Todas las noches camino desde la biblioteca hacia mi apartamento en East Second Street. Las primeras semanas solía tener su encanto. Atraído por el misterio que acostumbra a provocar lo desconocido, esperaba ese instante del día con impaciencia. La todavía agradable brisa de verano y una bicicleta prestada eran entonces mi mejor compañía. Sin embargo, el recorrido, de poco más de tres minutos en bicicleta, se me hacía demasiado corto: apenas daba tiempo de escuchar una canción.
Supongo que mi obsesión con tratar de medir el tiempo a través de los discos empezó a gestarse en los viajes en coche con mi familia. Para aquel fascinado adolescente de provincia la duración del trayecto ya no se medía en horas o minutos, sino en función del número de discos que era posible escuchar durante el mismo. “Into the Music” (1979) de Van Morrison, “Car Wheels on a Gravel Road” (1998) de Lucinda Williams, “Pájaros Mojados” (2003) de Quique González y varios álbumes de Joaquín Sabina formaron a buen seguro parte de mis cálculos. Con el tiempo se fueron añadiendo otros tantos. Recuerdo con especial cariño “Ash Wednesaday” (2007), el debut discográfico de Elvis Perkins, un músico del que apenas hemos tenido noticias después de su segunda entrega allá por 2009.
En una de aquellas tardes crepusculares de septiembre, al salir de la biblioteca, sonaba “Love Has Brought Me Around”, el primer corte de “Mud Slide Slim and The Blue Horizon” (1971), donde la introspección lírica de James Taylor alcanza probablemente su plenitud. El viaje debía prolongarse durante más tiempo, al menos hasta que llegase “You Can Close Your Eyes”. Hacía unos días que había conseguido una guitarra, también prestada, pero no conseguía afinarla; mis aptitudes musicales son más bien limitadas. Con el afinador como pretexto me encaminé a cruzar las vías del tren que separan el este y el oeste del pueblo. No me sorprendió demasiado que en la parte oeste del pueblo el paisaje mantuviera la misma monotonía. Me dirigía hacia el Way Park por West First Street, dejando a mi izquierda la Logia Masónica de Northfield. Google Maps me indicaba que la tienda de instrumentos se encontraba junto al parque. Pero pasaban los minutos y no vislumbraba nada más que casas unifamiliares y un grupo de niños celebrando un cumpleaños en el parque. La idea de encontrar una tienda, ya sea de instrumentos o de reparación de relojes, en un área tan puramente residencial, sin servicios a la vista, empezaba a desvanecerse. Las canciones de Taylor, cómo no, me seguían acompañando.
Después de haberme familiarizado lo suficiente con la zona, era el momento de acercarme a los townies (lugareños). No es fácil, ni siquiera cuando el tiempo acompaña, encontrar a personas paseando por la calle en este pequeño pueblo universitario de Minnesota. Las madres del parque parecían muy ocupadas disfrutando de sus hijos, y valoré que interrumpirles con algo tan banal era algo así como un acto irresponsable. Una mujer de unos treinta y cinco años se disponía a sacar su coche del garaje cuando le abordé lo más cortésmente posible a través de su ventanilla.
Pocos minutos más tarde estaba llamando a la puerta de una desconocida que decía tener lo que yo buscaba. Tardó poco más de diez segundos en abrir la puerta, lo suficiente como para poder distinguir la melodía que asomaba desde el interior de la casa. La guitarra trasteaba y rítmicamente la ejecución dejaba bastante que desear. Se trataba de la introducción de “While You Were Sleeping”, de Elvis Perkins. Aquel cuidadosamente descuidado adolescente de quince años escondía en su mirada una sensibilidad musical de la que le será difícil desprenderse. Porque cuando uno accede al particular universo de Elvis Perkins esas letras angustiosas y su música evocadora y orgánica, que en ocasiones incluso roza lo festivo, tienden a atraparle para siempre. «Se puede estar triste y contento al mismo tiempo y es ahí cuando me salen mis mejores canciones» reconocía el talentoso y malogrado Elliott Smith en una entrevista. No me extrañaría que Perkins subscribiera íntegramente esas declaraciones. Curiosamente “While You Were Sleeping” es una de las primeras canciones que un servidor intentó aprender a destrozar lo menos posible con su guitarra española. Porque algunos, en un tiempo no tan lejano, también soñamos con los escenarios.
En el camino de vuelta a casa, de acuerdo a mi obsesión de hacer coincidir la duración de álbumes y trayectos, continué con el disco de James Taylor por donde lo había dejado. Desafortunadamente, Perkins tuvo que seguir esperando su turno en el jukebox.
La semana pasada volví a recorrer el tramo que separa la biblioteca de mi apartamento. Después de seis intensos meses y de haberlo transitado en infinidad de ocasiones, el paseo había lógicamente perdido parte de su atractivo inicial. Además, unos días atrás había leído que Second Street es el nombre de calle más popular en todos los Estados Unidos, por lo que lo de sentirse especial se tornaba cada vez más complicado. En aquel instante decidí cambiar ligeramente de itinerario, y giré a la izquierda antes de lo habitual. Entonces, junto a las escaleras que dan acceso a la capilla multiconfesional que preside el campus, me tropecé con una pizarra publicitaria que anunciaba la celebración del Ash Wednesaday (miércoles de ceniza).
Esta vez no tenía excusa. Mientras ahí fuera, en esa lluviosa tarde de marzo, cenicienta y mustia, la tupida nieve se resistía a desaparecer, había llegado el momento de volver a resguardarse en Elvis Perkins, y más concretamente en su maravilloso primer álbum, «Ash Wednesaday».
Estas noches encerrado en casa,
en vez de rastrear por esas calles,
en vez de regresar por la mañana,
escucho algunos discos de antes.
«Discos de antes», de Quique González