El 20% de los españoles que desean trabajar no encuentran dónde. Entre los jóvenes es aún peor: el 40%. No es nuevo, ni noticia, porque si algo bueno tiene el mercado de trabajo en España es que es muy predecible. Haciendo memoria, en 1993 estábamos en las mismas. Comparado con nuestro entorno, el nivel de desempleo es siempre muy alto, y se dispara cuando hay una recesión. Además, no sólo hay muchos parados, sino que tardan mucho en encontrar empleo permanente. Así, el desempleo en España no sólo es más generalizado, también es más dañino que en el extranjero.
No es nuevo, pero es sorprendente, porque a primera vista es fácil disminuir la magnitud del problema. Si cruzas un desierto arrastrando un yunque, la mejor manera de ir más deprisa es abandonar el yunque. Y nadie duda que nuestro yunque es la conjunción de un seguro de desempleo sorprendentemente generoso, con un esquizofrénico sistema dual de contratos, que por un lado fomenta la temporalidad, y por otro limita la capacidad de creación de puestos de trabajos estables, imponiendo sobre ellos unos costes de despido altísimos. Todos los expertos coinciden en esto. No me puedo creer que los asesores del PSOE y PP difieran en lo esencial.
Un puesto de trabajo se genera cuando algún empresario cree que va a ganar dinero contratando a un trabajador que quiere ser contratado. No hay otra manera, no sólo le tiene que valer la pena al trabajador, sino también al empresario. Una empresa no es una ONG, y su objetivo es ganar dinero, no que haya poco paro. No es simpático, pero es impepinable; y una premisa que se tiene que aceptar para pensar con coherencia sobre estos temas.
Cuando un sector que ha crecido excesivamente -la construcción, digamos- estalla como burbuja de jabón, hace que muchas empresas quiebren, y los ex trabajadores de un sector entero necesiten encontrar trabajo. Para eso es necesario que haya algún empresario en algún otro sector -la fabricación de bisagras, por ejemplo- al que le valga la pena contratar a un ex albañil sin empleo, y que al ex albañil le valga la pena trabajar para el fabricante de bisagras por un sueldo no superior al del aumento en los ingresos que el bisagrero obtendrá por ocupar al ex albañil.
Es imposible que todos los ex albañiles encuentren trabajo de inmediato, pero el proceso será más rápido (1) cuanto menos dinero exijan los ex albañiles, y (2) cuanto más rendimiento obtenga el bisagrero de estos. Nuestros problemas empiezan cuando el ex albañil tiene niveles de cualificación muy bajos porque ha sido un trabajador temporal de la construcción desde que era jovencito; yendo y viniendo del desempleo. Esto le pasó porque, dados los altos costes de despido, a las (difuntas) empresas de la construcción no les convenía hacer fijo a un señor con poca formación. Y claro, él pensó que para qué formarse, si se va a ser trabajador temporal. Pero además, resulta que el ex albañil es receloso de cambiar de sector -porque de bisagras no sabe nada, y de ladrillos algo- y de pueblo -porque le va mucho su terruño- y sobre todo, porque no necesita hacerlo ya que recibe subsidio de desempleo y transferencias familiares suficientes como para ir tirando. Además, el bisagrero tiene poco interés en ofrecer un contrato permanente a un ex albañil; que el mercado de bisagras tampoco es fetén, y un trabajador permanente te puede salir carísimo.
Ya tenemos yunque. Hay poco bisagrero y mucho ex albañil. Y cada ex albañil tarda mucho en encontrar bisagrero, y todo ese tiempo está parado. Ojo, que esta no es una historia de gandules y avaros. El bisagrero no es un avaro explotador que disfruta chupando sangre obrera. El hombre tiene una empresa que está luchando por sobrevivir en una situación complicada. De que lo haga bien depende no sólo su bienestar, sino también el de sus empleados. Igualmente, el ex albañil no es un gandul que disfruta viviendo del paro en entretenido asueto. Toma decisiones razonadas, y si no acepta salarios excesivamente bajos es porque muy justificadamente aspira a vivir de la forma más digna posible… como el bisagrero.
Vale, quizás, además de los aspectos institucionales, haya añadidos muy hispanos. Quizás nos cuesta más cambiar de lugar de residencia, o estamos dispuestos a vivir en casa paterna más años, que a otros europeos. Pero no conozco a nadie que haya estudiado el tema y dude que cambiando nuestras instituciones tendríamos un mercado laboral más dinámico, con menos temporalidad y marginalidad laboral, y capaz de encajar shocks, como la desaparición del ladrillo, más dignamente. Quizás tendríamos que cruzar desiertos, pero sin yunque.
Entonces, ¿por qué no se reforman esas instituciones? Si se recuerda el último trauma -1993, que no 1893-, ¿por qué no se ha hecho nada desde entonces?
Primero, porque la regulación que tenemos no es una broma pesada que nos ha caído del cielo. La hemos elegido nosotros. Refleja nuestras relaciones de poder. Que fomente el paro no significa que todos prefiramos otra que generase menos. Por ejemplo, los trabajadores con contrato permanente no aceptarían una disminución de los costes de despido, pues han aceptado un trabajo con estas, y no otras condiciones. Los demás trabajadores, sin contrato permanente, no aspiran a un trabajo cualquiera, sino a uno estable, con altos costes de despido; a un empleo de por vida. Y claro, para encontrarlo es necesario pasarse largo tiempo en el paro, luego es importante que haya un subsidio de desempleo generoso.
Segundo, porque no sólo hay muchos intereses, hay muchos intereses creados. Nos hemos amoldado al océano de legislación donde nadamos. Así, un porcentaje altísimo de trabajadores carecen de cualificación y han pasado su vida laboral saltando entre contratos temporales y desempleo precisamente por nuestra legislación. Se genera mucho desempleado y mucho desempleable, lo que a su vez genera demanda política de seguro de paro. Las empresas también se adaptan a tener trabajadores temporales sin especializar. Para muchas es la única opción, luego han aprendido a hacer las cosas con el mínimo nivel de cualificación necesario. Pasar a usar trabajadores con mucho capital humano sería complicado. Si hubiésemos tenido otra legislación las empresas serían distintas, quizás más como las suizas, pero hoy son como son. Hay además una industria dedicada a navegar en esta legislación -abogados laboralistas, funcionarios sindicales- que vive por y para este universo. Son influyentes, y más de 700.
Y por último, porque cualquier política para disminuir el desempleo pasa necesariamente por facilitar que los salarios suban menos que la productividad. Quizás que decrezcan a corto plazo, y eso no le gusta decirlo a nadie. Dada la productividad de los ex albañiles, sólo habrá más bisagreros contratándoles si, o bien sube la productividad, o baja el sueldo que el ex albañil aceptaría. Como en la productividad no se esperan milagros, sólo hay una salida: que los salarios -relativos a la productividad- bajen. De hecho, la caída es casi inevitable: tarde o temprano a los ex albañiles parados les entrará vértigo y estarán dispuestos a aceptar salarios más bajos. Bien porque se les hayan agotado los recursos financieros para vivir durante el desempleo, bien porque las oportunidades de salir del paro sean tan escasas como para aferrarse a la primera oportunidad que pase. Sólo entonces aparecerá un número significativo de fabricantes de bisagras dispuestos a contratar. Se pueden intentar virguerías para incentivar a los bisagreros, como incentivar con subsidios a las empresas, o bajarles los impuestos… pero como mucho esto es marginal, porque estas cosas después se pagan con impuestos, y eso ya lo hemos aprendido, ¿no?.
Así, reformar es difícil y requiere consenso, comprensión y un coraje político que en 20 años no han tenido ni los unos, ni los otros. Lo más razonable sería empezar por el sistema dual de contratos, que clama al cielo. Además de paro, genera una población activa mal formada, sin incentivos ni oportunidades de mejora profesional. De hecho, suprimir los contratos temporales quizás tenga poco impacto en el desempleo -y los salarios- a corto plazo, pero precisamente, por eso sería relativamente fácil de implementar, y ciertamente ayudaría a la creación de empleo más estable tanto a corto como a largo plazo.
Si no lo hacemos, no es el fin del mundo. Aquí hemos estado antes, y de aquí hemos salido. Eso sí, cuando vuelva a haber una recesión -que la habrá-, volveremos a tener un 20% de parados. Y una población poco cualificada. Y mucha angustia. Y a hablar de lo mismo