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Aquel país desconocido

Donde el autor confirma su deseo de vivir en una casa con moqueta, con una vecina que tenga una cabeza en forma de tetera y que lo salude con la expresión “What a clever little boy!”

 

Cada vez que hay un ciclo en filmoteca o plataformas en línea de pequeñas películas británicas de los cuarenta o cincuenta lo devoro con profusión. Estamos hablando de encantadoras narraciones un poco surreales, como El quinteto de la muerte, Estoy bien, Jack o Un golpe de gracia; todas ellas con una sátira velada blanquísima, casi imposible de igualar. Una sociedad ordenada, doméstica y feliz donde todavía “los ladrones eran gente honrada” que podían invitarte a un té mientras preparaban tu asesinato.

«No. no queremos té»

Son los años anteriores a los 60, donde El Show de los Goon dominaba las ondas, y que fueron esa semilla misteriosa y codiciada que hizo al Reino Unido una potencia creativa. Una sociedad ordenada, subvencionada ad nauseam (los años de oro del consenso keynesiano), donde el aburrimiento social se combatía con comedietas radiofónicas y cuentitos de sapos habladores. Esa ficción tierna, tan difícil de imitar en estos tiempos cínicos, proyecta al espectador a una especie de nirvana de la bobez. Y todo ello con obras fuera de la realidad que ilustran una sociedad encantada y encantadora muy lejana a los dramas de clase obrera, aquellos que nos enseñaron “a mirar para atrás con ira” o “la soledad del corredor de fondo”, y que asomaban su patita a finales de los cincuenta.

Pero no hay que adelantarse a esto, estamos en la primera cincuentena, y todavía se oye el tintineo de los zapatitos de charol de Bertie Wooster fielmente pulidos por el clarividente Reginald Jeeves. Hilo sonoro celestial estupidérrimo, con elegantes elefantes de fondo, de cualquier club de señoritos tonto, muy tonto, cuyo escudo sea una regadera rosa. Ese humor fino, filipino, que mamó Miguel Mihura antes de la guerra civil.

«Sabes lo malo de ser rico Jeeves ¡Naaaadaaaa!»

Y, perdonen, en ese 27, entre Mihura y Lorca, siempre elijo al primero.

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