añaden Pili y Laureano. Este baño familiar por absoluta inmersión es quizá la vivencias más entrañable de nuestro paso por Huelva, siempre que se da, de esta manera informal y abierta, donde nos parachutamos como si el resto del tiempo hubiésemos estado planeando con un avión invisible por encima de la reunión, como si el tiempo no hubiese transcurrido.
Le pregunto a José Luis por unas manchas que le descubro en el brazo y me cuenta que padece de psoriasis. Me paso más de la mitad de la reunión cavilando qué gran autor padecía también de ella, y escribió largo y tendido sobre la misma, hasta que me cae el vintén: Updike en sus memorias, A conciencia. Anoto en mi libreta conseguirle un ejemplar del libro a José Luis, y en caso de estar agotado, fotocopiarle el capítulo que le dedica en él.
De la casa de Elena, ya caída la tarde, Pili y Laureano nos llevan a ver qué es eso del Festival de la Gamba, al final de la Avenida de Andalucía. Pero lo desapacible del tiempo y un exceso de decibelios nos hacen buscar otras latitudes donde comer nuestras gambas sin tener que andar gritando para entendernos, y además pasmados de frío.
9 de mayo: Hoy es el Día de la Madre en Alemania. Recuerdo que el 2, cuando llegamos a Alhaurín, a la casa de Sofía, me sorprendió no recuerdo qué detalle, y me lo explicaron diciéndome que era el Día de la Madre. En ese momento pensé que al domingo siguiente, hoy, sonaría el teléfono de casa de la Nena y sería Rebeca llamando para felicitar a Diny. Estoy sentado en la sala, releyendo a MH, cuando suena el teléfono. Es Rebeca, llamando para felicitar a Diny.
[Anotado el 1° de junio, ya de regreso en Colonia : Si como dice Ángeles hoy en su blog, «Ricardo Bada (…) es en sí mismo un Google en el que los amigos damos con los amigos», Rebeca es el Google de la familia Bada Hansen].
Vamos con la Nena a visitar a Maite y a sus hijas, es un reencuentro que se venía posponiendo pese a lo muchísimo que nos queremos. No está Teresa, sólo Claudia, pero logramos reconstruir, casi, la atmósfera de tantas veladas felices en este apartamento. Y de allí nos vamos a almorzar a El Alba, a base de raciones de pescado y marisco, y de El Alba, pasito a pasito, hasta la casa de Mónica, para el café de media tarde. Terminamos el día en Las Carabelas, con una ración de coquinas sin un solo grano de arena. En la tele, poco antes de irnos todos a dormir, pasan una telenovela en la que interviene una venezolana joven, esbelta y bella, que se enamora de un español maduro, gordo y feo, chateando en internet. Y un día, sin más ni más, la venezolana se planta en Madrid, para conocer a su galán, quien naturalmente le había enviado no su foto sino la de un apuesto amigo. La anécdota es tan manida, y el trabajo de los actores es tan cliché, que uno se pregunta a quién puede divertir o entretener semejante bodrio. Y la respuesta está clara: a mucha más gente de lo que uno cree. Ay…
10 de mayo: Refrán oído a la Nena mientras trajinaba en la cocina preparando el desayuno: «Son dulces en el dormir / las mañanitas de abril, / y en las de mayo / de sueño me caigo». A veces tiene por único interlocutor a su canario, al que he bautizado Caruso, por la potencia de su trino y lo polifacético de su repertorio.
Primer rito del día, el bar de Joselito en la Plaza Niña, mi baño lustral diario cuando estoy en Huelva. El reencuentro siempre cordial con Joselito y los suyos, algo así como una segunda familia nuestra. Y tras el café y las dos copas de aguardiente de Zalamea, pasamos por la estación a comprar los billetes para el tren a Madrid el jueves, y de allí al mercado, pero es lunes, no hay pescado y, sin pescado, el mercado no es más que una sombra de sí mismo. Para colmo, está cerrado El Alba, donde nos habíamos citado con Rosa y Juan, que ya nos esperaban en la terraza, así que nos corremos hasta la de Casa Miguel y encargamos unos pavías, y charlamos alrededor de una hora. Es algo sorprendente que a pesar del estado de impotencia expresiva en que se halla Juan, el diálogo fluye todo el tiempo: sorprendente y emocionante. Mérito grande el de Rosa. Nos despedimos de ellos con un abrazo fraterno.
Mientras esperamos para el almuerzo, repaso la biblioteca de la Nena y descubro mi ejemplar de Aquellas mujercitas…, la secuela de Mujercitas, la novela sentimentaloide de Louise M. Alcott que (cosa que pocos saben) Cortázar tradujo al español. Hay algo en la sobrecubierta de este libro que me está enviando un mensaje, y de repente descubro cuál es: se trata de un dibujo a todo color que reproduce una escena de la primera versión para el cine de Pride and Prejudice, con Greer Garson y Laurence Olivier. Me la quedo como reliquia.
El almuerzo. Entrada de choco frito. Luego papas con tomate para mí, carrillera con papas fritas para Diny. Las manos de la Nena siguen siendo manos de hada en materia de cocina.
Por la tarde, un aperitivo con Paco Pérez y Eugenia, y Juan Manuel y Lourdes, en la terraza de un bar de los que se encuentran en el recinto de la plaza de toros. Juan Manuel me entrega un ejemplar del último catálogo de su obra, la de un hombre humilde como pocos, este chiquito de estatura que le saca varias cabezas de ventaja en talento a tantos empiringotados y solipsistas.
Al despedirnos cruzamos la calle para visitar a Reme y Pepe, ya abuelos. En el piso bajo se ha instalado Alejandro con su nueva peluquería, y el rótulo reza ALEJANDRO BADA. Parece que los parientes del lado paterno, los Sánchez de Piña, fueron a decirle que estaban muy quejosos de que hubiese optado por el apellido materno, y Alejandro les contestó: «Pues si supiérais lo contentos que están los Bada…» Pasamos un par de horas de apacible charla familiar, y harto fiambre sobre la mesa. En este país se come. A todas horas. Lo único negativo que me llevo de la visita es la visión de la perra vieja, que antes acudía ladrando a recibirnos, y ahora la pobre se arrastra con sus 17 años a cuestas, lenta y vencida, sin fuerzas ni para gruñir.
11 de mayo: De camino a Joselito, con el bus, cuando llegamos a la esquina de Pío XII con Alcalde Federico Molina Orta («Eres guapo, eres joven y eres rico, / ¿qué más quieres, Federico?»), siempre me sorprendo al ver en ella, enmedio de un jardincito, el busto de don Venustiano Carranza. ¿Cuál habrá sido su relación con Huelva?
Tras la obligada estación en lo de Joselito, el segundo rito del día es la visita del mercado, y allí, hoy, una cita con Andrés Marín Cejudo, periodista joven, de El Mundo, donde mantiene una sección dominical llamada La infame turba, por la que ha pasado la flor y nata de Huelva en el terreno intelectual y artístico. Cegado por la fatamorgana (palabra que me gusta muchísimo más que la tecnicoide espejismo), por el aura que a mi persona le ha dado el hecho de haberme ido tan pronto y de seguir viviendo tan lejos, el buen Andrés se empeña en entrevistarme para esa sección suya, y la verdad es que a un compañero no puedo decirle que no. Intento disuadirlo con buenos argumentos, pero me estrello con la fatamorgana. Y aunque durante la entrevista me paso bastante tiempo rebajándole perfil a todo lo que intenta atribuirme, me temo que al final el resultado no sea otra cosa que una piedra más para el monumento que ni quiero ni merezco.
Antes de regresar a casa para el almuerzo pasamos a visitar a Pepa Feria en su nuevo despacho en la Plaza de las Monjas. Me regala un ejemplar de uno de últimos libros que ha editado para la Diputación Provincial, Paisajes de Huelva, un volumen bellísimo, con fotos a toda página y una antología muy completa de textos (desde Juan Ramón y José Nogales hasta Juan Drago) donde el paisaje de la provincia es el protagonista. Cuando nos despedimos, y como si se acordase de algo que me ha estado queriendo decir todo el tiempo, Pepa me dice que se llevó una sorpresa al enterarse de que yo era tan devoto de Jane Austen. No es la primera persona a quien le sucede llevarse esa sorpresa, le contesto, y resisto la tentación de citar el estribillo de “Pedro Navaja”.
Por la noche nos citamos con Cruz y Pepe [Baena] en Las Carabelas, vienen expresamente de Punta Umbría para encontrarse con nosotros. Uno de los temas que tocamos (además de como es lógico el estado de salud de Juan, amigo tan querido por todos) es la posibilidad de editar un día los ripios de Arcensio y las aleluyas de Figueroa, que fueron algo así como un samisdat en los tiempos del franquismo, y que de alguna manera, pero poniendo el punto de mira en otros blancos, trajeron como herencia mis fandangos. Y bueno, soñar es gratuito. Todavía.
En un programa nupcial de la TV, de esos para armar parejas, un hombre de 52 años que toda su vida se la pasó pastoreando cabras, declaró que buscaba una mujer que tuviera el “periódico”, porque él quería tener hijos. Muchas risas. A mí, en realidad, me dio mucha pena.
12 de mayo: Esta noche pasada, a eso de las 2.30 a.m., han incendiado un coche delante de la casa de la Nena. Policía y bomberos llegaron en absoluto silencio, sólo mi sobrino Ricardo se despertó y alcanzó a ver desde la ventana de la cocina este auto de fe del vandalismo.
En lo de Joselito para despedirnos, porque mañana viajamos muy temprano a Madrid. Y luego, por San Cristóbal hacia Alfonso XII, una pancarta tendida de lado a lado a todo lo ancho de la calle me inspira una reflexión acerca de la polémica sobre la burka desencadenada en nuestros países: Yo estoy desde la más tierna infancia acostumbrado a ver mujeres de las que sólo eran –y siguen siendo– visibles la cara, las manos y, según fueren de cortos sus hábitos, los pies. Son las Hermanitas de la Santa Cruz (“de los pobres”, en la versión popular) que tienen su convento en mi Plaza Niña, y este año se cumple el centenario de la fundación de su orden, la pancarta me lo recuerda. Así pues ¿qué? ¿van a prohibir la burka, y al mismo tiempo los hábitos de estas mujeres cristianas, de estas monjas humildes, artesanas de la santidad?
Descubrimientos idiomáticos en el mercado de abastos: “hamburguesas de choco” (ay dios de dioses, líbrame de la tentación de probarlas), “cazón auténtico” (¿cómo será el falso?)…
Invitamos a la Nena a almorzar en Azabache, que es el mejor restaurante de Huelva, de una amiga de sus hijas, pero donde no hace falta pasar al comedor y sentarse y agotar toda la parafernalia del aperitivo, entremeses, entrada, plato fuerte y postre. También puede uno, muy ricamente, quedarse en el bar–vestíbulo y comer de lo más bien sentados en los taburetes en torno a una de las mesas altas. Y eso es lo que hacemos, tapear: coquinas a la plancha; tacos de corvina; revuelto de gambas, setas y jamón; tortillitas de camarones; y queso con membrillo. Ribera del Duero para mí, Rioja para la Nena, tinto de verano para Diny. Mientras comemos entra una vendedora de la ONCE, una bella mujer joven de ojos “deslumbrados”, a quien le compro cupones para Diny, y no sé por qué le gasto la broma de que soy muy viejo, tanto que nací en el dolmen de Soto. Tengo la impresión de que se fue pensando que estoy más loco que una cabra, y sin duda no se equivoca mucho.
Nena llama a Modesty por teléfono y, quieras que no, registro casi magnetofónicamente en la memoria lo que le cuenta: «Mira lo que estoy leyendo, que el rey alaba la Seguridad Social. (…) No, en el periódico, una foto saliendo del hospital con un médico a cada lado, como tú y yo cuando nos dieron de alta, ¿no te acuerdas? (…) No, a él no lo habrán metido en una habitación con dos o tres más, sino en una individual, y con una enfermera toda la noche, por si acaso. (…) Sí, la reina en Madrid, claro…» Y también yo lo tengo claro: lo que es los Bada, nos moriremos antimonárquicos sin remordimiento de ninguna especie. Que yo sepa, el parasitismo no se cuenta entre nuestras predilecciones biológicas.
13 de mayo: Cuando el tren sale de Huelva voy siempre con los ojos pendientes de ver aparecer el caserío del cortijo de Montija, y pienso con devoción en Ibn Hazm, el llamado de Córdoba.
Tuve la suerte de alcanzar un plan lectivo que en su concepción y su amplitud era herencia directa de la República Española: todavía no había entrado en acción la podadora de césped pedagógico que hace que los niños y los jóvenes y hasta algunos ya maduritos, ignoren hoy en España qué fue la Escuela de Traductores de Toledo, aquél momento mágico en que judíos, musulmanes y cristianos, todos españoles (en rigor histórico castellanos, pero no seré tan purista), salvaron juntos la cultura dizque occidental, es decir, la grecolatina. Y por desgracia ignoro qué es lo que hoy se les enseña como Historia a los niños andaluces: yo fui uno. ¿Se les enseña que el más grande poeta árabe de todos los tiempos es Ibn Hazm, el que está enterrado en la finca de su familia, ese cerro de Montija desde donde se divisa Huelva al suroeste? ¿Es un moro, como los de las pateras, y por tanto no presentable en la buena sociedad andaluza?
Y el gran Almotamid, sevillano muerto de nostalgia en Marruecos, ¿otro moro? Al menos en el plan lectivo que fue el de mi bachillerato, y a despecho de las clases de Formación del Espíritu Nacional (Cara al sol con la camisa nueva etc.), supimos de la existencia de esa otra España que alguna vez, y por nada menos que ocho siglos, era mitad y mitad. Hasta que la mitad de la cruz terminó crucificando a la media luna y expulsando a la estrella de David.
El tren entra en agujas en Madrid a las 11.32, pero como su llegada según el horario oficial es a las 11.45, debemos esperar un cuarto de hora en los monocordes suburbios de la ciudad, por culpa de la Renfe, uno de los últimos reductos del franquismo. (Me repito, lo sé, pero ella también, la remilputa que la remilparió).
Tomamos un taxi en Atocha y al dar la vuelta para enfilar la glorieta nos detiene el semáforo. Una malabarista africana se luce con sus juegos en el paso de cebra. Cuando el semáforo pasa a verde para los autos, ella se cuela entre las filas, como protegida por un invisible ángel de la guarda, y al llegar al lado de nuestro coche el taxista saca la mano y deja caer algunas monedas en su bolsa, diciéndole «Toma, cielo». Casi no puedo evitar las lágrimas, y para disimular me pongo a conversar con el taxista, un tío joven, con ideas propias, y muy afines a las mías. Hemos entrado en Madrid con buen pie. Y mejor rueda.
Almorzamos en la Casa de Castilla-La Mancha y me llevo al salir un ejemplar del Diario de Albacete, para fisgonear un poco en la vida de la España profunda. Me divierto como un crío con los anuncios clasificados de la sección COMPAÑÍA: “30 años, alta, delgada, 100 de pecho, 100×100 culo. Todos los servicios”, “Malena. Viciosa, súper pechos. Hago todo. Recibo en braguitas”, “Coreanas desde 30 euros” [sic], “Conejita española, jovencita, cuerpo cañón, rubita, morbosa, precioso culo”, “Jimena, 25 años, rubia, explosiva, venezolana, 100 pechos naturales [sic]. Cuerpo de pecado, buen culo, sexy”, “Travesti hembra lechera. Morenaza, jovencita, viciosa, hiperdotada. Dominación. Francés natural. Terminamos juntos. 40 €”. Lo que me dejó turulato es lo de esa venezolana con cien pechos naturales. Ni la loba del Capitolio romano…
Llega Willy, y desde el primer momento se produce esa simbiosis Hansen que los caracteriza a él y a Diny cuando están juntos. Sirviéndoles de coro griego involuntario, los hinchas del Atleti celebran el triunfo de su equipo en Hamburgo, en una final europea, al cabo de casi medio siglo.
14 de mayo: Toda la noche insome, con un ataque de gases y de ardores de estómago. Encuentro en la cocina un tubo de pastillas de bicarbonato, pero con fecha de caducidad “abril 2006”. Prefiero no tomarlas. Por la mañana, lo primero que hago es buscar una farmacia y pedir sal de frutas Eno. «¿Con algún sabor determinado, fresa, manzana…?», me pregunta el boticario. Mi mirada parece ser elocuente, me trae un paquete de sobrecitos con sal de fruta Eno. Neutra. ¡Joder!
Diny y Willy deciden almorzar en la Casa de Castilla-La Mancha. Yo me quedo en la barra del argentino de la calle del Correo, y me divierte ver que hay dos clientes que se van sin comer sus respectivas tapas de pan amb tomat. Son casi el programa de contraste con los hidalgos de la picaresca, que se ponían migas en la barba para simular que habían comido. Lo comento con la camarera, que es una ecuatoriana de Sevilla, la Sevilla de allá. Más tarde, cuando me trae la cuenta de lo que he bebido y comido (me atreví a almorzar ahí en la barra, un chorizo a la brasa con chimichurri y un pan blanco que es la gloria misma, amén de una copa de Ribera del Duero), le digo que se ha olvidado del gin tonic que me tomé de aperitivo, y me dice que no, que es lo que en la cuenta reza como bebida nacional. “¿Nacional, el gin tonic?”, me sorprendo. Y ella: “Bueno, la ginebra era Larios, ¿no?” Es un género de lógica que me desarma.
Después de una breve siesta nos vamos Diny y yo a la estación Sur de autobuses y viajamos a Mombeltrán. Viaje sin complicaciones, por un paisaje castellano que imagino muy azoriniano si se lo recorre a pie, o montado en una mula, pero desde el bus no consigue atraparme. Al llegar al pueblo nos están esperando Mary Carmen y Pedro, los padres de Vanesa, la novia que se nos casa mañana. Nos llevan al hostal, hoy propiedad de un viejo periodista que parece haber estado en medio mundo y conocer a todo dios, y cuya biblioteca (me cuenta Pedro) es inmensa. Cierto es que en el comedor descubro una foto original de Ortiz Echagüe, y eso quiere decir algo, qué caramba. Y por la tardecita comienza un cóctel que ofrecen Vanesa y Óscar a los invitados que han venido desde el País Vasco (donde vive la mayoría de la familia de ella), y de Madrid (de donde es él y tienen mogollón de amigos, algunos de los cuales, como mañana es San Isidro, se han venido disfrazados de chulos y manolas), y de Colonia, Alemania (esos somos nosotros). El tal cóctel, pretexto para una comilona de pronóstico reservado, se prolonga hasta altas horas de la noche, y en él hacemos amistad con Jaime, un tío político de Vanesa, vasco. Nos habla de un pueblo cercano con las casas pintadas con motivos del arte universal, y como ve que ello nos interesa mucho, se ofrece a venir a buscarnos mañana, después del desayuno y llevarnos en su coche a que lo conozcamos, la boda es a la 1.00 p.m., tendríamos tiempo de sobra. Aceptamos encantados. Porque es que en estos pueblos perdidos de la geografía, a veces se encuentran unos hallazgos inauditos. Esta misma tarde, antes del cóctel, estuvimos con los novios en la iglesia del pueblo, y en ella descubrimos una Mater Dolorosa de terracota, del siglo XV, y unos altares de cerámica del siglo XVI, verdaderamente bellos y, sin duda, valiosos.
15 de mayo: Nos lleva Jaime a visitar esos cuatro pueblos que con Mombeltrán configuran la que se llama Mancomunidad de las 5 Villas: Santa Cruz del Valle, San Esteban del Valle, Villarejo del Valle y Cuevas del Valle. Y en efecto, en Santa Cruz muchas casas tienen las fachadas pintadas con reproducciones 1:1 de cuadros de Picasso, Van Gogh, Renoir, Gauguin, e incluso hay una, casi a la entrada del pueblo, donde lo reproducido, 1:¾, aproximadamente, es el Guernica. Lo que me resulta un poco sorprendente en un entorno donde aún hay calles y plazas dedicadas a Franco, Mola, Calvo Sotelo, Queipo de Llano… («¿Puedes imaginarte una Goebbels Strasse en Alemania, Diny?») En Santa Cruz, además, aunque no lo visitamos porque está cerrado a estas horas –¿y cuándo, me digo, estará abierto?–, existe un Museo de Arte Contenporáneo [sic]. Y al salir del pueblo, hacia el siguiente, descubrimos un mirador desde el que se divisa todo el valle y es en verdad un espectáculo grandioso y al mismo tiempo recoleto, íntimo. En San Esteban nos enseña Jaime su monumento más destacado, el Pilón, y al llegar a Cuevas nos deja a la entrada del pueblo para ir a esperarnos con el coche a la salida: «No hay pérdida», nos dice, y en efecto, no nos perdemos, bajamos –hasta llegar donde nos espera– toda la imponente calle principal con algunos portalones de madera con blasones carcomidos por el tiempo y la intemperie. «Miré los muros de la patria mía…» Sí, Castilla es una continua llamada a los poemas aprendidos de niño.
Por razones que nadie sabe explicarle, nos cuenta Jaime, en Mombeltrán al vino con gaseosa lo llaman vino envuelto. Será en burbujitas…
Me sorprende la existencia de unas peñas con unos nombres insólitos: en Santa Cruz, La cárcel y Confúndete (que me trae el recuerdo del espléndido poema de Aleixandre, “En la plaza”), y en Mombeltrán, El peligro y La cruz del rollo, y en la fachada de ésta, el logo con el ahorcado colgando de uno de los brazos de la cruz, lo que a su vez me recuerda un cuarteto que aprendí en la clase de Lengua y Literatura española, en mi bachillerato, cuando estudiamos las estrofas:
En tiempo de las bárbaras naciones
colgaban de las cruces los ladrones,
mas ahora en el tiempo de las luces,
del pecho del ladrón cuelgan las cruces.
La boda; el aperitivo después en una terraza al aire libre; la comida de tres entremeses, tres, con categoría de plato principal cada uno + pescado + carne + postre & habanos & licores… y todo ello luego de habernos mandado a bodega un amplio surtido de tapas con el aperitivo; el reparto de regalos; la siesta –de cocodrilo– casi a la hora en que normalmente cenamos en Alemania; el baile –al que nuestra alergia a los decibelios nos disculpa de asistir–; el día entero, pues, a partir del momento en que regresamos de nuestra excursión con Jaime, lo vivimos como si actuáramos en el tráiler de una peli de Berlanga. Sólo que cuando por fin, bien entrada la noche, llegamos al hostal, es como si hubiésemos rodado la peli entera.
16 de mayo: A las doce del mediodía el repique de las campanas de las Cinco Villas inunda el valle y es el único ruido, si se la puede insultar así a esa música, que se oye en el seno de esta paz idílica.
En la plaza-parque, entre el hostal y el castillo de aspecto ruinoso, un hombre ya mayor, aunque algo más joven que yo, que me cuenta que estuvo viviendo quince años en Francia, de albañil, y participó en la construcción de la torre de Montparnasse y el aeropuerto Charles De Gaulle. He pegado la hebra con él porque el pueblo entero sabe quién soy, gracias a que Mary Carmen y Pedro le han contado a todo el mundo la historia de cómo conocimos a Vanesa, y que por ella estamos aquí: «Ah usté debe ser el periodista que le hizo la foto a Vanesa en el mercao de San Sebastián, cuando ella era una niña de ocho años». Así fue. Estaba visitando el mercado con su clase de la escuela, y yo mostrándole a Diny la pescadería y haciendo fotos, y de repente se me plantó delante, con los brazos en jarras, y me dijo: «¿Y a mí no me sacas una foto?» Hace 28 años de aquello, y hoy estamos aquí como consecuencia de aquél pronto suyo, que derivó en la amistad con ella y sus padres, una amistad mantenida sin interrupción a lo largo de los años.
Lo más gracioso de todo es que yo le mandaba a Vanesa, niña, las tiras cómicas del suplemento dominical del periódico de Colonia, que eran (y son, siguen siendo) mudas (así es que las podía entender sin saber alemán), tiras protagonizadas por Oskar, el amable policía. Y ella, veinte años después, va y conoce al hombre con el que acaba de casarse… ¿y cómo se llama él?: Óscar.
Con algunos miembros jóvenes de la familia subimos al castillo, guiados por el dueño del hostal, que es quien posee la llave del mismo. Es impresionante hallarse dentro de este recinto en ruinas, imaginarlo habitado hace más de cinco siglos. Imaginar por ejemplo a la reina saliendo al balcón y despidiendo a su amante: «Adieu, mon Beltrán!» Así nos dice nuestro guía que lo cuenta la leyenda, pero ¿cómo –me pregunto para mí–; no era portuguesa Juana, la reina que le ponía los cuernos a Enrique IV con su valido don Beltrán de la Cueva? ¿por qué, pues, se despedía de él en francés? Ay…
Regreso por la tarde a Madrid, con los recién casados, que de madrugada saldrán en viaje de novios, a China. Mi sobrino Alejandro, cuando se casó con Macarena, hace dos años, lo hizo a Nueva York y Cancún. Y hasta hace poco el destino natural de tales viajes eran las Canarias. Me pregunto cuándo empezará la oferta de vuelos de luna de miel a la Luna misma.
17 de mayo: Diny y Willy se van de excursión a Segovia y Ávila, yo me acerco al Comercial, en la Glorieta de Bilbao, para reencontrarme con Tomás Segovia. Está leyendo cuando llego, pero lo deja todo a un lado, se alegra de verme, como yo a él, y ¡qué memoria privilegiada! no se ha olvidado de traerme el ejemplar de su traducción de Hamlet que me prometió. Me lo dedica “con un gran saludo de Bill y Tomás”. Me pide que me fije especialmente en aquello que las demás traducciones obviaron, se saltaron o tergiversaron, por ejemplo cuando en la escena 2ª del acto III Hamlet le dice a Horacio: «For thou dost know, O Damon dear, / This realm dismantled was / Of Jove himself; and now reigns here / A very, very… pajock». Es evidente que la rima final hubiera debido de ser ass [asno], pero Shakespeare, bueno, Bill, quiebra la rima como en la famosa copla de “Los hermanos Pinzones / eran unos mari–neros / que se fueron con Colón, / que era un viejo bu–canero”. Tomás lo ha resuelto del siguiente modo: «Pues sabes bien, Damón querido, / que hemos llegado a que este reino pierda / al mismísimo Jove, y le ha seguido / en este trono una auténtica… urraca». Me parece una solución espléndida, y cuando me despido de Tomás, hasta nuestra siguiente visita a los madriles, me voy, como siempre que me despido de él, con un sentimiento de gratitud a los dioses que me lo dieron por amigo.
Almuerzo un chorizo con una copa de Rueda, y me tiendo para una larga siesta. No me siento muy católico y lo atribuyo a lo caótico de la ingestión de mis medicamentos desde que llegué.
Cuando Diny y Willy regresan de su excursión (lo más remarcable ha sido un buen almuezo en Segovia), salimos camino del Círculo de Bellas Artes, donde hay unos encuentros dedicados a la cultura neerlandesa, que pienso que le pueden interesar a Willy, pero no, me dice que de eso tiene suficiente en Ámsterdam. Seguimos hasta La Dolores: 1.70 € el vermú del grifo, sin tapa, y cuando se lo hago ver al camarero me dice que la tapa es aparte; o sea: borrar La Dolores de la lista de lugares para el aperitivo. Terminamos en la plaza de Santa Ana, tapeando Willy y Diny, a mí se me quitaron las ganas, y sigo sin andar muy católico que digamos.
18 de mayo: Consomé y croquetas en Lhardy. En El Pabellón del Espejo la ración de croquetas y la tosta de sobrasada las sirven rápido. El montado de salchichón ibérico y el pincho de tortilla hay que reclamarlos. Viene sólo el montado, y sin excusas. Reclamo el pincho y el camarero me dice que se les olvidó. Otro lugar para no volver. Más teniendo en cuenta que en la mesa vecina se sientan dos clientes habituales y la camarera se disculpa con ellos diciéndoles que sólo están ella y su compañero para todo este ala del pabellón + la terraza, y les ruega paciencia. A nosotros, como somos guiris, no se nos ofreció esa disculpa. Lo dicho: tachado de la lista.
En Las Vistillas, por la tardecita, un rasgueado de Tárrega, de un músico callejero, lucha en vano contra la sirena de una ambulancia. Y al suroeste del Viaducto, un Guadarrama de torres.
Odio caminar a 20, 30, 40 m. de Diny y Willy. Me da la impresión de ser ninguneado como acompañante. Odio sobre todo cuando se detienen y miran hacia atrás, sin ni siquiera reproche o compasión en los ojos: la simple constatación de mi pesadez de paquidermo caminando.
Solomillitos en La Taberna del Rey. Sin pimientos fritos. El camarero nos explica el por qué. Acá se trata de un profesional 100%, que sabe distinguir y aconsejar. Aquí hay que volver, y en realidad volvemos dos o tres veces cada vez que venimos a Madrids.
19 de mayo: Oblomov a mi lado se vería como un hiperactivo. Ando con la batería bajo mínimos y lo único que me apetece es descansar tumbado en el sofá del apartamento.
Willy está citado con el embajador de Bélgica (un flamenco, claro está, qué más natural en España) para entregarle un ejemplar de Congo. Una historia, un libro de David von Reybrouch que acaba de editar Willy en De Bezige Bij. El libro está dedicado al pequeño David, nacido en 2008, hijo de Ruffin Luliba, niño soldado desmovilizado, y de su esposa Laura, que quisieron dar el nombre del autor a su primer hijo. En el marketing del lanzamiento del libro se partió de una previsión de ventas de 600 ejemplares, la edición se agotó entre tanto y la expectativa de ventas anda ya por los 50.000 ejemplares. Si el hijueputa genocida de Leopoldo I levantara la cabeza…
Cuando quinto en Madrid, me llamaba mucho la atención el cartel de SE COMPRA ORO en las joyerías del centro. Ahora me da casi vergüenza ajena reconocer a un colombiano por el acento, gritando en la Puerta del Sol “¡Compro oro, compro oro!” Primero los esquilmamos, y ahora los empleamos para que compren el que se haya quedado suelto por ahí.
Almuerzo en Casa Manolo con José María [Guelbenzu]. Voy arrastrado por la creencia de que como hoy es miércoles habrá sopa de pescado. Mi gozo en un pozo, hubiera dicho la abuela Remedios. La sopa de pescado sí que es plato los miércoles… pero sólo en los meses de invierno. Menos mal que acá se come bien y las dos camareras ya nos conocen desde hace años.
Willy se va de exploración a Chueca y nosotros a la Vinatería de la plaza de Santa Ana, donde descubro que lo del vermú de grifo es nada más que decoración: si yo fuera la Casa Miró, les cobraba regalías. Pero el reserva Ribera del Duero que nos sirven es de calidad superior, váyase lo uno por lo otro.
Javier tiene en el apartamento un mamotreto voluminoso con la obra de Ortiz Echagüe, uno de mis fotógrafos predilectos. Mucho tiempo del que estoy en casa lo paso hojeando y ojeando sin cansarme este repertorio de obras maestras.
20 de mayo: Diny y Wílly al Forum Caixa, a ver la exposición de Miquel Barceló. Exposiciones a mí>/i>
Comemos a mediodía, a base de tapas, en Casa Alberto. De repente me acuerdo de que Marcela was here, uno de los sitios que le recomendé que no se perdiera en Madrid, hasta me mandó una foto que se hizo en la barra, con su vermú en la mano.
Por la tarde salimos de tapas, una vez más, y encontramos sitio libre en Prada A Tope. Después huyo del flamenco callejero en la plaza de Santa Ana: mientras Diny y Willy, mis pobres guiris, se sientan sin problemas en una de las terrazas, yo me refugio en lo que fue el café de Platerías y ahora se llama LateraL, con la segunda L también mayúscula, y dada vuelta al otro lado como para que ambas L sirvan de paréntesis al nombre. Pido un gin tonic de Bombay Zephir. Es caro, pero en la lista de precios he visto que un porcentaje de los mismos se destina a la Fundación Bahía por la Infancia, dedicada a la inclusión social de menores en desventaja.
Claro está que la camarera con el perfil de la madrastra de Blancanieves y sus exigencias behavioristas al público de la barra es un buen programa de contraste con la filantropía de la lista de precios. Pero sea. El fin justifica las medias, como diría un fabricante de lencería.
Madrid se ha llenado de bávaros e italianos, por la final de la Champions League. Los italianos son puros urlatori (monos chillones), gritando a todo pulmón y sin descanso. Los bávaros van también en grupos, pero pacíficamente y sin alborotar, a lo mejor reservan sus fuerzas para el caso de que el Bayern Múnich dé la sorpresa y gane. Pero cómo van a ganar contra una máquina de destruir el fútbol. Pobres pendejos.
21 de mayo: Nos despedimos de Willy almorzando en Casa Manolo, y a renglón seguido del regreso a Pontejos 1 toma un taxi camino de Barajas. Una larga siesta, y por la tarde nos encontramos en su apartamento (¡qué vista panorámica tan espléndida!) con Maite y Raúl, quien me dedica su último libro. Mientras cenamos en base a esas tapas que Maite sabe combinar como pocos anfitrones de los que conozco, les explico que la canciller Merkel, a mi juicio, se deja guiar en esta crisis por una idea tan simple como posiblemente original, y es que si se salva Alemania, también se salvará el resto. Creo firmemente en ello, y pienso que Frau Merkel también.
Antes de dormir leo un par de cuentos de O. Henry. En uno de ellos encuentro esta frase que no tiene desperdicio: «Sus movimientos y su talante hablaban del ardor interno que la consumía, y hablaban del encanto de las gitanas que en España pueblan hasta las provincias vascongadas». Joder, y Arzalluz sin enterarse.
Multitudes energuménicas y noctámbulas. «Toda la noche se oyeron pasar bestias». Si esto es así en Madrid, la ciudad donde (Corpus Barga dixit!) se inventó el ruido, ¿qué será una final de la Champions en Helsinki?
22 de mayo: Como me encanta ver la cara de lástima que ponen al creer desasnarme, entro en El Corte Inglés a comprar un CD que me ha encargado Rebeca, y le pregunto a la vendedora si existe un cantante llamado algo así como Daniel Bisbiseal.
Nos encontramos con Carmen Ruiz Bravo-Villasante en La Taberna del Rey, y volvemos a hacerle los honores a esos solomillitos que están diciendo comedme. De allí nos vamos a cerca de su casa, a Los Alabarderos del Rey. Y ahí, mientras el camarero está tomando nota de lo que queremos beber y comer, el encargado llega y le manda que cuando termine vaya a llevar rollos de papel higiénico a los aseos de señoras. Se lo hago notar a Carmen, que también lo escuchó y me dice que qué modales, y le digo que sí, modales de cuartel pero porque no en vano estamos entre los alabarderos del rey. Por lo demás, y gracias a Carmen, me entero de la existencia de un nuevo valor en la novela negra española, Jerónimo Tristante, habrá que leerlo. Y lo mejor del encuentro con ella (aparte del hecho mismo de reanudar el hilo que anudamos en Weingarten el otoño pasado) ha sido conocer a Manuel, un manitas que le arregla los desperfectos de la casa, que fue paracaidista desde los 17 años, y lo sigue siendo a los 54, cuando ya se dio de baja. Es un personaje de crónica de Alberto Salcedo, quedamos en reencontrarnos cuando regresemos a Madrid, y platicar largamente acerca de su vida.
Hordas bávaras y lombardas pueblan las calles de Madrid, camino al Bernabeu, a la final de la Champions, mientras Diny y yo caminamos a La Abadía, para ver otra final, Final de partida, con Pepe Luis en el papel protagonista. Confieso ser medio analfabeto en materia beckettiana, pero esta puesta en escena es de las que llegan al tuétano del espectador. Después de la función nos reunimos un grupo pequeño en la cafetería Siboni. Le cuento a Pepe Luis que la TV alemana pasó una película sobre Goya, y añado, con toda la maldad del mundo, «donde apareces en un papel secundario», y su reacción es fulminante, sigue siendo un niño, parece mentira que todavía no me conozca al cabo de más de medio siglo de amistad entrañable. En el grupo que viéndonos cruzar los floretes se ríe con ganas (sobre todo Teresa, que me ha calado desde el vamos), hay un dramaturgo joven que está escribiendo una obra con un bar por escenario: le recomiendo leer los cuentos de Fontanarrosa y los de O.Henry. Con Pepe Luis conversamos una vez más acerca de mi vieja idea de una versión actualizada del Clavijo de Goethe, que lo desbroce de la retórica romántica y traduzca a límites soportables la historia sentimental que contiene. En la España que ha nacido a partir de la transición, Clavijo es más actual que nunca.
Inter ganó la final, nos espera otra noche en blanco por culpa de los malditos urlatori.
Antes de dormir, registro en un cuento de O. Henry: «En el cielo brillaba un reflector grande, amarillento y redondo, que a nosotros nos constaba que no era la luna, sino la linterna sorda del verano avanzando en pos de la primavera». ¡Ah los Estados Unidos, el país de las posibilidades ilimitadas, donde el verano no avanza camino del otoño, sino detrás de la primavera (como los cangrejos)! ¡salve! [Seguro que se trata de un error de traducción, O.Henry no era tan tonto].
23 de mayo: Incidente en la caja de El Corte Inglés, dpto. Alimentación: Un tipo hijueputa no quiso cederle su puesto en la cola a una empleada del propio CI que sólo tenía dos cosas para pagar (su almuerzo) y se lo pidió por favor porque era su descanso de mediodia, quería aprovecharlo al máximo. Además, cómo será de hijueputa el tipo, que intentó obligar a colocarse al final de la cola a la señora que estaba delante de él y que sí le cedió su puesto a la empleada en apuros. Soy un decidido partidario de la abolición de la pena de muerte, pero dejaría en claro que contemplo la de castración para algún caso tan clamoroso como este. Porque es que el tipo además seguía rezongando después de pagar él mismo sus compras y estar empaquetándolas. Diny me tuvo que contener dos veces, porque yo ya estaba que no daba más de cabreo con semejante cavernícola. Lo que logró distraerme fueron unas bolsas para la compra que había al lado de la caja y que se pretenden ecológicas sólo por no ser de plástico, lo deduje del mensaje que llevaban estampado: «Esta bolsa es verde». Pero, paradójicamente, son de color magenta.
Carmela y Vicente cumplieron en febrero 50 años de casados. En un álbum primoroso que les compuso Teresa, la hija que les salió una maga del Photoshop, descubro una foto de allá por 1962/63, en Fregenal de la Sierra, con tito Laureano caballero en una yegua, y Amelia sentada a la grupa. Es grandiosa, les pido por favor que no deje Teresa de enviarme una copia. Mi tío se da un aire como a James Stewart (con gafas de sol) en El hombre que mató a Liberty Valance, y mi tío Juan, también a caballo, a su izquierda, diríase John Wayne en extremeño.
Cena con Javier y Marina, y se nos añade Maysy: ensalada con tomate, mozzarella y alcaparras; un rosbíf exquisito y en su punto; y de postre fresas, amén de unas bizcotelas de El Escorial, merecidamente famosas, que aporta Maysy. Bebemos tinto y blanco, menos Javier, abstemio a la fuerza, y que define al Vichy Catalán como aquel agua que se encuentra en el límite mismo de la potabilidad. El tema de conversación básico, en la sobremesa, es la obra de Felipe Boso, y el empeño de un mecenas santanderino en rescatar y catalogar su obra como es menester. Mi pobre Felipe, cuánto reconocimiento ahora, cuánto ninguneo en vida. Pero sí, es preciso que su legado quede a buen recaudo en un lugar donde se lo aprecie en su debido valor.
Volvemos a casa en Metro por la nueva línea y al pasar por la estación Colombia registro que esta fue la que estuvo habilitada como zona para los hinchas del Bayern Múnich en la final de anoche. Me pregunto cuál sería la estación más cercana al Bernabeu y habilitada como zona para los hinchas del Inter: ¿tal vez Pío XII, ese urlatore afónico y por ello obligadamente melifluo?
24 de mayo: En las páginas en blanco de la guía de teléfonos de Madrid, la imagen de Mafalda con el auricular pegado a su oreja. Menos mal que han evitado el anacronismo de que sea un celular.
Con Amalia, Mariana y Víctor, como es ya tradicional, vamos a almorzar de tapas en Mazarino. Mariana y Diny van de palique muy entretenidas entre ellas, el neerlandés es el segundo idioma casero de M. Por su parte, Víctor está hoy en uno de sus mejores momentos (y en su caso eso es como sacarse el premio gordo de la lotería de Navidad, porque es rarísimo encontrárselo bajo de forma), y se explaya acerca de Favila y de que el único regicidio que ha habido en la historia de España fue en el siglo VIII y gracias a un oso; de manera, dice Víctor, que hay que repoblar con osos los campos aledaños de la Zarzuela. Como soy abuelo y Mariana podría ser mi nieta, entro en liza pidiéndole a Víctor que le explique a ella quién fue Favila, y hasta Amalia quiere saberlo porque el nombre le suena y no sabe a ciencia cierta de qué. Lo 1mismo sucede luego cuando es Mateo Morral a quien menciona Víctor, partiendo de la base de que todos los que le acompañan saben quién fue, y otra vez debo pedirle que lo aclare. Le llevo una gran ventaja a Víctor en esta dimensión pedagógica, y es que él es abuelo casi misacantano, y yo voy ya para canónigo.
Por la noche cenamos con Marta y Enrique en su casa, en la provincia de Madrid, según les he dicho alguna vez en broma, porque viven más allá de la Plaza de Castilla. Como esta vez estamos los cuatro solos, y es mucha su curiosidad y poco lo que saben de nosotros, tengo que relatar una vez más nuestra peripecia vital, cómo nos conocimos, nuestros meses argentinos, etc. Y es algo que me incomoda mucho lo de hablar mientras como y sobre estos temas, porque por ley fatal me apasiono reconstruyendo el pasado y siento como que escupo partículas de comida mientras hablo, cosa que antes nunca me sucedía, y es por eso que ahora siempre trato de eludir encuentros que no sean para tapear, sobre todo si son en casas de amigos. Ellos, bien educados “de mais”, como dicen los brasileños, ni pestañean con mis achaques de valetudinario.
Marta nos lleva de regreso a casa, después de la cena y la sobremesa. La Castellana vacía, solo para nosotros. Esa iluminación madrileña, puntual, que me hace sentirme en casa. Y al pasar por la rotonda de Castelar estoy tentado de ponerme a recitar en voz alta su «Grande es Dios en el Sinaí», que me aprendí de memoria leyendo los Episodios Nacionales de Galdós en 1962, convaleciente durante un mes, en Huelva, en la clínica del Dr. Sanz de Frutos, que me operó de peritonitis, a vida o muerte. Y ya que estoy en el tema, pues eso, que me moriré republicano.
25 de mayo: Rolando en Madrid. Rolando ha pasado muchas veces por Madrid, pero esta va a ser la primera vez que esté en Madrid. Prácticamente sólo conoce el camino de Barajas en taxi hasta el hotel Chamartín, y el camino a pie del hotel a la estación del tren, para acudir a la Semana Negra de Gijón. Así pues, le pido que venga a buscarnos a casa, porque quiero que inicie su primer día en Madrid en la casa de Jacinta: no en vano, Rolando se doctoró con una tesis acerca del dinero en la obra de Galdós. Y acude Rolando y mira por esas claraboyas la Puerta del Sol y detrás la Telefónica y a la izquierda el Guadarrama, y ese es su bautizo madrileño. Todo el día lo pasamos juntos. Mercado de San Miguel, con el vermú de rigor. Botín, con su placa galdosiana. Pisto en La Percha. Tapas en Casa Alberto, de prosapia cervantina (otro gran amor de Rolando). Diny se despide para jalarse una siesta y nosotros seguimos: Prada a Tope, con un camarero brasileño que se mete en nuestra conversación y se asombra cuando la continuamos en portugués; y luego el Callejón de Álvarez Gato (¡qué manía esa la de llamarlo “Callejón del Gato”!), para rendirle homenaje a Valle y su idea, irreversible, de que España es Europa vista en espejos deformantes. Decidimos hacer una pausa, reposar una hora, y nos volvemos a reunir para acudir al Café Gijón y encontrarnos con César Antonio y con Raúl. Después bajamos por Recoletos hasta Cibeles y Neptuno, y recalamos en La Fábrica, a comer cecina, y de allí lo acompañamos de regreso a su hotel, en la plaza del Carmen, pasando por las casas de Lope y de Cervantes, y la calle de las Huertas, con su antología de literatura española en el empedrado. (En mi libreta de anotaciones no hay más que un registro de los lugares recorridos y una frase final: «Qué bello día»).
De vuelta en casa, Diny se acuesta enseguida y yo me sirvo un whisky y leo un par de cuentos de O. Henry. De repente me sonrío, y lo anoto: «Fue también la familia Van der Ruysling la que compró los terrenos comprendidos entre el Bowery, el East River, la Rivington Street y la estatua de la Libertad. Ello sucedió en el año 1649, y a cambio de aquellos terrenos la familia pagó a un jefe indio una pieza de pasamanería y un par de cortinajes turcos de color rojo, muy propios para decorar un piso de Harlem. Siempre he admirado la perspicacia y el buen gusto de los indios». Es un pasaje de O. Henry pero podría ser de Rolando, que tiene de políticamente correcto lo mismo que O. Henry, y lo que tengo yo de archipámpano de las Molucas.
26 de mayo: Anoche, al ir a cepillarme los dientes antes de dormir, se fundió la bombilla del cuarto de baño. Diny lo remedia por la mañana con una lámpara de pie. Es tan fácil lo del Fiat lux!
Un huevo cocido para el desayuno. ¿Seré capaz de comerlo sin vomitar? Me siento como si me hubieran vaciado por dentro.
En el mercado de San Miguel nuestro vermú de despedida a los madriles, rodeados de una turba de gorriones desvergonzados. Me ronda la memoria, como siempre que los veo, la certera observación de Juan Ramón en Platero: «el chamariz ríe larga y menudamente en la cima del eucalipto; y, en el pino grande, los gorriones discuten desaforadamente». Pienso al recordarlo, también como siempre, en la negativa de García Márquez a usar los adverbios terminados en mente. Y me río por dentro: necedad, necedad, tienes nombre de Premio Nobel.
Taxi a Barajas. Tiene puesta la radio y pasan un informativo. Comentándolo, el taxista y yo hablamos de la mendacidad en el periodismo, de todo aquello que los periodistas no airean, por ejemplo de las supuestas rebajas de salarios y sueldos de los funcionarios, cuando esa señora impresentable, la Aguirre, anuncia que se autorrebajará un 5% más que lo que ha decretado el gobierno. «Pobrecita», me solidarizo. Y el taxista: «¿Por qué no dice que la rebaja va a ser sólo en el sueldo básico?» Luego descubro que es fanático de internet, y hasta Diny se ríe cuando nos cuenta que tiene muy feliz a su mujer porque gracias a Photoshop la mantiene siempre con 20 años de edad. «¿Siempre?» pregunta Diny. Y él: «Menos cuando se enfada». «Ah, entonces la convierte usted en la duquesa de Alba». «No, no, tan mal no la quiero».
En Barajas, por los altoparlantes: «Atención a los pasajeros con destino a los Estados Unidos. A causa de las disposiciones en materia de seguridad deberán presentarse en el correspondiente mostrador hora y media antes de la hora de embarque». «Y llevando en la mano su certificado de bautismo», comento en voz alta. Algunos me miran irritados, pero alguien sonríe. Menos mal.